Desafío a la razón atea de Odifreddi

Mundo · Costantino Esposito
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27 septiembre 2013
Después de la carta del Papa Francisco a Eugenio Scalfari, publicada en la Repubblica el pasado 11 de septiembre, una nueva y sorprendente iniciativa nos impacta con su difusión. En el mismo periódico, el 24 de septiembre: una carta del Papa emérito, Benedicto al matemático (y paladín del ateísmo militante) Piergiorgio Odifreddi.

Después de la carta del Papa Francisco a Eugenio Scalfari, publicada en la Repubblica el pasado 11 de septiembre, una nueva y sorprendente iniciativa nos impacta con su difusión. En el mismo periódico, el 24 de septiembre: una carta del Papa emérito, Benedicto al matemático (y paladín del ateísmo militante) Piergiorgio Odifreddi, respondiendo a un libro suyo, escrito a su vez como respuesta a las pretensiones “irracionales” y “anticientíficas” de la religión cristiana y, en especial, del catolicismo.

Benedicto no elude las críticas de su interlocutor (a menudo cargadas, como señala explícitamente, de “imprudencia” y “agresividad”). La situación es curiosa, aunque es cierto que el ateo declarado se empeña en discutir y pelear punto tras punto una posición como la cristiana y, en particular, la del Papa Ratzinger (tal y como éste último lo había testimoniado y argumentado en su célebre Introducción al cristianismo) que de por sí debería considerarla inaceptable por ser “supersticiosa” y “fanta-científica” (teniendo en cuenta sus convicciones a priori), por lo que, en definitiva, no tendría que ser siquiera digna de ser afrontada ni discutida.

Lo que está claro es que la pretensión del cristianismo es siempre, inevitablemente, un evento sumamente interesante para la conciencia humana, porque corresponde de manera única al deseo de observar el misterio del ser y conocer el sentido último de las cosas, al mismo tiempo que toma y exalta nuestro más alto deseo afectivo, que significa que este sentido nos toque, nos llame, y tenga que ver con nuestra existencia individual y con el camino de la historia y del tiempo. Ante este interés objetivo de nuestra inteligencia y de nuestro afecto, resultan más débiles también las contraposiciones llenas de prejuicios ateo/religioso, o laico/católico, sobretodo porque estas posiciones, al final, solo tienen sentido si responden (o no) a esa espera que enciende cada día nuestra existencia, y nos permiten vivir a la altura de la razón y del corazón. Es decir, no conformarse con explicaciones que dejan intacto este nivel decisivo de la experiencia, tanto personal como social, cultural y político.

Desde este punto de vista, ante la reivindicación de un “credo laico” (que Odifreddi había reivindicado, como una especie de nueva liturgia “positivista” en su libro de 2011 titulado Querido Papa te escribo…) y después de una “profesión de fe” atea en un Dios reducido a Naturaleza uniforme y Espíritu o Inteligencia universal e impersonal difundida en todos los niveles de la naturaleza hasta el Hombre y las Máquinas, por parte de Odifreddi, Benedicto vuelve a lanzar el gran desafío racional del cristianismo. El tono es franco y rudo normalmente; y considerando la gentileza y delicadeza que lo distingue, se entiende que el punto es crucial y requiere exponerse en primera persona. Con ese franco testimonio de verdad, que una vez Michel Foucault (hablando de Sócrates) había identificado como el “valor de la verdad”, hace que la vida sea realmente digna, es decir, libre.

Dos observaciones llaman la atención en esto. La primera es que Benedicto no puede aceptar que el “objeto”  propio del cristianismo se reduzca a un mito fantasioso o un sentimiento colectivo. La teología (y él como “teólogo” ha sido interpelado y provocado) es útil porque ayuda a decir las cosas tal cuál son, no sirve para cultivar sugestiones emotivas. Por ello, la teología, siguiendo las tradiciones de investigación rigurosa y llena de razones, ha sido considerada muchas veces una “ciencia” como todas las demás, no porque tuviera la posibilidad de “demostrar” analíticamente  o de resolver dialécticamente su objeto (¿y cómo lo podría hacer, si no se deriva de una acción del hombre sino de la iniciativa trascendente de Dios?) sino porque es pertinente, adecuada y comprensible para la razón humana.

La unión entre ciencia y la teología no sigue las exigencias de un racionalismo en el que se pueda dar razón de todo, incluso de Dios, sino que, por el contrario, se pliega a la especificidad de la revelación que es el Logos que entra en la carne de la historia. Y, si es histórico, el cristianismo sólo puede ser documentado, identificado en sus factores objetivos, verificable en sentido experimental.

Pero la cuestión esencial del estatuto racional (y, según su modalidad específica, “científico”) de la teología se basa en una instancia más radical, y es la segunda observación que se impone leyendo esta carta. La religión atea del naturalismo materialista, el reino de la inmanencia absoluta del hombre como medida de sí mismo, es también una fe, solo que con el riesgo evidente de ser una fe sin razones, y, por lo tanto, un fideísmo con apariencia científica. Y esto, hace que quede igualmente sin resolver el problema; es más, queda definitivamente censurado. El problema con respecto a nuestra libertad y a la posibilidad misma del mal. Una Naturaleza entendida como el único Dios, corre el riesgo de ser, a fin de cuentas, “vacía” e “irracional”, si no ayuda a entender y sobretodo a afrontar “el drama real de nuestra historia”. Y, sobretodo, una divinidad naturalista que se expande de forma matemática (como Odifreddi vuelve a proponer cuando retoma frágilmente la posición de Spinoza), ¿cómo puede iluminar la realidad más misteriosa y al mismo tiempo más concreta de nuestra experiencia de hombres, es decir, la posibilidad del amor, y sobre todo nuestra necesidad de ser amados para poder ser nosotros mismos?

Benedicto responde y Odifreddi, al final, acusa el golpe sorprendido. Y es interesante cómo él mismo lo explica: siendo todavía ateo (“porque el ateísmo tiene que ver con la razón”) él se siente tocado por una “personalidad” y por los “símbolos del poder” que “tocan los sentimientos”. Si bien, al final de este sentimiento inesperado del “diálogo entre un papa teólogo y un matemático ateo” no se muestra más que un verdadero ponerse en juego más determinante que el sentimiento: “separados en casi todo”, escribe el matemático, “pero unidos al menos en un objetivo: la búsqueda de la Verdad, con mayúscula”.

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