Woody no se resigna a la apariencia

Cultura · Fernando de Haro
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10 diciembre 2014
Woody is back. Solo él podía llevar a la pantalla con gran seriedad, a través de una comedia, en un lenguaje que entienden todos los públicos y de forma abierta la pregunta por el misterio de la vida. Lo ha hecho con música de los años 20, con mansiones en la Costa Azul, con un guión aparentemente ligero. Pero se ha lanzado a hacer tres afirmaciones que ya nadie formula con claridad en público: no es razonable creer, no hay más que la apariencia en la que vivimos, solo el amor de una mujer nos devuelve cierta esperanza. ¡Viva el señor Allen!

Woody is back. Solo él podía llevar a la pantalla con gran seriedad, a través de una comedia, en un lenguaje que entienden todos los públicos y de forma abierta la pregunta por el misterio de la vida. Lo ha hecho con música de los años 20, con mansiones en la Costa Azul, con un guión aparentemente ligero. Pero se ha lanzado a hacer tres afirmaciones que ya nadie formula con claridad en público: no es razonable creer, no hay más que la apariencia en la que vivimos, solo el amor de una mujer nos devuelve cierta esperanza. ¡Viva el señor Allen!

Woody Allen volvió con Blue Jasmine. Después del mal cine que hizo en los últimos años en su gira estética por Europa (que tuvo su momento más desafortunado con Vicky Cristina Barcelona), ha retornado con algo que se compadece de su filmografía precedente.

Antes de haber escrito Magia a la luz de la luna, Woody ha debido estar releyendo, acompañado de unas buenas latas de cerveza y en camiseta –como le gusta a él hacer– a Feuerbach. El personaje principal, un formidable Colin Firth, mago de profesión, queda prendado de forma inconcebible de una de las mentalistas y espiritistas que suele desenmascarar. El encuentro entre los dos se convierte en la ocasión para que Allen lleve hasta los diálogos la pregunta sobre Dios y la nada. “¿Por qué iba Dios a tomarse tantas molestias si fuéramos nada?”, se afirma en uno de ellos. “¿Acaso la vida es algo más que lo que vemos y tocamos?”, apunta otro. Firth, que encarna a un ateo empedernido, incluso llega a rezar al Dios desconocido. Después de dejar a los espectadores suspendidos en ese momento dramático, el director de Annie Hall cierra el asunto con una solución muy “europea”: la fe es consecuencia de la voluntad de creer. Para que la fe fuera digna de crédito tendría que estar sustentada en razones adecuadas. Y nuestro mago descubre que no las tiene.

La película se resuelve con una negación que no está a la altura de la gran pregunta abierta. Por supuesto que el personaje que Firth encarna no ha tenido razones para creer. Estamos hablando de muertos y de viejas divinidades familiares. Si lo hubiera hecho no hubiera sido humano, había vuelto a la religión pagana. La sublimación es insostenible. ¿Pero su oración a un Tú desconocido no es acaso verdadera? Es tan razonable que nuestro querido Woody tiene que segarla de un tajo con el sarcasmo. Querido Señor Allen: ha hecho usted una película religiosa. No porque cuente historias de espíritus, de dioses manes, sino porque se ha atrevido a hablar de las cosas y de mujeres bellas, y tanto unas como otras siempre gritan más allá.

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