Carta a D. José Jiménez Lozano

Cultura · Guadalupe Arbona
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16 marzo 2020
Madrid, una ciudad sitiada por el miedo y el coronavirus, a 10 de marzo de 2020Querido don José, ya van dos días después de su viaje y no he podido decirle adiós. Eso no se hace. O sí que se despidió y yo no me di cuenta. Ya me aclarará este extremo. A mí me parece que se marchó silencioso, sin avisar, y nos dejó llorando. Vino aquella señora, la de los espejos, toda enfundada en negro y con zapatos rojos de tacón alto, llegaba con una tijerita en el bolso; es una ladrona astuta y nunca se la espera. Se lo llevó. Nos dejó llorando. Las mujeres solo saben llorar. Usted diría –ya lo estoy imaginando– que solamente las mujeres saben llorar, es un matiz importante y así es.

Madrid, una ciudad sitiada por el miedo y el coronavirus, a 10 de marzo de 2020.

Querido don José:

Ya van dos días después de su viaje y no he podido decirle adiós. Eso no se hace. O sí que se despidió y yo no me di cuenta. Ya me aclarará este extremo. A mí me parece que se marchó silencioso, sin avisar, y nos dejó llorando. Vino aquella señora, la de los espejos, toda enfundada en negro y con zapatos rojos de tacón alto, llegaba con una tijerita en el bolso; es una ladrona astuta y nunca se la espera. Se lo llevó. Nos dejó llorando. Las mujeres solo saben llorar. Usted diría –ya lo estoy imaginando– que solamente las mujeres saben llorar, es un matiz importante y así es.

He mirado y remirado, he leído y releído, he buscado y rebuscado, detrás de mi ventana, en un Madrid recluido y desolado por el coronavirus, sus garzas de porcelana y sus gatitos corteses, sus hogueras devastadoras y sus pañuelos de sangre. He revisado sus almendros obstinados y sus cucos reidores, sus cabos de vela y sus fruteros azules. Me he enfadado con sus monarcas injustos y padecido son sus bobas de corte, he compadecido a Zuleika y al incauto Jonás, he comprado berros y esperado la “noticia” viendo la televisión, he visitado a la señora que abriga a los tomates y a la maestra que abona sus plantas, he comido aceitunas en Viernes Santo mientras movía las cenizas, he ido a la fuente a comer moras y al pinar a ver la querencia de los búhos. Y solo Dios sabe cuándo se las oiré a usted decir otra vez estas historias con palabras nuevas. Ya se hace larga la espera. Ya no me anunciará que me envía algo nuevo o que me espera tal día y a tal hora en su pequeño “Port-Royal” o debajo de los azulejos mozárabes. Ya no me explicará la pata de cabra ni me llevará a ver una virgencita románica. Tampoco me responderá a mis preguntas ni oiré su voz. No lo veré beber coca-cola, ni refunfuñar porque Dora le pone verduras. Y por eso sí, le confieso que Pèguy y usted tienen razón: las mujeres solo sabemos llorar.

Y ¿sabe?, tengo una pregunta que hacerle y no puedo dejar de escribirle. No es urgente, pero sí importante. Sé que se las ingeniará para respondérmela. No será por este veredero, como usted llamaba al correo, pero cuando halle el modo, lo hará con magnanimidad y, entonces, yo volveré a Alcazarén a decírselo a los suyos que ahora son también un poco míos. Es una cuestión que no pude hacerle hace unos días, ni hace meses, ni siquiera cuando le conocí. Y ahora me atrevo: don José, ¿ha llegado a Emaús? ¿Ha llegado a conocer a Ese que iba con nosotros cuando charlábamos en su cuarto de estudiar o me recibía en el jardín o cuando tomábamos café debajo del sauce o comíamos en Olmedo? A Ese que Eliot llamaba el “third”. ¿Se acuerda?

Who is the third who walks always beside you?

When I count, there are only you and I together

But when I look ahead up the white road

There is always another one walking beside you

Gliding wrapt in a brown mantle, hooded

I do not know whether a man or a woman

—But who is that on the other side of you?

———————

¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado?

cuando cuento, sólo somos dos, tú y yo, juntos

pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino

siempre hay otro que marcha a tu lado

deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado

no sé si es un hombre o una mujer

— ¿pero quién es ése que va a tu lado?

En el camino con usted siempre ha estado este tercero, es verdad que andaba encapuchado, cubierto con un manto grueso y pardo, pero siempre ha estado a nuestro lado. Dígame ahora cómo es: ¿se ha quitado la capucha? ¿Le ha visto la cara? ¿Qué le ha contado? ¿Cómo le ha recibido? De lo que sí estoy segura es de que ya le estaba esperando y cuando le ha visto entrar en su estancia se ha alegrado mucho. Ya sabe, Él dijo: “en casa de mi padre hay muchas estancias”. Y ahora, dígame, ¿cómo es la estancia que Él le ha preparado? ¿Ha sido la espera en vano o ha merecido la pena?

Recuerdo que antes de conocerlo, usted esperaba ese Emaús:

Haces el camino de Emaús,

solo o acompañado, con frecuencia;

y ningún desconocido se unió al viaje,

nunca.

Mas Emaús está aún lejos;

quizás más adelante ocurra

Eso lo escribía antes de 2005, pero déjeme recordarle que usted y yo sí hemos hecho ese camino de Emaús, muchas veces, aunque es verdad que ese tercero no se había quitado el manto. Por eso, dígame, ¿ya lo ha hecho?

Suya siempre,

Guadalupe

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