Editorial

We shall overcome

Editorial · Fernando de Haro
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14 marzo 2015
Marzo y no abril es el mes más cruel desde 2004. Este pasado 11 de marzo se ha conmemorado los 11 años de los atentados en los que murieron 191 personas. España ha sido una gran víctima del yihadismo. Y a pesar del tiempo pasado, los actos de homenaje se han celebrado por separado.

Marzo y no abril es el mes más cruel desde 2004. Este pasado 11 de marzo se ha conmemorado los 11 años de los atentados en los que murieron 191 personas. España ha sido una gran víctima del yihadismo. Y a pesar del tiempo pasado, los actos de homenaje se han celebrado por separado. La división provocada por las bombas se prolonga en el tiempo como una maldición. Como si no hubiera sido suficiente todo el mal sufrido por las familias y por el conjunto de la sociedad española. Como si el alto coste pagado en términos de fragmentación civil, falta de cordialidad y fractura no fuera todavía suficiente. No, la expiación no ha llegado. La culpa sigue alimentando un laberinto que parece no tener salida.

Este aniversario ha tenido lugar mientras se suceden las detenciones de la segunda generación de yihadistas. Son ya 54 desde que comenzara el año. Inmigrantes de segunda generación que quieren irse a combatir con el Daesh o que reclutan a combatientes.

El atentado de1 11-M lo provocaron los yihadistas de primera generación. Extranjeros que obedecieron las órdenes tomadas en 2001, en Karachi, en la capital de Pakistán. El ataque, como ha demostrado Fernando Reinares en ¡Matadlos! (Galaxia Gutember, 2014) lo decidió Amer Azizi en 2001 para vengarse por el desmantelamiento de una célula de Al Qaeda que se había establecido en 1994 en España. Los prejuicios ideológicos de la derecha y de la izquierda nublaron el conocimiento y no permitieron reconocer de forma adecuada la amenaza. Han pervivido como un velo que ha impedido durante demasiado tiempo la reconciliación. La derecha quería ver un atentado de ETA, la izquierda quería ver un ataque islamista en represalia por la participación en la guerra de Iraq. Fue terrorismo sin duda, fue islamista, pero se decidió antes de que comenzara la desastrosa invasión estadounidense. Ahora se prolongan esos velos ideológicos que quieren reducir la complejidad.

Crece una islamofobia de baja intensidad, silenciosa. Una animadversión que, con desconocimiento y mucho provecho de los simplificadores, proclama que el islam es necesariamente violento. Sin acercamiento alguno a los musulmanes de carne y hueso, se empieza a mirar con sospecha a esos dos millones de seguidores de Mahoma que viven en España. Mientras los viejos laicistas repiten que el monoteísmo es necesariamente violento, los guardianes de las esencias hablan de un Occidente amenazado en sus valores más decisivos. Ninguno parece descender al terreno de la experiencia y disertan sobre un mundo que no existe. El XXI es el siglo más religioso de la modernidad, el islam ya forma parte de Europa.

Los yihadistas de la segunda generación ya no son extranjeros, ya no pertenecen a Al Qaeda. Y la guerra, la que algunos han llamado la III Guerra Mundial, no ha hecho más que empezar. Algunos celebran con inocencia el avance de la coalición internacional y del ejército iraquí que ha permitido entrar en Tikrit. Bien está ese avance. Tiene poco que ver con la intervención de la coalición internacional que sigue bombardeando de forma poco eficiente. La entrada en la ciudad iraquí ha sido posible porque las milicias chiítas, responsables de muchos desmanes, han decidido tomar la iniciativa. Una reconquista que no integre a los suníes volverá a hacer del país un polvorín.

La guerra tiene muchos frentes. Siria, Iraq, Turquía, Libia, Líbano… ahora Nigeria. Pero quizás el más decisivo de todos sea el frente interno. El que empuja a los jóvenes españoles a hacer la yihad.

11 años después, tras todo lo pasado, se hace claro que la victoria depende de algo que es anterior a cualquier ideología. Los europeos tenemos experiencia de esa fuerza que nos permitió no sucumbir, primero, a la destrucción del nazismo y después a la del comunismo. Hizo falta una guerra para detener a las divisiones de Hitler. Pero sobre todo hizo falta mucha energía humana, mucho gusto por la vida, mucha certeza sobre el don que supone la existencia para levantar el Viejo Continente. Para hacer caer el comunismo fueron decisivos unos recursos que ahora volvemos a necesitar: estima por el otro que permita no sucumbir a la espiral de violencia que genera el mal; tenacidad para afirmar una verdad que no sea abstracta, que nazca de la carne; confianza indestructible en el valor del yo, de la persona. Es un buen momento para releer a los disidentes de los años 80.

La prensa ha publicado estos días la foto de la madre de uno de los yihadistas detenidos. Se tomó en una escuela. En primer plano aparece la mujer desolada. Probablemente no sabía qué hacía su hijo. En el fondo se ve una pizarra donde está escrito el presente de indicativo del verbo ser: yo soy, tú eres… El yihadista es yihadista porque no ha aprendido bien a conjugar el verbo. Este es el frente decisivo: el que enseña a decir yo soy y tú eres con una inteligencia, un afecto, una ternura cada vez mayores. Solo librando esa batalla podemos cantar sin ingenuidad la antigua canción de Joan Baez: we shall overcome… some day. (Nosotros venceremos… algún día).

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