A través de las circunstancias

Intervención. Tenemos el regalo de tener con nosotros a Julián, así que comenzamos inmediatamente. Leo una frase que dijo el otro día, en ocasión del encuentro sobre la Navidad realizado en la Fundación San Michele Archangelo:
Nos interesa entender cada vez más el alcance de las circunstancias en las que estamos llamados a vivir la vida como vocación. ¿Qué es la vocación para poder entender el alcance de las circunstancias, para poder caminar hacia el destino? “Vivir la vocación –dice Giussani– significa ir hacia el destino para el que la vida está hecha. Ese destino es misterio, no puede ser descrito ni imaginado. Está fijado por el mismo Misterio que nos da la vida”. El destino no lo decidimos nosotros. ¿Cuál es, entonces, el destino que el Misterio que nos da la vida ha pensado para nosotros? Nuestro cumplimiento, nuestra felicidad. ¡El Misterio no nos ha creado para otra cosa que para alcanzar la felicidad! “Vivir la vida como vocación significa ir hacia el destino, hacia el Misterio, a través de las circunstancias por las que el Señor nos hace pasar, respondiendo a ellas […]. La vocación es caminar al destino abrazando todas las circunstancias a través de las que el destino nos hace pasar”. Giussani, como veis, subraya que la vocación no existe “a pesar de” las circunstancias, no se realiza “a pesar de” las circunstancias, sino justamente a través de ellas. Cada situación, cada encuentro, cada desafío que la realidad nos pone –y son muchos– es una ocasión para descubrir y vivir nuestro destino, nuestra tarea en la vida. Nada debe ser descartado.
Esta perspectiva me entusiasma, no porque me sienta adecuado, sino como posibilidad para la vida. Todo forma parte del camino si usamos lo que nos sucede para dirigirnos al destino. Sin embargo, ¡a nosotros nos parece que no es así! A menudo parece que no todas las circunstancias son ocasión, solo algunas. Nos parece que hay que descartar algunas circunstancias.
Julián. Siempre es un placer verse. Justamente lo que dices es lo que hay que entender, de lo contrario, la frase (sobre las circunstancias), podría parecer una frase pintada en un muro. Si la primera provocación de la realidad no nos cuadra, decimos: “Esta circunstancia la descartamos”. En cambio, todo el recorrido que hice sobre la Navidad era para mostrar cómo cualquier circunstancia, si uno la secunda hasta el final, lleva al cumplimiento; (a) “vivir intensamente lo real”, como dice el capítulo décimo de El sentido religioso sobre el que estábamos trabajando, sin censurar nada. “Intensamente” no quiere decir vivir con no sé qué acto voluntarista, o con un esfuerzo mecánico, ¡no quiere decir apretar los puños con fuerza! Quiere decir no pararse hasta descubrir cómo las circunstancias son decisivas para la vocación. Esto es lo que cambia todo porque las personas que secundan la provocación de las circunstancias –y tenemos muchas entre nosotros que nos lo testimonian– florecen y no se quejan. Con las mismas circunstancias, otros se lamentan sin cesar. ¡Nos conviene ir al fondo de las circunstancias! Si no las entendemos parece que las circunstancias son obstáculos –como dice el texto que has leído–; en cambio, no es “a pesar de” las circunstancias, sino justamente a través de ellas.
Vosotros que tenéis hijos podéis ver en ellos el testimonio más solar y sencillo de lo que hemos leído. En un hijo, cualquier circunstancia –llorar, tener hambre, miedo, echar de menos algo– no es un obstáculo para vivir, sino una ocasión fantástica para, a través de ella, estar en relación con el padre y la madre. ¿Alguien osa negar esta evidencia que, en cada instante, se ve en la relación con los hijos? Si lo vemos en los hijos, significa que puede ser así también para nosotros. El problema es que necesitamos convertirnos en niños, como dice Jesús. No nos creemos que lo que dice Giussani sea verdad y, entonces, nos perdemos, nos atascamos constantemente en muchos problemas. ¡En vez de ser camino al destino, se convierten en tropiezo! No porque sean un tropiezo en sí mismos. Es como si un hijo que tiene miedo se quedara enquistado en el miedo y, en vez de ir a los padres, se parara diciendo: “Tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo…”. O como si tuviera hambre y, en vez de usarla para dirigirse a los padres, se bloqueara. ¿Qué le diríais? “Pero, ¿no ves que estoy aquí?”.
La circunstancia es la ocasión para entrar en relación. ¡Es sencillo! De lo contrario el cristianismo no sería para mí. ¡Y no sería cristianismo! ¡El cristianismo es para todos! ¡Está al alcance de todos! El problema es que hemos proyectado sobre el cristianismo algo que no es el cristianismo: el cristianismo es lo que se ve suceder en los hijos. Por eso Jesús, tomando a un niño y poniéndolo en medio de los discípulos, decía: «Si no os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). ¡La vida se multiplica en intensidad, se puede vivir cien veces mejor todo! El ejemplo del niño es el ejemplo la vida, no porque el niño no se equivoque: se equivoca, tropieza, pero constantemente vuelve al padre y la madre y cualquier situación puede ser la ocasión para relacionarse con ellos. Si aprendiéramos de los hijos, todo sería más fácil. Esto es el significado sencillo –como veis, al alcance de los niños– pero profundísimo de esta frase de Giussani: «Caminamos al destino a través de las circunstancias». Caminamos hacia la relación con el destino, es decir, con Cristo, a través de las circunstancias. Cuando el niño acepta vivir como hijo y no como huérfano –aunque tenga padres–, la vida se hace mejor. Si preferimos vivir como huérfanos, entonces la vida se vuelve más complicada, mucho más complicada. No es que uno decida vivir como huérfano porque no tenga padres, todos los tenemos: ¡que levante la mano quien no los tenga! Todos podemos caminar hacia el destino a través de las circunstancias como niños. Él nos ha creado tan abiertos de par en par que, solo secundando las circunstancias como niños, podemos alcanzar la finalidad para la que hemos sido hechos. Las circunstancias no funcionan mecánicamente. El niño puede tener hambre –esto sí que nace un poco de forma natural–, puede tener miedo, pero puede decidir atascarse o puede decidir usar ese miedo para buscar a otro. Aquí se juega toda la partida.
