La gran belleza

Cultura · PaginasDigital
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26 diciembre 2013
Todo está cubierto bajo la charlatanería y el ruido. El silencio y el sentimiento. La emoción y el miedo.

Cuando llegué a Roma, a los 26 años, me precipité muy pronto en lo que podría llamarse ‘la espiral de la mundanidad’. Yo no quería ser simplemente un mundano. Quería convertirme en el rey de los mundanos.  

La película de Sorrentino goza de verdaderos destellos de belleza, insuficientes, eso sí, para hacernos alcanzar la gran belleza, esa que un amable escritor, el protagonista del film, busca desde su juventud. En el umbral de la vejez, Jep Gambardella observa y vive la decadencia de su mundo (de nuevo, la caída de Roma): fiestas y amistades desparramadas, rostros envejecidos, recuerdos que no vuelven, máscaras que (ya) dejan ver los trucos de la obra que representan. Ni siquiera la hermosura de la eterna Roma es capaz de devolverles el gusto que nunca poseyeron. “Me voy. Me marcho al pueblo, a casa de mis padres [dice uno de los tristes protagonistas]. Después de 40 años, Roma me ha desilusionado”.  

Todo está cubierto bajo la charlatanería y el ruido. El silencio y el sentimiento. La emoción y el miedo. Los destellos demacrados e inconstantes de belleza. Y finalmente el abandono desgraciado y el hombre miserable. A diferencia de sus amigos de infancia, Gambardella “estaba destinado a la sensibilidad”. Esto es lo que hace que no se convierta (del todo) en un hombre vulgar en medio de la vulgaridad. Al alba, cuando todos se levantan, él pasea por Roma, observando rostros y esculturas, después de haber alargado y consumido la noche. Pero entre fiesta y fiesta su rostro se apaga.  

La voz en off de Gambardella no es la de un hombre arrogante, orgulloso de su miseria o de “la fauna que le rodea”. Aunque ya está cansado, y lo sabe y le duele, parece que la vida no le concederá otras oportunidades. Sorrentino tampoco se las da. Su novedosa película juega entre el drama y la distracción, entre el hastío y el anhelo. Quizás juegue demasiado, haciendo de la película (y de la vida) un laberinto sin salida. A Jep solo le queda escribir sobre la nada o, lo que es lo mismo, seguir interpretando un papel que, en definitiva, “es solo un truco”.  

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