21D en Cataluña. ¿Qué va a ocurrir?

España · Francisco Pou
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9 noviembre 2017
Bucear entre datos históricos de elecciones en Cataluña lleva a conclusiones. Cada vez es más arriesgado en el siglo 21 aventurar resultados. Especialmente en Cataluña hoy, donde la tensión y el imprevisto imperan. He aquí algunas conclusiones de urgencia.

Bucear entre datos históricos de elecciones en Cataluña lleva a conclusiones. Cada vez es más arriesgado en el siglo 21 aventurar resultados. Especialmente en Cataluña hoy, donde la tensión y el imprevisto imperan. He aquí algunas conclusiones de urgencia.

Primero: la tensión en la calle ha sido un motor de participación, particularmente en Cataluña. Es muy probable que el 21D la participación electoral alcance un récord sin precedentes. En 2006 fue del 56%, con subidas en 2010 y 2015 hasta el 67,7%. Si ahora el 21D llega a un máximo del 80% significaría que más de 206.000 abstencionistas acudirían a las urnas. Una cifra que puede llegar a 360.000 si contamos la generación que vota por primera vez, unos 160.000.

Segundo: La participación favorece a los partidos constitucionalistas, especialmente en la ciudad de Barcelona, que tiene un peso decisivo. Es, históricamente, su territorio. Aunque la ley electoral lo relativiza todo (en poblaciones como Lérida un escaño se consigue con menos votos, es más fácil), Barcelona aportará 85 diputados de los 135 del Parlament.

Tercero: Los partidos constitucionalistas necesitarán casi 300.000 votos más para romper la mayoría simple de los partidos secesionistas. Provendrían de los que se abstenían, los nuevos votantes y el cambio de voto. ¿Podrán? Según los sondeos de esta semana Ciutadans puede conseguir su cuota de objetivo, 28 escaños y subiendo. El PSC parte de un bajón respetable y es posible que pueda también remontar acercándose a su objetivo, quizá 20 diputados, aunque puede dar una sorpresa si consigue lanzar una propuesta de izquierda constitucionalista-autonomista responsable, hoy una oportunidad. El PP, sin embargo, no se mueve y con 10 ó 12 escaños se aleja del objetivo. Tiene sus votantes cautivos, pero la ausencia de respuesta política frente al reto independentista (dejándolo exclusivamente a los jueces y la intervención 155 ‘in extremis’) no logra cautivar.

Cuarto: El voto independentista está en los núcleos de población de menos de 50.000 habitantes y, en esa franja, mayoría de población joven y con estudios. Es la “Cataluña profunda” y el entorno de política municipal donde se fragua una mentalidad nacionalista con más tensión excluyente y con iniciativas propias. Es una dispersión territorial que hace a esos ayuntamientos más “incontrolables”, una especie de espíritu de “la última aldea gala”.

Y quinto: Hay dos factores cualitativos que van a ser determinantes. En primer lugar, el aire circense de cada aparición rocambolesca de Puigdemont y la crisis galopante que en Cataluña ya se toca (marchan las empresas grandes cada día, 1/3 ya del PIB catalán y se comentan los síntomas en el consumo y la vivienda) pueden mover a un elector dúctil que votaba lo que se suponía era “nacionalismo moderado”, el PDECAT, ahora en vías de extinción, y desplazarse a PSC o incluso Ciutadans. En segundo lugar, la pedagogía de la prisión. Ha quedado claro en Cataluña que hay límites que comportan consecuencias y sueños que no eran más que eso, sueños. Nadie respalda la aventura quijotesca de Puigdemont en Europa. Por eso, aunque los partidos secesionistas consigan mayoría el 21D (cosa muy probable), empezarán una legislatura con un baño de realismo. Hay límites y hay ley. Y el realismo es un remedio eficacísimo para que el nacionalismo descienda al mundo de las verdades. La sociedad catalana hoy está dividida tristemente en dos. Es una obviedad que aún no se quiere aceptar en las propuestas de los partidos. Y sin embargo, plantar cara a esa realidad es imprescindible para empezar caminos que unan. El 21D podría ser una buena fecha para volver a empezar.

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