Votar cambio, votar Constitución
Andalucía necesita un cambio de Gobierno. Es la región de Europa con la tasa de paro más alta, una de las que registra mayor desempleo juvenil y mayor fracaso escolar. Es una de las regiones más pobres de España, con una renta per cápita en 2013 de 16.843 euros. Es la Comunidad Autónoma en la que se ha registrado el mayor caso de corrupción de la historia de la democracia. Las subvenciones recibidas desde Bruselas, más de 70.000 millones de euros desde mediados de los años 90 del pasado siglo –el 10 por ciento del presupuesto–, no han servido para reducir la diferencia de renta, para generar una economía más competitiva. Los subsidios, las ayudas y las subvenciones son necesarios, como ha puesto de manifiesto la última campaña de la aceituna. Pero hay un modo de darlos que favorece el clientelismo y adormece la capacidad de iniciativa.
Durante la última legislatura, el acuerdo de socialistas e IU ha aumentado aún más si cabe la restricción de la libertad educativa. Durante décadas el PSOE ha llevado a cabo una política cicatera con los conciertos escolares. A pesar de la gran demanda de enseñanza de iniciativa social, en nombre de la programación y de la exigencia de garantizar a todos el derecho a la educación, se han construido y desarrollado colegios de titularidad y gestión estatal en los que pocos padres querían plaza.
No se puede ni siquiera invocar en descargo del PSOE su capacidad de generar más cohesión social. Durante los últimos años los recortes en sanidad y en educación han sido importantes. Y la gestión privada de servicios, tan denostada por los socialistas en el resto de España, ha sido asumida como normal en los hospitales andaluces.
Las recientes presiones para controlar la propiedad de la Mezquita-Catedral de Córdoba son un ejemplo paradigmático de lo poco que ama la libertad la Junta, después de estar durante más de tres décadas bajo las mismas siglas.
Para propiciar un cambio lo primero es votar. Las encuestas apuntan a un descenso importante del PSOE que obtendría mayoría simple. Si se cumplen los sondeos, a Susana Díaz le bastaría con una abstención de los populares para superar la investidura. Pero después de lo sucedido en las últimas elecciones, cuando las estimaciones de voto se equivocaron rotundamente, todo el mundo se muestra muy cauto. Los indecisos, o el voto oculto, son el 40 por ciento. Y con ese porcentaje la sorpresa puede saltar por cualquier sitio. Nada está decidido. Todo voto cuenta.
Votar Constitución. El ascenso de Podemos en las encuestas, una de las novedades en estos comicios, es síntoma de un cansancio y de un desafecto hacia las instituciones que los partidos mayoritarios no han sabido detectar a tiempo. La partitocracia, y no solo la dureza de la crisis, explica la tentación que sienten muchos de inclinarse en favor del voto de castigo. Pero cualquier opción basada en el populismo y en la deconstrucción de nuestro sistema constitucional parece poco razonable. Estamos viendo los efectos nada positivos de lo que ha supuesto la victoria de Tsipras en Grecia. El enfado, lógico en muchos casos, siempre encuentra mejor cauce cuando va acompañado de la responsabilidad.
Votar Centro. Si Izquierda Unida (opción constitucional con matices), en contra de las encuestas, obtuviera un buen resultado supondría la posibilidad de repetir un gobierno como el de la pasada legislatura. No habría cambio alguno. El voto a las dos formaciones de centro (PP y Ciudadanos) es el único que puede propiciar el comienzo de una nueva etapa. Y lo puede hacer en dos escenarios diferentes.
Uno de esos escenarios, muy improbable pero no imposible, es que el PP sea la fuerza más votada. En ese caso un acuerdo con Ciudadanos supondría un verdadero giro. Pero dejando de lado esa hipótesis, casi descabellada porque supondría que todas las encuestas se habrían equivocado por un amplio margen, el cambio puede consistir en que una Susana Díaz sin mayoría absoluta se viera obligada a llegar a un acuerdo con las fuerzas de centro. Seguramente es lo que ocurra. Acercarse a Podemos sería un suicidio. Ni el PP ni Ciudadanos van a querer un pacto de Gobierno. Pero el solo hecho de que los socialistas tengan que mendigar una abstención en la investidura y que enfrentarse en el Parlamento a dos fuerzas sólidas que no son de izquierda ya supone un importante avance. Algo hasta ahora no visto en Andalucía. En este caso el mejor resultado sería un PP pisándole los talones al PSOE (no es eso lo que dicen los sondeos) y un Ciudadanos con más de 10 diputados. También improbable porque Ciudadanos crece a costa del PP.
No se le puede pedir al votante de centro que quiere una Andalucía más abierta, más prospera, más comprometida con la libertad de enseñanza y más apoyada en la sociedad civil que se olvide de sus cansancios y de sus deseos de renovación. El PP ha comunicado mal su política de reformas y ha tenido una estrategia de partido desastrosa en Andalucía (el retraso en el nombramiento de su candidato ha sido un grave error). Moreno Bonilla es sincero cuando promete mejor trato a los concertados y a la clase de religión. Para el votante de centro más cerebral, para el que puede hacer abstracción de muchas consideraciones, podría ser la mejor opción.
Pero es lógico que otros votantes de centro quieran una alternativa. Hay motivos que justifican el desafecto hacia los populares. Y en esta ocasión, por primera vez, existe esa alternativa. Solo habría dos motivos para rechazar el voto a Ciudadanos, sabiendo como sabemos que es una fuerza moderada y constitucional. El primero sería una falta de compromiso con la libertad de educación, una auténtica cartilla de tornasol, un discriminante de los criterios últimos que se utilizan para hacer política. Ciudadanos habla de una enseñanza pública y laica en su programa electoral. Pero Marín y Rivera han repetido hasta la saciedad que no tienen prejuicio hacia los concertados. El segundo motivo sería que no tuviera una masa crítica suficiente de apoyos para que el voto fuera útil. Pero según dicen las encuestas Ciudadanos va a entrar con fuerza en el Parlamento.
Votar centro y votar constitución, en sus dos modalidades, es lo único que puede propiciar un cambio necesario desde hace mucho tiempo.