De la experiencia la esperanza

Carrón · Julián Carrón
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12 septiembre 2025
Transcribimos un diálogo, promovido por la Fundación San Michele Arcángel, con la intervención de Julián Carrón y Eugenio Nembrini.

Daniele Nembrini:[1] Queridos amigos, con gratitud y emoción llegamos al final de este ciclo de encuentros, «El brillo de los ojos», promovido por la Fundación San Michele Arcángel. Os transmito los más cordiales saludos del presidente, nuestro querido amigo Luca Baravalle, que no ha podido estar aquí esta noche por compromisos institucionales.

En primer lugar, deseo agradecer de corazón a Julián y a Eugenio por su presencia y por su paternidad discreta y profunda. Como ellos nos recuerdan, no se es padre si no se es hijo: solo viviendo como hijos, es decir, confiando, podemos convertirnos a nuestra vez en padres, capaces de generar. Gracias al camino recorrido hasta ahora, hemos podido redescubrir que el criterio de juicio no nos es ajeno, sino que habita en el corazón de cada hombre. Es una posibilidad real, dada a cada uno, para verificar con plena libertad si cada circunstancia, incluso la más imprevista o la más fatigosa —y de esto en San Michele sabemos algo—, puede ser un factor esencial para nuestra vocación.

En el centro de todo esto hay un hecho que ocurrió hace 2000 años y que sigue llegando hasta nosotros hoy a través de rostros y palabras que nos acompañan y nos despiertan. Es este encuentro el que mantiene viva nuestra humanidad y nos educa para mirar todo con ojos nuevos. Gracias a esta experiencia, el criterio se despierta y se ilumina, permitiéndonos reconocer el brillo en los ojos, señal de que la vida, también hoy, es una llamada a la esperanza y a la responsabilidad.

Concluyo, como nos ha desafiado recientemente el papa León XIV: «No se trata de dar respuestas apresuradas a preguntas exigentes, sino más bien de acercarse a las personas, escucharlas, tratar de comprender con ellas cómo afrontar las dificultades, dispuestos también a abrirse, cuando sea necesario, a nuevos criterios de valoración y a diferentes formas de actuar, porque cada generación es diferente de la anterior y presenta sus propios retos, sueños y preguntas»[2].

Eugenio Nembrini. En estos días, abrir el periódico por la mañana y afirmar “hay esperanza”… ¡hace falta valor! Parecería que todo dice exactamente lo contrario.

Esta noche queremos concluir el trabajo que hemos realizado este año, con unas sesenta personas presentes y muchas otras conectadas. Dado que el gran tema era la esperanza, hemos trabajado sobre tu libro ¿Hay esperanza?[3] y estamos muy felices de poderlo concluir contigo. Te pedimos que nos ayudes en el paso de seriedad y madurez que nos interesa: queremos crecer, ser felices y estar seguros. Empezaré con una pregunta muy sencilla. Si yo hubiera escrito el libro —¡imposible!—, habría puesto tres signos de exclamación al final del título. Porque habría dicho:  “¡Claro que hay esperanza! Es más, te la cuento”. ¿Por qué has titulado el libro ¿Hay esperanza? con un signo de interrogación? ¿Quieres dejar abierta la duda? Empecemos por ahí.

Pertinencia de la fe a las exigencias de la vida

Julián Carrón. Aprovechamos la ocasión para abordar directamente esta pregunta, porque, cuando elegimos el título hace unos años, nos preguntamos si era mejor plantear una afirmación o una pregunta. No una pregunta cualquiera: ¿hay una esperanza verdadera?, ¿hay esperanza?

¿Por qué decidimos plantear la pregunta? Queríamos, en cierto modo, abarcar cualquier situación humana, y llegar a todas las personas. Si se hace una afirmación, es como si se excluyera a quien no tiene esperanza. En cambio, si uno formula una pregunta que siente como propia, todos pueden verse incluidos por el hecho de que alguien se tome en serio sus interrogantes. Podríamos pensar que esto solo concierne (la pregunta) a quienes no son católicos, cuando en realidad es una cuestión particularmente interesante, sobre todo, para quienes lo son, para todos nosotros. Siempre me ha impresionado una frase de Giussani de hace algunos años, en la que describe la situación existencial en la que vivimos la fe. Dice así: «Nosotros, los cristianos, en el clima moderno, nos hemos separado no de las fórmulas cristianas [la esperanza, la caridad, las respuestas cristianas…], no de los ritos cristianos [aún quedan algunos ritos], no de las leyes del decálogo cristiano [aunque hoy cada vez más]. Hemos sido separados del fundamento humano, del sentido religioso. Tenemos una fe que ya no es religiosidad.»[4]. Me parece que, en muchas ocasiones, hemos repetido que “hay esperanza” dando por descontado su significado. Si una persona repite las cosas sin hacerse la pregunta de modo consciente, incluso si conoce la respuesta, esta no responde como debería al sentido religioso. La consecuencia es una fe que no es consciente de lo que supone. Esto lo entendemos perfectamente, porque es precisamente una fe no consciente lo que lleva a perder la fe. Lo que estamos viviendo, esta “separación” de la que habla Giussani, es porque durante años hemos repetido las fórmulas cristianas sin ser conscientes de la pregunta humana a la que respondían. Por tanto, la elección de incluir los signos de interrogación en el título no responde solo al deseo de abrazar a todos, sino, ante todo, a la urgencia que tenemos de no repetir fórmulas de modo formal. No es que no hablemos de la fe de modo sincero –¡atención!–, no pongo en duda la sinceridad de nadie, pero una cosa es la sinceridad y otra la conciencia de lo que decimos. Y esto se ve cuando la vida nos desafía.

