Votantes decepcionados (y enfadados) que pueden acabar con Trump

España · PaginasDigital
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14 noviembre 2017
La actual crisis política en Estados Unidos va más allá de las controversias sobre Donald Trump y afecta a aspectos más generales, que llegan incluso al escenario europeo. Un primer problema viene del riesgo de violar ese principio fundamental para la democracia estadounidense, y en general para la democracia, que es el juego de equilibrios entre los diversos poderes del Estado, legislativo, ejecutivo y judicial. Aunque está bajo ataque constante y por muchos motivos resulte un presidente cojo, sus casi nueve meses de mandato han visto 51 órdenes ejecutivas, un número claramente superior en comparación con los emanados, en el mismo periodo de tiempo, de todos los presidentes que le han precedido en los últimos sesenta años. En concreto, dobla los de Barack Obama.

La actual crisis política en Estados Unidos va más allá de las controversias sobre Donald Trump y afecta a aspectos más generales, que llegan incluso al escenario europeo. Un primer problema viene del riesgo de violar ese principio fundamental para la democracia estadounidense, y en general para la democracia, que es el juego de equilibrios entre los diversos poderes del Estado, legislativo, ejecutivo y judicial. Aunque está bajo ataque constante y por muchos motivos resulte un presidente cojo, sus casi nueve meses de mandato han visto 51 órdenes ejecutivas, un número claramente superior en comparación con los emanados, en el mismo periodo de tiempo, de todos los presidentes que le han precedido en los últimos sesenta años. En concreto, dobla los de Barack Obama.

Otra polémica es la surgida con motivo del asesinato de cuatro soldados americanos en Níger, en una emboscada yihadista a principios de octubre. A pesar de la presencia en el país africano de al menos 800 militares estadounidenses, varios senadores han declarado no ser conscientes de ello, incluidos ciertos “halcones” republicanos. En cambio, el Pentágono y la Casa Blanca afirman que informaron debidamente al congreso. La polémica recuerda a la que hubo contra Obama por intervenir en Libia sin aprobación parlamentaria. En varios países europeos, la percepción de la presencia de los propios militares en el extranjero también parece estar un poco ofuscada y tampoco parece adecuadamente discutida en el Parlamento.

Tanto el partido republicano como el demócrata están atravesando crisis profundas en su seno y con sus respectivos votantes. En el partido demócrata, Hillary Clinton se enfrente a las acusaciones de haberse hecho de manera inapropiada con el control del comité nacional del partido, perjudicando gravemente a Bernie Sanders, su adversario en las primarias. Vuelven a la palestra las modalidades poco ortodoxas con que gestionó informaciones reservadas cuando ocupaba la secretaría del Estado. También se está movilizando el mundo feminista que, huérfano tras la derrota de Clinton, parece haber encontrado nueva candidata en la senadora Elizabeth Warren, punta de lanza del ala progresista del partido demócrata. Warren podría entrar en la lista de posibles candidatos demócratas a la presidencia, junto al exvicepresidente Joe Biden y Sanders. En la fecha natural de 2020 o incluso antes, si consiguieran hacer dimitir a Trump.

La presencia nada desdeñable en la escena política de personajes como Warren y Sanders es indicativa de un desplazamiento a la izquierda entre los demócratas, algo que parece interesar más a los electores que al partido. La dirigencia y el aparato todavía parecen estar alineados detrás de Clinton y Obama y una parte del electorado les acusa de estar más interesados en Wall Street que en Main Street.

Es evidente que este tipo de confrontaciones debe tener en cuenta las diferencias históricas y culturales entre Estados Unidos y Europa, donde estos problemas también encuentran ciertas resonancias. El punto en común parece ser el aumento de la insatisfacción ante sistemas institucionales que ya no son capaces de responder a las exigencias concretas de los ciudadanos. Se producen así movimientos populares antisistema, acríticamente definidos como populistas por los defensores del sistema a ambos lados del Atlántico. Es una de las acusaciones que se hace a Trump, que a pesar de su estatus de multimillonario se presentó como candidato antisistema. Y de hecho lo fue, como demuestra su victoria en ciertos estados del llamado Rust Belt, feudos históricos de los demócratas. Es probable que los votantes de esas clases obreras ya estén decepcionados con Trump, lo que justifica la hipótesis de futuras candidaturas demócratas más “a la izquierda” para recuperar a este electorado tradicional. Pero eso podría hacer perder votos de centro en favor del partido republicano, si este consiguiera a su vez recuperar una cohesión interna suficiente y una oferta política adecuada.

Estados Unidos se enfrenta al mismo problema urgente que ya se ha planteado en buena parte de Europa, es decir, la recuperación de una conciencia identitaria clara y auténtica de los partidos políticos, que sepa interpretar las necesidades e ideales de los ciudadanos. En ausencia de esta palingenesia, solo quedará la proliferación de movimientos antisistema o de protesta, incluso violenta, y el aumento cada vez más significativo de la desafección política, como demuestra el constante incremento del abstencionismo.

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