Se revela en la experiencia

Carrón · Julián Carrón
Me gusta 0 | 0
21 octubre 2025
Reproducimos una conversación de Julián Carrón con un grupo de amigos que tuvo lugar en Sanxenxo durante el verano de 2025.

Intervención: Los últimos dos años han sido difíciles, lo dejé con mi novio y eso ha significado sufrir, pero también volver a descubrir el amor de Cristo. Después de un recorrido y de meses muy difíciles, el último tiempo ha sido de una alegría muy grande, sobre todo en el colegio y con mis alumnos. He experimentado un gran amor hacia ellos y una pasión por su destino. En definitiva, ha sido un período de mucha felicidad. Hablándolo con mis amigas que están en la misma situación –no tienen novio o marido– me decían que les llena el tener tiempo para amar a sus alumnos. Me decían que están contentas de esta situación porque, así, pueden dedicarse a su trabajo. Parece una solución tranquila y, por un lado, me gustaría conformarme con eso y pensar que estoy bien con lo que tengo. Pero viniendo aquí se vuelven a abrir las heridas y la medida del deseo. Veo que cuanto más soy atraída por Cristo, más crece en mí el deseo de alguien que me quiera. Las dos cosas van juntas. Me gustaría que me ayudaras a entender esto.

Julián: Esta es una pregunta que me hacen a menudo, justo la semana pasada me hicieron una similar. Es como si, no teniendo todavía una vocación definida en la vida, nos preguntáramos: ¿qué hago mientras tanto? En realidad, lo que estás haciendo es lo que responde a la situación que vives. ¿Por qué? Porque no estás simplemente esperando a que aparezca el novio, sino que estás verificando la posibilidad de que Cristo llene la vida. Si no haces esta experiencia durante estos años, no sabrás siquiera amar a tu novio cuando aparezca o no sabrás vivir la modalidad con la que el Misterio te llamará. Por eso tienes las dos posibilidades que has descrito para empezar a ver si te responden, para ver que te permite vivir ahora: el trabajo y las relaciones que te son más familiares, o la verificación de Cristo, con su pretensión de responder a la exigencia del corazón del hombre. Y esto es independientemente de cómo el futuro se desvele ante tus ojos.

Nunca perdemos el tiempo cuando tomamos en serio nuestra propia vida. Tomar en serio la propia vida es tomar en serio la pregunta “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?” (Mt.16:26). Esta pregunta es sintética, porque es la exigencia del vivir. Giussani une esta frase de Jesús a la irreductibilidad de la persona. Esta es nuestra persona: estamos hechos para algo y, si no encontramos este algo, aunque vaya bien el trabajo y funcione el afecto, no podremos responder verdaderamente a esta cuestión. Por eso, ¿quién nos ha hecho una propuesta a la altura de la exigencia de plenitud que todos tenemos? La propuesta de Jesús es muy sencilla: “yo he venido para que tengáis vida, y tengáis vida en abundancia” (Jn. 10: 10). Es el único que ha tenido la audacia de decirnos a nosotros, que tenemos esta irreductibilidad, que ha venido precisamente para responderla. Para que podamos después amar gratuitamente, trabajar con entusiasmo, no depender de las respuestas de unos y otros… o hacemos este camino o será difícil que no nos encasquillemos, bien ahora, porque estamos esperando al novio, o bien en el futuro porque, no habiendo afrontado con toda su densidad el gran problema de nuestra plenitud, no encontraremos satisfacción en el trabajo que va bien o en la respuesta afectiva. Por eso me parece que el camino en el que tú estás es el más adecuado: aprovechando todo y esperando a que el Misterio se desvele cada vez más en tu vida.

