América Latina. Los movimientos del Covid-19 alimentan una bomba social
El Covid-19 golpea el mundo, y por tanto también América Latina, pero aquí, como sucede en Australia y en todo el hemisferio sur, le cuesta desarrollarse sobre todo, según dicen los expertos, por el factor estacional. El verano, que está acabando, y el calor han actuado como factor determinante para impedir, al menos de momento, una difusión masiva. Pero lo del calor es una variable que para muchos científicos importa poco o nada, para otros sí, y se sostiene con datos pero, en comparación con Asia y Europa, resultan irrelevantes.
La cuestión parece carecer de la importancia global propia de una guerra bacteriológica que ya ha invadido literalmente todos los medios, hasta llegar incluso a la publicidad, pero lamentablemente el optimismo, por no hablar del descaro ostentado por Bolsonaro en Brasil y López Obrador en México (dos presidentes que animan a la gente a no preocuparse y seguir relacionándose), nos hace estar literalmente en las manos de Dios, por dos motivos.
El primero es la incapacidad, al menos de momento, para realizar controles masivos a la población y la oposición de varios gobiernos a realizarlos, por considerar al Covid-19 como un virus importado, y por tanto se piensa que basta con el cierre del espacio aéreo como medida selectiva para evitar su propagación. Pero también en el caso de medidas de cuarentena general, ya en marcha en muchos países latinoamericanos, hay una bomba a punto de estallar que, en ciertos aspectos, resulta tan peligrosa como el propio virus: la social.
Porque aquí, como en todo el sur, el trabajo en negro ya campa a sus anchas, a lo que se suma la marginación masiva en las favelas y villas miseria donde es imposible no ya realizar un control médico sino incluso velas por el cumplimiento de las normas.
Todo ello pone en riesgo la creación de una situación extremadamente explosiva, también por decisiones francamente increíbles por parte de algunos gobiernos (concretamente el argentino) que han decidido cerrar los bancos durante la cuarentena. Ergo, para poder sacar el dinero necesario uno tiene que dirigirse a los cajeros automáticos con tarjetas de crédito o débito. Pero muchos subsidios, como por ejemplo las pensiones sociales, suelen pagarse en efectivo y eso supone un problema: bancos cerrados, cajeros que por tanto pronto se quedarán sin dinero con la imposibilidad de cargarlos de otro modo, de modo que empeoran la ya crítica situación de grandes masas que si no sufren en su vida diaria la falta de empleo (el trabajo en negro prácticamente desaparece cuando no se permite la movilidad), sufrirán la falta de dinero en efectivo. Pero eso no es todo. Hace unos días, por motivos de trabajo, se me permitió acercarme a una de las mayores villas miseria de Buenos Aires. El espectáculo era increíble, pues en su interior la vida social continuaba como todos los días, sin ningún control operativo como los que se realizan incluso al nivel del toque de queda en más de cien barrios de la capital argentina, como en todo el país.
Sencillamente, los habitantes de estos barrios marginados se confinan en su interior. Da escalofríos, créanme. Porque incluso esperando la milagrosa posibilidad de que el Covid-19 no entre aquí (cosa poco probable) y que por tanto no se armen así auténticas bombas atómicas bacteriológicas (con el frío a las puertas), el riesgo de una protesta social incontrolable debido al hambre supondría (en caso de prolongarse la cuarentena) otra bomba con un altísimo riesgo de difusión.
Pienso ahora en lo que llevo años escribiendo sobre la posibilidad de declarar una guerra para reducir la pobreza realizando una verdadera inserción social a base de cultura de trabajo y educación. Si se aplicara en algunos países igual que en otros, se reducirían sensiblemente peligros que ahora acechan.