Con la urgencia de lo que soy
P: Me gustaría empezar con una pregunta. Lo hago a partir del capítulo décimo del Sentido religioso[1]. Lo he vuelto a leer esta mañana antes del Ángelus. ¡Cuántas veces lo hemos trabajado y cuántas veces lo hemos releído! Pero no creo que lo hayamos entendido realmente. El tema del capítulo es la razón: el camino de la razón, la posibilidad de darse cuenta de la razonabilidad de nuestro ser en el mundo. Subrayo esta frase: «un individuo que haya tenido en su vida un impacto débil con la realidad, porque, por ejemplo, se haya esforzado poco, tendrá un sentido escaso de su propia conciencia, percibirá menos la energía y la vibración de su razón». Mi pregunta es muy sencilla: ¿puedes decirnos qué es para ti esta vibración de la razón? Porque evidentemente, no es una explicación de las cosas, no es una teoría, sino una determinada forma de estar en el mundo. Para decirlo más «en prosa»: llevas tiempo diciendo que este periodo es apasionante para ti, ¿en qué sentido es apasionante?
Julián Carrón (JC): Hola a todos. El mundo actual es apasionante precisamente por la cantidad de dificultades que a menudo tenemos que afrontar. Acabamos de oír en la canción[2] a alguien que ha intentado comunicarse con el piano, con la guitarra, y que percibe que, en realidad, no la entienden: «¿Hay alguien que escuche?». ¿Qué está diciendo la chica de la canción? ¿Qué vibra en su interior para gritar así? ¿Es simplemente una cuestión de sentimentalismo, o responde a una urgencia radical?, ¿la más profunda?, ¿la más «suya»?, ¿la propia de la razón? Precisamente por el sufrimiento que experimenta no puede conformarse si no hace un verdadero uso de la palabra razón. Es decir, apertura a la realidad según todos los factores. Cuanto más se es consciente de la naturaleza del yo, de la naturaleza de la necesidad, más difícil es hacer un uso de la razón racionalista.
No sé cómo os arregláis vosotros. Si os quedáis a medio camino, simplemente aguantando la situación, sin sentir toda la urgencia de secundar la propia experiencia, la impaciencia, el malestar. ¿Cómo soportarse sin utilizar la razón según su verdadera naturaleza? Esta no es otra que reconocer a Aquél que nos hace. Que cada uno observe qué experiencia hace de sí mismo. Olvidémonos de todo lo demás, son distracciones. La verdadera cuestión es qué experiencia tiene cada uno de sí mismo.
Y como dice Marracash, no creas que puedes salirte con la tuya haciéndote la víctima. Escuchad el último disco que acaba de grabar[3] En él hace un reproche a los que piensan que pueden salirse con la suya haciéndose las víctimas[4]. ¿Qué es hacerse la víctima? Hacerse la víctima es culpar a otros de la situación. Es una bonita justificación de un uso racionalista de la razón. Porque nadie nos impide, como a esta chica, utilizar la razón según su verdadera naturaleza, sea cual sea la situación. Como dice Giussani en el capítulo décimo es la propia experiencia la que lleva a descubrir la naturaleza de la razón. El momento que vivimos hoy es apasionante porque el sufrimiento es tal que, a pesar de todas las distracciones con las que uno quiere salir adelante, resulta difícil –si no imposible (¡basta con leer los periódicos todos los días!)– estar con uno mismo. Cuanto más emerge esto, más vemos lo que significa la «autoconciencia». Porque uno se da cuenta que nos define la irreductibilidad: no nos basta cualquier cosa para estar con nosotros mismos, para soportarnos. No digo ya para poder abrazarnos. Debemos aceptar nuestra propia experiencia. Cada uno de nosotros, nuestro yo –a pesar del intento de reducirnos a los factores antecedentes, o de reducirnos a la situación, o de reducirnos a las circunstancias, o de reducirnos a la influencia de unos u otros…– es relación directa con el Misterio. Y os digo: esta es para mí la única revelación. Si la reconozco es para poder estar conmigo mismo. Y si no lo hacéis, no la reconocéis, cada uno tendrá que verificar qué le sirve para vivir.
Todo lo que esté por debajo de esto no está a la altura. No está a la altura de una verdadera amistad. Y por eso todos somos cómplices con la situación. Jesús respondió a la necesidad de la gente que le seguía durante todo el día, multiplicando los panes. Reconocieron que aquella persona, Jesús, se había tomado en serio su necesidad, y volvieron exaltados para hacerle rey. Entonces Jesús no se dio por satisfecho con el tipo de relación que querían establecer con Él. Así que empezó a elevar el desafío. ¿Qué es elevar el desafío? “Mirad: no penséis que el pan que habéis comido os basta para vivir. No sólo de pan vive el hombre, no sólo por la quietud merece la pena vivir”–les dijo–. Al darse cuenta de que no lo entendían, les desafió hasta el final: «Mirad, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no podréis tener vida »[5], ¡vida! El posible precio del desafío era quedarse solo. Les reta asumiendo el riesgo de quedarse solo. Así era la pasión que Jesús tenía por aquellas personas. Por eso, tampoco les ahorró el desafío a los discípulos. «¿También vosotros queréis marcharos?”[6].Les dio a entender: también vosotros podéis marcharos. Pero si les hubiese retado a algo menor no hubiera sido creíble. Podrían haber estado un poco más tranquilos, pero Jesús habría perdido toda la credibilidad de ser Aquel que puede responder a la necesidad.
Ahí es donde se ve la autoridad, porque no cede. Después, da tiempo a la gente para que cada uno haga su camino. Algunos responden inmediatamente, otros se marchan. No hay ningún problema. Pero todos tienen que aceptar el reto que Él les ha propuesto.
Y puede darse el caso –como dice Marracash de forma impresionante– (que) «call(es) tu humanidad, (para gustar) a la unanimidad». Decidid si queréis hacer callar vuestra humanidad para agradar a la unanimidad, a todos los que os rodean, o si amáis vuestra humanidad mínimamente, aunque no le guste a la unanimidad. Esto es apasionante. Este momento lo es mucho más que cualquier otro, porque antes oíamos estas cosas como la «sana doctrina» y nos las decíamos a nosotros mismos. Ahora la situación es tan desafiante, ¡que no hay santos! Por eso, sólo los que aceptan esto comen y beben de lo único que da vida. (La alternativa es): o no nos importa nada la unanimidad -es decir: tenemos vida para ser libres-, o bien nos rendimos a la unanimidad porque «fuera hace frío».