Un problema de conocimiento

Intervención: Soy de Venezuela y vivo en Madrid desde hace un par de años. Primero, quiero agradecerte tu presencia aquí. Hace unos meses vino mi madre de Venezuela. Ella vive allí, en un contexto que conocemos, con muchas dificultades. Vive, además, en una zona del interior del país, que es donde más se notan las dificultades. Es responsable del movimiento de Comunión y Liberación de esa comunidad. Vino a visitarnos, a estar con su nieta, etc. Una noche, yo llegaba de un día normal, de hacer mil cosas en el trabajo y, mientras cenábamos, en un cierto momento, me dijo: “me voy a ir a la cama porque si sigo escuchándote quejarte, voy a amanecer deprimida”. Se fue a acostar y me quedé frío. ¡Agoté a mi madre! ¡Esto es demasiado! Mi madre vive en un lugar demasiado difícil y afronta cosas demasiado duras y no se queja nunca. De hecho, salimos con unos amigos después de escuela de comunidad y yo les decía: “les reto a lograr que mi madre se queje por algo”. Me quedé hablando con Koana (mi mujer) mientras recogíamos la cocina y, cuando me voy a dormir y paso por la habitación de mi madre, no estaba dormida sino leyendo. ¡La había agotado con mis quejas! A partir de esto me he dado cuenta de que, en algún momento, me he desplazado: ¿cómo puede ser que prevalezca en mí la queja cuando, en comparación con la situación de hace cuatro años, cuando llegué, lo tengo todo y más? No solo materialmente, sino que hemos sido abrazados, acogidos, tenemos bendiciones y regalos, como nuestra hija pequeña o el nuevo embarazo de Koana. Que al final del día llegue a vomitar un montón de quejas y esta sea la síntesis de la jornada… Me quedaba triste y lo he hablado con algunos amigos. Uno de ellos, por ejemplo, me decía: “qué bonito que te incomode la queja”. También me pasó algo parecido cuando tuvimos la asamblea introductoria contigo hace dos días. Mi mujer se quedó fuera con la niña y, cuando salgo, me pregunta qué tal ha ido. Yo le digo: “hacía un montón de calor”. Me di cuenta enseguida y le dije: “no, también ha sido increíble por esto y esto”. Me siento miserable en ese sentido.

Julián: El tiempo de la vida se puede perder, a pesar de todos los regalos que recibimos, en la queja. Esto es interesante como provocación para tu vida. En estos momentos en los que, con la lucidez con la que lo has dicho, te das cuenta de esto, aparece la pregunta: “¿tú quieres perder la vida viviendo?”, como dice Eliot. La cuestión es usar lo que aparece como evidencia en nuestra experiencia: nadie se ha quejado de ti, tú mismo has visto  crecer la conciencia de lo que falta. No hay don que pueda ser más interesante para la persona que quiere hacer un camino que el que aparezcan los síntomas de la enfermedad. Una enfermedad sin síntomas sería terrible: cuando te das cuenta de que la tienes, ya estás en la tumba. Aquí aparecen síntomas que nosotros podemos aprovechar para preguntarnos qué tipo de camino estoy haciendo y qué suscita en mí, qué urgencia percibo en mí para que no prevalezca la queja, es decir, no prevalezca lo secundario respecto a lo esencial. Esta es la pregunta que cada uno tiene que hacerse.

Intervención: Un ejemplo rápido, que creo que tiene que ver con esto. Hace un tiempo me fui de viaje con unos amigos y, en una cena, mi novio comentaba que, a veces, se aburre o se cansa de mí. Esto se me clavó y, al día siguiente, volviendo los dos de viaje, lo tenía dentro. Ya casi llegando, sacó el móvil y se puso a ver el fútbol. Me fue calentando por momentos: estaba enfadada y se puso a ver el fútbol mientras yo estaba conduciendo. Entonces empiezo a hacer una lista eterna de todo lo que me enfada. Después de un rato dándole vueltas, pienso: “pero… ¿quién no se cansa de mí? ¿hay alguien en este mundo que no se aburra conmigo, al que siempre le parezca interesante o atractiva?” Me sorprendía y con estas preguntas me asaltaba este pensamiento: “me echo de menos, yo soy esto.” Como si hubiera un punto de alegría en esta experiencia. Lo cuento no queriendo perdérmela: ¿qué pasa aquí? ¿por qué, cuando me descubro con estas preguntas, cuando aparece mi irreductibilidad, aparece un punto de alegría al darme cuenta de que yo soy esto?

Julián: ¿Por qué crees?

Intervención: Como este tengo tropecientos ejemplos. Cuento uno más reciente. Después de estar varios días con mi novio, nos encontramos con un atardecer precioso y me viene a la mente la escena de Giussani con su madre cuando dice: “¡qué bello es el mundo y qué grande es Dios!”. De repente el horizonte se hizo más amplio y percibía, en el descubrimiento de la pregunta de quién soy yo y quién es mi novio, en el deseo de ser querida, algo interesante para mí. No cambiaría estas preguntas.

