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Victimización: herramienta del poder

Editorial · Fernando de Haro
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20 enero 2020
Los movimientos de Trump y de Putin últimamente ilustran a la perfección la “ideología de la victimización” que domina el mundo. Trump ha podido vender la “paz comercial” con China como un gran éxito y Putin ha cesado al Gobierno ruso y puesto en marcha una acelerada reforma constitucional porque vivimos en un mundo de “humillados y ofendidos”. No solo los rusos y los estadounidenses, todos los habitantes del planeta, en este comienzo de los años 20, estamos dispuestos a comprar narrativas y discursos que se aprovechan de un sentimiento de expropiación y desposesión.

Los movimientos de Trump y de Putin últimamente ilustran a la perfección la “ideología de la victimización” que domina el mundo. Trump ha podido vender la “paz comercial” con China como un gran éxito y Putin ha cesado al Gobierno ruso y puesto en marcha una acelerada reforma constitucional porque vivimos en un mundo de “humillados y ofendidos”. No solo los rusos y los estadounidenses, todos los habitantes del planeta, en este comienzo de los años 20, estamos dispuestos a comprar narrativas y discursos que se aprovechan de un sentimiento de expropiación y desposesión.

Mientras el tercer impeachment de la historia de los Estados Unidos daba comienzo en el Senado (proceso condenado al fracaso de antemano), Trump exhibía una victoria en la guerra comercial contra China, firmando un acuerdo con el viceprimer ministro Liu He. No era la paz definitiva porque Estados Unidos mantiene 360.000 millones de dólares en aranceles, pero Trump ha podido exhibir el compromiso de que China va a gastar más de 200.000 millones de dólares en la compra de productos norteamericanos. Estados Unidos vuelve a ser grande de nuevo, después de haber puesto firme al Gigante Asiático, que con su moneda artificialmente devaluada había conseguido una balanza comercial muy favorable. Todo a costa de la buena industria estadounidense mantenida y sostenida por los buenos estadounidenses.

En realidad, cuando se examinan con detalle las cifras, la victoria no es ni tan clara ni tan rotunda. La guerra comercial de los últimos meses ha causado serios daños a la economía norteamericana. En el verano de 2018, China ya ofreció comprar productos agrícolas y manufacturas por un valor semejante al actual antes de que Trump decidiera subir los aranceles con sus consiguientes perjuicios. Los analistas de Financial Times han sido categóricos: los compromisos de compra por parte de China no significan que se vaya a conseguir reducir el déficit de la balanza comercial, la mayoría de los aranceles se mantiene y el compromiso de lucha contra el ciberespionaje no está en el texto del acuerdo.

Los resultados económicos no cuentan. Lo importante es que Trump, en este año de campaña electoral, pueda mostrar a muchos votantes que la “excepcionalidad moral estadounidense” se ha acabado. Trump en una entrevista a la CNN en 2014 dejó claro cuál iba a ser su “programa”: hay muchos países en el mundo que están enfadados con el término `excepcionalismo estadounidense`. Con el actual presidente republicano en la Casa Blanca la excepción que había convertido durante el último siglo a los Estados Unidos en un referente moral para el mundo se ha terminado. Ahora el país vela por sus intereses, si es necesario recurrir al proteccionismo (uno de los mecanismo más nocivos para el orden internacional) lo hace. Estados Unidos debe ser grande de nuevo pero no excepcional, la normalización es ´la restauración de unos Estados Unidos que son un Estado egoísta entre muchos estados egoístas´ (Janan Ganesh). No se podría haber llegado a este punto si una parte importante de la opinión pública estadounidense no se considerase victimizada por la ocupación de Iraq, las consecuencias de la guerra contra el terror o la globalización. El mundo ha dejado de ser tierra de misión para la democracia, es una jungla en la que hay que defenderse. Reagan estaba contra los muros soviéticos, Trump los defiende. Bush junior era un apóstol de la democracia en Oriente Próximo, Trump un aislacionista.

También la victimización explica los pasos que sigue dando Putin en Rusia. El colapso de la Unión Soviética se produjo en un momento en el que la situación de la población no era precisamente buena. Pero los hechos no importan. En los últimos 30 años en la sociedad rusa ha crecido la nostalgia por lo que no se tuvo, la sensación de haber sido desposeídos y humillados. Por eso Putin, ya en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, anunció que no estaba dispuesto a respetar el “consenso occidental” sobre qué es una democracia y cuáles son los principios que deben regir las relaciones internacionales. Desde entonces, con una economía maltrecha y un grave problema demográfico, ha extendido, con juego sucio, su influencia sobre el mundo. Ahora llega a Libia. Desde entonces no ha tenido especial interés en simular una democracia al uso, la suya es diferente. El cese del Gobierno y la reforma constitucional que anunció la semana pasada van en esta dirección. La reforma de la Carta Magna, que se va a realizar al margen de los procedimientos establecidos, tiene como objetivo aumentar el papel del Parlamento, pero también el control, especialmente del Consejo de Estado. Putin puede estar preparándose en este organismo una fórmula de ejercer el poder como la que utiliza el presidente chino. Ha jugado con el cargo de primer ministro y con la presidencia como mejor le ha venido en gana durante los últimos años. El cese de Medvédev busca aplacar cierto descontento, pero no hay que descartar que este personaje vuelva a reaparecer en otro puesto. En realidad el carácter iliberal de la democracia rusa ya no es noticia para nadie.

Puede parecer solo cosa de estadounidenses y rusos. Pero la “ideología de la victimización” se extiende por todo el mundo como la nueva fórmula que usa el poder para que reinterpretemos nuestras experiencias ciudadanas y vitales como las de alguien que ha perdido el paraíso, la de alguien que necesita defenderse del otro por casi todos los medios.

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