Decidid qué queréis hacer con la vida. Pero no culpéis a los demás. Al menos seamos justos en eso. ¿Queremos conformarnos? Hagamos las cuentas con la experiencia, pero no nos contemos rollos porque sabemos que es falso. Nadie, sea cual sea la situación, está reducido a antecedentes psicológicos, sociológicos, históricos o circunstanciales… El poder sólo afecta a quienes han reducido su humanidad rendidos a la unanimidad. Por eso la libertad es un bien tan escaso. No se trata de un problema de orden. Porque, como vuelve a decir Marracash, «creen que basta con llenar el vacío con orden». Si esto os sirve, ¡adelante!
Gente que estima su propia humanidad
P.: Tenía preparada una intervención, pero reacciono ante lo que dices. Si estoy aquí es por una serie de hechos, desde mi amistad con Costa hasta cuando conocí el movimiento en el 95, pasando por la manta de la madre de Don Giussani. Hace quince días, don Eugenio Nembrini empezó a trabajar «¿Hay esperanza?»[7]. Puede que sea porque atravieso un período difícil pero, pensé: «don Eugenio, casi es mejor que no empieces este trabajo». Seguí la lección y él repetía obsesivamente «esa inquietud se convierte en el criterio de juicio para interceptar aquello para lo que está hecho su corazón». El juicio permanecía, pero esta frase se me plantó aquí (se señala la cabeza). Me llevé el texto a casa, y pensé “¿pero dónde estaba yo cuando lo leímos (hace años)?” Todo parecía nuevo, e incluso dice: “los detalles que nos dejan un extraño malestar, son decisivos”, una frase que dijiste en Roma. O sea que me lo leo todo, como buen devoto del movimiento. Pero luego hay personas que me impactan, como tú. Tú verdaderamente recuperas la vida partiendo de las entrañas. No sé si es moralismo o devoción, pero ¿qué tiene que ver el movimiento? O yo que el veinticinco…
JC: ¡A mí no me importa nada! Tú decides…
P: Pero yo no te conocí así, por casualidad, Julián.
JC: Tú, ahora, sean cuales sean las explicaciones que podamos dar –las acepto todas–, tienes que decidir contigo mismo: ¿esa frase por qué se te quedó dentro? La sentías como una verdadera expresión de ti, ¿o no?
P: Muy cierto.
JC: Punto. No es porque te lo ha dicho Ticio, Cayo o Sempronio. Ticio, Cayo o Sempronio te ha recordado quién eres. Así que tienes que decidir, ahora, ante esta situación, ante esta conciencia –que por gracia otro ha despertado en ti– qué demonios haces contigo mismo. Y nadie te impide hacer, del mismo modo que nadie te obliga a hacer. Por eso digo que es apasionante: porque no puedes descargar tu humanidad en nadie más, culpar a otro, culpar a alguna circunstancia, convertirte en víctima de las circunstancias. Puedes abrazar, apoderarte, convertirte en protagonista de tu humanidad y decir: «¿qué quiero?». Y punto. Todo lo demás es distracción.
Por eso es apasionante. Porque esta situación -después de habernos cansado de decir, no decir, comentar- tiene, al final, que llegar ahí, ¿comprendes? Tiene que llegar ahí: que a uno, por casualidad, al oír algo, se le quede grabado en el cerebro. Esto es la expresión más verdadera de uno mismo. Conciencia de sí. Y así, tal vez, esta dificultad que estás atravesando -como muchas otras- sea una oportunidad para tomar realmente conciencia de ti mismo y ver cuál es la vibración de tu razón. No como una definición, sino como una experiencia del capítulo diez del Sentido Religioso. Porque podemos hacer el capítulo diez sin que nos conmueva la primera frase del texto. Y así, al final, nos convertiremos en escépticos para el resto de nuestras vidas. Porque lo hemos trabajado, leído todo y no se ha movido ni un milímetro la vida. Esto es amor a nuestra humanidad. Y yo te lo digo con toda la pasión por tu humanidad. Porque es más fácil bajar el listón. Para Jesús era más fácil bajar el nivel. Pero tenía mucha pasión por la humanidad de los que tenía delante y no podía tomarles el pelo.
¿Comprendes? Si uno se valora a sí mismo, aunque estuviera solo, tendría que hacer las cuentas con su humanidad. Porque, como estudiamos en el capítulo octavo del Sentido Religioso, la libertad es relación directa con el Misterio, el yo es relación directa con el Misterio. Eso es lo que nos hace libres. Y la grandeza con la que Giussani nos miraba es que no nos permitía, en lo que de él dependía, que redujéramos nuestra irreductibilidad. Cada vez que nos hablaba, nos hablaba en este nivel, como Jesús a los suyos. Lo hacía con el primero que llegaba y con el último, no hizo ninguna distinción: (se dirige) a la “gente-gente”. Ningún rol en toda aquella multitud, ninguna jerarquía. Nada de nada. Gente-gente, gente como tú y como yo, que estima su propia humanidad.
¿Quieres rebajar este tipo de relación? Buscadlo en otra parte. Hay muchos lugares que rebajan esta necesidad. ¿Quién te lo impide? Nadie. Siempre recuerdo a una chica que, cuando preparaba el bachillerato, me dijo: «Quiero hacer medicina, pero no quiero perder el tiempo del verano». ¡»¿Quién te lo impide, vete a la playa! ¿Quieres que te convenza ahora para que estudies medicina? ¡Vete a la playa!» «¡Pero yo quiero estudiar medicina!». «Perfecto: hazlo».
P: Hay una cosa que has dicho este año que me ha impactado mucho: «El cristianismo es sólo para los audaces».
JC: ¿Lo ves? ¿Ves por qué es para los audaces?
P: Es para los que no renuncian a las pretensiones que vibran en su interior.
JC: No son pretensiones, es la naturaleza de nuestra naturaleza.
