¿El tamaño no importa?

El éxito de público del mega Cristo boliviano, polo de atracción de turistas y foco de portadas en medios, dio el pistoletazo de salida a una peculiar carrera armamentística dentro del universo católico para ver quién era capaz de levantar el Cristo más alto. Así, en 2007 se inauguró en Tinuatlán, Veracruz (México), un nuevo Corcovado de 31,5 metros de altura, que no pudo por muy poco igualar el récord del de Cochabamba, lo que sí consiguió en 2015 una escultura de Cristo representado como el Santísimo en Floridablanca, Santander (Colombia), de 35 metros de alto, por apenas medio metro más.
El Cristo XXL colombiano, a su vez, había batido por dos metros al famosísimo Cristo Rey de Swiebodzin (Polonia), inaugurado en 2010 y que levantaba 33 metros de alto, aunque en este punto existe polémica, ya que el Cristo polaco tiene una corona dorada de tres metros de alto, que los expertos en mega-Cristos no están seguros de computar a efectos del récord, porque su función real es ocultar a la vista de los fieles y turistas unas antenas instaladas por un operador de telefonía móvil para suministrar wifi a la comarca. De todas formas, esta disputa quedó claramente superada desde el mes de abril de 2022, tras la inauguración de un nuevo Corcovado, esta vez sito en Encantado, Rio Grande do Sul (Brasil), de 43 metros de altura, que incluía, además, un gigantesco resort de la fe, con tiendas, restaurante, capillas y un mirador panorámico de 360 grados.
El nuevo Cristo Redentor brasileiro tenía como objetivo superar holgadamente el récord vigente, que ostentaba el Jesus Buntu Burake (en indonesio, algo así como “Jesús Bendecidor”) inaugurado en Makale (Indonesia) en 2015, y con 40 metros de altura, también convertido en un gran hito turístico desde su apertura al público. Sin embargo, poco duró la alegría en casa del pobre, porque en la misma Indonesia, en plena expansión económica gracias a los petrodólares, se inauguró en 2024 el Cristo de Sibeabea, en Sumatra, con nada menos que 61 metros de altura (eso sí, como recordaba la noticia que lo hizo público en nuestro país, aún el doble de pequeña que la súper-mega-estructura de la Cruz del Valle de los Caídos).
Por el camino se han quedado lejos del actual récord otros Cristos XXL, como el Cristo Luz de Camboriu, en Brasil, de unos ahora humildes 33 metros de alto, inaugurado en 1997 (lo de la Luz no es sólo teológico, el Cristo tiene literalmente cogido en sus brazos una potente linterna que arroja un haz de luz hacia el infinito y más allá, a lo Batman, y su túnica cambia de color en función del tiempo litúrgico), o el Cristo de Vung Tau en Vietnam (terminado en 1993), de unos ridículos 32 metros de altura, entre muchos otros erigidos en Nicaragua, México o Colombia.
Es llamativa la muy reciente proliferación de esta tipología de macro-imaginería cristológica en el seno de la Iglesia Católica; como se ha visto, no se trata de un fenómeno aislado, sino de un auténtico trend, cuya aceptación por los fieles y éxito turístico ha provocado una escalada (nunca mejor dicho) de alturas para ver quién se hace con el récord mundial. Es, desde luego, una categoría exógena a la tradición católica, y que en el ámbito de lo “religioso” se había ceñido a los Budas gigantes en algunas inculturaciones budistas, sobre todo en contextos dónde dicha práctica era socialmente minoritaria (recuérdese el desgraciado caso de la destrucción de las estatuas de los Budas gigantes en Afganistán por los talibanes).
Tal vez esto último insinúe una posible explicación —a la par del fenómeno tan posmoderno de la espectacularización de los hitos turísticos—: la necesidad sobrevenida —tan igualmente posmoderna— de representar a lo grande la figura de Cristo sería una compensación psicológica a la pérdida de relevancia del catolicismo sociológico en la cultura y sociedades contemporáneas, bien sea por una agresión ideológica (México, Vietnam), bien por la autoafirmación en un ambiente donde se es claramente minoría (Indonesia), bien por la gradual y rápida sustitución como religión hegemónica por las iglesias evangélicas (Brasil, Colombia, Bolivia, Nicaragua), bien —como en el caso del San Vladimir de 11 metros colocado en el mismo centro de la Plaza Roja de Moscú por Putin en 2016— por la afirmación de una identidad cultural nacional que se percibe en peligro (Polonia).
Así, el deseo de visibilidad correría parejo a un sentimiento cada vez mayor de irrelevancia y pérdida de influencia. Los Cristos XXL, en paralelo con una devoción popular de indudable raigambre y sinceridad, funcionarían en cierto sentido como un exorcismo de los miedos de los fieles, como un último puñetazo encima de la mesa, como el grito angustiado de un niño pidiendo que alguien le haga caso. No encuentro una explicación, si no, a un gesto tan radicalmente contrario no sólo a la tradición litúrgica y artística de la Iglesia, sino también al método que el mismo Dios eligió para entrar en la Historia —en la trastienda de las periferias de los confines del mundo romano—, y al que sigue usando a día de hoy para atraernos a todos hacia Él, discretamente y sin estridencias, respetando al máximo nuestra libertad a cada paso.
Al final, iba a tener razón un buen amigo mío, ahora sacerdote, cuando me dijo hace ya muchísimos años: “Luis, el tamaño no importa… mientras que sea grande”.
Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»
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