Luna nueva

Cultura · Juan Orellana
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18 noviembre 2009
Se ha estrenado la segunda entrega de la saga de Crepúsculo, esta vez dirigida por el productor, guionista y director neoyorquino Chris Weitz, que saltó a la fama por su fallido film La brújula dorada. La cinta está protagonizada por los mismos actores de la primera, como Kristen Stewart (Bella Swan), Robert Pattinson (Edward Cullen) o Taylor Lautner (Jacob Black). En esta ocasión Bella se debate entre su amor por el vampiro Edward y su amistad por el licántropo Jacob, enemigos entre sí, y siempre con la amenaza al fondo de la malvada vampiresa Victoria.

Muchos criticaron a Catherine Hardwicke el tono supuestamente hortera o cursi de la primera película. Aunque esa crítica era injusta -esa interesante directora no suele caer bien a ciertos críticos-, lo cierto es que el tono del film actual es muy parecido al anterior, en lo bueno y en lo malo, y sin embargo el guión está muy por debajo de su predecesora. El argumento es muy reiterativo, dando siempre vueltas sobre lo mismo, el ritmo interno es casino, desfallecedor, y con escasos momentos de verdadero suspense o acción. El resultado es que el espectador apenas llega a conectar emocionalmente con los personajes y sus conflictos -es decir, se aburre-. En este sentido tiene especial mérito la joven actriz Kristen Stewart, que se esfuerza por dotar de calado dramático a su personaje a pesar del guión, y que se confirma como una gran actriz con un futuro prometedor. Con un guión flojo, los acertados aspectos técnicos resultan más brillantes. La fotografía está en manos de un español de la talla de Javier Aguirresarobe, que consigue el tono crepuscular de la saga; y la partitura es del gran compositor romántico del cine, Alexander Desplat (Julie & Julia). También tiene su gracia disfrutar de las esporádicas apariciones de Dakota Fanning y Martin Sheen.

El tema de fondo -si lo hay- plantea que cualquier cosa vale si ello te saca de la soledad. A Bella, que es una chica solitaria, de padres separados y sin hermanos, cuando descubre el amor imposible de Stewart no le importa sacrificar su alma por estar con él. Un romanticismo gótico que en realidad plantea que no se puede amar lo diferente, y por ello Bella decide hacerse "uno de ellos". Inquietante conclusión. En realidad, no es que Bella quiera ser inmortal como los vampiros. De hecho en ningún momento se niega la eternidad que a todos nos espera. Lo que Bella quiere -y lo dice- es "no envejecer", no perder su belleza juvenil ante los ojos de su eternamente joven amado. Si unimos este deseo de eterna adolescencia con ese rechazo a amar lo que es "distinto", tenemos un retrato muy fidedigno de la sociedad postmoderna contemporánea.

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