Voto de confianza para el cardenal Ortega
Esta noche me resulta imposible dormir sin escribir estas líneas que responden absolutamente a mi percepción de la vida, relacionadas con Cuba y todos los cubanos. Cuando hablo en estos términos renuncio a palabras huecas o a la acostumbrada retórica intolerante de algunos que se creen dueños absolutos de una verdad inexistente a ambas orillas de La Habana y Florida. Disentir es un derecho, criticar también, pero ni lo uno ni lo otro es sinónimo de atacar. Nunca he dudado de que mis compatriotas en la diáspora son parte indisoluble del pueblo cubano, divididos por un sistema y un pedazo de mar que en el futuro no dudo pueda unirse por un puente que va más allá del tránsito de automóviles. Hablo de la unión de culturas similares y diferentes a la vez, arraigadas a cuestiones relacionadas con el modo de vida del exilio y nosotros, pero cubanos todos.
A raíz de la buena voluntad, la cual aplaudo, del cardenal y obispos de La Habana, Jaime Ortega Alamino, sus gestiones a favor de las Damas de Blanco y los presos políticos y de conciencia, han surgido disímiles criterios divergentes, lo cual considero hasta cierto punto normal, debido a las características naturales de nosotros los cubanos, con una diversidad de culturas arraigadas al carácter de uno y de otro. Ahora bien, dónde radica el sacrilegio de las más de treinta mujeres emparentadas con los hombres de la causa de los 75 que piden, con todo derecho, el receso por unas semanas de las también valerosas Damas de Apoyo en los desfiles por las calles de la capital cubana.
Espero que nadie, con el más mínimo raciocinio, critique el proceder de esta treintena de féminas, que simplemente discrepan de las principales líderes del grupo de mujeres que visten de blanco impulsando la paz y a las cuales respetamos y admiramos todos los presos políticos y de conciencia cubanos. Nadar fuera del agua es tan fácil como absorber un refresco congelado de coca-cola en pleno verano, lo mismo en Varadero que en Miami Beach. Acaso los casi 90 meses, unos 2.700 días no significan algo para los valientes defensores de la libertad detrás de un micrófono, en cualquier emisora de radio en la Florida o La Habana. Sí, respetemos el trabajo, dolor, sufrimiento y otras cosas más de nuestra familia. Y si no piensan igual, no las conviertan necesariamente en enemigas. A esto se agrega el testimonio casi extraterrestre de los presos políticos y de conciencia en reclusión.
Hemos llegado a un punto sin retroceso en el futuro de esta nación. Otorgar un voto de confianza a Jaime Ortega Alamino, en nombre de la iglesia católica cubana, es un signo de inteligencia, tolerancia y, sobre todo, significa la esperanza de quienes llevamos la cruz mayor, con mucho orgullo y dignidad.
También está latente un dato importantísimo a la hora de ser objetivo. Nunca antes en los últimos 50 años, el Gobierno acude a los católicos para hacer pública la necesidad de desterrar un conflicto interno con el presidio político y el protagonismo de las Damas de Blanco, que le ha dado como resultado las críticas de la comunidad nacional e internacional, aunque la primera no se desprende del miedo que muchos cubanos llevan dentro.
Estoy dispuesto al diálogo dentro y fuera de mi país pero si esto implica ataque, odio y difamación es mejor no perder el tiempo, pues es preferible tener oídos sordos a la porquería que nos han obligado por más de cinco décadas.