Julián: Me impresiona que, cuando suceden estas cosas, emerge con claridad cuál es el problema del vivir. Porque uno puede estar esperando a que aparezca el novio, pero tú lo tienes y no lo has resuelto, y otro espera el trabajo soñado, lo encuentra y se vuelve a encasquillar. Podemos usar las palabras que queramos, pero todo esto habla de la irreductibilidad de la que hemos hablado al inicio y que es siempre el punto de partida para Giussani: ¿”de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?” (Mt.16:26). No es que haya que prescindir del novio, del trabajo, de todo lo que tiene que hacer, sino que, todas estas cosas, sin afrontar la cuestión fundamental del vivir, no responden. Es fundamental usar estas cosas que nos pasan a todos –cuando no es el novio que me aburre, soy yo que me aburro a mí mismo, o las cosas que no funcionan– para que emerja la pregunta esencial: ¿quién soy yo? ¿quién soy yo?

Crecer en la conciencia de sí, dice Giussani, es crucial. Tú no estabas pensando en tu autoconciencia: ha sido viviendo como  ha emergido con toda claridad la provocación: pero, ¿yo quién soy? Esto es precioso para entender que, aunque podemos percibir la palabra “autoconciencia” como algo difícil de aferrar en su significado, este se clarifica en la experiencia. La experiencia que estás contando, como la que han contado los que han intervenido antes, documenta esta naturaleza de nuestro yo. Por eso, sin afrontar esta cuestión, estamos siempre dando palos de ciego. Pero no porque seamos frágiles, sino porque no afrontamos la cuestión decisiva para poder caminar, dar pasos, hacer un camino para responder, con mayor claridad cada vez, a esta pregunta que emerge en todos los gestos cotidianos. ¿Cuántos de estos momentos podríamos contar cada uno de nosotros? A uno le aburre la novia y otro aburre a su madre… No es cuestión de una reflexión filosófica, sino que uno se encuentra con ello. Acabamos aburriendo a los otros, el otro se aburre de mí… Por eso digo que, en el texto de Giussani sobre la autoconciencia[1], se entiende por qué tiene la audacia de coger el toro por los cuernos. Amigos, este es el problema fundamental. Si todo lo que hacemos no tiene como objetivo ver qué camino podemos hacer para responder a esto (a las exigencia irreductible de nuestro yo), en el fondo se replantea constantemente. Pero no porque seamos pecadores, no es este el problema. Que aburras a tu novio no es un pecado. Las cosas claras: si él no entiende quién es, no podrá entender por qué tú le aburres. Aunque te quiera muchísimo y esté encantado de tu belleza y de tu humanidad, serás siempre una gota que no es capaz de llenar su deseo de infinito. No es un problema del mal, de que seas una gruñona o una pesada. Esto no tiene que ver con la cuestión de fondo.

Aquí estamos hablando de un problema de conocimiento más que de ética: ¿quién es el que puede llenar mi corazón en cualquier situación en la que me encuentre? ¿Quién es el que puede responder a todas las exigencias que tenemos dentro? Cuanto más tomamos conciencia, viviendo –no con definiciones de la autoconciencia–, cuanto más conscientes somos de esta irreductibilidad, más nos damos cuenta de que cualquier cosa no puede responder. En este momento de aparente desconcierto y de confusión general en la sociedad, lo que no desaparece es esta irreductibilidad. Es algo que emerge con toda su claridad en personas muy distintas, de condiciones humanas diversas. Vuelve a aparecer una y otra vez, como si en el fondo, la cuestión residiera en la pregunta de Jesús: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Tener esto delante hace no distraernos con otras cosas. No pueda resolverse porque vayas a hacer unos cursos prematrimoniales. Se  afronta haciendo un camino que permita a la persona entrar en relación con su propia naturaleza.

¡Menos mal que existes¡

Intervención: Me sorprende cómo en ti hay una familiaridad absoluta con Cristo. Tienes facilidad para poner ejemplos, para desafiar, para entender cuál es el problema de la pregunta que hacemos porque partes de un conocimiento real que a mí me impacta, me hiere y lo deseo. En la comida te preguntaba cómo se llega a tener esta familiaridad con Cristo. Tú me respondías: “tienes que verificar cada cosa que te pasa”.

