Editorial

Voces en la pandemia

Editorial · Fernando de Haro
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29 marzo 2020
Hoy. En un hospital de España o Italia. Ante la puerta que sella la zona en la que los médicos combaten para salvar vidas. Al otro lado las personas que queremos, nuestros padres. La conversación imposible y si hay suerte algunas palabras breves gracias al teléfono móvil. Palabras que siempre pueden ser las penúltimas. Conversaciones aparentemente leves que buscan decirlo todo. O silencios que se intuyen más fuertes que la soledad. Tampoco habíamos resuelto el reto de la soledad cuando nos podíamos tocar. Cada uno en su sitio, buscando más allá de las apariencias, la unidad que antes se daba por supuesta.

Hoy. En un hospital de España o Italia. Ante la puerta que sella la zona en la que los médicos combaten para salvar vidas. Al otro lado las personas que queremos, nuestros padres. La conversación imposible y si hay suerte algunas palabras breves gracias al teléfono móvil. Palabras que siempre pueden ser las penúltimas. Conversaciones aparentemente leves que buscan decirlo todo. O silencios que se intuyen más fuertes que la soledad. Tampoco habíamos resuelto el reto de la soledad cuando nos podíamos tocar. Cada uno en su sitio, buscando más allá de las apariencias, la unidad que antes se daba por supuesta.

Esta pandemia desgarradora es, entre muchas cosas, la pandemia de los padres, de la relación con los padres. Es lógico que se cite una y otra vez La Peste de Camus. Es fácil reconocerse en lo que ocurre en Orán porque las pestes se parecen. Pero en la sed de voces de estos días quizás es la última novela del francés, ‘El primer hombre’, en la que más podemos reconocernos. El protagonista, Jacques, o sea Camus, viaja hasta la tumba del padre que no conoció, un joven muerto en guerra. El hijo, que se “creía dueño de sí”, ve cómo “la estatua que todo hombre termina por erigir y endurecer al fuego de los años” (…) se resquebrajaba rápidamente, se derrumbaba”. “No le bastaba toda su energía para construirse y conquistar o entender el mundo (…) no era más que ese corazón angustiado que latía siempre con la misma fuerza contra el muro que lo separaba del secreto de toda vida queriendo ir más lejos, más allá y saber, saber antes de morir, saber por fin para ser, una sola vez, un solo segundo, pero para siempre”. Ante los padres, visitados otra vez, queremos saber el secreto de toda vida, para ser y saber.

Esta urgencia para las despedidas, para las soledades, para afrontar el miedo, es la misma que tenemos para el confinamiento y para la reconstrucción. Ya se habla de una postguerra. El Consejo Europeo celebrado la semana pasada todavía parece no haber iniciado el diálogo con los padres y los abuelos que protagonizaron la reconstrucción. En la crisis de 2008 se cometió el error de no seguir los pasos de Estados Unidos. Hizo falta que llegara Draghi para apostar por una política monetaria expansiva. Algunos fallos se han evitado. Después de los primeros balbuceos del BCE, ya está en marcha el plan de compra de activos por valor de 750.000 millones de euros. Y además se ha aprobado también la flexibilización del marco fiscal. Pero el Consejo Europeo de la pasada semana demostró hasta qué punto los países del norte, Alemania y Holanda especialmente, no han comprendido que –como ha dicho la ministra de Exteriores española, González Laya– “estamos ante lo más cercano al momento Schuman. Como entonces, la clave hoy son pasos que creen solidaridad de hecho”.

La solidaridad de hecho hubiera supuesto aceptar los “coronabonos” propuestos por nuevos países, sobre todo por Italia, Francia y España. Merkel, que está de salida, pronunció su ya famoso “nein” a una solución más necesaria que nunca. No hay otro modo para evitar el colapso de la economía que un aumento de la deuda, respaldada por todos los países que comparten la misma moneda. La canciller alemana no estaría a la altura de las circunstancias si no se enfrenta a los fantasmas de la opinión pública de su país, obsesionada con la supuesta prodigalidad de los países del sur. La solución de utilizar el MEDE (fondo creado en la última crisis para los rescates, dotado de 410.000 millones de euros) solo es admisible si no se le acompaña de medidas de ajuste. Ni España ni Italia son culpables de lo que está sucediendo.

Estamos sin duda en un “momento Schuman”, que puede ser otra voz para la pandemia. Incluso para el confinamiento. El francés contaba que sus siete meses en la cárcel, detenido por los nazis, habían sido un tiempo muy fecundo. “En la celda de una cárcel se puede rezar a placer sin ser molestado –decía– y si se está autorizado a tener libros, es la felicidad: se halla entonces en compañía de espíritus selectos”.

El momento Schuman requiere volver a su método. Método que no es solo para los líderes sino, sobre todo, para los ciudadanos europeos: construir “en el terreno de lo concreto, no de lo abstracto: edificamos a medida que las necesidades se van presentando, con los recursos de que se dispone en ese momento (…) La libertad asusta cuando se ha perdido la costumbre de utilizarla”. Realismo pragmático, solidaridad, interdependencia. “Hemos adquirido la convicción –fundamentada en unos hechos– de que las naciones, lejos de bastarse a sí mismas, son solidarias unas de otras” (…) “el verdadero interés consiste en reconocer y aceptar en la práctica la interdependencia de todos”, es necesario combatir “las estrecheces del nacionalismo político, del proteccionismo autárquico y del aislacionismo cultural”. Advertencias para una postguerra. Schuman, padre de Europa, siempre tuvo presente lo que Camus llamaba “el secreto de toda vida”, fue siempre muy concreto, dedicó su vida a reconstruir.

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