Intervención. Quiero contarte una cosa que me está sucediendo. Hace una semana me han dicho que tengo un tumor en los pulmones. No pensaba que me pudiera volver a suceder. La primera vez, nada más decirme el médico que tenía un tumor, hice un balance rápido de mi vida: he vivido poco, mal… etc. En cambio, el Señor me ha llenado de certeza y ha nacido una historia de certeza. Esta vez venía de un tiempo en el que constataba una gran aridez. Cuando me han dicho que tenía el tumor, he pensado inmediatamente decir: “Quizá nos veamos pronto”. Esto me ha sorprendido y he pensado: “¡Cáspita! Es impresionante que Él me prefiera, tanto como para poder decirle “Quizás nos veamos pronto”. El otro aspecto que me ha sorprendido es que he percibido esta circunstancia como el ser “visitada”, porque el tumor es parte de mí pero no me lo doy yo, es una presencia inexorable. Recuerdo que hace tiempo tú nos dijiste que la circunstancia no es solo una presencia, sino una presencia inexorable. Esta inexorabilidad, en vez de oprimirme, ha sido una liberación porque la circunstancia es de Otro. Mi cabeza está amueblada como asistente social, es decir, que intento resolver los problemas. Así soy. En cambio, en este caso en el que no puedo hacer nada, experimento una gran liberación. Me viene a la cabeza que don Giussani, cuando estaba enfermo, me dijo: “Mira, yo ahora no puedo hablar contigo porque no tengo fuerzas. Pero estoy contento [a pesar de toda su fatiga al tener que aceptar la condición en la que estaba] porque obedezco. Toda la vida he tenido miedo a obedecer y, ahora que estoy en una circunstancia inevitable, estoy contento”. En ese momento entendí qué es la libertad: es estar delante de esta Presencia inexorable. Yo no tengo otra cosa que hacer que seguir a Uno que me ha visitado. Esto me sorprende mucho.

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Nunca tranquilos
Intervención. Parto de un episodio que nos ha sucedido a mi mujer y a mí. Una pareja, marido y mujer, que tienen una hija que juega al voleibol con una de las nuestras, nos llamó un día diciendo que necesitaban tomar un café con nosotros. Fuimos a la cita y nos contó que la situación con su primer hijo era muy dura: el chico está fuera de control, es incluso violento, y ha empezado a seguir malas compañías. Preocupadísimos, nos dijeron: “Os hemos observado y tenéis hijos estupendos, querríamos que se juntaran con el nuestro para que pudiera recuperarse. Vemos que tienen amigos, un ámbito, que van a la parroquia…”. Respecto a la frase “son estupendos, tienen un ámbito…” me he acordado del encuentro en Treviglio donde tú hablabas de la burbuja. Porque, en realidad, en los últimos años, cada uno de mis hijos –por motivos y situaciones diferentes– ha mostrado una fragilidad infinita delante de circunstancias duras. Mi mujer y yo nos hemos preocupado al descubrir que eran tan frágiles. Hablando de los hijos con algunos de los amigos que están aquí, creo que no es tanto un problema de los hijos, sino ante todo un problema mío: su felicidad está en el mismo camino que la mía y, entonces, ¿cómo les puedo ayudar? Solo puedo ayudarles si voy al fondo de lo que he visto, de lo que he encontrado, de lo que responde al deseo de felicidad que tengo, si Dios quiere, haciendo las cosas con alegría a pesar de las circunstancias. En otro encuentro que hiciste en Pescara, la persona que te entrevistó te preguntó: “Tienes delante muchos jóvenes, ¿qué les deseas? ¿Qué sean libres o rebeldes?” Comentando esta pregunta, un amigo me decía: “Yo habría dicho libres”. Yo pensé: “Libres, suficientemente libres, más o menos libres”. En cambio, tú, respondiste: “Rebeldes, en el sentido verdadero del término, es decir, que no se contenten con menos de lo que el corazón desea, porque esto es lo que los hará verdaderamente libres”. Haces una afirmación que no consigo entender.
Julián. Nunca he querido renunciar a esto. Cuando digo “rebeldes” no estoy diciendo que hagan lo que les dé la gana. ¡Digo que vivimos en un status quo en el que la gente se contenta con cualquier cosa! Y decir “rebeldes” en ese contexto es, como decía Giussani: «Os deseo que no estéis jamás tranquilos». De hecho, solo quien no se contenta, solo quien no está jamás tranquilo, podrá alcanzar la libertad. El que no se contenta con menos de todo lo que el corazón desea y se rebela contra cualquier tipo de reducción de sí mismo, es el único que podrá verdaderamente encontrar algo que responda a la espera del corazón, es decir, la satisfacción. Es lo que hemos visto en el capítulo octavo de El sentido religioso cuando habla de la libertad. La libertad es el cumplimiento del deseo. Esta es la cuestión decisiva que muchas veces no entendemos; la mayor parte del tiempo queremos hijos que no den problemas, que no sean ellos mismos. Así estamos más tranquilos, digámonos la verdad. Muchas veces preferimos a un hijo que tenga todo en orden, más que uno que tenga algo que le haga bullir por dentro. Si yo no hubiera sido rebelde, de algún modo, dentro de un cierto orden –os lo he dicho muchas veces–, si yo no hubiera secundado mi humanidad, no estaríamos aquí. El problema es qué entendemos por ciertas palabras, si somos verdaderamente leales con el don que el Misterio nos ha dado –como decía el texto que hemos leído antes–, ¡porque el destino no lo decidimos nosotros! Nosotros no decidimos la tensión a la plenitud y al cumplimiento (que nos define): es algo con lo que hemos sido creados. “Ser rebeldes” es serlo delante de cualquier tipo de poder, porque todo tipo de poder trata de bajar el nivel de la exigencia de cumplimiento y está en contra de la humanidad del hombre. Está contra los hijos. Igual que Dios tiene paciencia con nosotros, también nosotros debemos aprender la paciencia con los hijos, con los chicos con los que nos encontramos, porque solo si “hierven” podrán no contentarse con menos. Los que se conforman con menos serán unos pobrecitos desgraciados, porque nunca estarán a sus anchas.
