Contagios en Perú a pesar de una estricta cuarentena

Mundo · Arturo Illia
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17 junio 2020
En el que parece destinado a ser el nuevo centro de la pandemia del Covid-19, América Latina, llama muchísimo la atención el caso de Perú. El país andino ocupa actualmente el segundo lugar entre los países contagiados del continente, con más de doscientos mil casos registrados y cinco mil muertes, pero también cien mil curaciones (dato importante para presentar un contexto real del fenómeno).

En el que parece destinado a ser el nuevo centro de la pandemia del Covid-19, América Latina, llama muchísimo la atención el caso de Perú. El país andino ocupa actualmente el segundo lugar entre los países contagiados del continente, con más de doscientos mil casos registrados y cinco mil muertes, pero también cien mil curaciones (dato importante para presentar un contexto real del fenómeno).

Pero lo que llama la atención a los observadores es el hecho de que mientras que en Brasil (líder de esta trágica situación) el gobierno de Bolsonaro, al menos inicialmente (pero también después con sucesivas demostraciones teatrales de su presidente), no tomó medidas de prevención, en Perú, en cuanto llegó el virus fue “recibido” con una de las cuarentenas más estrictas de toda América Latina, solo superada por la de Argentina. Pero la firme estrategia del presidente Martín Vizcarra ha servido de muy poco, viendo los números. Más que emergencia se ha definido como catástrofe sanitaria, que ha puesto a todo el sistema al límite de su capacidad, con una ocupación de más del 80% de las camas disponibles. Tal vez sea un poco exagerado el término utilizado por los medios locales, en comparación con las cifras de los sistemas sanitarios de otros países, europeos incluidos, pero refleja muy bien el pánico que se ha generado en todo Perú.

Su historia reciente está dominada por las catastróficas consecuencias políticas del escándalo Odebrecht, empresa de construcción brasileña y caso de corrupción que ha implicado a los poderes de media América Latina y que en Brasil dio origen al denominado “Lava Jato”, en cuyas garras acabó el expresidente Lula y gran parte del mundo político del país. Odebrecht se comportó como un auténtico virus que en Perú no solo hizo estragos entre presidentes pasados y presentes (hasta cuatro), sino que fue la causa que llevó al suicidio del más conocido de ellos a nivel internacional (después de Balaude Therry, uno de los políticos más luminosos de la historia latinoamericana), Alan García, protagonista de dos presidencias de signo totalmente opuesto (algo que no es extraño en Sudamérica). Un verdadero huracán que increíblemente acompañó, a pesar de la crisis política que provocó, a un relanzamiento económico del país con cifras “chinas” que hacían inexplicable, al menos en un primer momento, la difusión del Covid.

Pero aquí llega la otra cara de la moneda, que en la práctica es similar al caso de Chile. La situación de bienestar económico dejó al margen a parte de la población, la más pobre y marginada, que en Perú suele vivir aislada en contextos que parecen haberse detenido en el tiempo de la conquista o en la inmensidad de la selva amazónica. Pero el pico de contagios se ha registrado obviamente en los grandes conglomerados urbanos, donde hemos asistido estos últimos años a una concentración de masas de indigentes, sobre todo en los alrededores de la capital, Lima. Y si prestamos atención a los datos del censo de 2017, encontramos una explicación para la expansión viral. Solo el 49% de las familias posee un frigorífico o un congelador, dato que aumenta hasta el 61% en las proximidades de los centros urbanos, lo cual muestra cómo, simplemente para alimentarse (pero también para trabajar cuando la cuarentena lo permite), la gran parte de los peruanos se ven obligados a comprar a diario en los mercados, y ese movimiento puede ser básico para la expansión del Covid-19. Se han registrado así concentraciones masivas de gente que, a pesar del uso de mascarillas, no ha podido evitar el distanciamiento social que ha aumentado, siempre debido a la necesidad alimentaria, tras el toque de queda aprobado el 11 de abril, causando, debido al cierre forzoso de muchas actividades, una gran confusión en todo el país.

Igual que en Argentina, se han tomado medidas de ayuda económica por parte del gobierno hacia las clases más pobres, pero la distribución mal organizada de los subsidios a través del sistema bancario se ha revelado en Perú como otra mecha en la que ha prendido la pandemia, al contrario que en Argentina, donde una concentración parecida realizada el pasado 2 de abril no tuvo afortunadamente consecuencias, gracias a la débil expansión del Covid-19 en aquel momento. También hay que señalar la completa ignorancia de las autoridades al prevenir estas reuniones masivas, pues solo el 38% de los adultos tiene acceso a una cuenta bancaria y el fenómeno era altamente previsible. Según el Instituto Nacional de Estadística peruano, más del 72% de los empleados trabaja en condiciones de economía informal (en la práctica, en negro) y más del 30% de las viviendas del país son de pequeñas dimensiones, obligando en muchos casos a dormir más de siete personas en una misma habitación.

Lamentablemente, fenómenos de inesperado bienestar económico necesitan años para poder generar condiciones de vida de calidad y Perú todavía está al principio, al contrario que Argentina, donde en cambio, a pesar de las riquezas de que dispone, el peronismo gobernante ya ha arraigado en las villas miseria y solo en los últimos años se ha empezado a mejorar estructuralmente, uno de los pocos méritos del gobierno “neoliberal” de Mauricio Macri. Aunque no ha llegado a completar ni de lejos la obra iniciada. De hecho, el aumento de contagios de coronavirus ya ha empezado a afectar a estas aglomeraciones que el populismo ha desarrollado de manera anormal desde hace más de cuarenta años. Demostrando que esta problemática sanitaria ha sacado a la luz situaciones que lamentablemente vienen de lejos y que necesitarán urgentemente soluciones radicales cuando acabe la pandemia.

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