Israel pierde apoyo
La tarea de la infantería israelí debería consistir en avanzar dentro de la Franja, asediar la ciudad de Gaza, eliminar a los combatientes de Hamás y destruir sus refugios subterráneos, al tiempo que se intenta limitar en lo posible los daños a las estructuras civiles y a los barrios densamente poblados. La realidad, sin embargo, es muy distinta: el ataque con cohetes al de refugiados de Jabaliya, donde el ejército israelí había detectado la presencia de algunos elementos de Hamás, creó un inmenso cráter y causó la muerte de decenas de civiles. Según las brigadas de Al Qassam, siete rehenes secuestrados el 7 de octubre también perdieron la vida. El portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF), Daniel Hagari, defendió la operación, afirmando que la incursión mató a Ibrahim Biari, comandante del batallón de Hamas en Jabaliya, y a varios de sus compañeros. El militar también señaló que el socavón formado sobre el antiguo campo de refugiados fue causado por el derrumbe del «metro», como llaman los israelíes a la intrincada red de túneles que discurre bajo las ciudades de la Franja, y no por misiles de la aviación. The Guardian, poniendo en duda la versión de Hagari, comentó : «la magnitud de la devastación causada por estas armas es tal que Israel debe tener una sólida justificación militar para utilizarlas en una zona habitada por un gran número de civiles».
De hecho, la masacre de Jabaliya ha levantado una ola de indignación y desaprobación a nivel internacional: Chile, Colombia, Jordania y, sobre todo Bahrein, que hace tres años figuraba entre los firmantes de los Acuerdos de Abraham, han retirado a sus embajadores. Bolivia ha roto relaciones diplomáticas con Tel Aviv, acusándole de ser responsable del «genocidio del pueblo palestino». El Secretario de Estado, Antony Blinken, reiteró el apoyo de Estados Unidos a Israel, pero al mismo tiempo subrayó la importancia de garantizar ayuda humanitaria y protección a los palestinos. La reciente reapertura del paso fronterizo sur de Rafah, en la frontera con Egipto, a extranjeros y palestinos con doble pasaporte, se produce con la oposición del presidente al-Sisi, que teme un «efecto bola de nieve», con decenas de miles de desplazados dispuestos a llegar a la península del Sinaí. Para un país que sufre una grave y prolongada crisis económica, el establecimiento de campamentos de refugiados en el desierto daría lugar a problemas logísticos, de seguridad e incluso políticos.
La consternación y la preocupación están presentes en gran parte de la prensa occidental: la BBC confirmó que las IDF también atacaron las ciudades del sur de la Franja, Rafah y Khan Younis, que debían ser «zonas seguras» para los civiles que huían del sector norte, devastado por el fuego aéreo y de artillería. Para el diario francés Le Monde, golpear a Hamás es una «estrategia imposible» y subraya que, para los generales israelíes, el bombardeo indiscriminado es, de hecho, algo obligado. Incluso los medios de comunicación del Estado judío reconocen los peligros de la invasión terrestre. Joe Buccino, antiguo coronel del ejército estadounidense, la compara en The Times of Israel con la guerra de Vietnam. Igual que los marines estadounidenses, equipados con armamento de última generación, sufrieron las emboscadas de vietnamitas atrincherados en los túneles de «Cu Chi», excavados con sus propias manos bajo la jungla, los soldados israelíes arriesgan sus vidas en las estrechas calles de Gaza.
Los «ojos del mundo» están puestos en Gaza, y la retórica de Netanyahu sobre la «erradicación de Hamás» y la «guerra de independencia» no se sostiene. El actual gobierno israelí tendría que llevar a cabo una campaña militar equilibrada, rescatar a los rehenes sanos y salvos, salvaguardar la red de alianzas en la región, ganar la guerra de la información y, sobre todo, explicar quién gobernará Gaza una vez que Hamás sea derrotado. «Las condolencias internacionales por los atentados del 7 de octubre se están desvaneciendo rápidamente», señala Amos Harel en el diario israelí Haaretz.
La reacción israelí es tan violenta que un columnista del Washington Post, Ishaan Tharoor, la comparó con la estrategia de la Roma imperial. Para Tharoor, el ataque a Jabaliya se basa en el principio del «castigo colectivo» que debe imponerse a todo el pueblo palestino, cada vez más extendido en la sociedad israelí: «muchos buscan un resultado definitivo, no sólo la derrota total de Hamás, sino la destrucción de Gaza . Es significativa la postura adoptada por varios rabinos israelíes que enviaron una carta al primer ministro Netanyahu en la que afirmaban que, desde el punto de vista de la ley judía (halakha), no está prohibido bombardear hospitales en los que los milicianos utilizan a civiles como escudos humanos. Como revela Middle East Eye, la mayoría de los clérigos firmantes de la misiva mantienen estrechas relaciones con la extrema derecha israelí. . El periodista israelí Uri Misgav en Haaretz también se centra en este renacimiento ultraortodoxo: «Cuidado, Israel: en tiempos de guerra, los apocalípticos judíos ultraortodoxos están en éxtasis»: «sus ojos brillan. Hablan de una segunda Nakba. Creen que son los días del Mesías», sin importarles en absoluto el agravamiento de la crisis humanitaria en la Franja y el espantoso número de víctimas causadas por los bombardeos. «Para los sionistas haredì [ultraortodoxos], estas cuestiones son una dañina pérdida de tiempo. Gaza es Amalek y debe ser borrada de la faz de la tierra».
El columnista de Haaretz Anshel Pfeffer señala el estado de confusión en que se encuentra Netanyahu. Este año ha demostrado inequívocamente más que ningún otro su incapacidad para gobernar el país, ya sea en tiempos de paz o de guerra. Con la mitad de los israelíes pidiendo su dimisión y sus rivales políticos deseando su salida, su larga lucha por la supervivencia política ha llegado probablemente a su fin.
Artículo publicado en Oasis
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