Violencia machista de los jóvenes

Mundo · Benigno Blanco
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7 abril 2015
Los datos que arroja la “Macroencuesta sobre violencia contra la mujer 2015” del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales permiten hacer algunas reflexiones sobre este fenómeno del que tanto se habla pero que no suele analizarse con profundidad antropológica.

Los datos que arroja la “Macroencuesta sobre violencia contra la mujer 2015” del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales permiten hacer algunas reflexiones sobre este fenómeno del que tanto se habla pero que no suele analizarse con profundidad antropológica.

Es evidente que a lo largo de la historia ha habido una cultura machista que ha legitimado socialmente actitudes de abuso del hombre sobre la mujer, como –en otros planos– de los padres sobre los hijos, de los profesores sobre los alumnos o de los empleadores sobre sus empleados, llegando incluso a la legitimación de la violencia. Gracias a Dios, la evolución humanista de nuestras sociedades de matriz intelectual cristiana ha ido progresivamente deslegitimando estas actitudes y conductas impropias del trato entre dos seres humanos de igual dignidad… aunque siempre estas conquistas están en riesgo y son inestables.

Llama la atención cómo las modernas sociedades europeas se han vuelto absolutamente intransigentes con los abusos respecto a los menores en el seno de la familia y la escuela y con los abusos en el seno de las relaciones laborales, pero siguen conviviendo con un escandaloso índice de violencia machista sobre la mujer. Y no es una circunstancia solo española; por el contrario, el índice de violencia contra la mujer es en España la mitad de la media europea: si en nuestro país un 12,5% de mujeres de 16 o más años sufren algún tipo de violencia machista de sus parejas o ex parejas, en el caso de la UE el porcentaje es de un 22%.

Un dato significativo de la Macroencuesta que comentamos es que la presencia de esta violencia machista se da en porcentajes más altos entre los más jóvenes que entre los adultos, siendo entre los jóvenes entre 16 y 19 años donde se concentra el índice más alto de abusos (un 19,2%) para ir disminuyendo progresivamente según aumenta la edad. Es decir, que no es esta violencia fruto de mentalidades atávicas de generaciones educadas en el pasado que no se han logrado librar del machismo tradicional, sino algo que brota en el contexto mental de los jóvenes educados y socializados hoy. Me temo que la obsesión ideológica de género impide a muchos analizar con objetividad este dato.

A la luz de las anteriores consideraciones y datos, me hago algunas preguntas que la Macroencuesta no permite responder pues se limita a reflejar datos como si fuesen el fruto inevitable de las estructuras tradicionales de género sin profundizar en su análisis y explicación:

a) La Macroencuesta no se digna informarnos de si las parejas o ex parejas en que se da la violencia son matrimoniales o no; unifica bajo esa terminología (pareja o ex pareja) todo tipo de relaciones chico/chica. Lo mismo hace el informe anual sobre violencia de género del propio Ministerio que engloba bajo el término “compañero íntimo” toda relación entre víctima y agresor sin especificar si hablamos de parejas casadas o no.

Este dato me parece relevante pues cuando las estadísticas oficiales sí reflejaban si la violencia se daba en el contexto de una relación matrimonial o no, se podía apreciar que en el matrimonio y su ruptura eran mucho menores los casos de violencia que en las parejas de hecho y sus rupturas. ¿Tendrá algo que ver la caída de la nupcialidad y la degradación del matrimonio que promueven nuestras leyes con este incremento de la violencia machista en el seno de las relaciones de pareja, incluso entre los más jóvenes? Me temo que sí, pero como este dato podría molestar a los modernos ideólogos del género y a los defensores de la cultura de la promiscuidad sexual, prefieren suprimir el dato de los informes oficiales para que la realidad no les pueda estropear sus prejuicios.

b) La Macroencuesta tampoco pregunta por otro dato que me parecería relevante: si la pareja o, al menos, el agresor consume pornografía. El sentido común me indica que el consumidor habitual de pornografía tiene el riesgo de ir adoptando una mirada pornográfica que ve el cuerpo de la mujer como un objeto a usar al servicio del propio placer y puede fácilmente acabar aplicando en sus relaciones reales la mentalidad de consumo y abuso que caracteriza esencialmente a la pornografía. La normalización de la pornografía que se da hoy día seguro que influye en las actitudes violentas y de abuso contra la mujer, pues las causas producen efectos; sin embargo, como esta hipótesis no es políticamente correcta, ni la Macroencuesta ni los informes anuales del Ministerio sobre violencia de género se dignan plantearse pedir información al respecto.

c) El relativismo moral y el escepticismo intelectual en que son educadas con tanta frecuencia las nuevas generaciones, ¿no influirá en esta lacra de la violencia machista? Me cuesta creerlo: si enseñamos a los muchachos que el bien y el mal no existen, que cada uno es el creador de su propia moral y que esta es cambiante y adaptable pues no hay referencias objetivas, ¿nos puede extrañar que en la propia conducta no haya límites vinculados al respeto al otro? Como escribió C.S. Lewis: «cuando todos se ríen de quien dice “es bueno”, solo queda quien dice “yo quiero”».

Podría seguir planteando hipótesis de trabajo para analizar el fenómeno de la pervivencia en nuestra sociedad y, especialmente entre los más jóvenes, de la violencia machista, pero la extensión de este artículo no me permite ampliar estas consideraciones más allá. Sirvan las anteriores reflexiones para plantear una duda: las autolimitaciones analíticas de los prejuicios ideológicos de género, ¿no estarán limitando nuestra capacidad de entender este fenómeno tan preocupante sobre el cada vez acumulamos más datos pero que no logramos erradicar quizá porque nos negamos a entenderlo de verdad?

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