Zapatero reinventa la lucha
No es casualidad que en su 37 Congreso el PSOE haya eliminado la referencia a "la lucha de clases" que incorporó Pablo Iglesias hace 129 años. Aquella "lucha de clases" acuñada por Marx y Engels daba nombre al enfrentamiento entre la burguesía capitalista y el proletariado, y era considerada el instrumento necesario para que los obreros alcanzaran el control de los medios de producción y la colectivización de la propiedad. Por el contrario, la nueva filosofía expresada en las ponencias del último congreso federal establece que "la izquierda debe transformar su visión de la empresa y superar su antagonismo ideológico o su desprecio histórico por ella".
Sin embargo, el mecanismo Zapatero sigue necesitando de la lucha, del conflicto, al igual que una tabla de surf necesita el oleaje para mantenerse a flote e impulsarse aunque tenga que cambiar los bandos. El progresismo siempre se hace en contra de algo o de alguien siguiendo a pies juntillas la dialéctica hegeliana. El moderno sólo encuentra su identidad como contraposición a lo antiguo. Es necesaria la lucha pero hay que cambiar de adversarios pues ya la izquierda es más burguesa que proletaria. Y tampoco vale recurrir a las recetas de la vieja socialdemocracia. Los compromisos sociales no pueden pasar por ayudar al que menos tiene mediante prestaciones o pensiones, porque las cuentas públicas están a punto de hundirse en el déficit en unos pocos meses y es necesario congelar el gasto público.
Así pues, el zapaterismo, como organismo mutante y en expansión, que ya abarca amplios sectores del PSOE, IU, BNG, ERC e incluso parte del PP (¡sí, del PP!) necesita reinventarse una y otra vez, con nuevas luchas y nuevos adversarios: vestigios del pasado que es necesario enterrar. Las conquistas sociales de la izquierda ya no tienen como beneficiarios a los parados, las familias con dificultades o a los modestos trabajadores que no llegan a fin de mes. En cambio el socialismo de hoy asume como propias las extrañas reivindicaciones que emanan de algunos grupos de presión minoritarios.
Por eso, si en la pasada legislatura el zapaterismo trajo consigo el matrimonio homosexual, la memoria histórica y la experimentación con embriones, el congreso socialista del pasado fin de semana ha dejado claro que las nuevas "conquistas sociales" serán el aborto, la eutanasia, el laicismo y el voto inmigrante. Nuevas batallas inventadas contra un enemigo difuso, más ficticio que real, una especie de magma construido con tópicos sobre la Iglesia Católica y la derecha, ilustrado con viejas fotografías del régimen franquista.
El amplificador
La reacción del líder de la oposición ante la radicalización del discurso del PSOE ha sido demasiado previsible. Al decir que en el congreso socialista "no se ha hablado del paro y de las hipotecas y se ha hablado de otros temas que no están en la preocupación de nadie" o al insistir en que "nadie, cuando estás por la calle, está por la laicidad, ni hay nadie que no duerma porque los inmigrantes voten o no en las municipales", Rajoy demuestra que peca de ingenuidad y no entiende la jugada de sus adversarios, como le pasa también a su delfín en el Congreso de los Diputados, Soraya Sáenz de Santamaría, quien, preguntada por los nuevos temas que conforman la agenda del Gobierno, no es capaz de pronunciar palabra y se despacha diciendo: "No me voy a meter en las maniobras de distracción del PSOE".
Los dirigentes populares no han entendido nada, porque subestiman el factor de la propaganda. Es cierto que, en un principio, el aborto, la eutanasia, el laicismo y el voto inmigrante son aspiraciones de una minoría que no afectan al interés general (las dos primeras, por cierto, atentan contra el derecho a la vida y la tercera recorta las libertades), pero el efecto amplificador de la propaganda proyecta estos temas como prioridad para una mayoría de ciudadanos que caen en la trampa de pensar que serán más felices y más libres si estas políticas se llevan a cabo.
Pongamos un ejemplo. Una de las grandes "conquistas sociales" que se adjudicó el Gobierno en la pasada legislatura fue el matrimonio entre personas homosexuales. Desde que se aprobó esta ley, sólo una minoría muy minoritaria de 5.000 parejas se han acogido a dicha medida (dato del Ministerio de Justicia) y, sin embargo, en la manifestación del Día del Orgullo Gay podemos contemplar cómo cientos de miles de españoles, la mayoría heterosexuales, celebran por las calles los efectos de esta política, mientras las encuestas muestran cómo una amplia mayoría de ciudadanos apoyan la modificación del Código Civil. En concreto, hace ya cuatro años el CIS reflejaba que un 66% de los españoles estaba a favor del matrimonio gay.
Hay toda una masa neutra de ciudadanos sobre los que rápidamente se proyecta, como en una gran pantalla, la propaganda gubernamental en cuestiones que en principio no les preocupan pero que son presentadas como los nuevos estandartes de la lucha maniquea entre el Bien moderno y el Mal retrógrado. El aborto, la eutanasia, el laicismo, el voto inmigrante son los nuevos estandartes. El rebaño de mentes despreocupadas está a punto de asumirlos como propios.
Aunque el maniqueísmo progresista ha abolido el debate, en medio de una ceremonia de confusión que impide analizar a fondo estas cuestiones, la sociedad, y con ella también el PP, no debe rehuir estos temas. Es necesario desmontar el gran engaño. Hay que rescatar los hechos y los datos de las garras de las interpretaciones ideológicas para descubrir que cercenar el derecho a la vida es algo profundamente injusto e inhumano. ¿Cómo es posible convencer a una mayoría de que prácticas inhumanas como el aborto o la eutanasia nos traerán más libertad y justicia? ¿Coincide esto con el verdadero deseo de libertad y justicia de esa mayoría neutra?