Es un buen momento para el diálogo islamo-cristiano
Uno de los leitmotiv de este pontificado es la invitación recurrente a “abrir procesos” en vez de “ocupar espacios”. Como decía el Papa en la Evangelii Gaudium, “se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”. El diálogo interreligioso, y sobre todo el islamo-cristiano, es uno de los ámbitos donde Francisco parece guiarse con esta brújula con especial determinación. Con su último viaje a Baréin, ya son trece los países de mayoría musulmana, o con una presencia musulmana significativa, que ha visitado.
El regreso de Francisco al Golfo supone una gran continuidad con sus visitas previas a esta región. Baréin, igual que los Emiratos Árabes Unidos, cuenta con comunidades considerables de inmigrantes cristianos y es una encrucijada de pueblos y culturas. Después de Abu Dabi, el guion de las relaciones islamo-cristianas está fuertemente marcado por el Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado con el gran imán de Al-Azhar en la capital emiratina en 2019. La cooperación entre Francisco y Al-Tayyib, protagonista también del Fórum “Oriente y Occidente por la convivencia humana”, en el que participó el Papa en Baréin, ya es un paradigma de la fraternidad que Francisco ha convertido en clave de su pontificado. Sobre este tema, volvió el Papa en la rueda de prensa del vuelo de vuelta de la península árabe, mostrando el origen fortuito de este documento, que nació en un almuerzo improvisado con el gran imán, y dedicando unas bellas palabras a la amistad que ya le une al jeque árabe. “Quiero decirlo por justicia, me parece justo que sepáis cómo el Señor inspiró este camino. Yo ni siquiera sabía cómo se llamaba el gran imán, y luego nos hemos hecho amigos y hemos hecho algo como dos amigos. Ahora hablamos cada vez que nos encontramos”.
Pero la visita a Baréin también ha sido ocasión para relanzar el diálogo “triangular” (católico-sunita-chiita) que el Papa abrió con su visita a Iraq en marzo de 2021 y su encuentro histórico en Nayaf con el ayatolá Sistani. Al concluir el viaje de Francisco, Al-Tayyib también parecía dispuesto a reunirse con esta importante figura chiita, pero el proyecto aún no se ha culminado.
El pequeño reino de la península árabe, gobernado por una dinastía sunita pero habitado por una población mayoritariamente chiita, era el escenario más adecuado para volver a poner en marcha el proceso que Francisco abrió en Iraq. En el discurso de clausura del Fórum de Awali, el gran imán se dirigió a los chiitas diciendo que estaba dispuesto, junto a los ulemas de Al-Azhar y el Consejo de Sabios musulmanes, a sentarse con ellos “en la misma mesa” para “pasar página”.
En realidad no sería un hecho inédito. El primer congreso sunita-chiita tuvo lugar en Nayaf hace casi tres siglos, en 1743. A finales del siglo XIX, un Imperio otomano en declive intentó reanudar un acercamiento con los chiitas en nombre de la necesaria unidad panislámica ante la presión europea. A lo largo del siglo XX hubo varias ocasiones de confrontación entre las dos grandes ramas del islam, empezando por el Congreso islámico de Jerusalén en 1931. En 1959 fue justamente uno de los predecesores de Al-Tayyib en el cargo de gran imán de Al-Azhar, el jeque Mahmud Shaltut, quien emitió una fetua reconociendo el derecho de Ja‘farita (es decir, el derecho chiita duodecimano, la componente chiita mayoritaria) como quinta escuela de derecho islámico, junto a otras cuatro escuelas sunitas. Sin embargo, su parecer no se considera como un precedente válido y hay incluso quien pone en duda que Shaltut hiciera realmente aquello. En 2004, el Mensaje de Ammán, promovido por el rey de Jordania para recomponer las fracturas internas del islam, reiteró la legitimidad de ocho escuelas jurídicas, dos de ellas chiitas. Pero siglos de polémica y la dificultad para encontrar un terreno doctrinal común hicieron vano cualquier intento real de pacificación. En las últimas décadas, la rivalidad regional entre la Arabia Saudí sunita y el Irán chiita, con tantos conflictos que han estallado en varios países de Oriente Medio, han venido a exacerbar las tensiones confesionales. Si bien los fracasos del pasado imponen mucha prudencia, la iniciativa de Al-Tayyib no podría ser más oportuna.