Julián: Yo no tengo otra cosa que deciros que lo que vosotros veis que sucede en vuestra vida. Si a ella le surge esta situación en una relación decisiva, como la que tiene con su novio, y no la aprovecha para mirar a la cara y ver qué es lo que responde, qué camino tiene que hacer para ver si Cristo está en condiciones de responder a esto… la familiaridad con Cristo será una abstracción. Cada cosa que nos pasa puede ser la ocasión para responder a la pregunta: ¿yo quién soy? ¿quién puede responder a esta naturaleza mía irreductible? Os he dicho muchas veces que lo que a mí me ha salvado ha sido la lealtad con mi humanidad. Me han pasado todas las cosas que contáis, por eso las entiendo. Pero tenía una hipótesis inicial, una percepción del Misterio que me hizo intuir que ahí estaba la respuesta. Lo único que hacía era intentar volver una y otra vez a Aquel en el que podía encontrar la respuesta. Por eso no perdía el tiempo en echar la culpa a los otros, ¡porque el problema es que la gota no tiene la culpa de no poder llenar al vaso! Es inútil que nos empeñemos en echar la culpa al otro de que no sea capaz de llenarme. ¡No puede  ser infinito para llenarme! Y esta es la ternura con la que uno podrá mirar a su novio y decir: “pobrecito, no le puedo llenar, no le puedo atraer suficientemente”. Por eso digo que, si no ponemos un fundamento a la relación que sea suficientemente consistente, todo salta por los aires.

Intervención: Aquí viene la segunda parte de mi pregunta. Me sucede que hay muchas que van a menos en la vida o mueren, que se quedan ahí… el decaer de ciertas cosas y relaciones me va llenando poco a poco de escepticismo y me viene la sospecha de que el ímpetu inicial con el que he afrontado muchas cosas –el trabajo, las amistades, el movimiento– es una etapa de la juventud que ya está acabando porque ya no son “las primeras veces”. Yo miro a la cara esta pregunta que me surge y esta herida, pero hay cosas que mueren sin respuesta y no puedo evitar que se introduzca un escepticismo y, entonces, voy cerrando, cerrando, y cada vez me creo menos las cosas.

Julián: Lo entiendo perfectamente. Esto no necesariamente indica que crezca el escepticismo: lo que crece es tu realismo. Las cosas son limitadas y esto emerge cada vez con más claridad. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que las cosas decaigan o que no te llenen es la confirmación total de algo que lleva a lo contrario del escepticismo: ¡que tú eres más que cualquier otra cosa! Cuando dice San Agustín: “Tú muestras de un modo evidente la grandeza de la naturaleza humana [muestras cuán grande somos] porque, a su deseo de plenitud, no basta nada que sea menos de Ti, Cristo”. Si uno no entiende esto… Me encanta escucharos, porque es normal que las cosas no tengan la capacidad de aferrarte mucho tiempo. No pueden corresponder a tu naturaleza humana, ¡a la grandeza para la que Dios te ha hecho! ¿Cuál es el misterio en esto?

San Agustín lo tiene claro porque ha hecho un camino humano hasta llegar a esta evidencia. Se sorprende de que, muchas de las cosas que le habían interesado, ya no le interesan y se da cuenta de que ese es el signo más evidente de que a esta grandeza solo responde Cristo. No es que desaparezca el drama, sino que se pone en juego con toda su potencia: ¿pero yo creo que existe la Presencia que es capaz de responder al drama de mi grandeza? Esto desafía infinitamente más que cualquier escepticismo porque introduce la pregunta decisiva. ¿Existe algo en la realidad que esté en condiciones de responder a la grandeza de mi naturaleza humana, es decir, a mi irreductibilidad, la pregunta “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo” (Mt.16:26)? Esto que os puede desconcertar, es lo que a mí me exalta.

Me sorprendo muchas veces diciendo: “menos mal que existes, menos mal que existes. Si Tú no existieras yo no podría tener una respuesta a mi deseo, a mi exigencia, a la grandeza de mi persona”. Y, ¿por qué existe? Porque esta exigencia, esta grandeza de mi persona, siendo yo limitado, ¡no me la puedo dar a mí mismo, no la puedo producir! Sé que existe la respuesta porque Él me hace cada día así de grande, con esta grandeza. Nuestro escepticismo crece porque van cayendo los ídolos uno detrás de otro, ¡pero esto significa que no nos engañamos! En vez de volvernos escépticos, deberíamos llegar a lo contrario: a no confundirnos, a saber, cada vez con mayor claridad, que no cualquier cosa es suficiente para responder a toda la grandeza para la que Dios me ha hecho. En el fondo es como si no creyéramos en esta maravilla que somos. Y pensamos: “¿pero por qué me has hecho así de grande y no un poco más pequeño, y así  me podría contentar como los perros con menos?” Es una queja última a Dios por habernos creado con esta grandeza. Estamos deseando ser afirmados, ser queridos, pero, cuando hay Alguien que nos crea con este deseo y se hace presente en nuestra vida para responder a él, ¡nos quejamos! Tenemos que entender esto. No  depende de ninguna otra cosa: de la sociedad, del lío, del tsunami que pueda suceder, de las circunstancias que vivimos… ¡todas estas cosas no son decisivas! Puede derrumbarse todo, pero yo puedo crecer cada vez más en la conciencia de lo que soy y de Quién responde. Cuando alguno, como San Pablo, crece en esta conciencia, “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni presente, ni futuro, ni criatura alguna podrá apartarme del amor de Cristo”.