A menudo nos sorprendemos porque lo que creíamos arraigado en nosotros, en realidad, no lo estaba. Podemos repetirlo, pero la urgencia del vivir nos empuja de nuevo a tomar en serio las preguntas para poder hacer el camino que no hemos hecho. Me sorprende que esta sensibilidad, que nosotros hemos aprendido de Giussani, es lo que nos urge hoy, como decía Daniele en la introducción citando al Papa León. El Papa lo ha repetido en otras muchas ocasiones, una de ellas fue en el mensaje de vídeo dirigido a los jóvenes de Chicago: «Todos vivimos con muchas preguntas en nuestro corazón. San Agustín habla muchas veces de nuestro corazón “que no tiene descanso” y dice: “Nuestro corazón no tiene descanso hasta que descanse en ti, Señor (Confesiones 1,1)”». Después añade: «Esta inquietud no es algo malo, y no deberíamos buscar la manera de apagar el fuego [de esta inquietud], de eliminar o incluso anestesiar las tensiones que sentimos, las dificultades que experimentamos. Más bien, deberíamos entrar en contacto con nuestro corazón y reconocer que Dios puede actuar en nuestra vida, a través de nuestras vidas y, [¡precisamente!] a través de nosotros, llegar a otras personas»[5]. Solo si tenemos esta percepción de nuestras preguntas podremos fácilmente –o, al menos, más fácilmente– llegar a otros que también las tienen y evitar la “leccioncilla religiosa” que a menudo damos ante las preguntas. Se trata, por el contrario, de  recorrer con las personas el camino que las hace conscientes de las preguntas y las lleva a encontrar la respuesta.

Justo anteayer, el papa León se dirigió a los obispos italianos y repitió la cuestión de otra manera: «En este escenario, la dignidad humana corre el riesgo de ser aniquilada u olvidada [porque, si falta la pregunta, la dignidad queda aplastada u olvidada], sustituida por funciones, automatismos, simulaciones»[6]. Cuando estas cuestiones fundamentales se aplanan y no buscamos una respuesta verdadera y adecuada a la dramaticidad de la pregunta, sustituimos las respuestas por funciones, roles, automatismos o simulaciones. «Pero la persona no es un sistema de algoritmos: es criatura, relación, misterio. Me permito, pues, expresar un deseo: que el camino de las Iglesias en Italia incluya, en coherente simbiosis con la centralidad de Jesús, la visión antropológica como instrumento esencial del discernimiento pastoral»[7], del camino del anuncio cristiano. De lo contrario, damos respuestas a preguntas que no vivimos, como hemos intentado hacer muchas veces, con las consecuencias que ahora son evidentes para todos.

Giussani inició el movimiento después de encontrarse con las respuestas de muchos jóvenes que tenía en clase, que habían vivido años de catequesis, además de la iniciación cristiana con el Bautismo y la Confirmación, y horas y horas de parroquia. Pero, al cabo de un tiempo, todo se había vaciado y muchos ya se habían alejado. Entonces, ¿qué hizo él? Lo que estamos diciendo: proponer la fe de manera razonable. Mostrar, tratar de mostrar, la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida. Este es un trabajo que hay que hacer constantemente, no de vez en cuando, sino cada mañana, cuando uno se despierta y se siente inmediatamente agobiado por las preocupaciones…«¿Hay esperanza?». No estamos hablando de un pasado lejano, sino de cada mañana. Por eso, como dice el Papa, esta percepción de lo humano es un instrumento «esencial» para la comunicación de la fe. Si hay alguien que puede entenderlo somos nosotros, que hemos encontrado el carisma de don Giussani, porque lo que él hizo fue precisamente esto: el punto de partida para experimentar que Jesús no es un mero nombre, una palabra en el fondo vacía, es la percepción de uno mismo. Solo quien tiene esta ternura consigo mismo, una plena conciencia de sí y de su propio drama, podrá comprender el significado de Cristo. De lo contrario, la palabra Cristo se pronunciará como un mero nombre.

El Papa continúa: «Sin una reflexión viva sobre lo humano —en su corporeidad, en su vulnerabilidad, en su sed de infinito y en su capacidad de vínculo—, la ética se reduce a un código [cosas que hay que hacer, que no percibimos como adecuadas a las exigencias de la vida], y la fe corre el riesgo de desencarnarse». Una fe, diría Giussani, que no es razonable, que no se percibe en toda su conciencia.

Por eso me parece que no se trata simplemente de un problema del “signo de interrogación” en el título, sino que, detrás de este signo de interrogación está el método del anuncio cristiano. Para que el intento de responder a tu pregunta, Eugenio, no sea formal, cada uno puede verlo en su propia vida: para nosotros, ¿cada instante, cada momento de la vida, contiene esta dramaticidad o es un formalismo vacío? Muchas veces, en el fondo, nos despertamos ya abatidos. Me viene a la cabeza una persona con la que dialogué la semana pasada en Madrid: se sorprendía al oír hablar de esta dramaticidad que asalta al despertar. Es como si, desde el primer instante, el aplanamiento ya hubiera ganado.

Eugenio Nembrini. Lo bonito es que en el trabajo que hemos hecho este año ha habido muy poco aplanamiento, ¡al contrario! La realidad, a muchos de los presentes les ha conmovido, les ha provocado el emerger de preguntas. Así que empecemos. Alessandra.

Alessandra. Lo que más me impactó fue precisamente ese “signo de interrogación” que siempre enciende y pone en marcha el trabajo personal. La respuesta, de hecho, no está prefabricada. En este sentido, me han llamado la atención los tres criterios que Giussani enumera para entender cuándo se puede confiar en una persona o en un lugar. Este juego de comprender, en el otro y en uno mismo, si los criterios son verdaderos, te lleva a la verdadera correspondencia, como en una auténtica relación amorosa. ¿Puedes explicarlo mejor? Yo lo he visto como dinamismo, pero ¿puedes explicarlo mejor? Porque intuyo que uno hace suyos esos tres criterios y luego los encuentra también en el otro, y viceversa. Pero quería ver si lo he entendido bien.

Carrón. Quiero entender exactamente cuál es tu pregunta.

Alessandra. Si puedes explicar mejor los tres criterios.

