`Vivimos una situación de emergencia política`
Silvia Carrasco Pons es profesora del Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro del partido político catalán En comú Podem, valora para Páginas Digital la situación política española en este momento.
Podemos ha sido la tercera fuerza más votada en las pasadas generales. ¿Cómo explica este éxito? ¿Qué novedad ofrece Podemos a los españoles?
Podemos recoge y da voz a tres tipos de descontento: en primer lugar, el descontento con la gestión de la crisis a través de políticas austeritarias que la inmensa mayoría de la gente vive, como desempleo, recortes en los servicios públicos y falta de perspectiva, mientras las grandes fortunas crecen en el mismo periodo; en segundo lugar, y sumado al anterior, la indignación con los continuos casos de corrupción destapados en los partidos mayoritarios, justo cuando deberían poder dar el mayor ejemplo de liderazgo no sólo político sino también moral; por último, creo que el éxito se debe a la capacidad de superación del lenguaje incomprensible y auto-referencial instalado en los partidos tradicionales, incluidos los que no han dejado de defender los intereses de la mayoría de la población y la justicia social, que no han tenido casos de corrupción y que sin embargo no han conseguido dejar de ser minoritarios y, todo hay que decirlo, en muchos casos se han resistido a la renovación generacional y de género, y sus líderes no vienen de los sectores sociales que dicen representar. Podemos reúne lo que defienden estos partidos minoritarios, recoge una parte del movimiento 15M (“no nos representan”) que en realidad es una incipiente re-politización de la sociedad, acerca el lenguaje y tiene un liderazgo carismático en la figura de Pablo Iglesias, un comunicador excepcional que no forma parte de ningún lobby. Pero lo más importante es que estos ingredientes renovadores van demostrando ser realmente relevantes cuando se unen a la experiencia y solidez de las organizaciones que siempre han luchado por la justicia social y la democracia real, y a otros liderazgos forjados en movimientos sociales y en trayectorias intachables, como las de Mónica Oltra en Valencia, Ada Colau en Barcelona y Manuela Carmena en Madrid. Las elecciones municipales revelaron esta capacidad y en las últimas generales, no sólo Podemos logró ser tercera fuerza en España, sino que En Comú Podem fue primera fuerza indiscutible en Catalunya, cuando parecía que aquí teníamos otras preocupaciones. Está claro que son las mismas.
En un artículo publicado en este periódico, Carlos Bueno decía que ‘gobernabilidad’ y ‘pactos’ son conceptos que pertenecen al pasado. ¿Comparte esta afirmación? Más de un mes después de las elecciones el PSOE va a intentar formar gobierno, ¿qué importancia tienen estos dos conceptos de cara al proceso que ahora comienza?
La comparto, claro. Aunque tener que pactar me parece que obliga a realizar ejercicios muy sanos y, en muchos sentidos, tanto los ‘pactos’ como la ‘gobernabilidad’ me parecen conceptos vacíos y conservadores si no responden a un esfuerzo por acordar un proyecto común. Otra cosa es el comportamiento responsable ante los gobiernos en minoría si el resto no es capaz de presentar alternativas, que debe darse en cualquier caso siempre que quien finalmente gobierne lo haga cumpliendo las reglas democráticas, contando al máximo con el parlamento, buscando consensos y aplicando la honestidad y la transparencia. No se entendería que PSOE y Podemos no llegaran a un acuerdo de proyecto, al que por regeneración democrática deberían dar apoyo el resto de partidos, cuando tenemos al partido del gobierno en funciones plagado de corrupción e incluso investigado como tal partido, algo que no había ocurrido nunca. Por pura salud democrática, esta es la oportunidad de demostrar que lo que se predica y lo que se practica es coherente. Estamos ante una situación de emergencia política, además de social.
Durante la campaña electoral Pablo Iglesias hablaba de una nueva transición. En la Transición, los partidos primaron lo que les unía, construir un nuevo marco de convivencia en el que todos se sintieran representados. ¿Cree que es posible y deseable retomar un proceso como aquel?
