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¿A quién votar?

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18 mayo 2014
¿A quién votar el próximo domingo? Depende de a lo que se aspire. Si lo que se quiere es apoyar a un grupo del Parlamento Europeo que acelere al máximo la construcción de la Unión y acabe con la burocracia, al tiempo que tutela radicalmente la subsidiariedad, garantiza también la solidaridad, protege la vida desde su concepción última hasta su fin natural sin sombras, impulsa la creación de empleo para los jóvenes, reduce las emisiones de C02, garantiza la libertad religiosa en todas sus expresiones y la integración de inmigrantes, entonces la cosa está difícil. Sencillamente no existe.

¿A quién votar el próximo domingo? Depende de a lo que se aspire. Si lo que se quiere es apoyar a un grupo del Parlamento Europeo que acelere al máximo la construcción de la Unión y acabe con la burocracia, al tiempo que tutela radicalmente la subsidiariedad, garantiza también la solidaridad, protege la vida desde su concepción última hasta su fin natural sin sombras, impulsa la creación de empleo para los jóvenes, reduce las emisiones de C02, garantiza la libertad religiosa en todas sus expresiones y la integración de inmigrantes, entonces la cosa está difícil. Sencillamente no existe.

No hay una formación que cumpla con todos estos sanos criterios. En ese caso no queda más que la abstención. Pero hay que recordar que no votar en la práctica supone apoyar el resultado final: la previsible mayoría de populares y de socialistas, así como la emergencia de los nacionalismos. En el caso de España (por efecto de la circunscripción única) la abstención alienta el crecimiento del independentismo que está muy movilizado.

Tiene sentido elegir una papeleta si todos los buenos criterios antes mencionados no se toman como una referencia absoluta y se ponderan en función de otras tres pautas: la libertad, la eficacia y el valor testimonial. Optar por un partido que vaya a quedar fuera de los cinco grandes grupos actuales de la cámara europea (populares, socialistas, liberales, izquierda y verdes) significa, en el mejor de los casos, inclinarse mucho por el testimonio y poco por la política. El diputado o los diputados elegidos podrán llevar a cabo alguna intervención en los cinco años de legislatura y luego quedarán absorbidos por el anonimato.

Los verdes defienden, como es lógico, la protección del medio ambiente pero son unilaterales. La izquierda reclama solidaridad y creación de empleo pero deja a cero la subsidiariedad. Y los liberales son poco previsibles, lo que está claro es que alojan en su seno a los partidarios del independentismo.

Nos quedan los socialistas y los populares. Los socialistas han hecho una campaña eficaz insistiendo en la necesidad de cambiar la política económica que se ha hecho hasta el momento, dominada por la austeridad y el equilibrio fiscal. Proponen triplicar el montante del Fondo del Empleo Juvenil (que tanto ha beneficiado a España), un nuevo Plan Marshall de inversiones y más política industrial. Han querido identificar a los populares con la política dictada hasta el momento por Merkel. Todo ello, si bien es verdad, con muchos matices. Porque su líder y aspirante a la presidencia de la Comisión, Martin Schulz, pertenece al partido (SPD) que gobierna en coalición con la CDU. Schulz ha elogiado, de hecho, la política de Rajoy.

La insistencia de Schulz en separarse de las políticas de austeridad que personifica en Jean Claude Junker, el cabeza de lista de los populares, es puramente electoralista.

Las últimas intervenciones del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, muestran hasta qué punto en este momento existe un consenso sobre lo que hay que hacer. Ese acuerdo está encarnado en la gran coalición alemana (propuesta por González para España). Hasta ahora el objetivo era salvar al euro y sanear el sistema financiero europeo. Se coincide en que, a pesar de los muchos errores y del gran sacrificio social, esos dos objetivos, en lo esencial, se han cumplido. Y también se reconoce, por socialistas y populares, que el nuevo objetivo es el crecimiento. Sin hacer disparates pero con la conciencia clara de que hace falta una intervención decidida. Los datos del primer trimestre de 2014 ponen la piel de gallina: la zona euro ha incrementado su PIB solo un 0,2 por ciento. España puede sacar pecho porque ha registrado un 0,4 (un porcentaje que en otro momento parecería muy escaso). Todo esto sobre un fondo de 27 millones de parados, con un euro disparado frente al dólar y con una amenaza seria de deflación. La política de estímulos la va a protagonizar el BCE que, por fin, va a inyectar liquidez siguiendo los pasos de la Reserva Federal de Estados Unidos (ahora ya de vuelta). Los mercados lo saben y por eso la deuda está pagándose tan barata. Lo único que se discute es cómo será esa intervención, qué bonos se acabarán comprando.

¿Significa eso que da lo mismo votar a los socialistas que a los populares? No exactamente. No todo es economía. La cuestión de los llamados nuevos derechos, que diluyen lo más propio de la tradición europea, es importante. Los socialistas dejaron clara su posición cuando votaron en su inmensa mayoría a favor de una resolución, no normativa, reclamando que el aborto sea un derecho. O cuando apoyaron el informe Lunacek, que en nombre de la ideología de género podría limitar la libertad de expresión. Tampoco es que los populares en este campo tengan una posición unánime. Pero algunos de ellos son conscientes de que los ideales de la Ilustración pueden sufrir severamente si el principio de autodeterminación personal no hace las cuentas con la realidad.

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