Intervención: Hace un par de meses me fui a vivir a Tenerife, después de muchos años estudiando medicina, con una ilusión grande por empezar a trabajar, por  cobrar mi primer sueldo, por vivir en la misma ciudad que mi novio después de dos años a distancia… encima es una ciudad donde hay una comunidad del movimiento estupenda y que me acogió con muchísimo cariño. Sin embargo, he empezado a pensar: “¿y qué más?”

Julián: ¡Menos mal! Menos mal que tan solo en dos meses has podido llegar a esto. ¿Sabéis lo que decía Matt Demon al ganar el Oscar a los veintisiete años? “Menos mal que a los veintisiete me ha pasado esto, porque podría haber vivido hasta los noventa perdiendo la vida esperando algo que no me iba a llenar”. ¿Esto es una desgracia o libera el campo para poner los ojos, después de dos meses, en lo que verdaderamente puede ser la respuesta a tu pregunta?

Intervención: Me sucede que, estando fuera de casa, no puedo escapar de lo que me pasa.

Julián: Menos mal.

Intervención: Muchas veces, estando en Madrid, hay cosas que me pinchan y las puedo esquivar. En Tenerife no sé dónde meterme. Encuentro algo en mí por la mañana, por la tarde, cuando tengo una guardia, cuando estoy con los amigos. Y me pregunto: ¿cómo se vive así? Tú decías el otro día: “has encontrado una Presencia sin la que no puedes vivir”. ¿Y cómo vivo? Me veo en un estado de espera… ¿cómo puedo ya vivir mis días? Preparando la escuela con algunos de allí, uno contaba de que se había encontrado con un sacerdote, Joaquín, y que este le había preguntado qué tal estaba. El chico, un poco esquivando la pregunta, había respondido: “bien, ¿tú?” Y Joaquín le respondió: “maravillosamente, porque existo y, entonces, soy querido”. Escucharlo me hirió mucho porque yo no respondería eso. Yo deseo esta conciencia, y no es que sea contraria a esta necesidad de más que experimento… deseo crecer en conocerLe para poder responder, en cualquier circunstancia, esté donde esté, en Madrid o Tenerife, cerca o lejos de mis amigos: “de maravilla porque existo”.

Julián: ¿Cómo te imaginas tú que puedes aprender a responder así?

Intervención: No lo sé.

Julián: Esta descripción que has hecho del trabajo, los amigos, cuando no estás en casa y no puedes escapar, esta circunstancia nueva puede ser la ocasión para crecer en la relación con Él. Este suele ser el último pensamiento que se os pasa por la cabeza. Cuando alguien te dice una cosa como la que te dice Joaquín, te quedas de piedra. Esta es la cuestión: por un lado, te gustaría ser así, pero, por otro, ¿cómo puedes hacer? Hasta que no lo descubras, ni siquiera sirve que te anticipen la respuesta. Joaquín te ha anticipado la respuesta y a ti te ha atraído, ¿y ahora qué hago? Te lo está diciendo, pero aún no la has descubierto con el peso suficiente. Todavía no te “coge” suficientemente el acontecimiento de Cristo como para decir lo que él dice. Te desconcierta: “y ahora, viviendo aquí, fuera de casa y en estas condiciones, ¿qué hago?” ¿Entendéis que no se puede sustituir la experiencia del acontecimiento de Cristo con una explicación? Y es que, si no usamos esto, cualquier circunstancia, cualquier desafío, cualquier disgusto, cualquier soledad, cualquier inquietud, para buscarlo, no podremos descubrir Quién es. Para nosotros es como un desconocido, un sueño.

Como un niño

Intervención: ¿Qué  significa “usar para buscarlo”?

