Cristo está donde sucede

Carrón · PaginasDigital
Me gusta 10 | 0
24 marzo 2025
50° aniversario de la ordenación sacerdotal del Rev. Julián Carrón, Santuario de Santa Maria del Fonte, Caravaggio, 22 marzo 2025.

Os agradezco que me hayáis querido acompañar en este gesto de acción de gracias a Cristo con ocasión de mi 50 aniversario de ordenación sacerdotal. Doy las gracias a los amigos aquí presentes, procedentes de distintas realidades de la Iglesia y de la sociedad civil, así como a todos los que me han manifestado su afecto y cercanía, compañeros de camino que he encontrado en el curso de mi ministerio sacerdotal. En particular, agradezco sinceramente a Davide Prosperi el mensaje que me ha dirigido a mí y a todo el movimiento de CL.

He aceptado la iniciativa de algunos amigos de dar gracias juntos al Señor, porque todos vosotros sois una parte decisiva de aquello por lo que hoy doy gracias, por la compañía y el testimonio que me habéis dado y me dais. Espero que este aniversario sea una nueva oportunidad para que cada uno de nosotros se dé cuenta de la gracia que hemos recibido. ¿Qué puede ayudarnos a captar la magnitud de esta gracia, de modo que podamos comunicarla a todos?

Estamos llamados a vivir la fe en un momento que nos desafía de modo particular. Las noticias de cada día nos muestran un malestar que crece; el grito que surge de este malestar -en el trabajo, en los afectos, en la convivencia, en la sociedad- es cada vez más ensordecedor. Es precisamente este malestar el que atestigua la irreductibilidad del hombre, la irreductibilidad de cada uno de nosotros. Resulta paradójico que, cuanto más desnortados nos sentimos, más se manifiesta nuestra necesidad humana de plenitud. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de sí mismo?”. No podemos quitarnos de encima esta pregunta de Jesús, porque expresa de modo extraordinario lo que nuestra experiencia grita diariamente a través del malestar, la insatisfacción, el aburrimiento, o aquello que nos falta.

La situación actual podría leerse como una amenaza para la fe. En realidad, los desafíos del presente sólo amenazan a una fe reducida a costumbre, incapaz de estar en pie y de medirse con los problemas cotidianos. ¿Y si, en cambio, fuera precisamente el grito que emerge de las entrañas de nuestra experiencia cotidiana una ayuda para reconocer la respuesta que puede satisfacer el deseo sin límites que nos constituye? Este grito, de hecho, representa el recurso más poderoso para interceptar la respuesta que está a la altura de nuestras necesidades, del mismo modo que la esclavitud en Egipto ayudó al pueblo de Israel a reconocer el valor único de la iniciativa liberadora de su Dios; del mismo modo que el deseo de ser amado es valioso y decisivo para identificar al amado.

El único que ha mirado la necesidad del hombre como una oportunidad favorable ha sido Jesús. No he venido para los sanos, sino para los enfermos[1], para los necesitados. De hecho, fueron los necesitados los que se dieron cuenta de la importancia de su presencia, hasta el punto de ir tras Él, pues no podían conformarse con menos de la plenitud que deseaban. Todo lo demás no les bastaba para vivir. Por eso Jesús llama “bienaventurados” a los que tienen hambre y sed de esta plenitud. Sólo ellos pueden comprender el don que Él es, cuando se hace presente en sus vidas. ¿Por qué? Como nos ha enseñado don Giussani, siguiendo el método de Dios, “Cristo se presenta como respuesta a lo que ‘yo’ soy, y sólo una toma de conciencia atenta, tierna y apasionada de mí mismo me puede abrir a reconocer, admirar, agradecer, y vivir a Cristo. Sin esta conciencia, Jesucristo es también un mero nombre”[2].

Jesús no se dejó distraer por todo lo demás. Nadie lo expresó más brillantemente que Péguy: “No desperdició sus tres años, no los pasó quejándose y culpando a la maldad de su tiempo. Sin embargo, eran tiempos malvados, lo era su época. […] Cortó (por lo sano). De una manera muy sencilla. Haciendo cristianismo. No incriminó, no acusó a nadie. Él salvó. No incriminó al mundo.  […] Él salvó al mundo”[3].

¿Dónde podían verlo sus contemporáneos? Donde Él estaba sucediendo. Sólo su acontecer podía hacerlo reconocible. “Y allí donde llegaba, en las aldeas o en las ciudades o en el campo, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban quedaban curados, salvados”[4]. La naturaleza del cristianismo es ser un acontecimiento.

Desde entonces, el método no ha cambiado: Cristo está donde sucede. “Está si actúa. Está si cambia”, nos ha repetido siempre don Giussani, a quien nunca le agradeceremos lo suficiente por habernos dado testimonio de ello con toda su vida. Reconocemos que Cristo está porque nos cambia.

