Se puede morir de Covid sin contagiarse
“Compararía este periodo a una situación de guerra, cuando las noticias del frente se imponen sobre todas las demás informaciones porque afectan absolutamente a todos”. La periodista Anna Danilova, directora del portal Mundo y Ortodoxia, una de las voces mediáticas más influyentes de Rusia, definía con estas palabras la era Covid.
“Una situación de guerra”. En cierto sentido es inevitable, dada la gravedad y el alcance del problema que nos afecta. Pero ganar la guerra no solo implica cierta fuerza numérica y un armamento adecuado. Implica también, y sobre todo, un horizonte, un sentido que dé valor tanto al vivir como al dar la vida. Pero estas semanas de alerta creciente es como si cualquier otra noticia desapareciera, sacando a la luz una indiferencia que probablemente ya existía antes, aunque no de manera tan clara. Es la lógica del “sálvese quien pueda” que precede a las peores catástrofes porque la opresión de poner a salvo la propia piel –individualmente, aunque se trate de corporaciones o naciones– lleva generalmente a una miopía fatal a la hora de emprender acciones eficaces de salvación.
Ya lo decía hace medio siglo, en los albores de lo que sería el disenso en la URSS, el joven Vladimir Bukovsky: “…En medio de la multitud, en una situación extrema, vence el instinto de autoconservación. Puede sacrificar una parte esperando salvar al resto, puede disgregarse en grupos buscando la salvación. Y eso es precisamente lo que pierde. ¿Por qué yo?, se pregunta cada uno en medio de la multitud. Solo no puede hacer nada. Y todos perecen. Atrapado contra la pared, el hombre reconoce: ‘Yo soy el pueblo, yo soy la nación’. No puede retroceder, prefiere la muerte física a la espiritual. Y, cosa extraordinaria, al defender su propia integridad defiende a la vez a su pueblo, su clase o partido. Estos hombres son los que conquistan el derecho a la vida para su propia comunidad, aunque tal vez ni lo piensen. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?, se pregunta el hombre atrapado contra la pared. Y salva a todos”.
De este modo, se evaporan las noticias sobre atentados terroristas que se multiplican en Europa y llegan también a Moscú. En las festividades de todos los santos y difuntos, se cerraron las celebraciones en una de las dos iglesias católicas que hay, la histórica de San Luis de los Franceses, por estar vinculada a Francia, jurídicamente y como comunidad francófona.
Se evaporan las dramáticas noticias que llegan de Bielorrusia, después de que Lukashenko ordenara en una reunión con el estado mayor militar que no haya más presos. “No tenemos ninguna posibilidad de retirada –dijo, dejando ver su desesperada decisión de jugarse el todo por el todo– ni ninguna intención de retroceder. A quien toque a un militar, como mínimo se le cortarán las manos”. Los rostros oscuros y atónitos de los presentes, en un breve video que ha circulado, dejan abiertos inquietantes interrogantes sobre lo que le espera al país bajo este brazo de hierro que se desenvuelve en el corazón de Europa desde hace ya tres meses ante el silencio general de la prensa y de la opinión pública.
En el fondo, se evapora hasta lo más sustancial del drama sanitario que estamos viviendo. En Rusia no se habla de Covid, los datos oficiales se minimizan en comparación con lo que llega por los rumores que circulan de boca en boca o por las publicaciones locales, voces a decir verdad bastante aterradoras, sobre todo por lo que cuentan sobre la situación sanitaria de sus provincias.
En el fondo, si intentamos aplicar la lógica descrita por Bukovsky, nos damos cuenta de que se puede morir de Covid sin estar contagiado. La lógica del “sálvese quien pueda”, que parece haberse convertido en la regla general, puede transformarse en una trampa para nuestra civilización. Salir de ella es fundamental, no por “altruismo” sino por amor a nuestro futuro.