Yo no creo que la transición fuera eso. De hecho, sólo había un partido realmente activo, el Partido Comunista que había luchado contra la dictadura y había defendido los derechos de los trabajadores y trabajadoras en un régimen sin sindicatos. Los partidos que aparecieron o que reaparecieron tenían muy poca elección y en cualquier caso, sí hubo muchas renuncias para dar forma a un régimen democrático en forma de monarquía parlamentaria. Pero nunca se restauró la legalidad republicana ni se reparó a las víctimas de la dictadura y los responsables de la represión quedaron impunes. Siguen impunes. Fue un pacto totalmente desigual, donde los mecanismos de control democrático de los lobbies político-económicos heredados del franquismo nunca se aplicaron y la cultura política caciquil y clientelar ha prevalecido hasta ahora. No me parece que tenga nada que ver con la situación actual, aunque la situación actual es consecuencia de aquella compleja transición, que también dio lugar a logros impensables en el momento y mucha heroicidad y generosidad. Hace poco se conmemoraba el trágico atentado en el despacho de abogados de Atocha. También había mucho hartazgo y mucha esperanza. Y sí, definitivamente, hace falta una nueva transición, o bien completar la transición, ya sin el miedo del franquismo y sí con las herramientas, las lecciones y el rodaje de casi 40 años de democracia.
Mucha gente, sobre todo muchos jóvenes, no perciben ese marco de convivencia construido en la Transición como propio, ¿por qué? ¿Qué ha fallado?
Creo que he respondido en la pregunta anterior: el caciquismo y el clientelismo siguieron sueltos, sin activarse los controles democráticos. Por no hablar del anacronismo que supone un régimen monárquico, que ahora es aún más evidente. Pero también hay que señalar que la mayoría de los españoles, jóvenes o no, desconocen la constitución, las constituciones, los estatutos de autonomía, los marcos legales que nos afectan, como los de los acuerdos europeos, su dinámica, etc. Hay una nula formación política para ejercer una ciudadanía democrática y madura, a mí esto me preocupa profundamente. Tenemos una educación obligatoria que dura 10 años, de los 6 a los 16, y como sociedad esto me parece suicida. Y creo que no ha habido interés legítimo en formar ciudadanos y ciudadanas con sentido crítico para una plena participación democrática. Esto no debería tener nada que ver con las ideologías y es aberrante que esta formación también haya sido objeto de confrontación constante. Pero al lado de esto, muchos y muchas jóvenes sí saben muy bien qué les pasa: la educación se encarece, el acceso a un trabajo digno parece imposible para la mayoría, y no lo garantiza una mejor formación, las posibilidades de emancipación y autonomía personal están totalmente mermadas, los servicios públicos se degradan y se pierden derechos que anteriormente eran considerados básicos. Mientras tanto, la diferencia de esperanza de vida entre ricos y pobres de la misma ciudad se dispara y la riqueza se concentra en unas pocas manos, como nos ha recordado hace unos días el último informe de Intermón Oxfam. Esto lo entiende todo el mundo. ¿Cómo van a confiar en un sistema que les hace esto?
¿Cuál es el papel de la sociedad civil en la convivencia común y qué puede aportar a la política? ¿Cómo puede ser protagonista de este momento histórico que vivimos?
Para mí las asociaciones de vecinos son sociedad civil, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o la Plataforma de Defensa de la Sanidad Pública son sociedad civil. Como dice Sennet, la cooperación es base sociopolítica para la convivencia y, por lo tanto, organizarse alrededor de los problemas que afectan a las vidas de las personas y trabajar por el bien común, o como lo entienden, también fuera de los partidos políticos tiene dos grandes ventajas: permite a las personas reapropiarse de su capacidad de incidencia y acción, mejorando la democracia desde la base, y recuperar la participación política como una responsabilidad ciudadana, más allá de las organizaciones políticas. Sin ello, la democracia está muerta. Y una democracia real es el mejor sistema que ha inventado la humanidad para convivir. Cooperar para convivir es apostar por la dignidad de las personas, el bien común por encima del beneficio individual y su actual voracidad. Además, queramos o no, nuestros problemas son comunes, tanto a nivel global como a nivel local. Una auténtica democracia nos necesita a todos y todas, para ofrecer una vida más digna a las futuras generaciones del planeta. De hecho, literalmente.