Cuestiones educativas de este tiempo que nos toca vivir
Dicen que aprenderemos de esto. Que nos transformará en menos pretensiosos, que se transmutarán valores y regresaremos a las cosas que verdaderamente importan, que seremos más humanos. Perdonad el pesimismo.
¿Qué aprendimos de la 2ª guerra mundial, de los campos de concentración y del holocausto? ¿Qué fraternidad global provocó la conciencia de tanto sufrimiento? ¿No hemos visto después a hombres amontonados en campos de refugiados, nuevos éxodos y a una multitud perdiendo salud y esperanza en el tránsito de llegar a nuestra casa para después devolverlos porque no tenemos solución o porque nos da miedo abrir una puerta que no sabemos dónde nos llevará?
“De todo se aprende”, oigo decir estos días. Y esto, por deformación profesional, me interesa. Unos están aprendiendo a desconfiar de un sistema sanitario que no ha resistido el embate como desearíamos y que está requiriendo el sacrificio de tantos profesionales entregados, desde su vocación a una situación desproporcionada y peligrosa para su vida. Otros aprenden a luchar para mejorar las condiciones, para que no vuelva a suceder. Los más se intentan consolar con el redescubrimiento de las cosas sencillas y esenciales que habíamos olvidado en el hogar. Sin ánimo de menosprecio… ¿es realmente este el aprendizaje del que hablamos?, ¿el que deseamos?
¿De qué podemos aprender si el miedo domina? Cuando, en tiempos de crisis, lo que nos mueve es el miedo a perder, entonces ahondamos en ella haciéndola más profunda, convirtiéndola en una crisis de aquello que es más humano. Miedo a perder el control, a perder lo que tengo, a quedarme sin papel higiénico, miedo al fracaso (que es miedo a perder el éxito), miedo a perder la salud y la vida… acaso también miedo a perder seguidores y votos… los tiempos de crisis no se afrontan con hombres que se protegen de aquello a lo que temen. Hombres que no quieren perder. Los tiempos de crisis necesitan hombres movidos por certezas. De otro modo las cosas se empequeñecen y nos asfixian. Esta es la tarea educativa en estos momentos históricos si no queremos que una pandemia de tristeza invada los cuerpos colonizados por el virus: espolearnos a buscar la respuesta a la pregunta de si hay algo que permita vencer el miedo a perder lo que uno ama.
Quizá lo que podamos aprender tenga más que ver con el conocimiento de la naturaleza humana que no con el cambio que esta misma naturaleza pueda experimentar. Quizá tenga que ver con el descubrir de qué cosas y de qué gestos un hombre puede esperar ser salvado de la aparentemente inevitable caída hacia la nada. Caída que una crisis como esta pone de manifiesto y precipita en el tiempo.
Es tiempo de estar atentos a las cosas pequeñas y dejar que el corazón tome forma. Es tiempo de darse cuenta de las pequeñas cosas, no sea que en ellas estuviera escondido el contenido de la gran verdad que se nos escapa cuando la mirada es al por mayor. No sea que encontremos pistas para no tener miedo nunca más. De los campos de concentración salieron la mitad de los presos que sobrevivieron a aquel infierno maldiciendo a Dios y la otra mitad alabándolo.
¿Qué nos dará esa resistencia íntima de la que habla Josep Maria Esquirol en su libro ? Una resistencia invadida de una alegría que necesitamos, porque no aprende nada quien no vive la alegría en una última y profunda instancia de su corazón.
He empezado un diario estos días para tomar nota de esas pequeñas cosas que intuyo que esconden la verdad que busco. La verdad de las cosas que importan. Una verdad que sé que no poseeré nunca completamente y que vivo con la esperanza de que me haga suyo de un modo que arrastre todo mi razón y afecto.