Editorial

A España no le falta el cromosoma del pacto

Editorial · Fernando de Haro
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29 julio 2019
Pedro Sánchez no consiguió la semana pasada la mayoría suficiente para ser presidente del Gobierno porque en España falta cultura del pacto. La cultura del pacto se crea pactando, pero el líder de los socialistas durante los tres meses que mediaron entre las elecciones generales y la investidura no realizó el esfuerzo necesario para lograr un acuerdo, no lo hizo por incapacidad o por cálculo. Esa es la incógnita que todavía queda por despejar. En cualquier caso, la responsabilidad fundamental de lo sucedido es de Sánchez y, en menor medida, del líder de Ciudadanos, Rivera. De hecho, en 2016 hubo pacto, cuando Sánchez fue apartado.

Pedro Sánchez no consiguió la semana pasada la mayoría suficiente para ser presidente del Gobierno porque en España falta cultura del pacto. La cultura del pacto se crea pactando, pero el líder de los socialistas durante los tres meses que mediaron entre las elecciones generales y la investidura no realizó el esfuerzo necesario para lograr un acuerdo, no lo hizo por incapacidad o por cálculo. Esa es la incógnita que todavía queda por despejar. En cualquier caso, la responsabilidad fundamental de lo sucedido es de Sánchez y, en menor medida, del líder de Ciudadanos, Rivera. De hecho, en 2016 hubo pacto, cuando Sánchez fue apartado.

Con las elecciones de diciembre de 2015 la vida política española cambió sustancialmente. Desde 1977 hasta hace menos de cuatro años, con una ley electoral que establece un sistema proporcional para las circunscripciones grandes y un sistema casi mayoritario para las circunscripciones pequeñas, la gobernabilidad había sido posible por la existencia de un gran partido de centro-derecha y un gran partido de centro-izquierda que obtenían sus mayorías apoyándose en los partidos nacionalistas vascos y catalanes. El sistema generó un hastío en una parte importante de los votantes. La corrupción, la desconexión entre partidos y sociedad y la crisis provocaron el deseo de un cambio. Expresión de ese deseo fue el movimiento de los indignados del 15M de 2011. A raíz de aquellas protestas, Podemos se convirtió en una formación de peso a la izquierda del PSOE. Y Ciudadanos, nacido en Cataluña, se transformó en un nuevo centro que ha oscilado entre la socialdemocracia y el liberalismo, y que se ha alimentado, sobre todo, de la preocupación por el avance del proyecto secesionista. La deriva de los partidos nacionalistas catalanes hacia la independencia los ha alejado de su papel de partidos-bisagra en Madrid. La emergencia de Vox es el último fruto de esta nueva generación. La nueva formación se alimenta, sobre todo, de votantes descontentos con el PP.

Y así llegamos al pasado mes de abril con cinco formaciones donde durante décadas, a lo sumo, hubo dos o tres. Después de la investidura fallida reaparece el fantasma de una repetición electoral en el mes de noviembre. Serían las cuartas elecciones en menos de cuatro años después de una legislatura con dos Gobiernos de diferente color y una moción de censura. Inestabilidad inédita.

Alemania tiene Gobierno porque después de las elecciones de septiembre de 2017 la CDU y el SPD consiguieron cerrar un acuerdo tras seis meses de negociaciones. En Italia, Dinamarca, Suecia y Portugal, a pesar de que ha sido necesario llegar a compromisos entre formaciones ideológicamente muy diferentes, se alcanzó el acuerdo. ¿Hay algo en el ADN de los partidos españoles que los hace incapaces para el pacto? Probablemente no. Probablemente todo es más sencillo y se debe a una sucesión de opciones personales de Iglesias, Sánchez y Rivera. Iglesias podría haber hecho presidente a Sánchez la semana pasada, como pudo hacerlo en 2016, pero el revolucionario que lleva dentro le impide aceptar una rebaja de sus reivindicaciones. Podemos es un partido fagocitado por su líder y su líder, a última hora, siempre acaba dando un paso atrás cuando se trata del bien posible. Hay en Iglesias, brillante parlamentario y nefasto estratega, una incapacidad para la política de lo real. El conjunto de la sociedad española se beneficia del maximalismo de Podemos, que habría entrado en el Gobierno con una abstención del independentismo catalán y que no quiso renunciar a decidir quizás el aspecto más relevante en este momento de la economía española: la regulación del mercado laboral.

El bloqueo durante 2016, que obligó a la repetición de las elecciones, fue consecuencia de la decisión de Sánchez de no abstenerse en ningún caso en beneficio de Rajoy. El líder de los populares entonces puso sobre la mesa la opción de una gran coalición a la alemana, con una vicepresidencia para los socialistas y cinco pactos de Estado. Como bien señalaron todos los grupos parlamentarios durante el debate de la semana pasada, Sánchez se ha comportado como el titular de un derecho subjetivo a ser investido presidente por haber sido su partido el que obtuviera más votos. Pero el presidente del Gobierno en España no es designado directamente por los electores, es elegido por el Congreso. Y Sánchez se ha limitado a exigir a todos una abstención a pesar de contar con solo 123 diputados de los 350 que tiene la cámara, sin proponer nada. Nada que ver con la actitud de la CDU de Merkel que lo intentó con los verdes y con los liberales y que acabó convenciendo al SPD después de redactar un minucioso documento programático.

Tras la celebración de los comicios, hubiera sido razonable que Ciudadanos, partido que los electores han convertido en formación-bisagra, hubiera cambiado su no por una abstención. Pero su líder, Rivera, sigue empeñado en no asumir ese desgaste para arrebatar al PP el liderazgo de la oposición. No han hecho tampoco los socialistas nada para ganarse el favor de los naranjas. La abstención del PP hubiera sido hipotéticamente posible si Sánchez, como le dijo la diputada Ana Oramas, hubiera ofrecido y concretado en los últimos tres meses, pactos de Estado al principal partido de la oposición, si le hubiera garantizado que no iba a intentar gobernar gracias a la abstención del independentismo catalán y al apoyo de un partido como Podemos que, en la práctica, cuestiona los principios constitucionales y reclama políticas radicales. Sánchez, a pesar de solo contar con 123 diputados, siempre quiso gobernar en minoría. No sabemos todavía si tenía voluntad real de llegar a un acuerdo con Podemos o si todo ha sido una escenificación para presionar con la amenaza de unas nuevas elecciones y reclamar abstenciones a izquierda y derecha. Si se confirmara que todo ha sido una simulación y que ha forzado de forma severa la las instituciones en beneficio propio, estaríamos ante una auténtica perversión política. En cualquier caso, a España no le falta el cromosoma del pacto.

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