Editorial

Refugiados: no es imposible

Editorial · Fernando de Haro
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6 marzo 2016
Horas antes de que comenzase la Cumbre Extraordinaria de la Unión Europea y Turquía, dedicada a la crisis de los refugiados, Francisco expresaba su admiración por la iniciativa de corredores humanitarios puesta en marcha en Italia. La iniciativa tiene un origen ecuménico, en ella participan católicos, y miembros de las iglesias evangélicas, metodistas y valdenses. La referencia del Papa era mucho más que una consideración piadosa en favor del entendimiento entre las iglesias. Señalaba una solución, un modelo que sirvió para solucionar anteriores crisis humanitarias como la de los Balcanes en los años 90 del pasado siglo, o la de Vietnam, Camboya y Laos en la primavera de 1975.

Horas antes de que comenzase la Cumbre Extraordinaria de la Unión Europea y Turquía, dedicada a la crisis de los refugiados, Francisco expresaba su admiración por la iniciativa de corredores humanitarios puesta en marcha en Italia. La iniciativa tiene un origen ecuménico, en ella participan católicos, y miembros de las iglesias evangélicas, metodistas y valdenses. La referencia del Papa era mucho más que una consideración piadosa en favor del entendimiento entre las iglesias. Señalaba una solución, un modelo que sirvió para solucionar anteriores crisis humanitarias como la de los Balcanes en los años 90 del pasado siglo, o la de Vietnam, Camboya y Laos en la primavera de 1975.

El corredor humanitario puesto en marcha en Italia por entidades de la sociedad civil, en colaboración con el Gobierno italiano, ha permitido a un centenar de solicitantes de asilo, entre ellos 40 menores, volar directamente desde campos de desplazados del Líbano hasta Europa con los papeles en regla. Al país de los cedros habían llegado desde Homs, Alepo y Damasco. El viaje directo les ha evitado caer en manos de las mafias. Antes de salir han sido identificados claramente como refugiados y no como inmigrantes económicos. Parece poca cosa cuando hablamos de un gran éxodo de cientos de miles de personas, pero la fórmula puede ser utilizada a gran escala.

Afrontar la crisis de los refugiados, a pesar de todo lo sucedido en los últimos meses, no es imposible. Requiere que Europa sea Europa, que reaccione con fidelidad a su historia y que recupere la inteligencia que parece haber perdido en los últimos diez meses.

Sobre el terreno se aprende mucho. Por ejemplo, en el barrio armenio de Burj Hamud en el Líbano. El barrio se formó tras el gran genocidio de hace cien años, cuando los jóvenes turcos decidieron hacer la primera limpieza étnica de la edad contemporánea. En Burj Hamud las familias y los amigos de los armenios de Alepo y de otras ciudades sirias han divido sus casas y sus apartamentos. Donde antes vivían cuatro personas ahora viven ocho. En todo el Líbano ha sucedido algo similar. Es la guerra, son las consecuencias de un conflicto en el que millones de personas han perdido sus casas. No se puede seguir viviendo como se vivía antes. En los centros sociales de los armenios, los recién llegados y los que llevan meses te piden que les ayudes a conseguir un visado.

No es necesario llegar a dividir todos los apartamentos de todas las ciudades de Europa como han hecho en Burj Hamud, pero sí darles un visado a los que sean realmente refugiados para que no emprendan un viaje a través de Turquía, de Grecia y de los Balcanes, controlado por las mafias y de éxito improbable. Un viaje así fomenta los abusos, el tráfico de pasaportes, la contaminación terrorista, la xenofobia, el fin de Schengen y la libre circulación de personas dentro de la Unión. La mala solución de la crisis de los refugiados es tan nociva para Europa como la mala gestión de la crisis del euro.

Merkel ha llegado a la Cumbre Extraordinaria con Turquía con las cuatro propuestas más razonables: exigir que los socios europeos cumplan sus compromisos (las cuotas acordadas en septiembre de 2015 no se han cumplido); reforzar las fronteras exteriores; apoyar a Grecia para que acoja e identifique a los refugiados que arriban a sus islas y llegar a un acuerdo con Turquía para que colabore con los controles y acepte la devolución de los que son inmigrantes económicos. Quizás el punto más débil sea el compromiso de Ankara, que siempre hará un doble juego. Pero los otros tres son de sentido común. Sin control efectivo de las fronteras exteriores, salta por los aires Schengen. Hasta los países más generosos, como Suecia, han acabado restringiendo la libertad de movimientos. Por eso es importante la colaboración de la OTAN.

Los centros de control e identificación para Grecia, que se aprobaron el pasado otoño, como las cuotas de reparto acordadas en verano, se han quedado en papel mojado. Atenas no puede asumir la tarea histórica que tiene asignada sin ayuda.

La soledad de Merkel, la falta de unión política de los 28 y especialmente la actitud de los socios del Grupo de Visegrado (antiguos países del Este) han contribuido a estigmatizar a los refugiados. Los graves incidentes de la Nochevieja de Colonia, protagonizados seguramente por algunos solicitantes de asilo (todavía por esclarecer de forma definitiva); la utilización de las rutas por inmigrantes magrebíes; y la posible infiltración de terroristas entre los que necesitan ayuda humanitaria han servido para nublar la inclinación favorable de los que hace medio año sentían como un deber y una oportunidad la acogida. Todos los problemas de los últimos meses son reales. Nadie dijo que acoger fuera fácil. Algunos de ellos han sido incrementados por la torpeza de la respuesta. Otros son consecuencia del miedo al extranjero, un miedo que crece cuando no sabes quién eres.

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