Julián: Mirad a los niños. Si un niño está solo, ¿qué busca? ¿Un perro, un  juguete? No, a su madre. Estos días lo estamos viendo constantemente: basta que se separen para que armen jaleo. No se confunden. ¿Cómo hemos crecido cada uno de nosotros en la relación, en la certeza de los afectos más importantes de nuestra vida? Cada vez que sucedía una cosa –como te pasa a ti ahora siendo adulta– los buscábamos. Esto no cambia cuando crecemos. Tú no te guisabas tu soledad o tu miedo sola ¡no te parabas! Los niños no se paran, sino que buscan. Por eso Jesús dice: “si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el reino de los Cielos” (Mt. 18:3). No es complicado, es sencillísimo, como para los niños. Para nosotros, el ser como niños a la edad adulta es toda una empresa. Pero, en realidad, no tiene ninguna complicación, no se necesita de ninguna fuerza de voluntad particular: es buscarlo, como el niño busca a su madre. ¿Cómo habéis podido llegar a saber quién es vuestra madre? ¿Con una definición de madre? ¡No! Porque siempre estaba allí: cuando teníais hambre, sueño, miedo, necesidad. Si Cristo no es la presencia que está allí y que veo que sucede algo en mi persona cuando me pongo en relación con Él –como a ti te quitaba el miedo estar con tu madre–, será un desconocido. Podréis hacer todos los cursos de teología, leer todas las escuelas de comunidad posibles e imaginables, pero permanecerá como un perfecto desconocido.

Solo se revela en la experiencia. Tú no has tenido que hacer ningún curso sobre la maternidad para entender quién es tu madre. Lo has entendido tomando en serio tu miedo, tu soledad, en vez de comértela sola con patatas. Podemos estar en la Iglesia durante siglos y que no se ponga en marcha este dinamismo. Por eso, después de años, puede parecer que todo sigue igual: en vez de incrementarse la familiaridad, nos vemos cada vez más extraños. Esto no lo puede hacer nadie en nuestro lugar. Tú no necesitabas ninguna compañía que te acompañara, cuando tenías miedo, para buscar a tu madre. Tu urgencia de salir del miedo te hacía buscarla. Esto es lo que te ha hecho encontrar en tu madre una compañía que te ayuda a vivir. Al principio sirve la madre, y esto dice de la estructura de nuestra relación con el ser. Esta es la modalidad sencillísima que Dios ha pensado para que empezáramos a darnos cuenta, desde pequeños, del tipo de relación que puede responder a nuestra grandeza. Llegados a un punto, la madre no sirve y aparece la grandeza de nuestro deseo y del misterio que somos y, o entra el descubrimiento de Dios, o no encontraremos una respuesta adecuada.

Y entonces uno puede haber estudiado para ser médico durante años y se encuentra desconcertado. Pero, ¿y si esta fuera la ocasión del salto? ¿Y si en la relación con tus pacientes, con tus colegas, en la situación que te encuentres, percibieses la necesidad de entrar en relación con la Presencia que puede ser decisiva para vivir? Esto no podrá convencer a nadie si cada uno no lo hace suyo, es decir, si no resulta evidente en la experiencia. Si uno no piensa que Cristo puede responder al drama de su soledad y no lo busca, no arriesga para verificar si su promesa (se cumple) –“venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”–, si no verifica, si no alivia, ¿por qué Lo vas a buscar al día siguiente? Seguirá siendo la frase que te repites, con mucha sinceridad, pero no te mueve nada y, haciendo experiencia, no te convence. El único medio de comunicación de Cristo es la evidencia de una experiencia. Me interesa que entendáis la lógica de cómo suceden las cosas. De lo contrario perdemos el tiempo.