Los conflictos islámicos internos no fueron el único tema del orden del día. Una de las novedades positivas más recientes es la ampliación temática de la conversación islamo-cristiana, después de que durante años el extremismo religioso haya monopolizado el debate. A pesar de que los problemas persisten –primero la pandemia y ahora la guerra en Ucrania han planteado a la humanidad nuevos y dramáticos desafíos– el declive del yihadismo global ha liberado al diálogo interreligioso de una lógica que corría el riesgo de obsesionarse con la seguridad. En el encuentro del Papa con los miembros del Consejo de Sabios musulmanes, por ejemplo, insistieron en la contribución que los hombres religiosos pueden aportar a la salvaguarda de la creación, una cantera potencialmente muy fecunda en el diálogo entre cristianos y musulmanes. Durante su intervención en el Fórum de Awali, el gran imán también abordó varias cuestiones, llamando la atención sobre la emergencia educativa en las generaciones más jóvenes, subrayando las graves distorsiones del sistema internacional y proponiendo una teoría islámica sobre las relaciones entre civilizaciones, fundada en el conocimiento y el respeto mutuos. Por otro lado, mientras que solo dos meses antes había propuesto en Kazajistán una “santa alianza” de las religiones contra la degeneración moral de Occidente y el ateísmo, las palabras del jeque en Baréin fueron más matizadas y conciliadoras de cara al mundo occidental, aunque su idea sobre el intercambio entre la espiritualidad y sabiduría en Oriente y el progreso científico y tecnológico en Occidente siga siendo un poco reductiva.
Justo dos días después de que el evento de Baréin finalizara, se abrió en Abu Dabi el Fórum por la Paz, con la participación de numerosas personalidades musulmanas, cristianas y judías. Esta proliferación de encuentros es al mismo tiempo un punto fuerte y un límite del fermento actúan en el diálogo entre religiones y culturas. Después de décadas de convivencia con ideologías y movimientos islámicos, varios países musulmanes están dedicando grandes esfuerzos a la promoción de la mutua comprensión, la tolerancia y la convivencia, organizando grandes eventos y ofreciendo oportunidades de intercambio y debate a los líderes religiosos de todo el mundo. Si bien este activismo contribuye a crear un clima de confianza mutua, no se puede negar que también está subordinado a la persecución de ciertos objetivos políticos que no siempre coinciden con los valores proclamados en los encuentros de diálogo.
Dos ejemplos pueden ayudarnos a enmarcar el problema. En los últimos años, varias instituciones islámicas están muy comprometidas en contrastar los discursos extremistas y yihadistas. Pero ninguna de ellas se ha pronunciado sobre la yihad proclamada por el líder checheno Ramzan Kadyrov contra Ucrania, y en general contra el “satanismo” de la cultura occidental. ¿Cuál es la razón de este silencio? Probablemente las óptimas relaciones que Kadyrov mantiene con los líderes políticos y religiosos de varios países de Oriente Medio y del Golfo.
Algo parecido podría decirse del uso de la categoría de “ciudadanía”, invocada periódicamente en las grandes conferencias islámicas e interreligiosas como respuesta a los proyectos islámicos de desenterrar la práctica de la dhimma, el estatuto de subordinación establecido por la jurisprudencia islámica clásica para los no musulmanes, concretamente para cristianos y judíos. La insistencia en la ciudadanía tiene la saludable finalidad de afirmar la paridad entre musulmanes y no musulmanes dentro del Estado nacional. El Documento sobre la Fraternidad humana también invita a “comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías”. Sin embargo, aunque el reconocimiento de la paridad de derechos entre fieles de religiones diversas ya es una idea consolidada no solo del diálogo islamo-cristiano sino también de parte del pensamiento islámico contemporáneo, resulta menos pacífica la definición de derechos de los que pueden disfrutar los sujetos frente a un poder político que muy a menudo adopta los rasgos del autoritarismo. En este sentido, antes de que el Papa partiera hacia Baréin, varias organizaciones plantearon el tema de la represión en el reino del Golfo, concretamente contra los activistas chiitas y la presencia de presos políticos para los que ya se ha decretado la pena de muerte. En un tuit, una de las principales autoridades chiitas de Baréin, el ayatolá Isa al-Qasim, invitó a los participantes del encuentro “Oriente y Occidente por la convivencia humana” a no dar crédito a las declaraciones de tolerancia del gobierno del país.
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El papa Francisco no eludió este problema en su discurso ante las autoridades civiles del reino y afirmó que las normas previstas en la Constitución del estado sobre libertad de conciencia y de religión son “compromisos que han de ser puestos en práctica constantemente, para que la libertad religiosa sea plena y no se limite a la libertad de culto; para que la misma dignidad y la igualdad de oportunidades sean reconocidas concretamente a cada grupo y a cada persona; para que no haya discriminaciones y los derechos humanos fundamentales no sean violados, sino promovidos”, y añadió el detalle de que “el derecho a la vida de los que son castigados”.
Las indicaciones del Papa no solo son una invitación no solo a continuar por el camino del diálogo sino a profundizarlo.
Artículo publicado en: https://www.oasiscenter.eu/it/perche-e-una-stagione-feconda-per-il-dialogo-islamo-cristiano