Carrón. Pero ¿por qué?, ¿qué te ha llamado la atención?

Alessandra. Me ha llamado la atención que, en mi experiencia, cuando percibo estos tres criterios…

Carrón. Danos algún ejemplo de dónde los ves.

Alessandra. Ahora no sé explicarlo, pero cuando percibo en una relación que una persona es sincera conmigo, me pregunto: “Pero yo, ¿tengo estos criterios, esta gratitud, esta lealtad, para dárselos al otro?”. Es devolver al otro lo que yo querría para mí. Por lo tanto, me gustaría entender si he entendido que esto es verdadero para mí, porque me hace caminar.

Carrón. ¿Dónde has visto que es verdadero? Ponme un ejemplo. Porque este es el trabajo que hay que hacer, ¡no podéis pensar que yo voy a hacer el trabajo por vosotros, olvidaos!

Alessandra. Ahora no se me ocurre nada…

Eugenio Nembrini. Piénsalo.

La evidencia de una experiencia

Isabella. Estoy muy agradecida por el trabajo que hemos hecho juntos este año con tu texto y aprovecho para pedirte ayuda de nuevo. Hace cuatro años me diagnosticaron esclerosis múltiple, lo que supuso un cambio radical en mi vida y me introdujo en una nueva conciencia, que puedo resumir con las palabras de Eugenio: «Lo importante, ante las cosas, no es qué hacer, sino estar». Luego llegó Pietro, nuestro primer hijo, que voló al cielo durante el séptimo mes de embarazo. También en este caso me vino a la mente una frase de Eugenio: «La cuestión es si se trata de un dolor desesperado o de un dolor con Cristo». Comprendí que, cuanto más vivo estaba y está ese dolor, más viva es la petición de que Cristo se manifieste en mis días. Así es como puedo decir que Cristo ha vencido también dentro de esa muerte. Voy al grano. Se nos ha concedido otra gran gracia: estamos esperando al pequeño Matteo. Al igual que con Pietro, desde el principio tuvimos claro que esa vida nos había sido regalada. Al mismo tiempo, sin embargo, se apoderó de mí la ansiedad y el miedo de que él también pudiera volar al cielo antes de tiempo; una ansiedad que, en algunos momentos, se vuelve realmente grande. A veces, incluso después de todo lo que hemos vivido, me encuentro diciendo un “esperemos que sí” estéril. Poco antes de una visita al pequeño, una amiga de los Quadratini me escribió y me dijo: «Rezo para que se haga Su voluntad», y yo repetí el Padrenuestro pensando que, si por una vez mi voluntad y la Suya coincidieran, no estaría tan mal. Al contárselo a don Eugenio, me dijo: «Reza para que todo vaya bien y se haga Su voluntad: las dos cosas coinciden». Desde ese día, rezo para que el pequeño crezca y esté bien, y para que también crezca mi fe, porque me cuesta tener esta confianza total en Cristo, y es en esto en lo que te pido ayuda. A veces me pregunto si la mía no es una fe pequeña y estéril, incapaz de generar la esperanza cierta de la que nos has dado tantos ejemplos en tu libro.

Carrón. Los criterios de los que hablaba antes Alessandra surgen al enfrentarse a la realidad. Isabella puede haber estado aplanada muchas veces, dando todo por sentado, pero un desafío como el que ha tenido que afrontar ha despertado toda su necesidad. Y, después de haber atravesado ese momento, ahora, ante Matteo, todo se amplifica aún más. Entonces, ¿qué vemos en la experiencia? A menudo tendemos a pensar que debemos hacer razonamientos artificiales y un poco abstrusos, pero no es así. Con respecto a los criterios de los que hablábamos, Giussani dice: «En la experiencia, la realidad de la que tomas conciencia y que pruebas —es decir, que te impacta, te conmueve (affectus)— hace saltar los criterios del corazón, despierta tu corazón que antes estaba confuso y dormido y, así, te despiertas tú mismo. Ahí comienza tu camino, porque estás despierto, eres crítico»[8]. Te vuelves consciente de ti mismo. Entonces, ¿cómo sucede esto? Nuestra pregunta mítica es: “Pero, ¿cómo se hace?”. Como si fuera algo complicado, solo para expertos, para gente que no tiene nada mejor que hacer que elucubraciones mentales. ¡No, la vida urge! Y cuanto más urge, más te desafía. Lo hemos repetido muchas veces: a quien se le ahorre el esfuerzo de vivir no podrá tomar conciencia de sí mismo, despertar y ser realmente consciente de sí, de su propia necesidad humana y de la vibración de su propia razón. Tú no has tenido que recorrer un camino complicado para despertar toda la urgencia de tu razón, ¡ha salido a la luz simplemente viviendo! Y, después del camino recorrido, no ha decaído ante lo que has vivido y ante la espera de Matteo: ¡está aún más viva!

En el fondo, pensamos que Cristo viene a aplanarlo todo: una vez que hemos atravesado la situación, todo se aplana. En realidad, si observamos lo que sucede, es justo lo contrario, en dos aspectos. Primero, Cristo no nos prometió que el encuentro con Él nos ahorraría el esfuerzo de vivir. La urgencia continúa: después de lo que has vivido y ahora con la llegada de Matteo, la urgencia sigue viva. Segundo, el encuentro cristiano no solo no aplana la pregunta, sino que la despierta aún más si estamos atentos a la experiencia. Cuanto más se ve la presencia de Cristo en acción, más familiar se vuelve su excepcionalidad; cuanto más nos impacta constantemente la novedad que introduce, más despierta, como en todos los que estaban ante Él, la pregunta: «¿Quién es este?». Es lo contrario al aplanamiento de las preguntas, en todos los sentidos. Cuanto más se ve provocada una persona, de una forma u otra por algo real, más emerge la pregunta.

