Editorial

Diario de Siria 1

Editorial · Fernando de Haro, Ammán
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11 junio 2017
La tarde de Ammán es tranquila. La capital jordana siempre ha sido una entrada más dulce que la Sublime Puerta, la de Estambul, para los occidentales que viajamos a Oriente Próximo. Los jordanos no tienen ese enfado permanente que parece dominar al personal de los aeropuertos turcos: parecen ofendidos porque quien les habla no conozca la lengua de Erdogan.

La tarde de Ammán es tranquila. La capital jordana siempre ha sido una entrada más dulce que la Sublime Puerta, la de Estambul, para los occidentales que viajamos a Oriente Próximo. Los jordanos no tienen ese enfado permanente que parece dominar al personal de los aeropuertos turcos: parecen ofendidos porque quien les habla no conozca la lengua de Erdogan.

No es solo una cuestión de carácter. Jordania ha acogido con generosidad a los refugiados sirios desde que comenzara en 2011 la primavera que luego se transformó rápidamente en guerra civil. Y son inolvidables las declaraciones del Rey Abadalá II, en Naciones Unidas (“los cristianos son una parte esencial del futuro de mi región”), en el Parlamento Europeo (los ataques a cristianos son un ataque al islam), es acogedor su sincero distanciamiento de cualquier tipo de utilización ideológica para justificar la violencia en nombre del islam.

Emprendo dentro de unas horas el camino inverso a esos dos millones de refugiados que sufren los efectos de la enfermedad de los que se han quedado sin tierra. Pasados ya cinco años desde que llegaran los primeros, se habla de la amenaza de una generación perdida. El 60 por ciento no reciben educación, no hay dinero para la atención sanitaria y el “mal del campo” gana terreno a medida que avanza el tiempo. El “mal del campo” es esa destrucción de lo humano que significa no trabajar, recibir un subsidio permanente que te deja por debajo del umbral de la pobreza pero que te quita las ganas de salir adelante por ti mismo, que te hace pasivo.

Para poder hacer a la inversa el camino de los refugiados he esperado durante muchas horas el visado en el consulado de Siria en Madrid. Y esas horas de espera han estado siempre presididas por una gran foto del presidente Bachar el Asad. Habrá a quien una imagen así incomode seriamente. Entre los colegas occidentales, salvo algunas excepciones, se suele seguir pensando que en Siria hay dos guerras: una contra el Daesh y otra la que libra el régimen contra la oposición. Pero desde que hace dos años y medio pasé una semana larga en Beirut, me quedó claro que esa oposición libre y democrática que se manifestaba en las calles en febrero de 2011 desapareció pronto. La oposición que se ha sentado en la mesa de negociación de Ginebra está formada por grupos yihadistas o islamistas respaldados por Arabia Saudí.

Hace unas semanas Robert F. Worth publicaba un “herético” largo reportaje enThe New York Times Magazine, titulado, seguramente con la pretensión de provocar, Aleppo after the Fall. Forth, un veterano corresponsal en la zona, buen conocedor de la ciudad, daba voz a sus vecinos. La “caída” de Alepo en diciembre de 2106 no fue una “caída” sino una liberación. Las voces de los vecinos de la ciudad, no de los que escriben sus informes desde Londres, señalan que desde muy pronto se combatió contra el yihadismo.

La guerra está casi acabada. El régimen de Al Assad controla las principales ciudades y buena parte del este del país. La carretera que une el eje Damasco-Alepo está limpia. La zona este, que es terreno desértico de poco valor, se ha convertido en el refugio del Daesh. Ya veremos por cuánto tiempo porque el asalto a Raqqa, la capital del mal llamado califato, comenzó a principios de junio. Su liberación será larga como lo está siendo la de Mosul. Pero es cuestión de tiempo. El yihadismo no vinculado al Daesh se ha quedado embolsado en el noreste, en la provincia de Idlib.

Ahora lo que es necesario es conseguir la paz. En otro “herético” artículo publicado también hace algunos días en The New York Review os Books, titulado In the Horrorscape of Aleppo, Charles Glass pedía que la comunidad internacional no se detuviera en la busca de responsabilidades por el ataque con gas de Khan Shaykhun del mes de abril, ataque que dejó cerca de 80 muertos. A ese ataque siguió de cerca otro de Alepo, protagonizado por yihadistas, contra evacuados que acabó con la vida de 126 personas.

Lo importante ahora es traer la paz. Con un acuerdo entre rusos (aliados del régimen) y estadounidenses (aliados de Arabia Saudí que patrocina a los rebeldes). Habrá un test de la calidad de ese compromiso: la garantía más o menos efectiva para que los cristianos puedan vivir en la Siria futura. Eran dos millones antes de 2011, ahora son pocas decenas de miles.

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