Todos tenemos en mente la parábola del Hijo Pródigo: el hermano sí que era “adecuado”, pero se ha quedado en casa del padre quejándose. No ha arriesgado nada, no ha roto un plato. ¿Es este el tipo de vida que queremos? ¿Vivir en casa como siervos? ¿O arriesgar a equivocarnos para poder verificar la diferencia que hay entre los intentos que hacemos y el darnos cuenta de qué significa tener un padre con el que la vida se cumple? Siempre queremos saltarnos el paso de la libertad. ¡Nos hemos dicho siempre que no podemos llegar al destino para el que el Misterio nos ha creado si no es a través de la libertad! Nos cuesta mucho tener que pasar “a través” de la libertad. Para el Misterio habría sido facilísimo –y le habría costado mucho menos– crear otro ser que cumpliera perfectamente las reglas de la naturaleza, como ha hecho con los astros, los gorriones o los perros. Otro ser más… ¡y ya estaría! Pero ha preferido tener uno que le quisiera libremente. ¿Vosotros no? No hace falta, como digo siempre, ser muy inteligentes o ser Dios para darse cuenta de que, si uno crea un ser libre, puede haber problemas. Si no somos los primeros en animar el camino de nuestros hijos – (que van) cojeando, a tientas, con intentos irónicos–, el camino no será nunca suyo, porque «no se puede caminar hacia destino –dice Giussani– si no es a través de la libertad». Si no camináramos al destino a través de la libertad, ¡(la felicidad) no sería una felicidad nuestra, mía, de cada uno de nosotros!
En última instancia –y este es un paso fundamental de lo que hemos dicho respecto a las circunstancias– es un momento en el que se nos desafía y, si no profundizamos suficientemente para entender lo decisivo de este paso para nuestros jóvenes, para los jóvenes de todas las latitudes, ¡no entendemos lo que significa ser rebeldes! Y entonces interpretamos (las cosas) a la inversa y lo que queremos son personas formales que estén en orden. Este “estar bien” no significa cumplimiento, no será nunca cumplimiento: es simplemente un conformarse con menos de lo que el corazón desea. Todo esto es demasiado poco para la capacidad del ánimo, dice Leopardi. Cuando uno ha encontrado aquello que es adecuado a su capacidad, está siempre inquieto. Nos equivocamos si confundimos la inquietud con una especie de rebeldía. “Ser Rebeldes” quiere decir secundar esta inquietud, ¡porque el Misterio nos la ha introducido en las entrañas, y está empujando desde dentro a cada instante! Damos por descontado el deseo, la inquietud, pero si el Misterio no nos solicitara continuamente, estaríamos todos con el encefalograma plano. Nos rebelamos contra este deseo pero, sin él, sin esta inquietud, ¿qué sería la vida? Viviríamos cada vez menos y sería el aburrimiento absoluto. Por ello, no sé si nos conviene tener la idea de que habría sido mejor que el Misterio nos hubiera creado de otro modo. Es difícil encontrar un orden mejor que el que ha pensado el Misterio. Tendríamos que hacer una corrección a la totalidad de su designio, porque no nos cuadra… Bastaría, como digo siempre, que el Misterio no hubiera creado la libertad: todo habría ido perfectamente. Todo mecánico, siguiendo las leyes de la física. Pero, ¿sería esto humano? Si no partimos, en cada instante, como tú has hecho, de la circunstancia que nos provoca, nos fastidia o que no nos cuadra, para profundizar en la naturaleza de las circunstancias mismas, para poder percibirlas como parte esencial del camino al destino, (esa circunstancia) se convierte en una piedra en el zapato.
Cuando uno la comprende, puede ser fatigosa, puede ser desagradable –como la que decía antes nuestra amiga– pero forma parte del camino hacia el destino. De hecho, el destino hace uso de una enfermedad que le hace decir: “¿Para qué estoy hecho?” Muchas personas, al atravesar circunstancias similares, ¡recuperan la vida! ¡Sin dramas, en el fondo, perdemos la vida viviendo! ¿Por qué son esenciales las circunstancias? Porque son una provocación constante a nuestro deseo de encefalograma plano. Pero esto no tiene nada que ver –pero nada, nada, nada, yo os lo regalo todo– con el cumplimiento.
Intervención. Quiero contar un episodio sobre esto. Un amigo me avisó que iría al encuentro de Treviglio del que hablabais antes, pero yo no podía ir porque había invitado a algunas personas a mi casa a cenar. Sabía que estas personas no habrían ido al encuentro. Llamé a mi mujer y le dije que cancelábamos la cena para poder ir a Treviglio. Ella me responde: “Tranquilízate, la vida cotidiana basta. ¿Qué temes perder?” Como siempre chocamos en esto, me vi obligado a decir: “Vamos a ver si es así”. Parecía entrar en contradicción con la dinámica del deseo. Decir “vamos a ver si es así” es sorprendente, sobre todo cuando uno piensa que siempre hace la misma rutina, el mismo camino al trabajo, las mismas cosas. En cambio, en lo que dices, descubro que al final todo se reduce a una opción no solo de libertad, sino también de razón. Es decir, “¡vamos a ver si hay algo!” Y así me fijo, por ejemplo, en la colega del trabajo cuyo hijo murió hace tres años y le pregunto si celebramos una misa por él. Ella se asombra de que se lo pregunte porque nadie lo había hecho en tres años, ni colegas ni familiares. Y yo me asombro de que ella se asombre. ¿Es así como se pone en juego la dinámica del deseo?
Julián. Absolutamente. ¿Por qué les has dicho esto a tu colega? Porque, habiendo captado lo que significaba para ella, has tomado la iniciativa. La verificación de lo que sucede en ciertos momentos se hace, como dice tu mujer, en lo cotidiano. Algunos momentos son como un paradigma, pero el paradigma es necesario verificarlo en la cotidianidad, porque Jesús dice: “Quien me siga tendrá el ciento por uno en la tierra”; es decir, que en la vida todo se multiplica por cien. El problema es si lo que vivimos, verificado en lo cotidiano, nos hace entender qué quiere decir el ciento por uno en el día a día que normalmente nos quita el aliento. De lo contrario saltamos de una cosa a otra, de un encuentro a otro, pero nunca se llega a tocar el tejido cotidiano del vivir para que sea cada vez más nuestro.