P: A partir de entonces he hecho un camino respecto a las cosas. Lo que ha cambiado mi forma de vivir fue tomar conciencia de mí misma, en las circunstancias, en lo que hacía y veía, partiendo de mi humanidad, tomándome en serio el malestar que sentía. Por ejemplo, en el trabajo me encontré razonando como el mundo. Ante esta posición me detenía en el dolor, en la herida de esta reducción de mí misma. Por eso empecé a hacer lo que tú dices, con la razón empecé a preguntarme «Pero, ¿esto es todo lo que hay?», «¿esto es realmente todo lo que soy?». Porque a menudo me revolcaba en el dolor del error. (La cosa cambió) cuando caí en la cuenta de que cuanto más sentía este dolor, más surgía en mí la pregunta por Él, hasta el punto de darme cuenta de que Él es mi origen. He sido consciente de ello en la relación con muchos clientes que acuden a mí, por los motivos más diversos. Desde la persona solitaria que viene al banco a hablar, hasta la que viene a tomar un café, o la que se enfada por una nimiedad pero te das cuenta de que es por un resentimiento más profundo. Está también la colega que está ansiosa por tener siempre la razón porque en la familia el papel de la mujer es secundario. Al encontrarme con la humanidad del otro me doy cuenta de mi propia humanidad, hasta el punto de descubrir que no estoy sola porque Él me hace compañía. Encuentro sobre mí esta mirada de misericordia que sólo Él tiene sobre mí. Pienso, por ejemplo, en un día como hoy, en el que la correspondencia es tan grande que el corazón respira. Fue un logro poder empezar a respirar dentro de las pequeñas y grandes tormentas del día. Y tengo que darte las gracias, porque te vi hacerlo, y lo intenté.
JC: Todo lo que he hecho en mi vida es contar lo que me ha hecho vivir. No tengo ninguna responsabilidad sobre el resto. Lo he dicho desde el primer día hasta el último. Gracias. Cuando uno comete un error, da igual. Lo que cuenta es si uno se queda lamentando el error y lamiéndose las heridas del dolor, en vez de leer el «Sí de Pedro» ¡sigue adelante! Porque nadie tiene las herramientas que tenemos nosotros para afrontar lo que se nos presente. Dime si cuando tienes cualquier tipo de dolor, cuando has cometido cualquier tipo de error, y lees el «Sí de Pedro» todo puede seguir igual. Te reto, (a decir que todo sigue igual) si lo lees en serio. Y si no lo lees, o no lo lees en serio, dime: ¿cómo te soportas?
Si lo hago, no es porque quiera alcanzar quién sabe qué santidad, me importa un bledo. ¡Es para estar conmigo mismo! Por eso, ¿os interesa o no? Un mínimo de ternura con uno mismo.
El yo es una relación directa con el Misterio
P: Me gustaría volver sobre una afirmación que has hecho más de una vez: «El yo es una relación directa con el Misterio». Podría ponerme -lo digo de forma un tanto teatral- delante de una imagen y pensar que tengo una relación con el Misterio. Lo cual no tiene sentido, por supuesto.
JC: ¡Intenta y mira a ver qué pasa! Que cada uno vea (qué pasa) si reduce la relación a una imagen, o sea, si hace un uso reducido de la razón. (Que vea que pasa) cuando uno se detiene donde cree que está el Misterio, si luego consigue mirarse a sí mismo.
P: Los protestantes también dicen que tienen una relación directa con el Misterio.
JC: De acuerdo, y los protestantes deben ver el problema que tienen consigo mismos.
P: Permíteme poner un ejemplo práctico para comprenderlo mejor. Un colega tiene un accidente de trabajo, y vuelve después de un largo coma inducido. Le pregunto: ¿cómo estás? Me dice: «muy bien, estoy deseando volver al trabajo», en lugar de pedir dinero a la empresa. Comprendo que él tampoco puede vivir sin sentido. Pero yo ¿cómo estoy frente a estas cosas? Creo que aún no puedo responder bien sobre el ‘cómo’. Puedo quizás responder sobre el ‘dónde’. Puedo decir que he aprendido a leer lo real, y a aprender de lo real, porque he estado inmerso en un lugar. Para mí, esta inmersión en el «dónde» también es esencial para la relación con el yo. Con el «dónde» me refiero a este lugar. Para mí esta inmersión es esencial, y no es secundaria para no acabar hablando con una imagen. ¿Me explico?
JC: Claro. Pero la cuestión es que no cualquier «dónde» está a la altura de la necesidad del «yo».
D: Claro. Marracash y Lovato cantan así, pero no tienen un «dónde».
JC: Pero reconocen el drama.
P: Sí, pero necesitan un «dónde» para responder.
JC: De acuerdo, pero lo que yo digo es que si nosotros, que estamos aquí, nos justificamos de alguna manera porque no respondemos a la necesidad de nuestra humanidad, porque no sabemos «dónde», ¡es nuestro problema!
Estoy hablando contigo. Estamos hablando aquí, entre amigos a los que les ha pasado lo que a nosotros nos ha pasado. Los demás tendrán que ver. Cuando uno encuentra a otro que puede vivir a la altura (del desafío), tienen que decidir. Como tuvieron que decidir aquellos a los que Él se dirigió.
Para los que escucharon a Jesús en la multiplicación de los panes, ¿cuál era su «dónde»? Su ‘dónde’ era sólo uno: tenían delante a alguien que miraba a su humanidad como la miraba aquel hombre. Cada uno tenía que decidir ante la mirada con la que vivía aquel hombre. La samaritana ¿dónde había buscado su autorrealización? Había tenido cinco maridos y el que tenía en ese momento no era su marido. Hasta que se enfrenta a Uno que le dice: «¿Te basta con esto? ¿Satisface tu sed?». ¿Dónde se percibe el “dónde”? El «dónde» es aquello que responde a mi necesidad. Si no responde a mi necesidad, es un «dónde» que me deja aún peor, porque me hace aún más escéptico. Así que la cuestión es que, para descubrir el «dónde», como siempre nos decía Giussani, no hay una respuesta a una pregunta que no se hace. Debo decidir ante mí mismo hasta qué punto quiero aceptar mi necesidad humana. Porque si no hago esto, cualquier «dónde» es lo mismo, lo decido yo como me da la gana. La cuestión es ¿qué «dónde» está a la altura? Puede que aún no sepa cuál es el «dónde», pero lo que sí sé es que ¡no puedo soportarme a mí mismo!
