El bosque crece silencioso

Editorial · Fernando de Haro
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4 julio 2022
“Parece que un viento gélido de sospecha ha proyectado dudas sobre las realidades preciosas que la Iglesia no puede minusvalorar”. Esta frase es de Marc Ouellet y la pronunció hace unos días en un congreso sobre movimientos eclesiales celebrado en Roma.

El canadiense sabe bien qué significa un viento frío. Nació en La Motte, un pequeño pueblo de la provincia de Quebec, donde el termómetro puede llegar a marcar 30 grados bajo cero. Ouellet es cardenal de la Iglesia católica y prefecto del Dicasterio para los Obispos, es decir es un ayudante del Papa y actúa por lo que se conoce como “potestad vicaria” del santo padre.

¿Dónde nace el viento gélido al que se refiere este políglota que habla seis lenguas? Él mismo responde: en las “denuncias de clérigos y de religiosos que se han equivocado”, que han hecho que aparezca el pesimismo y la desconfianza hacia los fundadores de los movimientos. Desconfianza generada “por la mala publicidad de la autoridad” que ha actuado de un modo poco discreto.

En alguna ocasión anterior Ouellet ya había criticado “la mentalidad clerical centrada en el poder y en el excesivo control” que en ocasiones se vive en la Iglesia. El canadiense fue uno de los encargados de presentar en 2016 la carta Iuvenescit Ecclesia, la Carta de la Santa Sede donde se define la relación entre la jerarquía y los “dones carismáticos”. En aquella ocasión aseguró que si “alguien duda aún de la importancia de la dimensión carismática en la Iglesia, lo invito a reflexionar sobre el hecho de que cincuenta años después del Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo y los cardenales hayan elegido a un pastor supremo que proviene del ámbito carismático de la Iglesia”. En el congreso de hace unos días volvió a repetir que “se ha acogido a los movimientos y se ve el fruto. Gracias a la gracia multiforme de Dios, estamos en camino”.

Esta estima por los movimientos le ha llevado en Roma a formular una denuncia clara: “la neumatología (el estudio del Espíritu Santo) está todavía ausente en muchos procesos de discernimiento eclesial” sobre los movimientos. Con sinceridad ha señalado que los criterios para este discernimiento son “a menudo negativos, están enfocados en vigilar peligros y desviaciones”. No es extraño que “falte la mirada que ve la presencia del Espíritu Santo, la concreción de sus dones, el fervor y la libertad que regala a ciertos fieles”. El canadiense ha ido más allá al apuntar que ciertos miembros de la jerarquía tienen tendencia a interpretar los carismas de modo ideológico y con prejuicios. Los ven a través de una lente que los deforma por una perspectiva neopelagiana y gnóstica. Esto provoca que los “errores de juicio y abuso de poder no sean extraños a las curias de este mundo, incluida la Curia romana”.

¿A qué se refiere Ouellet cuando habla de dos herejías antiguas? ¿Qué tienen que ver con el siglo XXI? El cardenal ha retomado las dos formas con las que, según el papa Francisco, se expresa la mundanidad espiritual. El neopelagianismo, según el santo padre, pone “la confianza en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas” y asume “un estilo de control, de dureza y de normatividad”. Se apoya en una “supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar se analiza y clasifica a los demás”. El gnosticismo, también según Francisco, es propio de una fe encerrada en el subjetivismo, a la que sólo le interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan. Esos pensamientos, en realidad, enclaustran en una razón inmanente. Según el canadiense, estas dos tentaciones afectan también a la Curia romana y provocan “que ciertos excesos jurídicos” impidan respirar el aire del Espíritu. Añade Ouellet que “hay realidades necesitadas de corrección, pero una rigidez excesiva en la aplicación de las normas puede impedir el desarrollo equilibrado y el reconocimiento oportuno de un carisma”. “No basta conocer bien la doctrina y el derecho para discernir la presencia del Espíritu Santo”. Por eso, la solución no es el orden y el control a toda costa sino un diálogo confiado para “la aprobación de los estatutos, las formas de gobierno, el respeto de los fundadores y fundadoras, la concesión de dispensas y el análisis de casos problemáticos”. Ese diálogo, favorecido por el “desarrollo de la sinodalidad”, permite reconocer que los dones jerárquicos y los dones carismáticos son ”coesenciales”. Es una expresión ya utilizada por Juan Pablo II que retoma la carta Iuvenescit Ecclesia. La sensibilidad sinodal, de hecho, se ha desarrollado, entre otras cosas, por los movimientos.

“Mucho coraje, paciencia y humildad” es lo que receta el canadiense para defender un carisma auténtico que suscita el Espíritu Santo”. El hombre que creció entre grandes masas forestales anima a recordar que “un árbol caído no destruye el bosque. El bosque crece sin hacer ruido”.

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