Pascua con la ayuda de Cercas: “¿Y si lo imposible es cierto?”

¿Pero cómo se puede creer que Cristo ha resucitado de verdad? ¿Pero cómo se puede creer que ha vencido a la muerte y que las personas más queridas no desaparecen en la nada y que la carne tendrá una nueva vida? ¿Pero cómo? Es la pregunta que le llevó al escritor Javier Cercas a aceptar la invitación a escribir un libro sobre Francisco, en concreto sobre el viaje del Papa a Mongolia.
El loco de Dios en el fin del mundo, que es como se titula el libro, es sin duda una buena lectura de Pascua. Porque muestra cómo hacerse una pregunta genera una relación diferente con la realidad y las personas, abre al misterio. Porque refleja cómo una verdadera respuesta no es un simple enunciado. Porque permite al lector entender que la Pascua no es un rito, no es una devoción, sino algo que sucede: la resurrección se acredita por su capacidad de abrir la razón.
Cercas era ateo antes de escribir el libro. “Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso” -señala-. Y lo sigue siendo pero de otro modo. El Cercas que empieza el libro no es el mismo que lo acaba. Su historia es la de muchos españoles, la de muchos europeos que fueron jóvenes en el siglo XX. Nació en una familia católica, tuvo una crisis en la adolescencia -en este caso un desengaño amoroso- y el Dios de la infancia dejó de ser el referente que hasta ese momento había sido. La lectura de una obra de Unamuno le dio el último empujón para abandonar la fe. Pero el escritor tenía todavía una pregunta y por eso acepta la invitación: “Desde la muerte de mi padre, mi madre no paraba de repetir que iba a encontrarse con él después de la muerta, y me dije que si podía estar unos minutos a solas con el Papa y preguntarle si era verdad que mi madre volvería a ver a mi padre, entonces tenía todo el sentido escribir este libro”.
La resurrección había atravesado 2.000 años de historia y era un hecho en la conciencia de la madre de Cercas. El escritor quería saber si esa creencia tenía fundamento. La conversación con el Papa solo se revela al final. El libro es el relato de numerosos encuentros con responsables de la Curia, periodistas, misioneros… personajes de muy variada condición con los que habla de su fe. Conversa con ellos sobre el pontificado, sobre los desafíos y los errores de la Iglesia, sobre cuestiones políticas, sobre su vida en Mongolia, sobre su tarea y su entrega. Se perfila así un retrato muy personal del pontificado. Cercas descubre una Iglesia diferente a la que conocía o creía conocer. Pero sobre todo, el escritor, les hace a sus interlocutores la pregunta sobre la resurrección de la carne.
Su posición de partida es la clásica: la fe no florece en el culmen de la razón, “es una especie de intuición, de intuición poética, que se tiene o no se tiene; también, una forma de adhesión sentimental a algo que es más grande que tú, algo que te supera… Pero no un hallazgo racional”. Cercas conoce bien a los maestros de la sospecha: es la necesidad de Dios la que crea a Dios y no Dios el que crea al hombre con su necesidad de lo infinito: Dios es una sublimación. Sin Él se vive con angustia, lo que no significa que Dios exista. Eso sí, Cercas admite que hay otras formas de conocimiento que no son una razón encerrada en su propia medida: “la literatura es un instrumento de conocimiento: una confesión obligatoria: soy escritor porque la literatura se convirtió para mí en un sucedáneo de la religión y como me lancé a buscar en ella un relevo de la fe perdida, de las certezas y el sosiego que la religión procura”.
Cercas cuando acaba el libro no es el mismo Cercas. Empieza a usar de otro modo la razón. A medida que se van produciendo los sucesivos encuentros, el problema de la vida eterna cambia de forma. El problema de la resurrección ya no es tanto una cuestión que se refiere al futuro sino al presente: es el problema planteado por un testimonio que remite a lo que él mismo llama más adelante “lo imposible”.
En una de las conversaciones más vertiginosas, un viejo vaticanista, le cuenta que volvió a la fe porque se encontró con la humanidad de un sacerdote que le atraía. “El cristianismo consiste en encontrar una cosa tan profundamente humana que, humanamente, no la puedes explicar”, le dice el periodista. Cercas responde que no ha tenido ese encuentro. Y su interlocutor insiste: “ pero ¿y si lo hubieras tenido? (un encuentro) ¿Y si hubieras encontrado a alguien como él? ¿Y si hubieras sentido esa atracción?”. “Entonces quién sabe”- responde Cercas-.
Se abre la brecha. Se abre la posibilidad. Y el vaticanista concluye: “¿cómo vas a creer en otra vida si no empiezas al menos a presentirla en ésta? La experiencia de una humanidad inexplicable humanamente es lo que te hace presentirla, intuir que hay algo más y mejor que esto. Eso es el inicio de la vida eterna: la vida eterna empieza aquí. Si la vida eterna no tiene nada que ver con ésta, entonces, ¿para qué la queremos?”.
La brecha se ahonda y Cercas no la cierra. Después de una comida bellísima con un grupo de sus nuevos amigos del Vaticano escribe: “me digo que quién sabe, que cosas más raras se han visto y que quizá, si yo hubiese tenido un grupo de amigos como estos, aún sería católico y creería en la resurrección de la carne y la vida eterna”.
Tanto ha cambiado el uso de la razón en Cercas que se revela contra una Iglesia secularizada: “¿sigue buscando el milagro la Iglesia o ella tampoco lo necesita o cree que no lo necesita o es incapaz de buscarlo o de creer en él del todo?”. En su breve conversación con el Papa, Cercas escucha lo que ha escuchado ya decenas de veces a otros católicos: no se entiende el futuro, la vida eterna, sin el presente. Y Cercas termina preguntándose: “¿Y si lo imposible es cierto?”. No es solo una pregunta para los ateos, es la única pregunta que hace posible que, también para los católicos, la Pascua sea acontecimiento y no mero rito.