Así pues, el valor de la dificultad es que nos hace darnos cuenta de cuál es el problema de la vida. La conciencia de sí es la vibración de la exigencia de razón. Así pues, sólo éstos han abrazado el «dónde». No es que primero tuvieran la enfermedad y luego se han encontrado con algo. No. Sólo aquellos que tenían la necesidad, solo aquellos que estaban enfermos encontraron en Jesús la respuesta a su dolor, a su enfermedad. «No he venido para los sanos, sino para los enfermos, para los necesitados». Cuando Jesús insiste: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque sólo ellos serán saciados», está diciendo esto. Está diciendo que esta necesidad, este «yo» que es una relación directa con el Misterio, encuentra realmente, intercepta el «dónde», al no rebajar el nivel de la necesidad. Entonces cada uno decide si está satisfecho con cualquier «dónde» o hay un «dónde» que está a la altura. Otros prefieren marcharse.
Jesús hizo la misma propuesta a todos, se quedaron solo doce. ¿Cuál era el «dónde»? El «dónde» estaba delante de ellos. «Pero esto es un loco, demasiado exigente, demasiado radical. (Dijeron) todas las frases que se repiten ahora. Cada uno debe decidir cuál es la exigencia. Porque cuando uno está enfermo, no basta con cualquier cirujano. Precisamente por la conciencia que tiene de la gravedad de la enfermedad -que no es una gripe- busca un «dónde» adecuado a la naturaleza del problema. Por eso digo que esta situación es apasionante: porque cuanto menos se nos ahorra la dificultad, más vemos la conciencia de nosotros y más vemos la necesidad y la vibración de la razón.
Y ése es nuestro yo. Y por eso aquella mujer que había tenido cinco maridos, cuando encuentra a alguien que le dice «hay agua»: (responde) «¡dame esa agua!». A los doce que se quedaron después de la multiplicación de los panes se les dice: «¿También vosotros queréis marcharos?»: (responden) «¿Adónde iremos? ». O unimos estas dos cosas o, del mismo modo que cada uno puede hacerse una imagen de sí mismo, puede hacerse una imagen del «dónde». Pero, ni puedo reducirme a la imagen de mí mismo ni puedo decidir la imagen del «dónde». Ni lo uno ni lo otro, porque ambos son irreductibles. Y cuando mi drama es irreductible, cualquier «dónde» no me basta. Cada uno debe ver a quién se encuentra como compañero de su destino. ¿Qué destino? ¡Tú decides qué destino quieres!
A la altura de nuestra necesidad
P: Perdón, quizá vuelva un poco para atrás. Me impresionó mucho cuando en la intervención de Navidad hablaste de la impaciencia. Le di al «play» para escucharla justo dos minutos después de haberme zampado a mi jefa del hospital con todas mis quejas del último período. Y cuando pulsé «play» y oí….
JC: Antes de darle al «play». Cuando estuviste así con tu jefa, ¿te liberaste?
D: No.
JC: ¡Por favor, no nos saltemos la experiencia que tenemos! Si te basta echar todo tu malestar sobre tu jefa, no necesitas a Cristo. Id y arrojad toda vuestra malestar sobre el primero que pasa. Pero mirad a ver si descargar vuestra impaciencia os sirve para liberaros.
La primera pregunta es: ¿el intento que hacemos para responder a nuestro malestar está a la altura de nuestra necesidad de justicia? Si os basta esto, no necesitáis nada más. El problema es que antes de todo lo demás, antes del «play», ¡ya estaba ahí (el malestar)! No podemos saltarnos esto. Porque de lo contrario lo que dice el «play» lo trituras cómo te has triturado ya antes tu experiencia. Y al igual que se tritura la primera experiencia pensando que nos salimos con la nuestra al echar todo el malestar sobre el jefe, creemos salirnos con la nuestra cuando después del «play» echamos la culpa a otro. ¿Veis? Porque es una cuestión de lealtad con la experiencia. Y tenemos que ayudarnos unos a otros a no dejarnos pasar una en esto. Porque nuestro problema es que dejamos pasar todas los indicadores que la experiencia despierta. Imaginad que dejáis todas los pilotos del coche encendidos. No pasa nada, no hay problema: porque como dice Lewis la experiencia nunca engaña. Si uno no se da cuenta de esto, le volverá a pasar la próxima vez. Entonces, ¿el «play»? Ahora sí el «play», pero sabiendo lo que hemos dicho.
P: En el «play» me di cuenta de que lo que me había ocurrido, que no había visto en absoluto durante meses era ya era una experiencia que podía leer como mi experiencia elemental. Para mí ese malestar era que las cosas no funcionaban, no lo veía como mi experiencia elemental que salía a borbotones por todos los agujeros. Y cuando dices en esa intervención «no sabemos leer esta inquietud»…
JC: Giussani dice esto, ¡cuidado! La genialidad de Giussani es que veinte años antes de nuestra situación ya había identificado esto. Porque como nosotros no leemos adecuadamente la experiencia, no leemos adecuadamente nuestra necesidad, la reducimos constantemente. Por eso te he parado: porque si nos saltamos esto, no leemos adecuadamente todo lo demás del «play», porque ya lo hemos reducido a nuestra imagen. Y del mismo modo que tú te has reducido a tu imagen, reduces lo que oyes según tu imagen, porque es tal o cual. La gran genialidad de Giussani –¡el filósofo me corregirá más tarde si no es así!– es la condición de posibilidad de la comprensión: ¿qué se necesita para que yo comprenda? Para comprender, dice Giussani, necesito tener una experiencia similar a la del otro que me habla. Leo, para ser precisos, porque es impresionante. Uno le pregunta cómo en su vida sucede la experiencia que está comunicando a un grupo de universitarios de los años noventa. «Cómo sucede en mi vida no puedo decírtelo, amigo mío. Si no es en la medida en que algo parecido aparece ya en tu vida», es decir, se experimenta. Si no tienes experiencia de lo que puedo contarte, ¡no entiendes nada! Imagina comunicar a alguien lo que significa enamorarse sin que haya tenido la experiencia: ¡qué lío le haces en la cabeza! Puede que tenga ahí a la persona, pero lo reduce a lo que ha experimentado. Sólo se comprende lo que de algún modo corresponde a algo que ya experimentamos.
