Genialidad pedagógica
Francisco, el pasado 15 de octubre, en su encuentro con CL, señalaba a Luigi Giussani como un maestro que puede ayudar a responder a esta necesidad. El Papa valoró su faceta de educador, al señalar que “la Iglesia reconoce su genialidad pedagógica”.
¿Cuál es esta genialidad pedagógica? Antes de ser elegido como sucesor de Pedro, el Cardenal Bergoglio, en su prólogo a El Sentido Religioso subrayó el valor de la experiencia, tal y como la entendía Giussani, para realizar esta labor educativa. Y así indicaba que “la razón que reflexiona sobre la experiencia es una razón que tiene como criterio de juicio comparar todo con el corazón, pero corazón en el sentido bíblico, es decir ese conjunto de exigencias originales que todo hombre tiene: exigencias de amor, de felicidad, de verdad y justicia. El corazón es el meollo del interior trascendente, donde echan sus raíces la verdad, la belleza, la bondad, la unidad que da armonía a todo el ser”
Afirmaciones todas ellas en sintonía con lo que sostuvo su predecesor Pablo VI, cuando era todavía Cardenal de Milán. Es el corazón el que responde subjetivamente a la llamada objetiva de la Iglesia -decía Montini-, el que experimenta una co-rrespondencia: “el sentido religioso, síntesis del espíritu, al recibir la palabra divina compromete con la mente también aquella rispondeza que llamamos corazón”
El profesor Borghesi señala, explicando la propuesta educativa de Giussani, que el yo busca algo que corresponda a su corazón. Y “es en la verificación de la correspondencia entre el yo, entre el objeto/y el sujeto” en la que reside la original noción de experiencia que está en el centro de la reflexión del sacerdote de Desio.
Una correspondencia de este tipo es la fuente de la autoridad educativa y existencial. El profesor Nikolaus Lobkowicz, también sorprendido por el método de Giussani, en el prólogo de uno los libros de Giussani, indicaba que sin esta correspondencia los jóvenes, perciben muy fácilmente a la Iglesia solamente como una instancia de normas morales directas o indirectas que les impiden hacer lo que harían muy a gusto. Quizá se pueda describir el fenómeno también de esta manera: el Cristianismo no parece satisfacer ninguno de los deseos que realmente nos mueven. Y así participamos de él, pero sin demasiado entusiasmo.
Esta situación solo se supera si se verifica que la fe es útil. “Me confío a una autoridad; pero no entregándome ciegamente a ella (como sucede con las ideologías y las sectas, que practican la prohibición de pensar), sino queriendo verificar adonde me conduce, quizá precisamente hacia mí mismo». «Verificar» no significa, pues, un simple «probar»; esto implicaría un compromiso nada serio con la autoridad. Más bien significa que yo comparo lo que ésta propone, o mejor, desea, con mi experiencia, con la concepción que tengo de mí mismo y de la realidad que me rodea, conforme a la percepción que tenía antes del encuentro con la autoridad y la que tengo ahora. En pocas palabras, se trata de seguir a una autoridad preguntándose continuamente: ¿Me está conduciendo hacia mi verdadero yo, hacia mi libertad íntima, una libertad que yo experimento realmente como tal?
Nunca ha sido tan necesario un método que confíe en el corazón.
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