Ciudades globales. Sociedad global. Periferias
Las ciudades son ya la frontera de la globalización. De hecho, siempre lo han sido. Las ciudades portuarias del Mar Mediterráneo siempre fueron abiertas, cosmopolitas, embrión de todo lo nuevo, hasta el punto de que el propio Cicerón advirtió contra ellas, por poner en riesgo el statuo quo, las costumbres y las tradiciones de la Antigua Roma.
No todas las ciudades son globales, pero las que lo son, son el campo de juego donde migraciones, pandemias, nuevas tecnologías, complejidad social, la identidad de la persona… en definitiva, todos los retos de la globalización, confluyen. La pandemia solo ha acelerado un proceso imparable. Hoy día, las ciudades son ya verdaderos actores de la globalización, ayudando a conformar una opinión pública mundial, una nueva sociedad global.
En este proceso de elevación de lo local a un nivel global (globalidad), y de encarnación de lo global en lo local (localidad), el reto es no caer en la deshumanizadora uniformidad, sin caer tampoco en la líquida pluralidad.
Tan sólo hay que dar un repaso por las Olimpiadas, para que surja ante nosotros todo un imaginario de un planeta unido en el tiempo y el deporte, a través de grandes ciudades, que se han abierto al mundo, precisamente tras su conversión olímpica (lo cuál es la unión de deporte e intereses económicos).
La globalización no va a desaparecer a pesar de todos los retos que encontramos en frente, pero sí se está transformando ya en algo parecido a una gran competición de potencias globales (“great power competition”), con aspiraciones por liderar, influir y/o intervenir en cuestiones que atañen a grandes bloques geográficos, comerciales o que comparten un cierto designio o pasado común, bien sea por raza, por costumbres y tradiciones, por lengua o religión. Podríamos decir que la globalización es más geopolítica que nunca, y menos kantiana, menos idealista. Priman los intereses frente al discurso ideológico en la globalización, pero la ciudad, la ciudad es diferente, aunque sea global, porque es el lugar donde se encuentran los vecinos, y todos los vecinos tienen similares problemas e inquietudes en Nueva York, en Pekín (Beijing), en Madrid, en Bombay (Mumbai), en Benidorm, en Dakar o en Ciudad del Cabo.
El experto en globalización Dr. Parag Khanna señala lo que resume el informe de Kearny (“2020 Global Cities Index”, “New priorities for a new world”), sobre ciudades globales: las ciudades que emergerán exitosas en el futuro serán aquellas que han aprendido a innovar, que se ciñen a un plan y que han establecido lazos y conexiones regionales. Así, serán aquellas que sepan generar valor añadido urbano, centrándose en el bien común, con impacto positivo que alcance a todos los sectores y segmentos de la ciudad; que estén conectadas a la sociedad global; con capacidad de atracción de talento humano, de generar crecimiento económico, de incrementar competitividad; así como, de asegurar estabilidad, “previsionalidad” y seguridad. Ahí es nada.
En España, Madrid está en el camino pues, como señala el informe, es de las ciudades que más ha crecido en el factor económico y de innovación (subida de 14 puestos), gracias a la cooperación con la iniciativa privada y la sociedad civil. También Abu Dhabi, Dubai, Chicago, y Shenzhen han seguido este mismo camino.
Cabe preguntarse cómo pueden contribuir las ciudades a la causa global, lo cuál parecería un oxímoron. No lo es. Igual que los reyes se apoyaron en la incipiente burguesía para frenar el poder de la nobleza y la Iglesia en la Europa feudal (España es otro cantar), las ciudades son esa incipiente burguesía, necesaria para sostener una visión global del mundo, respetuosa con la dignidad de la persona, porque es en la relación con el vecino donde lo local puede trasmitir a lo global sus valores, sobre todo el de la solidaridad.
Por tanto, la solidaridad global (concepto abstracto), debe ser completado con la concreción de la globalización de la solidaridad. Un camino del que apenas se han dado un par de pasos desde las ciudades, desde la política. Recuerdo ahora a Giorgo Lapira, o el encuentro de Francisco con 60 alcaldes del mundo, en 2015.
Esto es darle opciones a la paz, que no es solo la ausencia de guerra. Mons. Anthony Machado, arzobispo de Vasai (India) –segunda región más poblada de la India-, recordó en las Jornadas «Dios habita en la ciudad», del Ateneu Universitari Sant Pacià, en noviembre de 2019, que «la paz no viene sola si estamos sentados en la Iglesia, sino que llega a través de pequeños gestos de amor y de cuidado hacia los demás.»
Pues bien, en el mundo pasa tres cuartos de lo mismo, la paz en la globalización necesita del latido de las ciudades, de su pulso, pues desde y en los problemas de sus periferias (paro, corrupción política, droga, violencia, malos tratos, abusos, prostitución, exclusión, vanidad, ostentación, discriminación salarial, discriminación racial o por razón de sexo u orientación, idolización del deporte y el ocio, crisis medioambiental y social, crisis existencial…) la humanidad entera se encuentra, porque todos necesitamos salir de ellos, mirar más alto, arriba, buscando ese momento en que somos mirados, amados.