Cataluña: reemprender una conversación

España · Valentí Puig
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29 septiembre 2015
En Cataluña, ¿qué puede esperarse ahora mismo de una coyuntura política ensimismada post-electoralmente tal vez hasta las legislativas de diciembre? Mientras tanto, más allá de las fricciones resultantes, urgiría reconstituir el encuentro en la discrepancia como una forma de lealtad de todos los ciudadanos entre sí, es decir, un sentido del bien común que sobrepase la confrontación electoral y refuerce las normas clásicas de una sociedad civil. Como de la política no se puede esperar todo, tiene más sentido que nunca invitarse cada uno a un esfuerzo intelectual y ético para regenerar los espacios de la concordia activa.

En Cataluña, ¿qué puede esperarse ahora mismo de una coyuntura política ensimismada post-electoralmente tal vez hasta las legislativas de diciembre? Mientras tanto, más allá de las fricciones resultantes, urgiría reconstituir el encuentro en la discrepancia como una forma de lealtad de todos los ciudadanos entre sí, es decir, un sentido del bien común que sobrepase la confrontación electoral y refuerce las normas clásicas de una sociedad civil. Como de la política no se puede esperar todo, tiene más sentido que nunca invitarse cada uno a un esfuerzo intelectual y ético para regenerar los espacios de la concordia activa.

Más allá de las tertulias mediáticas, al conversar suponemos que el otro intenta ser fiel a la verdad, a la que considera suya y a la vez compartible con los demás. Por eso, y a estas alturas, negar que la conversación civil en Cataluña está deteriorada sería una hipocresía. La propuesta de reincorporar dosis excepcionales de “fair play” a la vida pública puede ser considerada ingenua, pero es que en eso la ciudadanía catalana se juega mucho, mucho más que el contenido político en sí del debate, porque profundas asimetrías están alterando el contraste de pareceres, la voluntad de entenderse y de aceptarse unos y otros. La culpa corresponde a multitud de políticas tergiversadoras y el sujeto paciente es toda una sociedad, compleja, fluida, desconcertada y en evolución sin fin. Cuando las personas sufren –por ejemplo– los sesgos intratables de TV3, Catalunya Ràdio y medios afines al intento secesionista, la sociedad tiene que buscar superarse a sí misma hasta lograr la tonalidad serena y razonada de la conversación en la diferencia. Y ahora no depende tanto del estar de Cataluña en España o de España en Cataluña como del hecho de ser catalanes entre catalanes, ciudadanos entre ciudadanos. En busca de una coherencia pública extraviada, más valdría reiniciar una conversación en la que discrepar no lleve a excluir.

La corrupción del lenguaje público, como demuestran no pocos episodios históricos funestos, está en el origen de discordias que van mucho más allá de las pautas que una sociedad tiene para arbitrar sus conflictos. ¿De qué estamos hablando incluso cuando no nos ponemos de acuerdo? Ciertamente, el rupturismo de Artur Mas ha generado estragos semánticos que dificultan la conversación fundamental en una sociedad civilizada. Los ciudadanos catalanes no logran saber cuánto les roba España ni si es verdad que les roba, no conocen el número de participantes en manifestaciones que se suponen transformacionales, no pueden aclarar si una Cataluña escindida de España permanecería o no en la Unión Europea. Del mismo modo, queda en la confusión si unas elecciones autonómicas pueden ser plebiscitarias dado que en un plebiscito cuentan los votos y no los escaños. Y sin embargo, existen precedentes contrastables para que estas cuestiones estuviesen claras. Y parecen no estarlo. Es una ausencia de “fair play” que ha ido agrietando los modos de convivir, incluso en el almuerzo familiar de los domingos. Hechos tan nucleares como que la democracia existe gracias al cauce de la ley expresa han sido negados, hasta convertir la negación en un “mantra” persuasivo. Aun así, la actuación del gobierno de Mariano Rajoy o a quien le corresponda habría de presuponer que al conjunto de la sociedad catalana no se le pueden imputar las infracciones del “establishment” secesionista.

Desde luego, de pronto no vamos a re-escenificar la moral gentil de “La rendición de Breda”. Han ondeado demasiadas banderas y el atrincheramiento persiste si no es que va en aumento, pero de lo que se trata es de restituir al pluralismo crítico sus opciones para que los nuevos umbrales no representen que una mitad de los ciudadanos de Cataluña le dé la espalda a la otra mitad o que Cataluña sea el patrimonio –simbólico, político o institucional– de unos en detrimento de otros.

Se le pide continuamente a España que tenga gestos de generosidad para con Cataluña, pero ¿no sería ya hora de actuar generosamente entre unos y otros catalanes, por y para la ciudadanía, en la calle mayor? Es decir: “fair play”, lenguaje veraz y sin contaminación tóxica, debate sin negar no ya la posibilidad de una verdad sino incluso la existencia del otro. Retornar a una conversación que hizo de Cataluña lo que ha sido en sus mejores momentos reclama incluso mayor preferencia que exigir democráticamente responsabilidades políticas por desvaríos y ficciones. Toda la continuidad y el sentido de una comunidad humana pudieran están en cuestión. Se ha perdido mucho tiempo, se ha dilapidado energía colectiva. Padece distorsiones el valor del bien común. Desde los tiempos de Adam Ferguson, una sociedad civil está constituida por conversaciones entre personas libres. Amortiguar la tentación antipolítica reclama de la inteligencia una meta-política de la reconciliación consigo misma y en la plenitud de la diferencia.

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