Demasiados creyentes
En la parte israelí y en la parte palestina hay muchos “creyentes”, muchos dispuestos a mantener una posición ideológica que no se deja interpelar por la realidad. Lo ponen de manifiesto las declaraciones del primer ministro israelí Netanyahu y el jefe de Hamás en Gaza Yahya Sinwar. Israel y Hamas no están al mismo nivel. Israel es un Estado democrático y Hamás es un grupo terrorista. Pero las dinámicas ideológicas en ocasiones muestran cierto paralelismo.
El ejército de Israel, en contra de los pronósticos de algunos estrategas militares, avanza en Gaza. Parte de su secreto es no tener el mínimo respeto por la vida de los civiles. Es muy probable que desde el 7 de octubre hayan muerto casi 18.000 gazatíes. Según la revista israelí +972, este número desproporcionado de víctimas civiles en Gaza no es una casualidad. La información de la inteligencia militar se utiliza para seleccionar los objetivos que pueden provocar más sufrimiento. Las escuelas y los hospitales son, de hecho, golpeados por los bombardeos. Israel primero pidió a las familias que se refugiaran en el sur de la Franja que se convertiría en una zona segura. Ahora la castiga sin piedad. Hambre y sed. Un baño para cada 700 personas, casi dos millones de personas desplazadas, operaciones sin anestesia, partos sin asistencia, la muerte en todas las esquinas. Gaza se ha convertido en los últimos meses en el infierno de los infiernos.
Israel, tras los Acuerdos de Oslo, parecía haber comprendido que la realidad es testaruda y que no se puede esperar una paz mínimamente estable sin reconocer jurídicamente y de modo práctico un Estado para los palestinos. Pero pronto se impusieron los “creyentes” y los palestinos volvieron a convertirse en la encarnación del mal, un mal histórico que es también un mal cósmico. Es una estrategia de supervivencia que intenta dar significado a las tragedias recurrentes. El Israel secularizado tiene la necesidad política, emotiva y psicológica de creer que los palestinos encarnan un enemigo que emerge continuamente. Su existencia amenazadora mantiene la integridad de los israelíes como víctimas. En este sistema de creencias lo racional no cuenta porque la realidad nunca abre una brecha.
Hamás tiene un credo parecido. Desde la partición, la aparición de un Estado judío, formado no por los judíos de Medio Oriente, sino por los migrantes de Europa, se convirtió en la encarnación del mal. Primero Egipto, luego los Emiratos Árabes Unidos, y más tarde Arabia Saudí han ido abandonado el bunker de una ideología “necesariamente anti-sionista”. Pero muchos siguen dentro de una burbuja. Hamás no es un grupo terrorista similar a otros grupos yihadistas. No recurre a la dialéctica creyente/infiel. Habla de una “ocupación criminal”. Quería demostrar que podía imponerse a un Israel invencible y que conseguiría galvanizar a la población palestina y a los países árabes. Ha fracasado.
La realidad es testaruda, pero todavía puede ser más testaruda la libertad de los “creyentes” no dispuestos a hacer las cuentas con la realidad.
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