Por ello decía Giussani: «No esperéis un milagro, sino un camino». Que cada paso de la vida sea un camino, sea el paso de un camino; el camino se hace, un paso tras otro, en lo cotidiano. Lo que uno vive como momento decisivo es necesario verificarlo en la experiencia, ¡porque en ella se alcanza la convicción! Muchos hacen cosas extraordinarias: un viaje, una excursión, (realizan) la imagen que tienen en la cabeza… pero todo ello se demuestra inútil cuando se afronta la vida cotidiana. Como todos sabéis, la verificación de las vacaciones se hace el primer día del trabajo justo después (de volver). Se verifica si uno tiene ganas de meter las manos en la masa, si ha tenido una experiencia tal del vivir que desea levantarse por la mañana, con la conciencia de que la vida le ha sido dada, que el tiempo le ha sido dado, que los desafíos le son dados para verificar si lo que ha descubierto en las vacaciones sigue en pie en la cotidianidad. De lo contrario, el tiempo nos hace cada vez más escépticos. Estamos bien, nos vemos, estamos contentos y es agradable… pero, si la vida cotidiana no cambia, nos vemos obligados a admitir que nada deja huella. Por ello, siempre son necesarias dos cosas: la primera, algo que nos despierte; segundo, que lo que vivimos en ciertos momentos repercuta en la vida. Lo que verdaderamente convence es la verificación en la vida. De lo contrario, la próxima vez que vayamos a algún lado y algo nos despierte, quedará en nada a los pocos días. ¡Esto es decisivo para entender que no solo algunas circunstancias valen, valen todas! Algunas te introducen de modo particular en lo real, pero después es necesario verificar en cada circunstancia lo que la vida no nos ahorra, incluso en un desafío como la enfermedad que nos contaba antes nuestra amiga.

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Llegar hasta el fondo
Intervención. Hace poco, un colega se casó con un hombre y nos invitó a celebrarlo con él. La decisión de ir no fue muy natural. Acabé yendo con una amiga que también es el del movimiento y las dos nos alegramos por él. Sin embargo, llevo toda la semana con esta pregunta respecto: no (quiero) mirar su unión como algo normal, algo a lo que ya nos hemos acostumbrado al estar rodeados de muchas situaciones análogas; pero tampoco mirarle juzgándole, como el que dice: “Lo que haces no sigue nuestros cánones porque no es un matrimonio, es una unión civil”. Me interesa poder mirarle por lo que él es.
Julián. ¿Todos tenéis en mente a la Samaritana? ¿Cuántos maridos tenía? ¿Y qué es lo que mira Jesús?
Intervención. Su deseo.
Julián. Su deseo, su sed. Él no niega el error y la hace consciente, pero no se confunde sobre cuál es el verdadero deseo de esta mujer. Tanto es así que, según habla del agua, ella dice: «Dame de esa agua» (Jn 4, 15). La verdadera cuestión es que Él mira a la persona en el punto en el que esta está. No se detiene solo en una parte de ella porque sabe que no coincide con sus faltas. La persona es siempre algo más que sus errores. Y si nosotros reducimos la persona al error, erramos nosotros. Uno debe mirar a la persona por toda la plenitud de deseo a la que está llamada. El desafío no es diferente para el que se ha casado legalmente. El desafío es si, con uno y con otro, somos conscientes de lo que vivimos. ¿Quién dice que este, con todo su drama, no esté más agitado que el otro que tiene todo en orden? ¿Quién lo puede decir? ¿Qué nos corresponde a nosotros? ¿Qué se nos pide? ¡Mirar al otro, como hace Jesús con esa mujer, por lo que es! El resto es problema suyo. Y quién sabe si tú, viviendo esta situación que te desafía y, para poder estar delante de él, necesitarás una intensidad de memoria tal que no conseguirás reducirle a sus errores. Y, así, tienes necesidad de crecer tú en la conciencia de qué quiere decir ser hombre, de qué nos ha sido dado en origen, de cuál es la naturaleza de nuestra naturaleza, que permanece intacta también en tu colega. Así hasta que sepas, cuando le mires, que tiene un deseo que ni él conoce conscientemente. Solo si hay uno que le mira así, tendrá la posibilidad de ver despertar toda la densidad del deseo que tiene dentro. Esto es lo que Jesús nos testimonia continuamente. Va a la casa de Zaqueo y no se bloquea con lo que piensan todos. Todos dicen: “Va a comer en casa de un pecador”. Jesús podría rendirse a esa evidencia, por el contrario, ¡desafía a todos, yendo en contra de lo que todos dicen! Y sucede lo que era inimaginable: esa mirada es capaz de despertar de tal modo la conciencia que Zaqueo comienza una vida nueva, tropezando, a tientas, como todos nosotros. Cristo no ha cedido a lo que pensaban todos. Nosotros vivimos en una sociedad como la de aquel tiempo.
Esto no significa justificar; significa mirar al hombre, la mujer, el colega, el hijo, el estudiante, con la misma conciencia con la que nosotros hemos sido mirados. Si no hubiéramos sido mirados a sí, nosotros, que estábamos en la misma situación en la que están todos, seríamos como el resto. En vez de resultar un peso, ¡esto nos hace ser más conscientes de la gracia que hemos recibido! Y así podemos vivir también ante situaciones que no cambian de un día para otro, viviendo de esta gracia, esperando el tiempo de Otro. Como Dios, que vive tan lleno del misterio de la Trinidad que puede esperar. Si uno no vive de esto, asfalta al otro y le escupe todo a la cara. Es necesaria mucha sobreabundancia para no asfaltarle y para esperar que alcance libremente su cumplimiento. Para asfaltarlo no es necesario nada, basta el vacío. Para mirarle así, ¡es necesaria una sobreabundancia! Pero, ¿qué hacemos en el “mientras”, como me preguntan a menudo? El problema es el “mientras”. ¿De qué vivo? Uno vive de la sobreabundancia que ha recibido. Si no viviéramos de esta sobreabundancia, acabaríamos cediendo y actuaríamos como todos. Me sorprendía una cosa que me decía un amigo hace poco. Se sentía herido por una situación y me preguntaba qué podía hacer, cómo podía responder a esta herida. En un cierto momento, vivió una serie de circunstancias que le llenaron de agradecimiento y le conectaron con la herida: “En ese momento –dice– no tuve necesidad de venganza. ¡La venganza era demasiado poco respecto a lo que yo vivo como plenitud!” El problema no es que tengamos que ser coherentes: no es un problema de coherencia, no es un problema de voluntarismo, no es un problema de energía. Es un problema de sobreabundancia.