“La modalidad con la que el acontecimiento cristiano se hace presente es el encuentro con una realidad humana diferente, con una realidad humana distinta, que nos impresiona y nos atrae porque -de un modo escondido, confuso o claro- corresponde a una espera constitutiva de nuestro ser, a las exigencias originarias del corazón humano […]: el hombre se encuentra con ella y le sorprende un presentimiento nuevo de vida. […] no lo esperábamos, nunca lo habríamos soñado, era imposible, no se puede encontrar en otra parte. La diversidad humana en la que Cristo se hace presente reside […] en la inimaginable, y de hecho no imaginada, mayor correspondencia de esta humanidad que encontramos con las necesidades del corazón. […] Es algo sencillísimo, algo absolutamente elemental, es algo que no necesita ser explicado, sino sólo ser visto, interceptado. […] ‘Porque en realidad -como dice el cardenal Ratzinger- sólo podemos reconocer aquello que encuentra en nosotros correspondencia (Il Sabato, 30.1.93). En la correspondencia está el criterio de la verdad”[5].

Cuanto más Le vemos suceder, más crece la gratitud, esa que hoy expresamos a Cristo. Es su acontecer lo que nos hace estar cada vez más seguros, hasta el punto de poder decir con san Pablo, que afrontó tantos desafíos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? […] Pero en todas estas cosas vencemos con creces gracias a Aquel que nos amó. Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que está en Cristo Jesús Señor nuestro”[6].

La gracia inmerecida que hemos recibido no se nos ha dado sólo para nosotros, sino para todos. Y sólo si es acogida y vivida puede convertirse en un testimonio creíble para el mundo, en un momento en que tantas personas buscan sentido y esperanza para sus vidas. “Si no os convertís, todos pereceréis”, hemos oído en el Evangelio: seremos como aquella higuera. La conversión consiste en dar cabida en nuestra vida a la mirada gratuita que hemos recibido, de modo que dé fruto para todos. ¿Qué sería de la vida sin Él? ¿Qué otra cosa podríamos hacer mejor, para no perder la vida viviendo, que vivir para Él? “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”[7].

“Cuando la gente, los pueblos, ven este testimonio -ha dicho el Papa Francisco-, sienten esa necesidad de la que habla el profeta Zacarías: ‘¡Queremos ir con vosotros!’ (cf. Zac 8,23). Sólo este testimonio hace crecer a la Iglesia”[8].

Saludo final

¡Gracias! ¡Gracias a todos por haber venido hasta aquí para poder dar gracias juntos al Único por el que merece la pena vivir! Nada hay más interesante que esto. Por eso os doy las gracias a todos: que podamos darnos testimonio los unos a los otros de lo que Cristo significa para nuestra vida.

Quiero dar gracias con afecto a mi obispo, el Card. José Cobo, arzobispo de Madrid y a Mons. Mario Delpini, arzobispo de Milán, por la paternidad con la que siempre me han acogido y que siempre me han demostrado.
Doy gracias también a Mons. Napolioni, obispo de Cremona, que me ha escrito diciéndome que habría querido estar aquí, pero que se encuentra en Roma, en una peregrinación de su diócesis.
Doy gracias también al Rector del Santuario, Mons. Ferrari por la disponibilidad con la que ha querido acoger esta celebración.

¡Gracias a todos!

Doy gracias de un modo particular al comité organizador: ¡como veis, han trabajado! Doy gracias a todos los que habéis ayudado a preparar este momento.
Os doy gracias también por el gran regalo que me habéis hecho y que me será muy útil.

Y ahora, para terminar, rezamos juntos el Angelus.
El ángel del Señor…
¡Buen viaje de vuelta a casa! ¡Gracias!

 

* Testo no revisado por el autor 

Santuario de Santa Maria del Fonte
Caravaggio, 22 marzo 2025


 

Homilía
[1] Cf. Mc 2,17.

[2] L. Giussani, All’origine della pretesa cristiana, Rizzoli, Milano 2001, p. 3.

[3] C. Péguy, Il fazzoletto di Véronique (a cura di P. Colognesi), Eupress˗Cantagalli, Lugano˗Siena 2020, pp. 398-399.

[4] Mc 6,56.

[5] L. Giussani, «Qualcosa che viene prima», in Dalla fede il metodo, Coop. Edit. Nuovo Mondo, Milano 1994, pp. 39˗40.

[6] Rm 8,35.37-39.

[7] Gal 2,20.

[8] L’Osservatore Romano, 2 ottobre 2013.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Noticias relacionadas

Cristo è lì dove accade
Carrón · PaginasDigital | 0
50º anniversario di ordinazione sacerdotale don Julián Carrón Santuario di Santa Maria del Fonte Caravaggio, 22 marzo 2025...
24 marzo 2025 | Me gusta 4
Christ is there where He happens
Carrón · PaginasDigital | 0
50th Anniversary of the Priestly Ordination of don Julián Carrón Sanctuary of Santa Maria del Fonte Caravaggio, March 22, 2025...
24 marzo 2025 | Me gusta 0