Laicidad: defender la libertad del pueblo

Mundo · José Luis Restán
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1 julio 2015
El pasado 14 de junio se celebró en la catedral de Lugo la Ofrenda del reino de Galicia al Santísimo Sacramento. Esta bella y secular tradición ha saltado este año a las portadas de los periódicos porque el nuevo alcalde de Santiago de Compostela ha rechazado el honor de protagonizar la Ofrenda en nombre de su ciudad (la ciudad que toma nombre del Apóstol), que le correspondía según la rotación establecida secularmente entre los regidores de las siete ciudades que conformaban el antiguo Reino de Galicia.

El pasado 14 de junio se celebró en la catedral de Lugo la Ofrenda del reino de Galicia al Santísimo Sacramento. Esta bella y secular tradición ha saltado este año a las portadas de los periódicos porque el nuevo alcalde de Santiago de Compostela ha rechazado el honor de protagonizar la Ofrenda en nombre de su ciudad (la ciudad que toma nombre del Apóstol), que le correspondía según la rotación establecida secularmente entre los regidores de las siete ciudades que conformaban el antiguo Reino de Galicia. El nuevo alcalde compostelano, Martiño Noriega, pertenece a Compostela Abierta, una de las marcas de Podemos en las pasadas elecciones, y ha declinado la invitación en nombre de la neutralidad religiosa y de la laicidad.

No se trata de armar una tormenta en un vaso de agua, y tampoco hace falta insistir en que el señor alcalde es perfectamente libre de asistir, o no, a un acto como el mencionado. Se trata, por supuesto, de un acto religioso profundamente arraigado en la historia y la cultura de Galicia, y en el que se sienten reflejados miles de ciudadanos a los que el alcalde también representa, sea cual sea su orientación ideológica. En todo caso, los vecinos de la ciudad que es meta del Camino que hizo Europa, habrán tomado nota y llegado el momento le pasarán la minuta, como corresponde hacer en democracia.

Lo más interesante de este hecho es que los obispos de las diócesis de Galicia han cogido al vuelo la oportunidad para clarificar el significado de términos como laicidad y libertad religiosa, que siguen teniendo contornos confusos en nuestra sociedad e incluso entre los propios católicos. Como bien dicen los obispos, la objeción planteada por algunos alcaldes “no afecta sólo al sentido de este gesto concreto, sino que se refiere a la relación entre nuestras instituciones políticas y la vida de una sociedad libre, de la que forma parte y es también expresión la Iglesia”.

La Nota episcopal explica que “laicidad” del Estado significa que éste no hace propia ninguna ideología o religión, y por tanto no pretende imponerlas a la sociedad. Por el contrario, una sana laicidad afirma el respeto y la promoción de la libertad y de los derechos de los ciudadanos, tanto en su vida individual como comunitaria. Esta concepción es la que expresa el artículo 16 de nuestra Constitución, que defiende la libertad de todos afirmando la no confesionalidad del Estado, e igualmente comprende el valor de la relación con una parte tan significativa en nuestra sociedad como es la Iglesia católica. Por desgracia nuestros políticos en general, y la izquierda en particular, están muy lejos de asumir el pleno significado del mandato constitucional.

Hay un segundo paso importante, en el que los obispos advierten que la laicidad del Estado no puede consistir en negar la relevancia pública de gestos como el de la Ofrenda, “sólo por el hecho de su forma cristiana”, ya que eso significaría que el Estado excluye a los cristianos y a sus celebraciones del ámbito público. Y semejante pretensión (que a estas horas bulle en la cabeza de más de uno) sí que implicaría una destrucción de la laicidad positiva (por usar un término acuñado por Benedicto XVI), por vía de los hechos.

Es cierto que la Ofrenda (como otros gestos públicos que expresan la fe) no es una parte de la “vida de las instituciones políticas”, pero sí pertenece a la vida pública de una sociedad como la gallega, que es siempre mucho más amplia que la puramente política. Con total realismo dicen los obispos que “esta Ofrenda podría no celebrarse, si perdiese su humus vital en la sociedad gallega”, pero mientras sigue vivo, como sigue hoy viva la tradición cristiana en Galicia, los responsables de las instituciones deben reconocer su derecho a existir en la plaza pública, y es deseable que tengan la inteligencia mínima para reconocer su positiva aportación al bien común.

Aclaran también que un representante político no acude a un acto de este tipo como persona privada que expresa sus convicciones personales, sino en su específica función pública, “precisamente a causa de la laicidad de las instituciones, que reconocen el valor de un gesto tan expresivo de la vida de nuestro pueblo”. Por ejemplo, es perfectamente normal que el canciller de la República Federal de Alemania (ya sea de izquierda o derecha) acuda al Katholikentag, de hecho lo hace, más allá de su pertenencia religiosa. Claro que ese comportamiento responde a la cultura de base de un país en el que una coalición de socialdemócratas y democristianos incluye en su pacto de gobierno la promoción de la libertad religiosa como factor decisivo para el avance de su sociedad. Estamos lejos, sí, pero siempre se puede aprender.

La declaración de los obispos de las diócesis gallegas, por su música y su letra, es un magnífico ejercicio de pedagogía hacia fuera y hacia dentro de la propia Iglesia. Es además un gesto de límpida ciudadanía. Y tiene la virtud de anticiparse a mucho de lo que nos espera.

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