Intervención: Escuchándoos, he caído en la cuenta de que lo más valioso que tengo es mi pregunta. He tenido un año muy especial y muy duro también en muchos aspectos. Desde aquel verano en el que tuvimos una asamblea contigo y te hice una pregunta sobre una circunstancia que vivía, siempre he intentado mirar ese brote verde en el tronco seco que me decías. Es verdad que este año he hecho un recorrido. Me han pasado muchas cosas. La más bonita que, después de una relación horrorosa y un matrimonio horrible, he vuelto a enamorarme. Ha sido imponente y no he podido más que plegarme a lo que tenía delante. A la vez, en casa ha habido un estallido y lo estoy pasando muy mal con mi familia. Por otro lado, yo soy profesora de Secundaria en la escuela pública y, después de cinco intentos, he aprobado las oposiciones. He venido aquí sin creérmelo todavía, sigo sin creérmelo, e imbuida en lo que tengo que hacer porque ha sido una locura el último mes. He venido con una necesidad muy grande de verbalizar todo esto porque no quiero perder la vida viviendo. Escuchándoos me doy cuenta de que lo más valioso es esta pregunta: ¿dónde me va a llevar esta pregunta? Es verdad que estoy contenta –aunque tengo ciertas incertidumbres porque no sé dónde voy a estar el año que viene– porque tengo el trabajo resuelto y en algo que me apasiona que es la enseñanza. He verificado estos años que mi vocación está en la escuela pública. Pero tengo algo en el corazón: no es que no me baste, porque estoy contenta; pero a la vez necesito estar yo presente en esto que me ha sucedido, igual que en la relación que estoy viviendo. Quiero seguir siendo yo. No quiero nunca denostar el signo, quiero valorar estos signos, estas cosas que me están sucediendo.

Julián: Tendrás que ver, secundando todas estas cosas bellas que te están sucediendo, si bastan –siendo preciosas– a tu grandeza. Esta es la cuestión. Si tú en este momento te quedas entusiasmada con estas cosas que funcionan y no te das cuenta, usando la razón, de que tienes una exigencia absolutamente más grande.

Intervención: Eso me es evidente.

Julián: Exacto, entonces la cuestión es que tú, al mismo tiempo que disfrutas estas cosas, tomes en serio tu pregunta. Si no, mañana te encontraras de nuevo como al principio.

Intervención: Me ha herido estos días ver toda la belleza y he dicho “estoy enamorada de lo que me ha sucedido en la vida y necesito esto para vivir”. Cojo apuntes de todo para no perderme nada y para volver a Oxford, cuando esté sola en mi habitación, y poder retomarlos. Y después pienso: “pero ya te conoces, tu libertad es muy frágil, eres una dejada y una vaga… después de varios días que llegas asqueada del trabajo, no tienes energía para adherirte”. Me ha vuelto a la cabeza mucho estos días lo que decíamos en la primera asamblea: ¿qué significa dar espacio a Javi (mi novio)? Cuando me llama por videollamada o le echo de menos, me organizo para tener un rato por la noche para hablar. Mi pregunta es: ¿qué significa educar la libertad? Me parece que no hay un camino para mí, porque mi madre siempre me dice que soy una dejada y que no persigo las cosas. En el ejemplo con Javi no veo problemas. No sé si mi problema es entonces de educar la libertad o de cuánto me creo que todo el hastío del día pueda ir a alguna parte y pueda darle, así, espacio.

Julián: Hablas de lo que te has encontrado en la vida. ¿Qué es lo que has encontrado?

Intervención: Un profesor de religión que me fascinó.

Julián: ¿Y, por qué te fascinó? Si tú no vas al fondo de esto –verificándolo en todas estas nuevas circunstancias en que te encuentras cuando estás en Oxford– no te darás cuenta de que tú has encontrado una Presencia, no unos apuntes. Los apuntes son ocasión para entrar en relación con esta Presencia, no es que los apuntes en Oxford te vayan a resolver el problema. ¡Te lo resuelve una Presencia a la que tú puedes dejar entrar en tu vida! Déjate sorprender por lo que sucede cuando la dejas entrar. Tú sabes lo que sucede, lo has visto en muchas ocasiones. Deja de preocuparte de las veces que te equivocas, no le des a eso ni un minuto de espacio. Ninguna dificultad que tengas, ningún error, ninguna pereza–como dice tu madre– puede impedir que vuelva a resurgir de nuevo delante el atractivo que se ha despertado en ti cuando Él ha entrado en tu vida. Sin medirte. No perdáis el tiempo en esto. Secúndalo cuando el Señor de nuevo te atraiga. Porque es siguiendo lo positivo de lo que sucede como te entrarán ganas de seguir secundando su Presencia. No será reprochándote lo vaga que eres. ¿Veis como en un momento dado cambiamos el método? ¿No eras vagas al principio, igual que ahora? Pero nadie ha impedido, con  tu pereza, que te fascinara un profesor de religión. Eras igual de vaga. ¡Este no es el problema! Nos encasquillamos con estas cosas y nos convencemos de que el problema es mi pereza. Encima me lo dice mi madre… Pero nada de esto que estás diciendo ha impedido que reconozcas  la cosa más bella que te ha pasado en la vida. No necesitas otras condiciones, otra naturaleza distinta de la que tenías el día que te sucedió aquello. Toda tu naturaleza estaba ya allí, todo lo que necesitabas para reconocerlo estaba ya allí, ¡si no, no lo habrías reconocido! ¿Quién te lo impide ahora, en cualquier momento? Si no nos damos cuenta de cómo nos ha sucedido, aunque lo hayamos vivido, cambiamos el método. No nos damos cuenta de que ya sucedió con toda  nuestra  pereza, todos los reproches que nos hacemos ahora ya los teníamos y nada impidió que sucediera. ¿Por qué te encasquillas?