Paradójicamente, estas circunstancias nos llevan a preguntarnos cuál es la finalidad de la vida. Si el objetivo no es el cumplimiento, no es esta sobreabundancia, actuamos como todos. En cambio, si el objetivo es, en cualquier punto del camino en el que estemos, vivir cada vez más esta plenitud, somos libres para dejar espacio libre también a los otros, para que puedan recorrer el camino según un designio que no es el nuestro. Si este designio no lo descubren a través de la libertad, no lo percibirán adecuado a sus exigencias, ¡no será una plenitud suya! Si Dios hubiera querido, podría haber creado leyes que se cumplieran mecánicamente; pero, si [el cumplimiento] fuera una ley mecánica, no lo podría percibir –dice Giussani– como una felicidad mía, como una plenitud mía.
Como veis, para hablar de algo particular, estamos obligados a llegar al fondo. En esto las circunstancias son un factor esencial de nuestra vocación, porque la tentación es quedarnos en el sembrado, es decir, no recorrer este camino. Si no te encontraras delante de un desafío así–el que cada uno tenga–, ¡no estarías obligada a hacer un recorrido tuyo! ¡No el suyo! Tu colega tendrá que hacer el suyo, pero tú, para estar delante de él sin asfaltarlo, sin fustigarlo, tienes que esperar que alcance libremente su cumplimiento, que pueda percibirlo como cumplimiento suyo. De lo contrario, no resistirías. Por esto, paradójicamente, las circunstancias son un factor esencial de la vocación.
En cada circunstancia, cada uno con su propio desafío, el que le toca las narices, el que hace bullir por dentro o hace emerger toda la rabia. ¿Y si esta fuera la circunstancia a través de la cual –insisto, “a través” de la cual– estamos obligados a caminar hacia el destino? Entonces uno empieza a abrazar las circunstancias, a amarlas y no a sufrirlas, y todo se hace menos violento y más pacífico. De hecho, muchas veces hablamos de paz, pero parece que vence la violencia. Antes de las vacaciones de Navidad pregunté a mis alumnos: “Si tuvierais todos los recursos posibles e imaginables para cambiar el mundo, ¿por dónde comenzaríais?” Os podéis imaginar la variedad de respuestas: la guerra, el mundo en sí mismo, el hambre, la vivienda… ¿Y si alguno se resiste al cambio? La violencia se impone. ¿Veis de dónde nace la dictadura? ¡De un deseo bueno de cambiar el mundo! Pero la violencia se impone ante los que se resisten. Les decía: “pensad en la Navidad. ¿Será esto lo que pueda cambiar el mundo? El método que Dios ha elegido desafía nuestro modo de pensar y de cambiar el mundo”. No celebramos la Navidad para hacer no sé qué tipo de fuga sentimental. Me parece que podemos aprender algo si comparamos lo que ha hecho Dios y lo que a nosotros se nos viene a la cabeza para afrontar las circunstancias.
Intervención. Julián, te doy las gracias porque ya has, en parte, respondido, pero quiero preguntarte más sobre la cuestión de las circunstancias. Para mí son muy desafiantes; me han sucedido algunas cosas graves que me han desafiado y no quiero perderme lo mejor. Mi hermano está en un momento de gran dificultad y me cuesta estar a su lado. El desafío es doble: tiene que ver con mi camino y con el suyo, aunque el mío siempre está antes. Te pido ayuda sobre esto: ¿cómo no censurar e ir al fondo de estas circunstancias? El otro hecho que ha sucedido ha sido la muerte de mi cuñado. La vida no nos ahorra los golpes. Sin embargo, también suceden cosas bellas; no es que la muerte de una persona sea bella en sí, pero me ha sorprendido ver, por ejemplo, a una amiga volviendo del tanatorio sonriendo. El otro hecho es que mi hermano, dentro de sus enormes dificultades y siendo agnóstico, me ha dicho que ha empezado a rezar, añadiendo: “Me ha ayudado, pero tengo que ser coherente, no puedo rezar solo cuando tengo necesidad”. Le he interrumpido inmediatamente preguntándole: “¿Te ha servido?” “Sí”. Le digo: “Esto basta”. Querría que me ayudaras en esta cuestión de las circunstancias porque no me lo quiero perder. A veces me siento perdido cuando estoy con mi hermano, pero no quiero eliminar este sentimiento de pérdida que experimento, no quiero poner las cosas en su sitio. Necesito ayuda porque me doy cuenta de que tengo esta ocasión para crecer.
Julián. ¿Quién te lo impide? No te la pierdas, es fácil.
Intervención. Para ti todo es fácil siempre.

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Verificar el camino que se está haciendo
Julián. Me acuerdo de una vez que, dialogando con un grupo de jóvenes antes del examen para entrar en la Universidad, me dijo una chica: “Quiero hacer Medicina, pero no quiero perder todo el verano preparando el examen”. Enseguida le he acortado: “¿Quién te lo impide? ¡Vete a la playa!” Ella me responde enseguida: “¡Pero yo quiero hacer Medicina!” “Muy bien, hazlo”. Es fácil, ¿entendéis? Es como para ti. A mí lo que me interesa es que en ti, como en la chica que había pasado el verano estudiando, se pueda despertar esto desde dentro. Si yo hubiera empezado a hacer todo el discurso, a decirle todos los pasos (para convencerla), ella me habría dejado hablar durante una hora para luego decirme que no le había convencido. Conozco a los pollos de mi corral. Pero en un cierto momento –como dice un teólogo brillante– hay que lanzarse para comprender. Si uno quiere verdaderamente entender qué es el agua, debe lanzarse al agua. No podemos esperar entender qué es el agua sin bañarnos. Algunas cosas solo se entienden si uno se lanza. Tú y yo –y esto es lo fascinante de la aventura–, ¡no podemos entender si no nos lanzamos! ¿Qué quiere decir lanzarse? Que tienes que decidir cómo estás delante de tu hermano. Sabes ya de qué tienes necesidad para poder estar delante de él, incluso cuando te hace enfadar o emerge la furia, o cuando ves sus líos. Tú sabes el camino. No debes ser el más capaz, el que mejor actúe. Por eso es fácil: se trata de volver a la relación que te genera. Es fácil, como el niño pequeño que vuelve a esa relación que le quita el hambre o el miedo. Es fácil. La cuestión es que nosotros queremos la fórmula mágica, la varita mágica, ¡pero no existe! No existe nada mecánico en la vida humana, determinada por la libertad.
