Barbarie
La ministra, que es joven y que no tiene carrera política, que la pusieron al frente de un ministerio que no existía y que se creó para hacer ideología sobre la igualdad, estará inquieta. La semana pasada ya le creó un problema al Gobierno al decir que un feto no es un ser humano. Es el debate en el que el Gobierno no quería entrar. Ahora andará enzozobrada pensado en si ha sido otra vez imprudente y en si ha sido oportuna. Pero esa inquietud se acalla pronto con mentiras, echándole la culpa al otro. Es fácil: "puede que me haya pasado, pero hay que provocar, este país necesita quitarse de encima los viejos prejuicios de la derecha, de la Iglesia. Es necesario liberar a las mujeres, a las jóvenes, de la esclavitud de una maternidad no controlada".
Lo que no sabe la ministra del Gobierno del Reino de España es que esa desazón que ahora experimenta no significa nada. Lo que cuenta es la barbarie. Lo importante es que quizás un día, cuando ya no haya ministerio ni sea ministra, cuando sea madre o cuando el Sol se esté poniendo sobre alguna de las playas de su querida Cádiz y la belleza rompa la burbuja de la ideología, entienda. Quizá entonces Bibiana comprenda que ha sido cómplice de esa barbarie frívola que se extiende como un manto negro de iniquidad en este tiempo oscuro. Un tiempo tan oscuro como el que describe Cormac Mc Carthy en La Carretera. No hay canibalismo, no hay lluvia ácida, no hay un perenne cielo gris ni tormentas de ceniza como en La Carretera. Pero es lo mismo, es peor, es la devastación silenciosa que provoca negar la evidencia de la vida sin furia, entre palabras soeces. Lo más sagrado despreciado por una blasfemia con silicona.
Y entonces, en ese momento, Bibiana, necesitará, como el protagonista de La Carretera, un padre para hacer frente al mal que no se ha quedado fuera, que ha entrado hasta muy dentro. En realidad es lo que necesitamos todos para transitar por esta barbarie: un Padre que nos haga padres. No hay otra respuesta posible.