¿Qué puede responder a la urgencia que sientes ahora, ante el don de Matteo y ante la ansiedad? ¿Qué has aprendido? ¿Y si esta ansiedad, provocada por el afecto que sientes por Matteo, fuera la ocasión para que la respuesta nunca fuera obvia y Cristo se convirtiera en algo real, al que descubres cada vez más en su densidad y en su pertinencia para tu ansiedad? Si mañana, cuando todo vaya bien, desapareciera la pasión por el destino de Matteo, ¿qué le comunicarías a tu hijo? ¿Fórmulas vacías? ¿O le comunicarías, con tu vida, cada vez que te viera la cara, que la respuesta a su ser, a su existencia, es algo que está sucediendo para ti? Si nos ahorramos esto, veremos cómo una fe que se separa del sentido religioso se vuelve formal. En el fondo, un instante después, nos volvemos formales porque ya lo sabemos. ¿Cuál es la modalidad con la que puedes liberarte de lo “ya sabido”? La ansiedad. Porque, como ha dicho el Papa, no pensemos que la ansiedad, sea cual sea la forma en que se exprese, es negativa. Esta es la percepción que nosotros tenemos. Pero si no la sintieras, no podrías reconocer a Cristo cada día como respuesta, no podrías ver cómo responde a tu inquietud, como un hecho presente, una Presencia capaz de responderte. Si no es así, ¡todo es formal! Podemos incluso repetir las fórmulas, pero «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»[9].

La fe es el reconocimiento de una Presencia que necesitamos para vivir, no la repetición formal de fórmulas ya conocidas. De hecho, la ansiedad demuestra que la fe como reconocimiento es escasa, mientras que, como repetición formal de fórmulas, ¡hay de sobra! Si no entendemos esto, no vemos —como dice el Papa— que la inquietud no es negativa, y se convierte en «el fuego» que queremos apagar, eliminar o anestesiar. Pero si nos anestesiamos, ¡la consecuencia es que Cristo es un mero nombre! En el fondo, no nos dice nada, sobre todo a nosotros. Imagina a Matteo cuando te vea la cara, imagina a los vecinos cuando se encuentren contigo en el rellano…como si todo fuera ya conocido y no algo que te sorprendes viviendo, ¡algo que está sucediendo ahora! Y que se despierta constantemente, de muchas maneras: a través de la ansiedad, la preocupación, la pesadez… Cada uno puede rastrearlo en su propia vida, basta con preguntarse hoy (¡hoy!): “¿Cómo me he despertado? ¿Y cómo he respondido a este despertar?”. ¿Ya estaba anestesiado por entero? ¿Hemos prolongado el sueño durante todo el día o, en algún momento, nos hemos visto sorprendidos por la urgencia de vivir? Y, cuando nos ha sorprendido la urgencia de vivir, ¿cómo la hemos afrontado? ¿Qué hemos descubierto? ¿Cuál es la estructura de la reacción que hemos tenido? ¿Ha sido el reconocimiento gozoso de una Presencia —“¡Menos mal que estás aquí!”— o ha sido solo la repetición de algo “ya sabido”, sin la percepción de que algo ocurría en nosotros como un acontecimiento presente? Si Cristo no es un acontecimiento presente, es inútil para vivir.

Me ha sorprendido siempre una fórmula de Giussani realmente asombrosa: «El cristianismo, al ser una Realidad presente [no una fórmula repetida formalmente], tiene como instrumento de conocimiento [¿cómo puedo conocer verdaderamente lo que es el acontecimiento presente?] la evidencia de una experiencia»[10]. ¡La evidencia de una experiencia! Se comunica como el encuentro con la persona amada: la evidencia de una experiencia. No una repetición: “¡Ah, ya lo sé!”. Porque, al ser un acontecimiento presente, el amor —al igual que el acontecimiento cristiano— tiene como único instrumento de conocimiento la evidencia de la experiencia que sucede. Y entonces, ahí, se ve si responde a los criterios que tenemos en el corazón. Vemos si uno, al respondernos, habla de la experiencia que vive ante la exigencia que encuentra en él cuando la vida despierta las preguntas. De lo contrario, repetimos lo “ya sabido” sin que pase nada.

Lo peor es que también el cristianismo se convierte en esto: en algo ya sabido. Si no percibimos el cristianismo como percibimos la experiencia amorosa, como la experiencia que vivimos por el impacto que produce la presencia del otro dentro de nosotros, nos acostumbramos a repetir palabras vacías. Pero la urgencia de una presencia es tan decisiva que, solo cuando sucede, encuentra respuesta. Como veis, no hay que añadir nada engorroso a la experiencia. Lo complicamos nosotros intentando aferrarnos a un clavo ardiendo, pero en la experiencia sucede así. Como sucedía al principio: «¡Nunca hemos visto nada igual!», decían los que se encontraban cada día con Jesús. «Nunca hemos visto nada igual». Por el constante suceder de esta experiencia, porque el instrumento de conocimiento de un acontecimiento presente es la evidencia de una experiencia.

Lucia. Leo la pregunta de una Quadratina que no ha podido venir: «Tras el mal resultado del TAC, el tumor ha avanzado, y mi hija de 19 años me dice: “Entonces, las oraciones no sirven”. Le he respondido que no siempre el designio de Dios coincide con lo que nosotros queremos, pero esta respuesta ni siquiera me ha satisfecho a mí. Me ha dado la impresión de que lo que nos sucede, cuando no corresponde con nuestros deseos, aunque sean buenos, lo hace Dios sin tener en cuenta nuestro bien. ¿Me puedes ayudar?».

Carrón. ¿Y tú cómo la ayudaste?

Eugenio Nembrini. ¡Tú tendrías mucho que decir!

Lucia. Me identifico plenamente con su pregunta.

Carrón. ¿Ves? Si no te tomas en serio la pregunta para ti misma, cuando llega una persona que te la hace, no sabes qué responder. Hacemos la prueba de lo que vivimos ante las preguntas de los demás, porque nos hemos saltado ya las nuestras. Esta pregunta te ha hecho mirar la tuya. ¿Y cómo le has respondido? ¿Cómo te respondes a ti misma, para poder responder a los demás?

