Volvamos al encuentro de Cuba, desde arriba y desde abajo
Es un encuentro del que se llevaba hablando décadas. Los papas y patriarcas iban cambiando, y la espera se prolongaba indefinidamente. Siempre que he tenido que hablar de ortodoxia, al final se me acaba planteando la misma pregunta: ¿cuándo podrá el Papa (Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco…) ir a Moscú? Pues bien, ha sucedido. De momento, no a Moscú sino a una tierra alejadísima de Rusia, pero en todo caso a una zona de influencia rusa. Un cruce que parecía casi de improviso, pero que se había preparado hasta el último detalle. Un encuentro fraterno, aunque sin una oración compartida. Una visita ecuménica, pero sin tocar ningún punto caliente teológico.
Cuando pienso en ese encuentro, imagino un precioso lago bajo el sol. Sobre la superficie, dos grandes naves que avanzan una hacia otra y que paran un momento para luego proseguir el viaje juntas, en una dirección común. Así se suele presentar la escena a los ojos de espectadores occidentales. Pero las aguas del lago se mueven. Bajo su reflejo hay corrientes profundas. El Papa Francisco puede ignorarlas y no mirar hacia abajo, hacia un fondo poco transparente: su nave en todo caso se sostiene bien. Con el patriarca es diferente. Habría debido considerar todas las piedras ocultas bajo el agua, todos los riesgos que le comportaría ese encuentro.
Los comentarios de la prensa europea que he podido leer partían de la premisa indiscutible de que Moscú estaba representada por él, patriarca “de todas las Rusias”. Pero hay “Rusias” muy discordes, sobre todo en el tema del ecumenismo. La misma palabra “ecumenismo” tiene una tonalidad distinta en Rusia y en Occidente. En Italia ha llegado a ser un lugar común, algo indiscutible al menos desde el Vaticano II, pero en el mundo ortodoxo, sobre todo en Rusia, especialmente desde su salida del comunismo, esta hermosa palabra suena a veces casi como una ofensa. No para todos, pero sí para muchos fieles, si bien no fuertes numéricamente hablando aunque sí por su influencia interna. Para algunos de ellos, el hecho mismo del encuentro del Patriarca con el Papa fue una traición a la verdadera fe, su rendición ante la herejía de las herejías, que es como la llamada “derecha ortodoxa” llama al ecumenismo. ¿Pero qué ecumenismo?, se podría objetar. Oficialmente, ¿el Papa y el Patriarca no se encontraron solo para declarar su preocupación por la suerte de los cristianos perseguidos en Oriente Medio? Dejemos estar a la política, responden otros, el hecho mismo de un contacto entre el Patriarca y el Papa significa el reconocimiento abierto del líder de “otra iglesia” (mientras que la Iglesia no puede ser más que una, fundada por Cristo) y del papismo, rechazado durante mil años por el Oriente cristiano. El abrazo entre ambos sería el texto más importante de la declaración, un texto acordado en cada palabra mucho tiempo antes.
Personalmente, el Patriarca puede ser ecuménico o no (Kiril es ecuménico), pero hay dos cosas más fuertes que él, que en este momento teme la Iglesia rusa: perder la metrópolis ucraniana (y por tanto también las demás diócesis de los estados independientes ex-soviéticos) y sufrir un cisma. Cualquier cambio (el calendario, la lengua eclesiástica eslava, el acercamiento a Roma…) puede provocar un terremoto y el Patriarca lo sabe demasiado bien. Nadie ha olvidado los dos cismas, el de los viejos creyentes y el de los innovadores, que sacudieron la Iglesia rusa en los siglos XVII y XX. Estas heridas aún no han cicatrizado. Todavía es pronto para hablar de cisma ahora, pero ya se perfila una pequeña grieta. Después de este acontecimiento, algunos sacerdotes del patriarcado de Moscú han dejado de conmemorar al Patriarca durante la divina liturgia por considerarlo hereje.
¿Sabía él de estos riesgos? Claro que lo sabía. Pero su encuentro con el Papa también llevaba dentro un mensaje político. ¿Alguien duda de que bajo el abrazo cubano no estaba también la mano de Putin, que con su aislamiento actual trata de utilizar la diplomacia oficiosa? Más aún, este encuentro tuvo lugar en el contexto del Concilio panortodoxo, los medios de todo el mundo llevaron a Moscú (que ocupa el quinto puesto en el díptico de las iglesias ortodoxas) a primerísima plana, pero los encuentros del Papa con el Patriarca ecuménico ya no son un acontecimiento extraordinario. Entre todos estos riesgos y cálculos, conviene dejar espacio al Espíritu Santo, capaz de entrar en los proyectos humanos, incluso en los que son demasiado humanos.