El genoma no es suficiente para saber quiénes somos

Cultura · Nicolás Jouve de la Barreda
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15 marzo 2023
El profesor Jouve describe la trayectoria y las aportaciones científicas y humanísticas de Francisco José Ayala. Recientemente fallecido es uno de los más importantes genetistas de las últimas décadas.

Francisco José Ayala (1934-2023) nació en Madrid, cursó estudios de Física, Filosofía y Teología en las universidades de Madrid y Salamanca. En 1960 se ordenó sacerdote dominico. Un año después, tras colgar los hábitos, se fue a los Estados Unidos donde cursó estudios de Biología y se doctoró en Genética en la Universidad de Columbia (New York) bajo la dirección del genetista de origen ucraniano Theodosius Dobzhansky (1900-1975). Sus extraordinarias dotes como investigador y docente impulsaron su contratación postdoctoral en la Universidad Rockefeller, de donde marchó a la Universidad de California en Davis en 1971, y desde allí a Irvine (UCI), en la baja California, en 1987, donde desarrolló docencia e Investigación en el Departamento de Ecología y Biología Evolutiva hasta su jubilación en 2018. En Irvine se le nombró «University Professor», el más alto puesto docente de esta universidad.

Ayala ha sido sin duda el colaborador más cercano de Theodosius Dobzhansky, uno de los contribuyentes a la unificación del darwinismo con el mendelismo que dio paso a la llamada “síntesis moderna” o “Teoría Sintética de la Evolución”. Ayala se involucró en ese campo y recién incorporado al grupo, desarrollo una intensa actividad experimental aportando pruebas para demostrar la Teoría Fundamental de la Evolución, utilizando distintas especies silvestres y cultivos de laboratorio de Drosophila y otros organismos, lo que permitió enriquecer el conocimiento de la relación entre la diversidad genética y la capacidad de adaptarse a diferentes condiciones ambientales, y en consecuencia de evolucionar de las poblaciones. Además, contribuyó a explicar los mecanismos de aislamiento reproductor y su contribución a la especiación. Entre sus aportaciones más sobresalientes están también las relacionadas con el origen y evolución del mal de Chagas causado por el parásito Trypanosoma cruzi, y la malaria, por el Plasmodium falciparum. Dobzhansky en una conferencia de carácter educativo había dicho «Nada en Biología tiene sentido si no es a la luz de le evolución». Ayala parafraseó la sentencia de su maestro y dijo «Nada en la Evolución tiene sentido si no es a la luz de la Genética». Todo este conjunto de aportaciones le valdrían el calificativo de Hombre del Renacimiento de la Biología Evolutiva.

Por su trayectoria le fue otorgada la Medalla Nacional de las Ciencias de los EEUU. (2001), y fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias, de la Academia Americana de Artes y Ciencias y de la American Philosophical Society. También recibió el prestigioso Premio Templeton (2010), por su “excepcional contribución para afirmar la dimensión espiritual de la vida”. Fue nombrado presidente de la Advisory Commitee of Sciences de los EEUU y doctor honoris causa por 24 universidades de diez países diferentes. Ayala ha sido el más importante biólogo evolucionista español y el más influyente en su campo por la gran cantidad de discípulos y colaboradores, muchos españoles y latinoamericanos, que se formaron junto a él. Ayala impartió clases de evolución, genética y filosofía de la biología. Es autor de 1100 publicaciones científicas y más de 50 libros dedicados a la genética, la evolución y la filosofía de la biología. También ha escrito numerosos artículos sobre la intersección de la ciencia y la religión.

En 1990, con ocasión del XXV Congreso de la Sociedad Española de Genética, Francisco Ayala dio una magistral conferencia en la Universidad de Alcalá. Habló sobre el “reloj molecular de la evolución”, un campo en el que Francisco Ayala fue un innovador. La idea implica calibrar los árboles evolutivos de las especies en base a la estimación de las tasas de mutación, que en los albores de la era de la genómica se empezaban a analizar comparando las secuencias de bases nucleotídicas del ADN (o ARN) de regiones ortólogas o de los aminoácidos de las proteínas comunes a diferentes especies. La idea ampliamente explicada en sus numerosos trabajos es la reconstrucción de un único árbol de la vida que no solo permita conocer las relaciones filogenéticas entre los grupos de especies sino también datar los momentos en que se separaron los distintos grupos taxonómicos.