Intervención: Porque cuando estaba en Madrid, estaba rodeada de las cosas que sucedían a mi alrededor. Ahora no sé… algo vendrá a provocarme de nuevo, algo me despertará, pero pienso que en Oxford estoy más sola. Sé que no es así, pero es como si tuviera que pasar a un nuevo estado de madurez en el que…

Julián: Tú pasas al estado de madurez secundando el desafío, la soledad, la pereza, la situación que vives para buscarLo. ¿En qué consiste el crecimiento del niño? En que cada vez sabe con mayor claridad qué tiene que buscar, dónde tiene que buscar. No pierde un minuto en su pereza, no pierde un minuto en reprocharse nada, no interpone nada entre su necesidad y la búsqueda de la persona que responde. No hay nada que pueda impedir, cualquiera sea tu situación o condición, dejarlo entrar. Todas estas cosas sí que nos las podríamos ahorrar. Lo que no te puedo ahorrar es que estés en Oxford o Madrid, porque son circunstancias de la vida y parte de tu camino. Si reflexionáramos un momento sobre cómo funcionan las cosas, podríamos ahorrarnos quebraderos de cabeza, porque son cosas sin consistencia y que no tienen nada que ver con el objeto del que estamos hablando. Al inicio eras tan vaga como ahora y nadie lo impidió. Era simplemente la sencillez de reconocerlo.

 

[1] Se refiere a  una intervención de Luigi Giussani en los Ejercicios espirituales de los universitarios de Comunión y Liberación (Riva del Garda, 5 de diciembre de 1976) http://archivo.revistahuellas.org/?id=266&id2=323&id_n=12007 : “¡El sentimiento de la irreductibilidad de uno mismo! Porque no hay… ¿acaso hay algo más evidente cuando pronunciamos la palabra «yo» con un mínimo de ternura atenta? ¿Hay algo más evidente que, cuando se pronuncia este «yo», uno afirma, siente que afirma, percibe que afirma una realidad irreductible? No hay nada más que pueda nombrarse con esa palabra en toda la historia de ayer, de hoy y de mañana, en la eternidad…
Fijaos que la novedad de la vida crece en proporción al madurar de esta conciencia de sí, de este sentimiento de sí, de esta mirada y de este gusto por uno mismo. Por favor, ¿comprendemos que el sujeto, es decir, aquello de lo que surgen, brotan, de lo que toman consistencia, de lo que obtienen su rostro todas las cosas, es decir todas las relaciones, todas las acciones, todos los movimientos, es este yo? ¡Yo!
¡Existe una ley, una ley que tenéis que anotar, una ley de esta autoconciencia, de la vida de esta autoconciencia, de este yo, de esta persona que soy yo!”

 

  • Texto no revisado por el autor

Lee también: El hombre en una sociedad patoplástica

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Noticias relacionadas

Un desiderio così mio che è di un Altro
Carrón · Julián Carrón | 0
Intervento di Julián Carrón alla Fondazione San Michele Arcangelo, a Bergamo, in occasione dell’incontro intitolato «L’io in azione. È il momento della persona»....
24 septiembre 2025 | Me gusta 0
Un deseo tan mío que es de Otro
Carrón · Julián Carrón | 0
Reproducimos una intervención de Julián Carrón con motivo del encuentro titulado «El yo en acción. Es el momento de la persona"....
24 septiembre 2025 | Me gusta 3
Dall’esperienza alla speranza
Carrón · Julián Carrón | 0
Incontro “Il brillìo degli occhi”, promosso dalla Fondazione San Michele Arcangelo, tra Julián Carrón e Eugenio Nembrini....
13 septiembre 2025 | Me gusta 1
De la experiencia la esperanza
Carrón · Julián Carrón | 0
Transcribimos un diálogo, promovido por la Fundación San Michele Arcángel, con la intervención de Julián Carrón y Eugenio Nembrini....
12 septiembre 2025 | Me gusta 1