Esta es la condición de la posibilidad de comprender el «play». Si no te detengo y te digo: «mira tu experiencia antes del play», reduces lo que sientes a la imagen que te has hecho, y por tanto no comprendes, aunque digas que lo entiendes. Lo siento. No es por malicia, como sabes, sino por incapacidad. Porque para comprender el mensaje o la propuesta de otro, debes estar en sintonía con lo que el otro dice.
Esto es lo que no pasa. Porque uno dice: ‘No, yo os digo la sana doctrina, y escuchándola la entendéis’. ¡Nada! (No entenderías )Nada. Esto es lo que se ha descubierto que es un fracaso desde la Ilustración. Reducimos el cristianismo a un conjunto de valores repitiéndolos: basta con repetir el cristianismo reducido a doctrina o ética, ¡y se convierte en nuestro! Basta con que haya un lugar que lo repita para que se convierta en nuestro. Muy bien, comprobemos dónde están las iglesias llenas…. Porque para comprender la propuesta de otro, es necesario que eso (que me dice) encuentre armonía en lo que yo ya he experimentado. De lo contrario, no comprendemos. «Si quién escucha a una persona no tiene en sí algo que de alguna manera le acerque a la experiencia del otro, puede tergiversar el significado de su palabra».
Y si creemos que comprendemos, es sólo porque comprendemos una ínfima parte de lo que se nos dice, pero la reducimos como hemos reducido nuestra experiencia humana. Este itinerario, en su inmensa mayoría, no lo hemos comprendido. Pero ésa era la genialidad de Giussani. Y si no lo comprendemos, lo pagaremos en nuestro pellejo. Me importa un bledo, todos iremos al cielo por la gracia de Dios. Por la misericordia de Dios. Pero el problema es la vida. El problema no es que Dios tenga misericordia de mí, eso ya lo sé. El problema es vivir ahora conmigo mismo. El problema ni siquiera es que aquella mujer hubiera hecho lo que había hecho: no es que Jesús anule que hubiera tenido cinco maridos. El problema es que Él sabe que el problema de la vida es el hambre y la sed. Y si Cristo no responde al hambre y a la sed, esa mujer buscará satisfacción en otra parte. Como nosotros, porque no podemos evitarlo. Nuestra hambre y sed de plenitud son irreductibles. Tanto es así que, de lo contrario, buscaremos la satisfacción en otra parte. Y si no la encuentras en ti, buscarás tu satisfacción arrojando todo tu malestar en la jefa. Pero fíjate si lanzar tu impaciencia contra el otro te pacífica. ¿Podemos ser leales por un instante con nosotros mismos?
P: Para documentarlo me gustaría decir algo que nunca olvidaré. Hace muchos años vine a visitarte a casa y, al saludarte en la puerta, te dije muy presuntuosamente: «Soy alguien que comprende las cosas, pero mi problema es entonces cómo hacerlas luego». Y me dijiste: «no, no las comprendes». ¡Era verdad! Era cierto que las «comprendía», pero si no encontraban esa correspondencia en mí, siempre tenía el problema de que entonces no podía dar el paso.
JC: ¿Entendido? Ni siquiera nos damos cuenta de lo que decimos.
P: Me ha sorprendido mucho un episodio: me fui a China por trabajo. Era un viaje que no quería hacer, tenía que ir e intenté huir, intenté dejar pasar esos días con la intención de volver a casa. Me llevaron a ver el mayor monasterio budista de China. La acompañante china me preguntó si era católico. Le dije que sí y le pregunté si ella era budista. Me dijo: «no, tradicionalmente soy budista, pero en el fondo soy atea, todos los chicos de mi generación son ateos». Sin embargo, me hablaba con nostalgia de su abuela, que vive en un remoto valle de China, donde tienen un dios que se han inventado. Han construido un templo y adoran a ese dios. A cien kilómetros de distancia, al lado, hay otro valle donde tienen otro dios, también inventado por ellos. Me conmovió pensar que estas gentes, en su trabajo en el campo y en su vida cotidiana, experimentaban tal necesidad de sentido que tuvieron que expresarla ¡construyéndose un dios! En el templo donde está el Buda reclinado, me sentí incómodo delante del ritual del rezo. La acompañante se dio cuenta de mi incomodidad y me dijo en un susurro: «simplemente da gracias por aquello en lo que crees», y yo recé una oración a la Virgen. Me di cuenta de que en aquel momento lo tenía todo allí, estaba presente todo mi yo, ya no quería volver a casa cuanto antes. Allí reconocí a Jesús sin necesidad de nadie más: aquella chica era mi amiga de este modo. Jesús estaba allí para mí. Necesito personas que me ayuden a vivir cualquier momento sin pensar en el futuro ni rumiar el pasado. El presente estaba ya todo allí.
JC: Es impresionante que podamos intentar imponer el ateísmo a través de todas las etapas de la educación de un pueblo. Pero hay algo que siempre renace, porque la naturaleza del yo vuelve a surgir. Este ejemplo que cuentas, de los que crean su propio templo, demuestra la necesidad que tienen en la experiencia que viven de sí mismos. Puede que vayan a tientas, a través de las imágenes que se hacen. Pero, a pesar de que se haya intentado por todos los medios de asfaltar cualquier sentimiento religioso, vuelven a empezar. Después, no saben cómo interpretarlo, o lo interpretan con sus intentos, como hemos visto en toda forma de religiosidad – desde que el Verbo se hizo carne todos los intentos son ir a tientas-. Pero tienen esta necesidad.
Por eso, para poder borrarla, no es suficiente ninguna hipótesis ideológica: es necesario matar la naturaleza del hombre para que no vuelva a nacer esta exigencia que le es constitutiva. Como veis, ningún poder, ni siquiera el más organizado para acallar esta naturaleza, es capaz de silenciarla. Esto es lo que vemos: en China, por un lado, lo han intentado todo; por otro lado, en Occidente, donde tenemos todas las posibilidades, vemos la irreductibilidad que surge constantemente ante otras formas de idolatría. Es una situación diferente pero también cada uno se hace su propio templo. Pero en ambos casos el problema es el mismo: la naturaleza de la persona. Cuanto más lucha la persona por un motivo u otro, más surge la autoconciencia y la vibración de su razón.