Al hacerle la broma a esta chica, conseguí que se diera cuenta de que quería estudiar Medicina, desafiándole con irse a la playa si no quería perder el tiempo estudiando. Justamente en ese momento, se sorprendió (al ver) cuánto quería entrar en Medicina. Si no despertarnos en el otro el querer dar el paso para su cumplimiento, ¡nada le podrá convencer! En cada provocación de este tipo entra en juego tu libertad: la mía, la de esta chica, la del hijo. ¡Es facilísimo! Para el hijo, decir a la madre que tiene hambre es facilísimo. El problema es que no estamos disponibles a esto, es como si pensáramos: “No, necesito hacerlo yo, no puedo esperar la respuesta a mi necesidad solo de la relación con otro”. ¡Entonces todo se complica! Por eso Jesús pone como ejemplo al niño: si no nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos. Debemos dejar de decir que es difícil porque, si fuera así, Jesús se equivocaría al decir que es una cuestión para “niños”. No es infantilismo estúpido, es simplemente el reconocimiento de qué es lo que te vuelve a poner en camino, lo que te pone constantemente en relación. Cuando uno ha recuperado este reconocimiento, tiene energía afectiva para estudiar durante todo el verano porque ha recuperado la razón para hacerlo, incluso si después no aprueba.
Intervención. Quiero plantear un problema. Tengo que ser muy sincera, perdonadme. Estoy en Italia desde hace 29 años, desde que me casé, y en estos años he construido una amistad con algunas personas. Una amistad verdadera, hecha de relaciones donde uno se pone en juego, va para adelante, construye, junto con heridas, llanto, alegría. Hace unos años, cuando mi marido enfermó, participó en unas vacaciones de verano con amigos con los que nunca había estado. Por primera vez después de muchos años, le vi contento, verdaderamente contento. Me sorprendió porque no le veía así desde hacía tiempo. Sucedió un cambio en él y decidí secundar lo que había pasado sin dejar nada atrás, sin negar nada, lanzándome también a lo que le estaba sucediendo a él. Después de tres años, ha vuelto a enfermar y, en esta circunstancia, le he visto cambiar de un modo todavía más profundo. He identificado la presencia de Otro que le cambiaba. Ha entrado en el grupo de los “Quadratini” (ndr: grupo de enfermos severos que se conectan en streaming), en realidad por casualidad, y yo, también en esta ocasión, le he seguido. Donde miraba él había una posibilidad también para mí, sin que fuera algo teórico. He empezado a sorprenderme de mí misma, a vivir verdaderamente.
Hace tres semanas decidí contar lo que me estaba sucediendo a nuestros amigos de toda la vida, aquellos a los que estimo mucho y con los que he construido un camino, una historia juntos. Después de mi intervención, uno de ellos quiso corregirme sobre mi experiencia, sobre mi cambio. Como yo soy extranjera, pensé que quizá me había entendido mal. Pero no hubo un problema de entendimiento, ¡me había querido corregir! Hice una experiencia vertiginosa, verdadera y real, que me puso en movimiento hasta hacerme llegar al fondo de mí misma. No entendí todo lo que me sucedió, pero intuyo que, cuando se experimenta algo así, no se puede volver atrás. Miro donde Él está, dónde me mueve, dónde hay vida, dónde puedo reconocerle y continúo haciéndolo: por menos de esto no vale la pena moverse. Estimo mucho a mis amigos, y a ellos les importo pero no me entienden cuando intento explicarles las cosas. Aquí tropiezo, porque en las relaciones humanas me interesa el otro hasta el fondo. No me hago problema, sé dónde tengo que mirar, sé dónde ir. Pero cuando me preguntan… es necesaria mucha libertad y amor a mí misma para poder mirarlos y estar delante de ellos, incluso si no me entienden.
Julián. Esto es sorprendente, en el sentido bello de la palabra, porque, cuando sucede algo así, uno debe ir al fondo de lo que le ha sucedido. Tienes razón cuando te preguntas: “Pero, ¿es verdad o no es verdad? ¿He entendido o no he entendido lo que me ha sucedido?” Es parte del camino que uno tiene que hacer para alcanzar la certeza de la que tiene necesidad, para seguir adhiriéndose a lo que le ha cambiado. Cuando luego uno lo comunica, es normal que el otro no lo entienda. Cada uno tiene su propio camino. El método de Dios no es conceder a todos Su gracia al mismo tiempo y en el mismo momento histórico. Todos sabemos que Dios no da Su gracia a todos en el mismo momento: la concede a uno para llegar a otro. Comenzó con Abraham. Abraham es el signo de este nuevo método de Dios. Respecto a esto de cambiar el mundo, cuento una cosa que me viene a la mente. En un encuentro en Madrid sobre la transmisión de la fe, dije: “Os doy un segundo para que cada uno piense cómo cambiaría el mundo. Os desafío, porque ninguno de vosotros elegiría hacer lo que ha hecho Dios: elegir a uno, a Abraham, para cambiar el mundo”. Todos estaban de acuerdo, pero ninguno lo había pensado. En el método de Dios, el único respetuoso con la libertad, la gracia se le concede a uno para llegar a otros.
Entiendo perfectamente lo que dices. Les decía a los chicos: “Imaginad al ciego de nacimiento volviendo a casa contentísimo porque antes no veía y ahora ve. Se encuentra a otro ciego de nacimiento al que conoce y el otro le dice: «Te tengo que contar una cosa estupenda: me han regalado un perro que me guía para no chocarme con el muro». ¿Qué podría responder el otro ciego? «¡Me alegro muchísimo! ¡Pero no es lo mismo que ver!».” ¿Cómo le explicas al otro la diferencia entre tener el perro y ver? Y cuando, después encuentra a otro ciego al que le han regalado un bastón, no puede más que alegrarse. ¿Cómo puede explicarle a uno que no ve la diferencia que le ha sucedido a él? Si lo veo y se lo cuento a otro, y el otro no consigue entender, digo: “¡Adelante! ¡Disfruta con tu perro!” Lo digo sin ironía: “a ti se te ha dado esto, ve al fondo y verifica aquello que tú vives”. No podemos entrar en la dialéctica con aquello que uno percibe. Tenemos que ser los más hinchas de la libertad del otro: ¿Tú lo ves así? ¡Ve al fondo! ¡Me alegro! Porque si no ves lo que yo veo, no puedo imponértelo de ninguna manera. Tengo que esperar a que el otro lo vea, porque no hay otro acceso a la verdad que no sea a través de la libertad. Volvemos siempre al mismo punto: cada uno debe verificar, cada uno por sí mismo.