Lucia. Perdí a mi marido, se suicidio hace dos años y eso, sin duda, no se correspondía con lo que yo deseaba. Sin embargo, lo que ha sucedido en estos dos años, tanto para mí como para mi hijo, que está en una comunidad de recuperación, ha sido un florecimiento.

Carrón. Es decir, ¿cómo has encontrado la respuesta a esa pregunta?

Lucia. Aunque sin duda no se correspondía con lo que yo quería, después de lo que pasó…

Carrón. ¿Jesús escuchó tus oraciones o no?

Lucia. De otra forma, sí.

Carrón. No podemos volver a responder formalmente a estas preguntas. Como en tu caso. Recuerda cuando te pasó a ti: cualquiera que te hubiera respondido, ¿habría sido capaz de convencerte tal como estás convencida ahora?

Lucia. No.

Carrón. No. ¿Por qué? ¡Porque el instrumento de conocimiento, como decíamos, es la evidencia de una experiencia! Y, por tanto, si no experimentas la respuesta como tú la has experimentado, otro puede decírtelo como hipótesis de trabajo, pero no te convencerá hasta que no ocurra en ti la respuesta, la verificación de la hipótesis que te han ofrecido. ¿Entiendes? Entonces, ¿qué podemos decirle a tu amiga? No puedes ahorrarle el camino que tú has recorrido. Me interesa, sobre todo, que relaciones la experiencia que has vivido con la pregunta que me haces. ¡Porque ya tienes la respuesta a la pregunta en tu experiencia! Pero como muchas veces no nos damos cuenta de la experiencia que vivimos, repetimos cosas: pedimos respuestas, pero si no partimos de nuestra experiencia, las respuestas nos resultan, en el fondo, abstractas. ¡Yo no podría decirte nada más pertinente que la experiencia que tú has vivido en estos dos últimos años! Es, sin comparación, una respuesta más pertinente, más evidente a tus ojos como experiencia, que cualquier cosa que yo te diga. Como no nos damos cuenta, repetimos la pregunta en abstracto, olvidando lo que ha hecho el Misterio ¡y cambiando el método con el que el Misterio ha respondido a nuestra pregunta! ¿Cómo respondió el Misterio a tu pregunta? ¿Dándote una lección? No, haciéndote vivir una determinada experiencia, porque el instrumento de conocimiento de un acontecimiento presente es la evidencia de una experiencia. Te ha hecho vivir una experiencia tal que ahora, cuando te he presionado, has tenido que contarla: ha sido un florecimiento. ¡Y solo esto puede convencer!

Pero, si no aprendes que esto es lo que te ha convencido, ¿qué podrás decirle a la amiga que te hace la pregunta? ¿Cuál fue el error que cometiste? En lugar de contarle cómo te respondió a ti el Misterio, abstrajiste la respuesta. La abstracción de la respuesta no convenció a la hija de tu amiga ni a tu amiga. Es normal, porque para convencer con un acontecimiento, ¡hay que participar en él, hay que revivirlo! ¿Significa esto que no se le puede decir nada? ¡Puedes decirle cuál fue el camino a través del cual el Misterio te respondió a ti! Porque es mucho más convincente que cualquier respuesta teórica: «Mira, tú me cuentas esto de tu tumor, y a mí me pasó esto, esto y esto… He visto que Él me ha respondido a través de esta experiencia, esta experiencia y esta experiencia. Ahora decide tú si quieres comprobar lo que yo he comprobado. Y luego me dices si el Misterio responde o no a la pregunta».

Solo así es posible darse cuenta de que responde más allá de toda medida: no porque nos cure de la enfermedad, sino porque nos llena con tal sobreabundancia de Su presencia, que lo cambia todo. Y esto es más decisivo que la curación. ¿Por qué? Porque todos tenemos una enfermedad crónica, Tarde o temprano llega, como un tren a la estación, puntual. Jesús no vino a curar a todos los enfermos de su tiempo, ni a curar todas las enfermedades que nos pueden sobrevenir. Vino a encender una esperanza que permita responder a lo que te ha sucedido a ti y a lo que le ha sucedido a ella. Solo si me doy cuenta de la gracia que significa Su presencia, de cómo responde de una manera sobreabundante, entonces entiendo que ha respondido. ¡Más allá de toda medida!

Si, en el fondo, pensamos que tenemos la respuesta en el bolsillo y no hemos comprendido el alcance de Su presencia, mañana volveremos a empezar, como decía Isabella. Si ella no aprende de lo que ha vivido antes para mirar ahora a Matteo, se encuentra con la ansiedad y esperando de nuevo en el punto de partida, esperando solo que todo salga bien. Aquí verifica lo que ha aprendido antes. No es mecánico ni evidente que, por haberlo experimentado, haya quedado algo en su experiencia, en su vida, en su mirada, que pueda transmitir a Matteo. ¡Y la vida de Matteo será dura, será (una vida) sin esperanza si no tiene a alguien que se la transmita!

Por tanto, me interesa que nos demos cuenta de cuán a menudo nos alejamos del método que Dios usa con nosotros cuando respondemos a las preguntas de los demás. Con nosotros, el Misterio actúa de una manera, y es la única posibilidad de persuadirnos, pero luego, al no experimentarlo realmente, al no crecer en la conciencia de cómo obra el Misterio, cuando el otro nos hace una pregunta, le damos una respuesta que no nos habría servido a nosotros. ¡No nos sorprendamos de que no le sirva! ¿Qué misterio hay en que al otro no le sirva lo que no te ha servido a ti? Por tanto, no es que no haya respuesta; el problema es que no aprendemos de la respuesta, del método a través del cual el Misterio responde. Y a tu amiga no puedes responderle con un manual de instrucciones: debes darle una sugerencia del camino que puede seguir si quiere saber cómo responde el Misterio a su pregunta, a su oración. De lo contrario, nadie la convencerá.