Entonces, cuando alguien como tú se enfrenta a esta situación, piensa en Cristo. Pero no es porque esa persona te lleve a Cristo. Es porque esa persona da vida en ti a lo que tú has recibido, aunque no conozca a Cristo. Esto significa que cualquier situación es para ti una oportunidad de recordar lo que tienes en tus entrañas. Así es como cualquier situación, cualquier cansancio, cualquier circunstancia se convierte en parte de este despertar. Trae a tu memoria lo que tienes en tus entrañas. No es lo que ella te da, sino lo que tú tienes por la experiencia que has encontrado, por la fe que tienes.
Todo esto nos dice que la irreductibilidad que vemos los unos en los otros –y que es nuestra– nunca podremos borrarla y tendremos que aceptarla. Podemos posponerla de muchas maneras. Podemos intentar gestionarla como queramos. Cada uno puede construir su propio templo. Pues muy bien. Sin embargo, cada uno tiene que hacer después una verificación sobre el templo que ha construido. ¿Cómo? ¿Vengándose del jefe? Cada uno debe hacer la verificación de su intento de respuesta.
Esto es crucial para nosotros. El hecho de que cualquier intento que hagamos se enfrenta a nuestra irreductibilidad significa que disponemos de todos los factores para juzgar el intento. No necesitamos que nadie nos diga cuándo el médico está actuando bien ante nuestra enfermedad: lo vemos en nuestra salud. Es objetivo, es infalible. No es que yo discuta con el médico o el médico discuta conmigo. «Doctor, lo siento mucho, pero no me encuentro bien». Puedo ser todo lo tonto que quieras, no sé nada, ¡pero no estoy bien!
¿Puedo decirlo? ¿Puedo decirlo o no? ¿Sigue habiendo libertad para decirlo? Y todo el mundo tiene que hacer las cuentas con esto. ¿Estás de acuerdo con lo que dice el médico? Me parece bien. ¿Pero te parece bien porque te sometes a la unanimidad o te parece bien porque es la respuesta a tu necesidad? Decidís vosotros.
Por eso este momento es apasionante. Porque no descarta a nadie. Ya sea en China, en los remotos valles de China, o en Occidente. Más apasionante que todo esto, es la irreductibilidad de la persona.
P: Tampoco a mí se me ha ahorrado en el último tiempo la dificultad de vivir, gracias a Dios. Hace unos meses recibimos a un niño en régimen de acogida, lo que perturbó un poco, psicológica y físicamente, nuestra vida familiar. Era muy exigente. Tras un mes de hermosa convivencia, ocurrió algo grave que no nos habríamos esperado nunca. Durante un encuentro con la madre biológica, secuestraron al niño y se lo llevaron a un lugar desconocido. Empezaron ocho días de auténtica pesadilla, que no se los desearía a nadie. Incomparable incluso con la muerte: es lo totalmente misterioso, estás en una película. Ya en aquellos días, milagrosamente, experimentamos la gran compañía del Misterio. El hecho de tener que confiarnos totalmente purificó nuestra relación con el niño y radicalizó nuestra relación con la realidad. En aquellos días (esa relación) no solo era un «hágase tu voluntad» pietista. Nada era suficiente.
JC: ¿Qué quieres decir con «pietista»? Que no se adecuaba a las exigencias de la razón.
D: Lo único adecuado era que Él se mostrará.
JC: ¿Lo ves? ¿Por qué no te conformas con menos? «Que se manifieste» significa que tienes que usar tu razón hasta ahí: hasta «que Él se manifieste». Eso es lo único que te da paz.
P: Literal.
JC: Todo lo demás es demasiado poco para la necesidad de tu razón, para la vibración de tu razón. Porque la razón, tal como tú la ves, no es sentimentalismo devoto, ¡no! Es todo el drama del vivir, tan poderoso que no se lo deseas a nadie. Ésta es la vibración de la razón. Porque ves surgir tu necesidad humana cuando te enfrentas a algo así, no cuando te lo cuentas a ti mismo o cuando te pierdes en tus pensamientos. Es en ese momento, cuando la realidad nos provoca hasta ese punto –con el robo de un niño– aflora toda tu razón, toda tu necesidad, y te das cuenta de que cualquier cosa que no llegue a ese último punto es inadecuada. Y a eso (el uso de la razón inadecuado) lo llamas «pietismo», no tiene nada que ver con la religiosidad. No tiene nada que ver con vivir intensamente lo real, que es la definición de religiosidad. Y cuando la (respuesta la) reduces a pietismo, es decir, a positivismo, te asfixias. Cuando utilizas el pietismo, te asfixias en tu interior. Te asfixias a causa del racionalismo. Entonces: la experiencia enciende todas las alarmas. ¿Entonces…?
P: Entonces, paradójicamente, esta realidad que me constreñía…
JC: ¡No nos damos cuenta! Cuando empezamos a hablar de la experiencia utilizamos verbos o adjetivos alucinantes. «constringente»: ¡te constreñía! Es tan exigente, es tan tuyo que te obliga. Pero te obliga como un empujón, y tú tienes que decidir ante esta “constricción” si dices «sí», si le sigues la corriente, o si dices «no, ¡es demasiado!». Así que veamos qué decide cada uno cuando ante sí tiene una “constricción” de este tipo. Porque no somos animales para los que un estímulo se corresponde con una respuesta, mecánicamente. Siempre hay libertad: «constricción» entre comillas, porque siempre puede uno quedarse sin tomar una decisión.
P: Sí, en el sentido de que «facilita»…
JC: Facilitar, perfecto. Quiero decir que muchas veces pensamos que cuando utilizamos estas palabras es como si hubiéramos eliminado la libertad. Porque otra persona ante la misma contingencia dicen «¡Basta!, no quiero saber. Me distraigo, quiero salir de aquí. ¡No quiero saber nada de nada!». ¿Entiendes? Esto es muy importante. Porque muchas veces pensamos que nos obligan a una cosa o nos obligan a otra. No, no, ¡no! Estamos obligados, en el sentido de que esta necesidad que vemos en nuestro interior nos facilita decidir. Pero no nos libramos de la decisión. Entonces, ¿qué (pasó)?
P: Durante el vértigo de estos días vivimos un desafío continuo. Es lo que dijiste (una vez): «Incluso esta circunstancia Tú me la estás dando para mí, para que pueda ser totalmente yo mismo y totalmente hijo». Y si no, es la oscuridad. Pasamos por todo ello con la hipótesis de que Él era padre, es decir, que incluso en esa circunstancia Él nos hablaba. Y con todas las noticias que llegaban, incluso las más oscuras –cuando parecía que el niño no aparecía–, no perdimos la esperanza, no de encontrarlo sino la esperanza de que había un buen destino para nosotros.
