Wild Wild Country: homenaje a los Buenos

Cultura · Javier García Arevalillo
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14 febrero 2019
En 1980 una secta nacida en India se trasladó, encabezada por su gurú, a un pueblo de 50 habitantes en medio del estado de Oregón. Hay algo que me dejó con la boca abierta durante cada uno de los seis capítulos de esta serie documental, “Wild Wild Country”.

En 1980 una secta nacida en India se trasladó, encabezada por su gurú, a un pueblo de 50 habitantes en medio del estado de Oregón. Hay algo que me dejó con la boca abierta durante cada uno de los seis capítulos de esta serie documental, “Wild Wild Country”.

Baghwan Rajneesh, un gurú New Age de India, funda en los 60 una secta, los Sannyassins, que visten de naranja y predican básicamente el nacimiento de un hombre nuevo. Es arriesgado realizar una serie documental de una secta. Pero creo que juzga lo sucedido con ecuanimidad. Y no era fácil, porque estamos en una sociedad que se identificará más fácilmente con el sentimentalismo de los Sannyassins que con la mentalidad de los que se enfrentaron a ellos y les persiguieron.

El gurú va atrayendo a miles de seguidores hasta que decide fundar una comuna en Poona. Pero, por la persecución de la primera ministra Ghandi, decide irse a un gran rancho en el desierto de Oregón y fundar algo más que una comuna: Rajneeshpuram, una nueva ciudad, que llegaría a fagocitar el pueblo cercano de Antelope.

Un gurú ponía el marketing, el mensaje para la nueva religión. El poder detrás de él, la fuerza de la naturaleza detrás de la construcción de un vergel y una ciudad en medio del desierto, fue Ma Anand Sheela, la secretaria personal de Bhagwan y el personaje más interesante de la serie.

Inicialmente me costaba entrar en un documental de sectas… pero esto es otra cosa. Es un ejercicio inteligente, que aborda los grandes temas de fondo al hablar de sectas: la necesidad de la pertenencia, la percepción de ser escogidos, de ser más listos y mejores gracias al conocimiento que compartimos, y sobre todo la veneración acrítica al líder. Ingredientes que generan una energía aparentemente positiva: risas, creatividad, riqueza…

La serie no censura el testimonio de nadie, de ningún bando. Algunos del bando “de la ley”, de la minoría que se enfrentó a la colonización sannyasin, son antipáticos, mientras en el bando sannyassin todo son sonrisas, amor flower power, vivacidad… Pero por los frutos los conoceréis: solo un bando se sumergió sin pudor en la comisión de crímenes para lograr los objetivos. Como decía el fiscal general: al final de la serie vemos hasta qué punto no fue una cuestión de avaricia… fue simple y llanamente maldad. Y no digo más.

Más allá del ritmo trepidante del documental, de lo increíble de la historia, de los giros que van dando los acontecimientos… me parece un precioso homenaje a los pocos “buenos” que no se conformaron con no hacer nada, y que dieron la batalla legal (y moral) contra una realidad que pretendía colonizar hasta su estilo de vida. Y una lección de que detrás de una intensidad fanática se acaba mostrando la violencia de una ideología.

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