Ciao, Luca

Cultura · Jordi Molas
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3 marzo 2025
"Amor" será recordado como uno de los mejores trabajos del año 2025. Y, probablemente, de la década. Nada más terminar la primera te invita a una segunda.

Hablar de obras descomunales me parece tremendamente difícil porque el riesgo de pasarte de entusiasmo o de quedarte corto en los elogios siempre está ahí, amenazando. Y en estas me encuentro al intentar hablar de Amor, el cuarto trabajo de Delafé y las Flores Azules tras doce años —se dice pronto— de silencio.

Amor, como Brindis de Cala Vento, comentado en el pasado artículo, es una obra gestada y alumbrada por Óscar D’Aniello y Helena Miquel al margen de la industria y los cánones. Una obra libre de quien tiene algo que contar de un modo determinado y que, empeñado en esa empresa, le da igual el qué dirán.

Desde el punto de vista estilístico, Amor no rompe con sus trabajos anteriores. Mantiene ese pop elegante que transita entre el hip hop, el lounge y el trip hop, donde conviven secciones rítmicas de densas texturas electrónicas junto a recursos analógicos, guitarras y samplers orquestales. Y, por supuesto, están presentes esos colchones vocales de Helena que son marca de la casa.

Pero ahí termina todo lo convencional que uno suele esperar de un trabajo musical. Y es que Amor, en realidad, no es un disco. Es una canción de treinta y un minutos dividida en nueve partes. Algo que el mercado actual, tan acostumbrado a estándares de consumo rápido y olvido aún más veloz, no está muy preparado para asimilar. Pero a Óscar D’Aniello y Helena Miquel no parece preocuparles demasiado.

Esta obra nace de la necesidad de Óscar D’Aniello de dejarle a su hijo Luca, nacido días antes de la pandemia, algo más que una hoja de ruta sobre lo que es la vida. Es un epistolario en forma de legado en el que su hijo podrá reconocer quién fue su padre cuando él ya no esté.

Esta epístola de treinta y un minutos tenía muchos números de despeñarse por las resbaladizas cuestas de lo cursi. De hecho, este cronista debe reconocer que frunció el ceño cuando se enfrentó a un título tan rotundo como pomposo.

Pero, tras concluir con Parte I —un prólogo de apenas minuto y medio— con los latidos de la ecografía de Luca, abochornado, tuve que envainarla, acomodarme en el sofá, cerrar los ojos y reconocer que lo mejor de fallar en el juicio es, precisamente, admitirlo y pedir disculpas.

La producción de Amor es exquisita: todo está en su sitio, nada sobra ni falta. Como un río de caudal suave y constante, continuamente suceden cosas importantes, como el impresionante trabajo en las transiciones que enlazan las nueve partes para construir una estructura tan sólida como amable.

A ello contribuyen los constantes cambios de registro entre el ambient, la electrónica, el pop y guiños sutiles a la música disco.

Probablemente, en esta construcción emocional tan rica y compleja, tenga mucho que ver el equilibrio técnico de la mano maestra de Kulyela —pseudónimo de Ramir Martinez, colaborador habitual del dúo y uno de los referentes de la escena electrónica barcelonesa.

Con una espina dorsal trufada de mantras (Elijo la luz, elijo el color, elijo el sabor, elijo el amor), Óscar D’Aniello y Helena Miquel se han comprometido con algo más grande que componer un puñado de pistas para juntarlas en un disco. Delafé y las Flores Azules van mucho más allá: en unos tiempos en los que la banalidad copa el noventa por ciento de las listas de éxito, Amor brilla por su rigor compositivo. De hecho, han necesitado cuatro años y tres versiones para presentar esta canción-río.

Y esa es la virtud de Amor: nada más terminar la primera escucha te invita a una segunda. Y a una tercera nada más terminar la segunda. Provoca una necesidad de descubrir nuevos detalles, matices y giros; algo que solo está al alcance de las grandes obras. Por eso, Amor será recordado como uno de los mejores trabajos —me resisto a llamarlo disco— del año 2025. Y, probablemente, de la década.

Para terminar, y a modo de epílogo, os recomiendo que veáis Ciao, Pirla, el documental —disponible en YouTube— que hizo Óscar D’Aniello hace unos años para contar la emocionante aventura de llevar las cenizas de su padre a Desio, Italia, el pueblo donde nació. Y lo hizo en bicicleta.


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