JC: ¡Perfecto, y para él!
P: Y para él, tampoco (se pierde la esperanza). Uno dice: «¡Precioso, es una adquisición para siempre!». Se produjo el milagro, encontraron al niño. Vive con nosotros desde el uno de septiembre. Empezó nuestra nueva vida, muy complicada, postraumática: es un niño difícil de manejar. En uno de sus ataques extremos de rabia me agredió físicamente. El impacto con la realidad para mí es un impacto físico.
JC: ¡Tienes que entrenarte!
P: ¡Claro que sí! Después de un día devastador, en el que acabamos agotados físicamente, nos asaltó un sentimiento de ternura hacia nosotros mismos y hacia el niño. Lo vimos en la cuna y nos dijimos: «caramba, este niño no estaba y está; podría no estar y está». Y podemos centrarnos en el hecho de que la cosa no va, o podemos partir del hecho (de que está). Por eso para mí el décimo capítulo no es algo que imagino, es mi vida. La pequeña habitación estaba vacía, y en algún momento volvió a llenarse. Podía partir de lo que está mal a lo que nos tenemos que enfrentar de todos modos, o del hecho de que es un don y partir de aquí.
JC: ¿Qué experiencia has hecho respecto a la situación anterior?
P: (Una experiencia) liberadora.
JC: El hecho de que exista, que esté, ahí, en la cuna, (marca la diferencia) respecto al hecho de que le raptaron… la diferencia está ahí. No en todas las otras consecuencias, en las enfermedades o lo que sea. Es un tipo de experiencia totalmente nueva para ti. Si en lugar de fijarte en eso, te fijaras en todo lo demás, tendrías otro tipo de experiencia.
P: Y lo hacemos porque es la encrucijada de cada día.
Atreverse a mirar el malestar
P: Me he dado cuenta, escuchando la canción de Demi Lovato, de que en realidad no estaba delante del malestar, la dificultad con la que me encuentro. Lucho mucho en casa con mi padre, que no está bien, y con otros problemas familiares. Tengo que hacer frente al hecho de que mi padre no está bien y a que la cosa no va a mejorar. Pero, como había conseguido arreglar un poco las cosas, eso me bastaba. Hasta esta noche me había ocultado mi cansancio, tal vez porque no lo acepto. Pero delante de ti…
JC: …que no he bajado el listón…
P: … tampoco eso sería suficiente. Es sobre todo que te veo así, exaltarte delante de (las dificultades)… y no puedo aceptar algo que sea menos.
JC: Perfecto, ¿lo ves? Esta es la cuestión. Si aceptamos menos. Porque, si además, miras hacia otro lado, ¿se resuelve algo? Es como la venganza contra el jefe.
P: Puede parecer que al final, más o menos….
JC: …muy bien, esa es la realidad, es lo único que me interesa. Cada uno aceptará lealmente lo que le ocurre cuando quiera. Podrías haber seguido viviendo como antes , si no nos hubiéramos visto esta noche…
P: Lo que me ha sucedido no me ha dejado indiferente.
JC: Te comprendo. Lo que ha sucedido te ha ayudado a caer en la cuenta de ti mismo, de lo que estabas censurando, y ahora ya no has podido no censurarlo.
P: Exacto
JC: Como la enfermedad de tu padre está ahí, en algún momento, tarde o temprano, tenías que encontrarte con esa situación y ser consciente de ella ¡No podías escapar de ella! Así pues, la pregunta es: ¿podría ser que el Misterio utilizara con cada uno el método que Él ha decidido –la dificultad de la que hablábamos al principio– para hacernos conscientes de nuestra necesidad y de la vibración de nuestra razón? Pero la cuestión es que, cuando lleguemos a ese punto, no podemos vivir simplemente intentando no mirar (la dificultad). Como tú no has podido hacerlo esta noche.
Esta es la liberación que ha introducido Otro en nuestras vidas: no tenemos que censurar nada. Sin censurar nada, borrar nada, nos decía siempre Giussani. Y sabemos que estamos a la altura de nuestra humanidad, cuando no tenemos nada que censurar, nada de lo que huir. Porque de otro modo es ilusorio. Durante algunos momentos del día puedes fingir que la dificultad no está ahí, pero es ilusorio. Porque basta cualquier perturbación que genere tu padre, o un miembro de la familia, o algo de todo el lío, para que vuelvas a tu conciencia. Y es ahí, cuando la situación te encuentra tan desarmado, indefenso como esta noche, donde tienes que aceptarlo: «¿pero quiero mirarlo o quiero fingir que aún no lo veo?
P: ¿Así que esto también puede ocurrir en casa?
JC: También puede ocurrir mañana por la mañana.
P: ¡Ojalá!
JC: ¡Pero, para mí esto es todo! Para ti es un grillete en los pies. Para mí es la posibilidad a través de la cual el Misterio me llama. No estás obligado a vivir huyendo de ti. Lo que intento decir es que no estamos obligados a vivir huyendo de nosotros mismos, ni buscando respuestas que no están a la altura de nuestra humanidad, de la vibración de nuestra razón. No estamos obligados, es una decisión. Y la decisión es nuestra, no es de nadie más. ¿Entendido?
P: Esta noche, sí.
JC: Perfecto. Entonces, éste es nuestro yo que es relación directa con el Misterio. No porque esto lo podamos hacerlo solos, sino porque con esto –a pesar de la situación que vemos, con todas las señales que nos da el Misterio– podemos ser leales o no serlo. ¿Está claro?
P: Hablando de retos apasionantes, mis hijos me pidieron que cenara con unos amigos con los que hace dos años choqué y me sentí muy herido por algunas fuertes reducciones ideológicas. Al final, para hacerles felices, acepté, pero sin esperar quién sabe qué. Sucedió. Lo imprevisible ocurre de verdad: estos amigos seguían con las mismas reducciones que hace dos años. Yo las escuché y me quedé de piedra pensando «¿pero por qué me enfadé con ellos?
JC: Increíble. ¿Y qué te pasó a ti?