También nosotros tenemos que verificar el camino que estamos haciendo: lo que hemos reconocido como verdadero, ¿nos llena o no de vida? En este sentido, os recuerdo el diálogo citado por Ratzinger entre el racionalista y el que va a rezar, que acaba diciendo “Quizás es verdad”. Se trata siempre de una dialéctica entre el “quizás es verdad” y el “no”. Mientras tanto, digo al otro: “Me alegro de que tú puedas hacer tu camino, pero yo no puedo renunciar a lo que me hace desbordar de plenitud”. Es necesario que cada uno haga su propio camino; si, en el tiempo, haciéndolo, nos volvemos a encontrar, ¡fantástico! De lo contrario, nos encontraremos en la vida eterna. ¡Pero yo no puedo renunciar a lo que vivo y me hace vivir simplemente porque el otro no lo ve! Este es el nivel último de la persona que, como dice Giussani, es relación con el Misterio, relación directa con el Misterio. Cada uno juega su propia partida. Eso no quiere decir que, sabiéndolo, vaya a acertar siempre. No, tendré que verificar en primera persona como cada uno de vosotros y como los demás. La responsabilidad de cada uno delante del Misterio es personal y, por tanto, cada uno decide. ¡Cualquier camino que uno decide recorrer por lo que le ha sucedido en la vida necesita una comparación continua con la experiencia elemental! Hemos leído en el capítulo cuarto de El sentido religioso la expresión “inmanente a la persona”. Que nadie piense que no puede aprender algo nuevo, que no puede corregir algo; todos estamos en el mismo punto. Si el diálogo se produce en estos términos y cada uno ama el camino que el Misterio le hace hacer a él y el que hace hacer a los otros, se puede continuar. Tengo una relación cordial con muchas personas que hacen caminos diferentes al mío. Yo soy fan de su libertad, un hincha de su libertad, igual que ellos respetan la mía. Intento ser yo mismo con ellos. Si algo de lo que yo vivo les sirve, fantástico. De lo contrario, que busquen en otra parte. Y lo mismo sucede con cualquiera de nosotros. Este es el desafío que vivimos en este momento y puede suceder en cualquier latitud, puede suceder con el colega, con los amigos, con el último que nos encontramos en el camino. Un momento como este es particularmente desafiante. Tenemos la fortuna, por gracia, de haber encontrado a don Giussani, de tener los instrumentos para juzgar; instrumentos con los que el Misterio nos lanza a la lucha. Podemos aprovecharlos o podemos estar a merced de todos.
Intervención. Hay una cosa que me urge, porque estas circunstancias de las que estamos hablando para nosotros [marido y mujer] son particularmente dolorosas: hace menos de un mes falleció nuestro hijo, después de dos años de enfermedad. Dos años de enfermedad en los que hemos visto a nuestro hijo empeorar día a día. No niego que a veces me ha salido decir: “¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres de él?” Todas las armas y –perdonad si soy duro–, toda la palabrería de 25-30 años de vida de movimiento no sirven. Cuando alguno me dice “el Señor manda pruebas”, pienso que es una blasfemia de la que habría que confesarse. El Señor no puede mandar una prueba de este tipo a un chaval de diecinueve años, ni a una familia, ni puede intentar enseñarnos algo a través de un método así. La experiencia que estoy haciendo y que me llevo dentro es, por un lado, un gran dolor y, por otro, una gran rabia. Camino durante el día como si tuviera una espada clavada en el estómago. Estoy así todo el día. Y, sin embargo –y aquí me conecto a lo que estábamos hablando– debería ser profundamente desleal para negar que, a través de esto, están sucediendo cosas increíbles. El testimonio que mi hijo ha dado durante la enfermedad es un ejemplo: nueve días antes de morir hizo dos exámenes en la universidad, y sacó un 30/30 en Mecánica y un 26/30 en Estadística, e incluso se enfadó porque no le salía un ejercicio durante el examen de Mecánica. Es una cosa que me ha invitado a seguir mi hijo. Muchas veces he dicho que me siento hijo de mi hijo por la postura que él tenía ante la vida.
Intervención [mujer del anterior]. Yo también he enfermado y me han tenido que dar quimio. A pesar de la fatiga, mi hijo hacía todo lo que le pedían y lo tenía que hacer dando el máximo. Por ejemplo, era catequista y los miércoles, el día que tenía la quimio, descansaba dos horas para poder luego ir a la parroquia. Lo mismo con el estudio: le costaba con la máscara de oxígeno y, aun así, estudio hasta el final.
Intervención [del marido]. Es muy duro aceptarlo. Tengo una gran pregunta sobre él, pero veo lo que está sucediendo en mí y me impresiona. No niego que muchos días tengo la tentación de decir: “¡Quedaos con vuestras cosas y devolvedme a mi hijo!” Pero de la Universidad, por ejemplo, nos llegan cartas de agradecimiento por cómo mi hijo ha vivido la enfermedad; las escriben personas que no le han siquiera conocido o sus amigos.
Intervención [de la mujer]. Es como si él nos hubiera enseñado a nosotros que el mal, como decía antes mi marido, existe pero no es lo último porque somos libres –como decías tú antes– y Jesús nos está dando muchos signos para decírnoslo. Cuento un ejemplo. Nuestro hijo había pasado una mala noche y al día siguiente era mi cumpleaños; sin saber nada, mis amigas me regalaron una estatuilla del pesebre que me encanta: una madre que lleva a su espalda a un niño para ir a ver a Jesús. Cuando me la regalaron nació una positividad que me hizo decir: “Está bien Jesús, pero yo quiero ver a mi hijo aquí”. No podemos decir que estemos aplastados por el dolor y vemos a personas que miran su cruz no solo como un peso aplastante. Pero con todo y con esto, yo querría que mi hijo estuviera aquí, aunque tenga la certeza del Paraíso o la certeza de que está en el Paraíso. Nosotros somos del Movimiento desde hace muchos años, mientras él era parroquiano, pero muchos chicos han percibido que en esta circunstancia no había solo desesperación. Algunos nos lo han agradecido poque pensaban que venían a rezar el rosario a una casa donde solo había desesperación: “Veníamos pensando ver una derrota, en cambio, hemos visto la cantidad de gente que había y que vuestro hijo tenía el rostro contento”. Aunque hechos similares sucedan cada día –podría contar muchísimos– sigo pensando que querría que estuviera aquí, querría verlo aquí… y no es así.
