El milagro de la existencia

Mundo · Ignacio Carbajosa
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14 octubre 2010
Durante estos días todos hemos vivido, en mayor o menor medida, pendientes de la vida y del rescate de 33 hombres atrapados a 700 metros bajo tierra en una mina chilena. Pero, ¿qué es lo que realmente ha ocurrido? No nos engañemos, la vida de cada uno de estos mineros no nos resultaba interesante hace tres meses. Eran unos perfectos desconocidos. Como mucho podían servir de excusa para una genérica reivindicación laboral o ideológica. Ha bastado que nuestra atención se detuviera sobre ellos durante algo más de dos meses, con sus días y sus noches, para que conociéramos de verdad el valor de esos mineros y para que todo nuestro afecto secundara este conocimiento. De ahí la conmoción que nos ha embargado al verlos salir del seno de la tierra: ¡están vivos! ¡Existen!

La cobertura mediática que ha tenido este suceso, convirtiéndolo en acontecimiento internacional, nos ha permitido sorprender en acto la experiencia de millones y millones de personas. ¿Y qué experiencia hemos sorprendido en acto, o mejor, qué es lo que se nos ha desvelado durante estos días de la estructura original de nuestra naturaleza? Algo que está delante de nuestros ojos y que nos cuesta ver: el espectáculo, la maravilla de la existencia, del ser.

La sorpresa ante la vida, ante el misterio de la existencia, se ha convertido, durante unos días, en experiencia común de millones de personas. Dar por descontado este dato es una deslealtad con nuestra razón y con nuestra experiencia más elemental. Es expresión de una pereza intelectual, a la que cedemos con mucha facilidad. No es difícil imaginar cómo mirarán estos 33 mineros todas las cosas que ahora les rodean, especialmente a sus familiares: como nuevas, como dadas. En una palabra: no descontadas. Y partir de esta sorpresa, de esta gratuidad que nos precede, corrige el paso siguiente en la relación con las cosas y las personas. ¿Cómo habrá abrazado el minero 17 a su mujer, con la que se había peleado unas horas antes de bajar a la mina?

Pero intentemos imaginarnos qué pasó allí abajo durante 69 días. De hecho, los primeros testimonios de los mineros vienen en nuestra ayuda. Durante semanas los mineros han visto reducido su "universo" a las cosas esenciales: la propia existencia y la existencia de los compañeros de refugio. Ambas absolutamente gratuitas y ambas percibidas como un don, un don que se mendiga todos los días y se agradece todas las noches (si es que esta distinción noche y día era posible en aquellas circunstancias). Y junto a estos datos, una última evidencia, testimoniada de tantos modos en las primeras horas de vida en superficie: el sutil pero firme hilo que les mantenía ligados con el Misterio que hace todas las cosas, que les sostiene en el ser. Las cosas últimas y esenciales que determinan toda vida humana. Sólo así podemos entender realmente el agradecimiento sincero dirigido a Dios que expresaban los mineros.

Cada uno de nosotros, todas las noches, desciende a la mina, y todas las mañanas vuelve a la luz al despertar. Éste es un dato de nuestra experiencia que pasamos por alto con demasiada facilidad. Pero no hay dato más sorprendente que el hecho de que en este instante yo esté vivo, de que existan las cosas. De que cada mañana despierte al ser. Se nos ha hecho evidente delante de estos mineros.

Resulta significativo que la mayoría de los medios de comunicación, que no se han podido sustraer al atractivo de este suceso, se ven sin recursos para leer, para entender lo que sucede estos días. Vagan sobre cosas penúltimas, resbalan hacia análisis que sólo tangencialmente tocan la realidad que tenemos ante los ojos. Y es que la miopía en el conocimiento empieza por la dificultad de acoger el primer dato que se nos impone: ¡estamos vivos!

Algunos han cuestionado el uso de la palabra milagro para describir lo que ha sucedido. Podemos intentar ponernos de acuerdo en qué es un milagro. Pero, ¿podemos negar que este hecho ha puesto delante de nosotros un milagro, el milagro de la existencia?

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