Vuelta al cole, ¿qué evaluación para los profesores universitarios?

Mundo · Mª Teresa López López
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29 septiembre 2009
Septiembre es el mes en el que la vida de las familias españolas se "normaliza", y recuperamos lentamente la rutina diaria. Aunque algunos tratan de convencernos de sus pésimos efectos, otros muchos la consideramos un elemento necesario para la vida familiar.

Los más pequeños inician una nueva etapa, la escolar. Acuden por vez primera al colegio donde vivirán nuevas experiencias: aprenderán a compartir, a respetar, quizá tengan por primera vez contacto con la disciplina, en definitiva, comenzarán su segunda etapa de socialización.

Otros muchos repetirán experiencias anteriores, recuperarán a sus amigos, repasarán la última lección aprendida en el curso anterior, y comenzarán a desgranar nuevos conocimientos, que sólo con el esfuerzo diario irán incorporando a su vida.

Y por último algunos llegarán por primera vez  a la universidad. Allí se encontrarán con un mundo muy diferente al del colegio. Una realidad que ha cambiado profundamente durante los últimos años. Los alumnos nuevos que año tras año se incorporan a nuestras aulas se sienten muy mayores, creen que son capaces de diferenciar perfectamente las ventajas e inconvenientes de acudir o no a clase. Ya nadie les controla, son ellos los que toman sus propias decisiones. Es verdad, ¡ya son mayores de edad!, pero en muchos casos se equivocan en sus decisiones, como también nos ocurre a muchos de los que nos dedicamos a la universidad. Somos los principales responsables, junto a sus familias, de los resultados tan nefastos que se producen en la universidad española, sobre todo si los medimos en términos de fracaso y abandono.

Las aulas están casi vacías. La masificación que existía en ellas hace dos décadas es ya historia. Los grupos son muy pequeños y la asistencia a clase se reduce año tras año en todos los centros. ¿Qué está pasando?

Muchos de nosotros, profesores universitarios desde hace varias décadas, tenemos nuestra propia opinión. La universidad española cuenta con magníficos profesores, pero como colectivo no somos capaces de transmitir a nuestros alumnos, y sobre todo a la sociedad en general, el interés y el valor del conocimiento, quizá sea porque algunos ya no creen en ello.

La universidad debe ser un lugar de encuentro en el que el alumno sea el centro de nuestras decisiones. Los profesores universitarios tenemos la obligación moral de enseñarles y ésa es nuestra principal y fundamental función. Esto nos obliga a estudiar a diario, y a investigar y publicar para ampliar nuestras líneas de conocimiento y poder transmitirlo en el aula. Ésta es nuestra verdadera función, pero el sistema nos está llevando por otros caminos y los alumnos sufren sus consecuencias.

¡Menos mal que la forma de evaluar a los docentes universitarios no son los resultados! Si fuera así, es probable que la universidad española suspendiera. Es difícil encontrar alumnos que aprueben todas las asignaturas en junio y la media de tiempo para acabar una carrera de cinco años son casi siete. Pero nos justificamos diciendo que llegan mal preparados, que no tienen formación suficiente, ¿pero qué hacemos nosotros para ayudarles?

La principal forma de evaluar a los profesores es nuestra investigación. Es más importante publicar un artículo, cuya calidad se determina por la revista en la que se publique, no por sus contenidos ni por sus efectos sobre la mejora de la sociedad, que impartir una buena clase. Eso sí, debe hacerse sólo en determinadas revistas de prestigio científico, que en algunos casos tardan hasta dos años en hacer la evaluación del trabajo y por tanto cerca de tres para publicarlo. O también se considera buena investigación aquélla que se publica en revistas españolas, siempre y cuando los artículos se escriban en inglés, como ocurre en algunas de las editadas por organismos oficiales españoles (¿es esto constitucional?).

Creo que deberíamos repensar qué estamos haciendo. Los alumnos que ahora se incorporan a la universidad llegan cada vez peor formados y con más carencias en sus conocimientos, pero no son sólo ellos responsables de esta situación.

Los que tenemos la suerte de dedicarnos a la enseñanza tenemos que recuperar el espíritu universitario y volver a creer y a ilusionarnos por nuestro trabajo. Estamos obligados a ello, y la sociedad debería exigirnos trabajar a favor del conocimiento, no para lograr sexenios (cuyo origen estaba en proporcionar a las exiguas retribuciones un complemento retributivo mensual de muy escasa cuantía), sino simplemente porque es necesario recuperar el valor del conocimiento por sí mismo. Sólo así ayudaremos a formar jóvenes que logren tener criterio propio, y por tanto personas realmente libres.

Las aulas de la universidad se abren de nuevo y cuando los alumnos entren en ellas deberían encontrarse a un auténtico profesor universitario que sueña con enseñar a sus alumnos el valor del saber como algo imprescindible para ser personas y ciudadanos cuyo principal objetivo sea trabajar para ayudar a construir una sociedad mas justa y solidaria.

Mª Teresa López López, ex decana de Económicas (UCM), directora del Centro de Investigación de Familia (Fundación Acción Familiar)

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