Intervención [del marido]. Si no soy desleal, reconozco que la realidad tiene una nota de positividad. Y lo digo con la espada en el estómago. Es una lucha poder reafirmar esto. Es una batalla cotidiana que tengo que afrontar cada segundo; no cada día, sino cada segundo. Han rezado por mi hijo desde todas partes del mundo, desde los Estados Unidos a Rusia, y no ha servido para nada. Entonces me sale pensar: “Ahora quiero ver que vences, quiero ver que vences”. El problema es que me doy cuenta de que me hago una imagen de cómo tendría que vencer Cristo.
Julián. Perfecto. Justo te iba a preguntar eso: ¿tú como sabes que vence?
Intervención [del marido]. ¿Cómo sé que vence? Yo tengo mis imágenes, Julián…
Julián. Pero, ¿estás seguro de que la imagen que tienes es la victoria?
Intervención [del marido]. No, es justamente contra lo que tengo que luchar.
Julián. El problema es usar hasta el fondo la razón. Ante todo, ¿puedes decir lo que has visto y puedes poner la mano en el fuego de que lo que te ha sucedido es todo?
Intervención [del marido]. No.
Julián. ¡El desafío es a la razón! Si no puedes poner la mano en el fuego de que lo que se ve es todo, la única posición razonable es dejar abierta la categoría de la posibilidad. Si tu mujer está convencida de que vuestro hijo está en el Paraíso, ¡¿qué quiere decir amar el destino de vuestro hijo más que el vuestro?! ¿Gozar la plenitud que él vive ahora o (esperar) que vuelva para llenar vuestro vacío? ¿Y si esta fuera la modalidad a través de la cual el Misterio os introduce en esa relación que ya vuestro hijo vive? Aquí se juega la libertad. No digo que Dios use esto de modo instrumental para otra cosa. No, es simplemente que nos encontramos delante esta situación. Y la situación misma deja todo abierto. Por tanto, la verdadera cuestión es si, cuando llegamos a una situación como esta, podemos dejar abierta la razón a esta posibilidad; de lo contrario, tendría que afirmar que soy yo el criterio para juzgar todo lo que hay y lo que no hay. ¿Y si esta fuera la modalidad con la que el Misterio os introduce a la totalidad para que no os perdáis lo mejor? ¡¿Y así, recuperéis a vuestro hijo a lo grande, mucho más que si volviera?! Si no es posible esto, a mí no me interesa. Sería simplemente posponer la cuestión algún año. Si no hay otra cosa, todos salimos derrotados: vosotros y vuestro hijo. Y si hay otra cosa, vuestro hijo participa ya de la victoria y os dice: “Pero, ¿qué hacéis usando así la razón en vez de mirar como yo ya estoy viviendo?” Y añade: “¿Por qué perdéis el tiempo?” Todo esto no es mecánico, es una lucha –como decías–, es una lucha donde se juega toda la partida. No es de visionarios ni devotos, sino de personas que son verdaderamente ellas mismas con toda su apertura a la totalidad de la realidad, que es la razón. Cuanto más grande es el desafío, más grande es la puesta en juego de la libertad.
Cuanto más grave es lo que sucede, cuanto más dramático, menos posible es volver al encefalograma plano del que hablábamos antes. ¡Por eso la circunstancia es esencial para la vocación! ¿Por qué el Misterio ha decidido llamaros a través de esta circunstancia? No lo sé. Preguntádselo a Él cuando llegue el momento. Mientras tanto, ya veis que esta circunstancia es esencial para vosotros ahora, para vuestra vocación. Solo quien arriesga dejando abierta esta posibilidad podrá descubrir algo en la experiencia y ver cómo la vida o explota o se hunde: esta la lucha. Y esto lo veremos aquí, no lo veremos en el más allá. Lo veremos aquí, no tenemos que posponer la cuestión a cuando lleguemos allí… No, es ahora, ahora. Basta dejar abierta esta posibilidad para que, a través de esta grieta, empiece a introducirse una luz.
Deseo que podáis vivir con todos, como todos; a nosotros no nos ha sucedido lo que os ha sucedido a vosotros, pero nuestro problema no es diferente al vuestro. No es que vosotros hayáis sido más desafiados porque os ha sucedido esto. Mi problema es el mismo, idéntico, si vivo a la altura de la razón. Hace dos semanas una persona me contaba que había sido abandonado por su padre de niño, y me preguntó: “¿Cómo se puede vivir sin un padre cuando se le pierde por abandono?” Le contesté: “Pero, ¿has tenido otros padres?” Respondió: “sí”. Le dije: “Es fácil, encontrando otro padre. Si el Misterio te da la gracia de encontrar otro padre… ¿has tenido otro padre?” “Sí”, me dijo. Al terminar la conversación me di cuenta de que me había olvidado de decirle lo más importante. Al verle dos días después le dije: “He olvidado decirte lo más importante: aunque este padre te abandonará, hay un Padre que no te abandonará nunca, ¡nunca!”. Se quedó de piedra cuando le dije: “A mí no me ha sucedido lo que te ha sucedido a ti, pero mi problema es el mismo que el tuyo”. ¡El problema es si hay un Padre que no nos abandona nunca!” No si tu padre te abandonó de pequeño: el problema es ahora. Vosotros –lo habéis verificado– habéis deseado dar a vuestro hijo toda la plenitud. Pero desde el primer momento que lo tuvisteis en brazos, intuisteis ya su grandeza y, poco a poco, os habéis dado cuenta de vuestra incapacidad ante su exigencia de felicidad. Por tanto, la verdadera cuestión para cada uno de nosotros es esta: llegar a este punto, a este desafío abrumador. Cuando se escucha lo que vosotros contáis uno se da cuenta de que este es su problema también.
También sucede cuando tienes un instante de conciencia plena de sí mismo: reconoces que el drama es el mismo. Si el drama se resuelve ya es porque hay Otro. ¡El problema de vuestro hijo es que es afortunado! Yo me habría ido con él. ¿Por qué? Porque sé dónde está la vida, como dice San Pablo: “Para mí el vivir es Cristo, y morir una ganancia” (Fil 1, 21). No sé qué pensáis vosotros, pero yo os aseguro que habría preferido irme con él. ¿Queréis que vuelva a vivir? Respeto vuestra percepción pero yo, si estuviera en su lugar, diría: “Papá y mamá, gracias, ¡pero yo me quedo aquí, esperándoos!”.
Texto no revisado por el autor
- Conversación de un grupo de amigos que tuvo lugar el 21 de diciembre de 2024.
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