Testimonio y Resurrección

Eugenio Nembrini. Haré una pregunta. El último capítulo sobre el que trabajamos era «Sostener la esperanza de la gente». Rosa, nuestra secretaria, envió esta pregunta porque hemos vivido un momento muy duro entre nosotros, me refiero a nosotros, los Quadratini: «Con dos días de diferencia, dos amigas mías, una de los Quadratini  y otra que hace años estuvo en misión conmigo en el PIME, se quitaron la vida. Dos personas a las que quería y que consideraba de gran fe; claro, sufrían el mal de vivir, ese monstruo terrible que siempre te pone ante los ojos la inconsistencia de la realidad y, en el corazón, una necesidad que es un abismo infinito. Pero no puedo despachar el asunto pensando simplemente en la enfermedad que las devoraba; no me basta. Se me ha hecho evidente que ni la compañía de los Quadratini, ni sus seres más queridos, ni la fe, paradójicamente, han podido evitar el gesto extremo de estas amigas. Pero entonces, ¿cómo puedo afirmar que es posible sostener la esperanza de los hombres si no basta mi esperanza, mi fe o incluso mi vida como testimonio de esperanza?».

Carrón. Estupendo. ¿Qué opináis? Cada uno de nosotros debe responder a esta pregunta, porque si no es hoy, será mañana, y se volverá en nuestra contra. En el fondo, pensamos que nuestro testimonio —que es absolutamente decisivo— puede ser la panacea, el remedio mágico. Esto no quiere decir que el testimonio no sea fundamental, ante todo para nosotros, independientemente de cómo lo reciba el otro, pero el testimonio por sí solo no resuelve mecánicamente la situación.

Os desafío con un hecho al que he tenido que recurrir muchas veces ante preguntas como esta. ¿A Jesús se le ahorró esta cuestión? ¿O debe pasar toda la eternidad lamentándose por no haber detenido a Judas? ¿Le faltaba algo al testimonio de Jesús? ¿O su testimonio es algo que no anulaba  en absoluto la libertad y, por tanto, dejaba todo el drama de la vida para responder o no a la potencia del testimonio? En última instancia, podemos decir: por grande que fuera el testimonio, tal vez no fue suficiente…y, así, se explica lo que sucedió. Pero, ¿le faltaba algo al testimonio de Jesús? ¿O era Él “el testigo”? A Él no se le ahorró la cuestión que ahora abordamos. No estoy diciendo que, como a Jesús no se le ahorró, entonces podemos despreciar el testimonio. No. Así como Jesús no nos privó de su testimonio hasta el final, también nosotros estamos llamados, en la medida de lo posible, a dar testimonio de lo que el Misterio nos ha dado como gracia. Jesús respondió al designio del Padre como todos sabemos. Es el testimonio que vivió también ante Judas y ante quienes luego lo abandonaron, los doce. Por tanto, ni siquiera un testimonio así es mecánico, sino que siempre deja espacio a la libertad, sea cual sea la forma en que se exprese.

Entonces, ¿cómo respondería Jesús a la pregunta que nos estamos planteando? La respuesta de Jesús es su Resurrección, porque si hubiera faltado algo en su testimonio, el Padre no lo habría resucitado. Y, si Cristo ha resucitado, significa que puede haber esperanza también para Judas y para cualquier otra persona. Jesús nos muestra que la última palabra sobre su vida, sobre su testimonio, es la confirmación del Padre, que lo resucita para todos. Mirad, la última palabra sobre la vida y sobre nuestros intentos, a veces extremos, a veces trágicos —y que ni siquiera podemos juzgar, porque de internis neque Ecclesia (de las cosas internas, ni la Iglesia) y menos aún ante ciertas situaciones como la que describías—, la última palabra sobre la historia es la de Dios, que es la Resurrección. Toda nuestra fragilidad no ha impedido al Padre ponernos ante la victoria de su Hijo: la última palabra sobre la vida es su Resurrección. Solo esto nos convencerá, como los discípulos solo se convencieron cuando experimentaron al Resucitado.

Veamos los relatos de la Resurrección: los demás no llegaron a hacer lo que hizo Judas, pero Pedro estaba allí, todavía enredado en su remordimiento: «¿Me amas?»; los dos de Emaús regresaban a casa desconsolados, sin esperanza; Tomás, que si no pone el dedo en la llaga no cree… A nadie, ni siquiera después de la Resurrección, se le ahorró el camino. ¿Qué les pudo vencer? La experiencia de la Resurrección, no la afirmación de la Resurrección: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?». Es decir, de nuevo, como decíamos antes, el cristianismo, al ser una realidad presente, tiene como instrumento de conocimiento la evidencia de una experiencia. Esto es vertiginoso, porque no bastan las fórmulas, no basta la repetición formal del anuncio. Es vertiginoso porque tenemos que esperar a que suceda, ¡como ellos tuvieron que esperar a que la experiencia respondiera a todas sus dudas, al acontecimiento de una experiencia viva!

Esto es lo bello del momento histórico que vivimos: antes nos contentábamos con las fórmulas cristianas, ahora ya no. Si el cristianismo no vuelve a ser lo que es —un acontecimiento—, ninguna reducción del acontecimiento a doctrina, a ética, a explicación, podrá responder a la dramaticidad de la vida. El hecho de que no podamos prescindir del acontecimiento, porque solo el acontecimiento corresponde plenamente a las preguntas, a los criterios de juicio, ¿es un problema o es una ventaja para descubrir la naturaleza del cristianismo? Respondiendo teóricamente, nunca estaremos convencidos. Porque el cristianismo, al ser una realidad presente, tiene como instrumento de conocimiento la evidencia de la experiencia, es decir, la participación en el acontecimiento que es el cristianismo. Y esto, si lo pensamos bien, es estupendo.