Pero Ayala no fue sólo un extraordinario científico y un gran genetista, sino que, fruto de su inquietud intelectual y su formación humanística y teológica, se involucró en temas de filosofía de la ciencia y la ética. Entró de lleno en el análisis del origen evolutivo del hombre, del que destacó sus extraordinarias y peculiares diferencias con el resto de las criaturas vivientes. Reparó en la postura erecta del Homo sapiens, su extraordinario cerebro, la modificación del tracto vocal y la laringe, la reducción del vello corporal y otra serie de cambios anatómicos, junto a otras adquisiciones inéditas en la naturaleza que afectan al comportamiento, a la vida social y a su dominio del medio, como el lenguaje articulado, el pensamiento abstracto, la autoconciencia, el sentido de la trascendencia, la expresión de las emociones, la moralidad, etc. Ayala combinó todas estas peculiaridades del Homo sapiens para destacar su singularidad y explicar otra cualidad exclusivamente humana en el conjunto de la naturaleza, la “evolución cultural”, que explica así: «existen en la humanidad dos clases de herencia: la biológica y la cultural, que pueden también ser llamadas herencias orgánica y superorgánica… La herencia biológica es, en el hombre, semejante a la de los demás… La herencia cultural, por el contrario, es exclusivamente humana y reside en la transmisión de información mediante un proceso de enseñanza y aprendizaje, que es en principio independiente de la herencia biológica».

Otra adquisición específicamente humana es la moralidad. En el libro Senderos de la evolución Humana (2001), escrito en colaboración con el antropólogo Camilo José Cela Conde, señala que «la capacidad ética está determinada genéticamente y tiene tres componentes: prever las consecuencias de las acciones propias; formular juicios de valor; y elegir entre modos alternativos de acción».  Por ello, para Ayala, hubo un momento en el proceso evolutivo del hombre en el que el Homo sapiens se convirtió en un ser ético, un Homo moralis.

En consecuencia, Ayala creía firmemente que los humanos, en la cumbre de la evolución biológica, somos seres éticos por nuestra naturaleza biológica y ve en ello la conciliación entre la ciencia y la religión. Junto a su preceptor y amigo Theodosius Dobzhansky mantuvo la convicción de que «El cristianismo es una religión implícitamente evolucionista», tema que desarrolló ampliamente en su ensayo Darwin y el diseño inteligente (2007) en el que combatió tanto el “creacionismo”, que se basa en una interpretación literal del Antiguo Testamento, como la teoría del “diseño inteligente”, que obligaría a Dios a estar interviniendo continuamente en la evolución. Ayala coincidía con el Cardenal John Henry Newman (1801-1890), que, en 1868, había dicho que «la teoría de Darwin, verdadera o no, no es necesariamente atea; al contrario, simplemente puede sugerir una idea más grande de la providencia y de la habilidad divina».

Para Ayala, como para muchos científicos creyentes, la teología y la ciencia se refieren a aspectos diferentes de una misma realidad, el misterio de la creación de la materia, el Universo y la vida. La religión nos revela la causa; la ciencia explica el cómo. Por ello, dos de las cualidades inherentes al ser humano, el sentido de la trascendencia y la búsqueda de una explicación de los fenómenos naturales, encuentran satisfacción complementaria en el esclarecimiento de la creación. La ciencia y la religión por sí solas no lo explican todo. Por ello, Ayala había afirmado que «El genoma no es suficiente para saber quiénes somos«- A lo que también se refiere en una reciente nota necrológica su amigo, el físico teórico de la Universidad de Massachusetts, Lawrence Krauss, cuando dice que «Ayala pensaba que la única creencia religiosa consistente con nuestro conocimiento del mundo es aquella en la que la Evolución es reconocida como una pieza central de nuestra comprensión de la vida». En la misma línea de pensamiento Ayala afirmó en una conferencia en la Universidad de Barcelona en 2014, en el XI Congreso Internacional de Ontología, que «si el público en general entendiera la evolución, ayudaría a vivir la vida más plenamente y a mejorar la interacción entre los humanos».

Fiel a esta forma de pensar Francisco José Ayala, junto con el agnóstico Lawrence Krauss y el biólogo católico Kenneth Miller, escribieron en 2005 una carta al Papa Benedicto XVI en un intento de asegurar que la Iglesia Católica siguiera manteniendo la declaración del Papa Juan Pablo II con respecto a la evolución «que la racionalidad científica y el compromiso de la iglesia con el propósito y el significado divinos en el universo no son incompatibles».

Una triste pérdida para el mundo de hoy. Descanse en paz un gran científico, un extraordinario profesor, intelectual y caballero, Francisco José Ayala.

Nicolás Jouve es Catedrático Emérito de Genética, ex miembro del Comité de Bioética de España y Presidente de CíViCa

 

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