D: Pasó que por cuestiones personales viví dos años de sangre y fuego e hice un gran camino que me liberó de una marea de sufrimiento en la que todavía estoy. Un camino que me hizo libre y no dependiente de la mirada reducida de los demás sobre mí. Tanto es así que hace dos años pensé: «¿qué le pasa a esta gente?». Esta vez he pensado: «¿pero qué me pasaba a mí?».
JC: Perfecto, ¿ves la diferencia? En el mismo «dónde». Pero, ¿cuál es la diferencia? El camino que uno ha hecho ¿Y quién decide eso? Cada uno. Porque si uno no lo hace, al final puede seguir descargando sobre el otro el problema que tiene. Pero entonces sigues viviendo en la impaciencia. Ahora vives libre de la impaciencia, aunque (ellos) sigan donde estaban antes. Yo soy un hincha de su libertad, de que sigan su propio camino sin limitaciones. Pero estoy feliz de haber hecho un camino, de sentirme libre ante una situación así, ¿o no? Esto nadie nos lo puede impedir, pero tampoco nos lo puede ahorrar. Este es el drama que vivimos en cualquier realidad o circunstancia en la que nos encontremos. Gracias. ¡El último!
P: La madre de mi marido ha muerto hace cuatro semanas, tras veinte años de enfermedad. En este contexto de sufrimiento extremo –mi marido lleva treinta años enfermo, su hermana murió a los cuarenta de cáncer–, el único hermano de mi marido, que está bien, es el que está más enfadado con Dios que, según él, ha sido injusto con su familia. Me sentía incómoda. Estoy triste y sigo triste –tuvimos el funeral el sábado–, pero también estoy muy serena y segura. El malestar es porque esto (esta certeza) se veía. No sólo lo podían ver los amigos y los familiares. Cada vez que iba a verla a cuidados intensivos, los sanitarios siempre me decían: «Señora, cuando viene es diferente, tiene otra cara». Esto me alejaba constantemente de lo que tenía en la cabeza: primero de la esperanza de que se pusiera bien, luego de la oración para que terminara. En lugar de eso, lo que más me ayudó fue estar en ese diálogo que has mencionado antes con el Misterio. Estaba en suspenso, pero no en suspenso respecto a la nada. Estaba en suspenso para ver qué había para mí en aquella situación. Y me di cuenta de que experimentaba, con toda la dificultad que he vivido durante muchos años con mi marido –que yo llamo preferencia, porque me obliga a no poder dar nunca nada por sentado, ningún día–, algo que te oí: puedes enfrentarte a la muerte si antes hay algo en la vida que te permite también enfrentarte a la muerte. Si no, ante la muerte no hay nada que aguante. Agradezco este descubrimiento continuo de mi necesidad constitutiva de ser feliz, de ser amada. Frente a la realidad que es dura, necesito venir aquí –he recorrido ochocientos kilómetros y mañana por la mañana me voy– porque necesito mirar a los amigos que están a la altura de este deseo, de este ser irreductible ante el drama de la vida.
JC: Porque, ¿cuál es la alternativa? Lo que viste en el hermano: estar enfadado durante treinta años. Son exactamente las mismas circunstancias. En realidad son peores las tuyas, porque tienes al marido. La cuestión es que ante una situación así, uno puede enfadarse, y ver si eso le permite resolver el problema, si eso le hace afrontarlo mejor, o si acepta estar suspendido de esta cosa tan voluble como son las circunstancias, cada día. Y esa es una decisión de cada persona. Es lo que decía en mi diálogo con Violante. Él planteó el problema en estos términos –esto es lo genial de lo que dijo–: «no somos capaces de mirar estas cosas a la cara porque no tenemos una vida que nos permita mirarlas». Le respondí que estaba totalmente de acuerdo. Para mí la síntesis de esta situación, de cómo poner de acuerdo la vida y la muerte, es San Pablo cuando dice: «para mí el vivir es Cristo, y la muerte una ganancia». Quien reconoce que para él vivir es Cristo, no tiene miedo a la muerte, (no tiene miedo) a mirar esto. Entonces el resto está en manos de Otro. Pero, ¡qué certeza tiene San Pablo, para poder decir sucintamente cuál es el verdadero problema de vivir! Todo el resto es distracción. Cuando llega el problema de la muerte, todos nos sometemos a la prueba de cómo hemos vivido, de cómo vivimos: no tenemos ninguna posibilidad de escapar a algo como la muerte. Así pues descubrimos cómo vivimos cuando llegan estas circunstancias que sacan a la luz el camino que hemos hecho. Estamos juntos sólo porque queremos estar a la altura de esta vibración de la razón, para poder ser protagonistas ante la vida y ante la muerte.
P: Sólo quería decir para terminar por qué he hecho la pregunta inicial. Porque, desde hacía dos o tres años, te oía hablar de esta «pasión». Al principio me dije: «cómo le envidio, cómo me gustaría vivir así», pero no fue suficiente. Luego continuaste, y pensé «quizá sea un poco exagerado: los retos de la realidad están bien, pero que sea incluso apasionante…». Al final, debido a cierta situación, incluso en el movimiento (pero no me interesa el caso), me dije: «quiero tomarme esto en serio…», y me di cuenta de que era una oportunidad para liberarme.
De todos modos, esta noche, en mi opinión, hemos llegado a un nivel vertiginoso. Es decir, al nivel de nuestro yo, y ése es el mejor regalo de cumpleaños. Muchas gracias.
- Texto no revisado por el autor
[1] GIUSSANI, L(2008): El Sentido Religioso, Ediciones Encuentro, Madrid.
[2] “Anyone” de Demy Lovato, Bibi Bourelly, Eyelar Mirzazadeh, Jay Moon, Sam Roman, Dayyon Alexander; da “Dancing with the Devil… the Art of Starting Over”, Island Records (2021).
[3] Marracash, “È finita la pace”, Universal Music Italia (2024).
[4] Ivi, “Vittima” de Fabio Rizzo (Marracash), Stefano Tognini (productor), Alessandro Pulga (productor).
[5] Cfr. Juan 6:53.
[6] Cfr. Juan 6:57.
[7] CARRON. J (2021): ¿Hay esperanza?, Huellas, Madrid.
Lee también: Escuchamos pero no juzgamos
¡Sigue en X los artículos más destacados de la semana de Páginas Digital!
¡Recuerda suscribirte al boletín de Páginas Digital!