Nembrini. Sí, pero aquí te detengo, porque muchos me han preguntado: «Pero, al final, ¿esta esperanza es solo para los cristianos? ¿O es una cuestión de razón? ¿Es de fe o de razón?». Muchos me lo preguntan, incluso en la concreción de experiencias, gente que se encuentra con enfermos, los ve vivir de una determinada manera y dice la famosa frase: «¡Qué suerte tienes tú, que tienes fe!», «¡Cómo me gustaría tenerla a mí también…!», para poder afrontar la circunstancia. Entonces, ¿es una cuestión de fe o de razón? La esperanza, este camino que has descrito de manera maravillosa esta noche, ¿es posible para todos o solo es posible…?

Carrón. Cada uno, también en esto, debe responder con su propia experiencia. Así como no podemos ahorrárnoslo entre nosotros con fórmulas —como veis, no es que nos decimos las cosas y ya nos convencen—, tampoco podemos ahorrárselo a los demás. Y aquí cada uno debe verificar aquello a lo que se adhiere como hipótesis de trabajo. Yo puedo dar testimonio de lo que vivo y por qué lo vivo así. Si tú logras vivirlo, ¡me alegro contigo! Pero no te digo que “debe ser así”; te digo lo que yo experimento. ¿Ves que yo experimento esto? Porque esa pregunta no surgiría si no vieran algo en los Quadratini por cómo viven sus desafíos que, como sabemos, no son triviales: se acompañan, momento a momento, en el camino hacia el encuentro con el Misterio; no tienen un resfriado o una pierna rota. Son personas que están mirando a la muerte a la cara, ¿no? Y se despiden, semana tras semana. Y esta forma de estar ante la muerte sin huir, el otro la ve y la reconoce, porque si no, no se haría la pregunta; si ya tuviera la respuesta, la seguiría. Pero si, a pesar de todos sus intentos, no encuentra la respuesta, ¿qué podemos hacer? Solo dar testimonio.

Y aquí les pasa a los demás lo que nos pasa a nosotros: nos escandalizamos de  la forma con que actúa el Misterio. Porque nosotros tenemos la misma pregunta que Judas Tadeo le hace a Jesús: «Señor, ¿cómo es que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?». La respuesta es impresionante. ¿Cómo responde Jesús a esta pregunta? Os leo una cosa que dijo el papa Benedicto en una de sus homilías privadas, publicada recientemente: «El Resucitado no debería mostrarse solo a un pequeño grupo de elegidos, sino que debería ir también a Pilato, a los sumos sacerdotes, al Sanedrín, y así, con su fuerte presencia, aclarar a todos que Él es el resucitado, sin dejar ninguna duda; debería vencer precisamente con la fuerza de su presencia»[11]. Es decir, debería imponerse con la fuerza de su presencia viva. Y cuando Tadeo dice «no deberías mostrarte solo a nosotros, sino también a los demás», «también nosotros estamos tentados de decir lo mismo», continúa el papa Benedicto. «Pero Dios es diferente». ¿Y cuál es la diferencia? En que si lo hiciera, se impondría, pisoteando la libertad. Porque sería tan evidente… En cambio, dice Ratzinger, «Dios es diferente, Dios nos deja libres». ¿Estamos seguros de que, si se apareciera ante todos los que dicen no creer, no dirían que es una visión? ¿Cuál es la diferencia entre un cambio real y la imagen del cambio que ellos tienen? «Dios es diferente», y lo vemos en carne propia: «Dios nos deja la libertad y nos espera en un camino de búsqueda», dice el papa Benedicto. Deja todo el espacio a nuestra libertad. Y ver la experiencia de los Quadratini es una respuesta más que pertinente a esto. Porque muchos llegan con objeciones, blasfemando, rebelándose, protestando, enfadados con todo y con todos. Al no cambian al día siguiente de llegar. No tienen una “visión” de todos los Quadratini contentos y por eso se rinden ante la evidencia. Él también los espera en un camino, respetuoso con la libertad.

Dejar entrar la presencia de  Cristo

Eugenio Nembrini. ¿Me regalas dos minutos más? Porque precisamente esta era la otra pregunta que surgió mucho: el camino. Es preciosa la expresión que has usado: «Dios nos deja la libertad y nos espera en un camino de búsqueda». Muchas veces entre nosotros, como hemos visto también este año, concebimos el camino como cosas que hay que hacer, incluso religiosas. ¿Qué tengo que hacer para recorrer este camino? Me parece, en cambio, que cuando tú dices “camino”, cuando el Papa dice “camino”, os referís a otra cosa distinta al “qué hacer”. Quizá sea una pregunta un poco personal, pero ¿qué camino estás haciendo tú ahora?

Carrón. El camino que estoy haciendo es el que os cuento cada vez que hablo. El camino que hago es que, cada mañana, me encuentro ante el abismo y podría repetirme cosas, pero no me convencerían. No es “qué hago”, es que sé lo que ha pasado en mi vida, qué experiencia he vivido, qué tipo de Presencia ha entrado en mi vida. Y entonces, ¿qué hago? Dejo que esa Presencia entre de nuevo. ¿Qué hace un niño cuando tiene miedo? Deja que entre la presencia de su madre. El camino no es una abstracción, no es hacer no sé qué.

Atención, no es que no haya que hacer nada; hay que ver qué pasa en los que llegan enfadados… ¿qué camino hacen? Se quedan delante de los Quadratini (imagen de las personas en la pantalla digital) , incluso protestando, porque «ellos son felices, mientras que yo sigo atrapado y no consigo vivir feliz como viven muchos de ellos… ¿Y yo qué hago?». Estar ante esa presencia. Y estando ante esa presencia, me dejo invadir por ella, como vosotros veis que las personas en este camino empiezan a dejar entrar una Presencia que marca la diferencia. Si esta Presencia no se vuelve familiar, la sustituimos por fórmulas que no nos convencen y seguimos quejándonos. Por eso Giussani, como recordaba hace años, por la mañana, al despertarse, si uno no atraviesa toda la “ganga”[12]  de los pensamientos —con todas sus facetas: preocupaciones, enfados, rebeldías, ¡todo, todo, todo!— hasta llegar a Su presencia, Jesús siempre será un desconocido. Porque si uno no Le deja entrar, no puede estar ante la realidad.  Un  niño, ¿qué trabajo tiene que hacer? En lugar de dejarse determinar por sus propias limitaciones, por su miedo, dejar que entre la presencia de la madre.

