Violencia: saber qué nos pasa y por qué

Mundo · Benigno Blanco
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22 abril 2015
Los medios de comunicación nos traen la noticia del adolescente de 13 años que, armado de machete, ballesta y cóctel molotov, entra una mañana en su escuela y asesina a un profesor y lo intenta con más personas. La opinión pública se agita unas horas y... pronto pasaremos al siguiente escándalo o crimen... que nos ocupará también unas horas... hasta el siguiente. Un viejo amigo me decía siempre: “no te olvides de que la opinión pública no tiene memoria”.

Los medios de comunicación nos traen la noticia del adolescente de 13 años que, armado de machete, ballesta y cóctel molotov, entra una mañana en su escuela y asesina a un profesor y lo intenta con más personas. La opinión pública se agita unas horas y… pronto pasaremos al siguiente escándalo o crimen… que nos ocupará también unas horas… hasta el siguiente. Un viejo amigo me decía siempre: “no te olvides de que la opinión pública no tiene memoria”. Pero conviene reflexionar y no olvidar si queremos estar en condiciones de afrontar en serio nuestros problemas: hay que saber lo que nos pasa y por qué nos pasa, y no solo constatar lo que sucede.

Obviamente yo no dispongo de información especial sobre ese muchacho de 13 años que, ballesta en mano, asesinó a un profesor; y no puedo, por tanto, dar claves singulares de este caso. No conozco datos de su familia, ni de su conducta antecedente; no sé qué libros leyó o si no leyó ninguno; no sé si rezaba o no sabía qué es rezar; no sé si alguien le explicó que el bien y el mal existen y podemos conocerlo con certeza razonable o si era un analfabeto moral; no sé si recibió amor en su hogar o no; no sé nada de él… más que un día en frío y de forma premeditada decidió algo terrible: matar a un semejante. Y esto no puede menos que sorprenderme pues vivimos en una cultura que lleva dos mil años construyendo –o intentando construir– un humus cultural que excluya la violencia y especialmente el asesinato.

Claramente este chico no pertenecía la mañana del pasado día 20 a esta tradición cultural humanista que educa para no matar. No sé las razones; no puedo saber si es que nadie le ayudó nunca a imbuirse de esta estupenda tradición de respeto al ser humano y fue educado en un relativismo moral e intelectual conforme al cual no hay nada que sea bueno o malo en sí sino que todo depende de las circunstancias y las motivaciones; no conozco si fue educado en esa tradición pero su propia voluntad o un trastorno mental grave le hizo romper momentáneamente o de forma permanente con esa tradición; desconozco si ha estado sometido a influencias nocivas de la cultura de la muerte (parece que sí, que era aficionado a las imágenes gore); no sé si en su entorno se hablaba bien o mal del aborto y la eutanasia, si se le educó en el amor o en la banalización del sexo, si en su educación estuvo presente un ideal de buena persona o consistió sin más en un proyecto seudopedagógico de autoconstrucción personal sin criterios objetivos; desconozco lo que sus padres y su escuela le enseñaron sobre en qué consiste ser un ser humano; no sé si alguien le habló de Dios alguna vez de forma seria y atractiva o no, y si alguien le explicó alguna vez que él mismo era un hijo de Dios y su víctima también.

No sé nada de lo que habría que saber para formular un juicio con fundamento y por eso no puedo opinar sobre este caso concreto. (Y, por ello, me asombra que tantos –con la misma ignorancia que yo– opinen y emitan juicios). Pero lo que sí puedo hacer es constatar cómo en nuestro entorno aumenta la violencia de la “gente normal”: muchísimos abortos, crecientes en número prácticas eutanásicas, agresiones entre jóvenes –incluso hasta la muerte– por peleíllas en principio tontas, violencia machista entre las parejas jóvenes, crueldad verbal en la crítica política que hace tabla rasa de la dignidad de las personas y el respeto a la dignidad del contrincante, indiferencia ante el hambre y el abandono del vecino del barrio que busca su comida en el contenedor de la basura, explotación inmisericorde de jóvenes en el mercado de trabajo con jornadas extenuantes y salarios escandalosamente bajos en comparación con la rentabilidad de los negocios, violencia contra la propia vida mediante el consumo irresponsable de alcohol y drogas convertido en la forma normal de divertirse el fin de semana, violencia contra la dignidad sexual de cada uno mediante el sexo banal y circunstancial de usar y tirar, pedofilia en la red o en la vida real, violencia contra –especialmente– la mujer mediante la pornografía omnipresente, violencia moral en tanta telebasura en que las vidas se exhiben y machacan sin piedad ni respeto alguno a las personas, etc.

Nuestra sociedad se está volviendo muy violenta en un plano deslizante y aparentemente suave que nos acerca a la normalidad violenta de las sociedades precristianas. El aborto legal y normalizado es la expresión más evidente de este nuevo y creciente acostumbramiento a la violencia; pero las expresiones de este fenómeno crecen a nuestro alrededor de forma continua. No sé si ese chico de 13 años armado con ballesta se incardina en este preocupante y triste fenómeno actual o si es un caso aislado de patología médica incontrolable e indetectable; pero convendría estudiar sin prejuicios estos casos conforme a los parámetros analíticos indicados para saber qué nos pasa y por qué nos pasa. Uno de los síntomas de una sociedad que se desarma moralmente es la autocastración intelectual que impide analizar con verdad lo que sucede a nuestro alrededor.

C.S. Lewis escribió en “La abolición del hombre” que, si suprimimos el órgano, no podemos sorprendernos de que desaparezca la función. Si nos reímos de quienes afirman que el bien existe, si no sabemos que el hombre es algo más que un trozo de carbono evolucionado conforme a las reglas ciegas de la bioquímica, si entronizamos la propia satisfacción como único criterio ético, si admitimos que el respeto a la vida admite excepciones, si desprestigiamos como peligrosos fundamentalistas a quienes defienden una moral objetiva de bienes y valores siempre dignos de respeto, si afirmamos que la justicia de las leyes solo depende de si las aprueba una mayoría preestablecida, …no podemos llevarnos las manos a la cabeza con estupor si crece la violencia en nuestro entorno.

No estamos viviendo de momento –en Europa– el surgimiento de formas totalitarias de violencia institucional como instrumento de la política como sucedió en los años 30 del siglo pasado, pero sí estamos siendo testigos del aumento de la violencia de la gente normal, de la violencia en la vida cotidiana. Conviene reflexionar sin prejuicios sobre ello para intentar entender qué nos pasa y por qué nos pasa.

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