Dos años de guerra: odiar o no odiar

Mundo · Ángel Satué
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28 febrero 2024
Dos años de guerra. “¿Todavía siguen en guerra en Ucrania, papá?”. Es evidente que las conversaciones de adultos, cuando los niños van teniendo una edad, es más difícil tenerlas fuera de su radar. “Sí, bonita, pobre gente, reza por ellos”.

No hay manera de explicar a un ser humano de 8 años, ni a uno de 100, la razón de morir por un palmo de tierra. No, porque las razones son más complejas. Son razones psicológicas y geopolíticas, económicas y políticas.

Rusia, nación que jamás ha conocido la libertad, pero sí ha conocido un cristianismo ortodoxo que hunde sus raíces en un tiempo histórico caduco como Bizancio, y cuya élite político-militar es el resultado de 70 años de comunismo ateo y 30 de capitalismo duro, escuda su afán nacionalista e imperialista, con la excusa barata de sentirse amenazada, ora por Finlandia, ora por Georgia, ora por la OTAN, otrora por Ucrania. Muchos que se autocalifican de patriotas, en el lado conservaduro, y otros, progresistas de clase, en el lado podemita, por simplificar, no se oponen a ello. Ven en Rusia un instrumento para desmontar las democracias liberales conectadas a un mundo global, con instituciones y mercados regulados a escala planetaria. Un espantajo al que sacar a pasear para declarar una independencia por parte de los actuales king-makers secesionistas, o cualquier cosa que pueda servir para desacreditar al modelo de éxito que es el Estado Social y Democrático de Derecho, que son la práctica totalidad de países europeos.

Pues bien, no siguen en guerra en Ucrania realmente, sino que seguimos en guerra todo Occidente, por el capricho de un visionario, por los complejos de grandeza, por un sentido de la Historia absurdo.

Vivimos en un grano de polvo suspendido en el rayo del Sol de una estrella cualquiera del Cosmos, por una gracia del Misterio. Un día, seremos de nuevo polvo de estrellas. Y atrás quedarán todos los afanes de gloria y de grandeza. Y nos veremos cada cuál en alguna de esas moradas que decía Santa Teresa, o en alguno de los círculos de Dante, o el autor musulmán en que pudo inspirarse este.

La acción de Rusia hace saltar por los aires la arquitectura de seguridad derivada del Acta Final de Helsinki, la Carta de París y los principios de la OSCE, en un contexto donde todo el orden saliente de la Segunda Guerra Mundial, se pone en cuestión, se revisa, y se proponen nuevos foros y reglas por parte de naciones que ni siquiera existían en 1945, porque eran colonias o, como China, estaba en guerra civil.

¿Cuál es hoy la propuesta del hombre europeo? ¿Qué hombre europeo podría mediar entre Putin y su Rusia, con la Rusia de los rusos? ¿Qué hombre europeo podría mediar entre Occidente y una Rusia euroasiática, donde solo China puede campear en la estepa? ¿Qué lenguaje han de hablar Europa y Rusia, y Ucrania y Rusia? Por otro lado, ¿qué hombre no europeo es capaz de mediar en esta guerra?

Es una guerra entre blancos. Es una guerra entre cristianos. Es una guerra entre ideologías occidentales. Es una guerra de poder, y de poderes, y contrapoderes, con sus círculos de poder y contrapoder. Y, como en toda guerra, lo último en quién se piensa es en la Verdad, en la Humanidad, o en las personas concretas que sangran, se les amputan, lloran y sufren.

Europa es la superación de la barbarie. Pero ésta siempre acecha, y Europa hoy, no es capaz de disuadir a los bárbaros que tiene a sus puertas. Los presupuestos de defensa están mermados, el stock de munición y de armamento, tardará tres, cuatro o cinco años en ser el adecuado ante los riesgos y retos que afrontamos, y las iniciativas EDIRPA y ASAP para actuar conjuntamente, y ampliar nuestras capacidades industriales de defensa, son claramente insuficientes. Parece como si los europeos aun no quisiéramos creer que nos están dando un jaque casi mate, que lo será si gana Trump las elecciones. Y sin embargo, no todo es geopolítica, ni intereses, ni psicología.

Hay una lógica en la pregunta de mi hija, que nos habla del padecimiento de cientos de miles de personas, ucranianas y rusas, en una trinchera inundada, o manejando un dron “kamikaze”. Una lógica en la respuesta de rezar y ayunar. Si todo sucede para Él, como le decía a un buen conocido mío ante una grave enfermedad de un familiar, hay otra manera de abordar lo que acontece. No se trata, o no solo, de clamar al cielo por la conversión de Putin, por la conversión de Rusia. No, lo que vivimos trasciende como en la Alemania Nazi todo sentido político. Solo el plano trascendente puede mover la conciencia de aquellos hombres que sean capaces de alcanzar un entendimiento, en un determinado momento histórico. Se trata de clamar por algo justo. No quiero verme arrastrado por el odio. Eso le decía un ucraniano al actor y reportero Sean Penn, en un magnífico reportaje sobre la guerra de Ucrania (“Superpower”). El clamor al cielo es: no permitas que odie. Tal vez, dos personas que se les haya concedido esta Gracia podrían llegar a entenderse. Un ruso y un ucraniano. Como antes fueron un alemán y un francés.


Lee también: Las razones dadas por Putin para la guerra nada tienen que ver con la realidad


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