La cuestión es si estamos dispuestos, en un momento dado —con el tiempo que necesitemos, viendo que todos nuestros intentos no cambian nada—, a rendirnos ante la evidencia de lo que sucede si Le dejamos entrar. Y solo cuando las personas, después de años o meses de convivencia con los Quadratini, comienzan a dejar espacio a lo que ven, empiezan a participar en lo que sucede en los demás. Esto solo se puede testimoniar, no se puede imponer de ninguna manera.

Muchas veces pensamos que se necesita poder. El papa Benedicto habla de ello, después de lo que os he leído, porque también los discípulos tuvieron que recorrer este camino. A menudo creemos que el poder es lo único capaz de cambiar, de crear un mundo bueno. Esto parece muy evidente para todos, pero también ahí Jesús dice: «¡No!». Y al igual que las otras dos tentaciones que acompañan toda su vida (a Jesús no se le ahorró atravesarlas todas), esta tentación aparece varias veces. Pensemos, por ejemplo, en el momento en el que, en Cesarea de Filipo, Pedro comprendió y confesó: «Tú eres el Mesías». Jesús lo elogia y le dice: «Sí, esto lo has comprendido tú porque el Padre te ha dado este conocimiento». Pero luego continúa: «Aún no has comprendido lo que es realmente el Mesías; el Mesías debe sufrir, ser traicionado, entregado a los paganos, crucificado». Entonces san Pedro lleva a Jesús aparte y le dice: «¡No! ¡Tú eres el Mesías y un Mesías no sufre!». Aquí Jesús se siente como en el desierto, ante el diablo, y dice: «¡Apártate de mí, Satanás!» (cf. Mt 16, 13-28). Esta tentación permanece siempre, también en la historia de la Iglesia. Muchas veces, con los imperios cristianos, hemos intentado dar poder a Jesús, excluir la debilidad de Dios; también hoy hacemos muchos intentos en este sentido, y Jesús nos dice: «¡No! Así no puedo ser su rey. Solo puedo ser su rey de una manera muy diferente, a través de la pasión y del amor. En otras palabras, Jesús no vino a liberarnos del sufrimiento, sino a liberarnos a través del sufrimiento, para entrar en este misterio de transformación que forma parte de la esencia del amor»[13]. No ahorra el sufrimiento, pero, a través de él, introduce una forma de vivirlo que lo cambia todo, como se ve en los Quadratini.

Por tanto, solo este camino, que no es nada complicado, el que debemos aprender. Porque —tienes toda la razón— la gente a menudo se pierde en él. Por eso, la única manera está en lo que decíamos al responder a Lucia: si no entiende el camino que Dios hace con ella, no sabrá indicar a los demás cuál es el camino que seguir. Porque el camino que Dios recorre con nosotros es sencillo, es el mismo que recorrió con Pedro y con los demás. Si no lo comprendemos a través de la experiencia, proponemos a los demás un camino artificial o nos lo inventamos, en lugar de seguir la forma en que Él hace las cosas. Espero  que lo aprendamos, sin aprenderlo  no habrá una respuesta adecuada a la pregunta: ¿hay esperanza?

Eugenio Nembrini. Gracias Julián. Gracias porque nos haces ver y experimentar que el camino humano es sencillo. No es fácil, pero es sencillo: tomarse en serio, abrazar —como has descrito esta noche— todas las preguntas que habitan en nuestro corazón, no huir de la realidad como el lugar donde el Misterio dialoga con cada uno de nosotros. Pedimos a Dios que nunca nos falten rostros, personas, testigos, en los que emerja con más verdad y belleza que “estoy bien hecho”…Pero, como nos has dicho, ni siquiera el testigo es suficiente, ni siquiera Jesús en persona: eres necesario tú, con toda tu humanidad, que está perfectamente hecha para este camino.

 

Notas:

[1] Este texto corresponde a un diálogo con  Julián Carrón y Eugenio Nembrini que tuvo lugar el  19 de junio de 2025 promovido por la Fundación San Michele Arcángel. Eugenio Nembrini es un sacerdote que está al frente de la iniciativa Quadratini, una red de enfermos graves que se hacen compañía a través de conexiones digitales.

[2] León XIV, Mensaje Pontificio a los participantes en el Seminario del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 2 de junio de 2025.

[3] Edición española editada por la Revista Huellas https://www.clonline.org/es/publicaciones/libros/2021-06-14-hay-esperanza. Edición italiana: J. Carrón, C’è speranza? Il fascino della scoperta, Editrice Nuovo Mondo, 2021.

[4] L. Giussani, «La conscienza religiosa nell’uomo moderno», Chieti 1986, en A. Savorana, Vita di don Giussani, Bur, Milán 2014.

[5] León XIV, Mensaje de vídeo a los jóvenes de Chicago y del mundo entero, Wrigley Field de Chicago, 14 de junio de 2025.

[6] León XIV, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, Aula de las Bendiciones, Vaticano, 17 de junio de 2025.

[7] Ibidem

[8] L. Giussani, ¿Si può (¿veramente?) vivere così?, Bur, Milán 2011, p. 83.

[9] Lucas 18:8

[10] L. Giussani, Avvenimento di libertà, Marietti 1820, Génova 2002, p. 190.

[11].⁹ Benedicto XVI, «Imparare a essere cristiani», il Foglio, 17 de mayo de 2025.

[12] En minería, materia que acompaña a los minerales y que se separa de ellos como inútil.

[13] Benedicto XVI, «Imparare a essere cristiani», il Foglio, 17 de mayo de 2025.

 

  • Texto no revisado por el autor

Lee también: El hombre en una sociedad patoplástica

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