Jan Patocka, más allá del nihilismo
Patocka parte de una constatación aparentemente banal: "Hay experiencias que muestran lo extraordinario de nuestra situación, esto es, que somos y que el mundo es; esto no es obvio, es extremadamente asombroso que las cosas se nos revelen y que nosotros estemos en medio de ellas. Es sorprendente. Sorprenderse significa no aceptar nada como obvio. Materialmente, el mundo está igual que antes: las mismas personas, las mismas estrellas, y aun así hay algo que ha cambiado completamente". Las dificultades que contradicen este enfoque positivo "demuestran que la vida que parece así de obvia en realidad es sobre todo problemática, que algo no está en orden. Nuestra posición original es que esté en orden y que sea posible superar las incongruencias… Pero si tuviéramos que llegar hasta el fondo de la negatividad que nos interpela enseguida nos daríamos cuenta de que la nada es incapaz de hablarnos, de ponernos en movimiento, y por tanto nos daríamos cuenta del vacío, atrapados en el vacío… No en vano en la filosofía domina algo que podemos definir como nihilismo, es decir, la idea no tanto de que la vida y el mundo son problemáticos, sino sobre todo que el significado y la respuesta a esta problematicidad no sólo no la hemos encontrado sino que no se puede encontrar, la nada es el resultado último". "¡Pero así no se puede vivir!", exclama el anciano filósofo. "Es precisamente aquí donde empieza la vida espiritual… El hombre espiritual es el que está en camino. Conoce las experiencias negativas y las medita, a diferencia del hombre común, que intenta olvidarlas o que tiene ya la receta preparada".
Para Patocka la problematicidad de la vida no es una objeción, sino el punto de partida para una ascesis que le lleva a tomar posición frente a la vida: "El hombre espiritual capaz de sacrificio no debe tener miedo… Es en cierto sentido político, y no puede no serlo precisamente porque demuestra públicamente lo imprevisible que es la realidad", es decir, "rompe el sistema, y su testimonio es motivo de resistencia y de cambio".
Que todo esto, para Patocka y para otros "hombres en camino" del bloque soviético tuviera implicaciones prácticas y no quedara en sofismas teóricos se ve en la experiencia disidente. Cuando Havel le pide que asuma el papel de portavoz de la "Carta 77", Patocka duda durante mucho tiempo porque sabe que se trata de algo que para él, profesor jubilado, puede ser muy arriesgado. Después, una vez tomada la decisión, se dedica completamente a la "Carta 77", exponiéndose públicamente. Todavía recuerda Havel cómo, durante su último encuentro con él, en la cárcel esperando que le llamaran para el interrogatorio, Patocka se puso a improvisar una lección sobre la idea de la inmortalidad humana y la responsabilidad. En otra ocasión, hablando del futuro de la "Carta 77", dice que "hoy la gente vuelve a saber que existen cosas por las que vale la pena sufrir, y que las cosas por las que eventualmente se sufre son aquéllas por las que vale la pena vivir".
A principios de marzo del 77, después de un encuentro informal entre Patocka y el ministro holandés de Asuntos Exteriores Max van del Stoel, el régimen comunista intensificó la presión. El anciano maestro es requerido policialmente en repetidas ocasiones. Sus palabras dejan traslucir la dignidad e integridad de su posición. Sufre un infarto, muere el 13 de marzo en un hospital. Las autoridades, temiendo que el funeral derivase en una manifestación pública, pusieron en marcha una operación inaudita de vigilancia. Aun así, en el cementerio del antiguo convento de Brevnov se dieron cita "500 personas, en su mayoría jóvenes", según se lee en el informe de la StB.