Viajando por Tiempos recios, leyendo Latinoamérica
A trompicones, por los numerosos incidentes e interrupciones de estos meses, he conseguido terminar Tiempos recios, la última novela de Vargas Llosa. No lograba entrar en ella durante los primeros capítulos; luego, la aparición de Trujillo y Johnny Abbes disparaba la sospecha de que me estaba leyendo una copia lejana de La Fiesta del Chivo.
Pero, según avanza el relato, algunos personajes te van conquistando, sus maltrechas historias –que no sepultan su inteligencia y astucia– transmiten simpatía y compasión; con menos dureza que en la novela sobre el dictador de Dominicana, son las mujeres y los mayores que recuerdan cuando fueron alguien los que mantiene el hilo de humanidad del relato. Un hilo que no fui capaz de identificar con claridad en todo el tiempo que entregué a las más de setecientas páginas de Conversación en la Catedral; me desilusionó la que los expertos catalogan como la obra maestra –o, al menos, una de ellas– de MVLL. Compré la novela en una librería de Lima y los días siguientes paseé por algunos de los escenarios que recorre Zavalita en aquel Perú de Odría, eso calentó la imaginería épica de mi lectura; pero, a pesar de hacerme camino a través de la enrevesada des-cronología narrativa y acabar encajando la majestuosa construcción de los personajes que los entendidos destacan de Conversación en la Catedral, no encontré el rescoldo de vida que se esconde tras el infame recuerdo de Urania Cabral y que estructura La Fiesta del Chivo o en el seductor carácter de Martita, Miss Guatemala, que guía al lector a través de Tiempos recios. Supongo que escribir estas ignominias sólo se las puede permitir un no-experto.
Tiempos recios no sólo merece la pena por ese magnético personaje basado en Gloria Bolaños, ni por el largo desarrollo de los avatares del torturador Abbes García, ni por el cambio final de marcha en el que el autor aparece en las últimas páginas sin saber si él también se une a la fabulación narrativa o si el libro se ha transformado definitivamente en un ensayo para dejar de ser una investigación novelada. Es precisamente en esas últimas páginas, en las ultimísimas líneas, cuando MVLL –gran conocedor, investigador y analista de la historia política de Latinoamérica en el siglo XX y la influencia de Estados Unidos en la misma– lanza una hipótesis que intercepta todo mi interés. Una hipótesis que me hace recorrer la decena de obras ambientadas en esa región y esas décadas que he leído desde que abriera las primeras páginas de La Fiesta del Chivo en 2012 hasta estos días de cierre de Tiempos recios. Recupero todos esos libros, uno a uno, de la librería de nuestra casa echando en falta los cuentos de Cortázar, ¡a saber dónde estarán o en qué avión los habré olvidado! Me detengo en las de mayor peso histórico y político, ni las historias de Green sobre Méjico y Cuba (muy temprana en el siglo pasado la primera y particularmente cómica la segunda), ni el trepidante Adiós Muchachos de Ramírez, ni las propias obras de Vargas Llosa aventuran una hipótesis tan grave. Recorro también mis treinta visitas a trece países diferentes de América Latina y el Caribe desde aquel 2012 y cómo he seguido más o menos de cerca muchas de las noticias políticas que sucedían allí, llenando las conversaciones con las gentes que encontraba: la inesperada y apreciada gestión económica de Ollanta Humala, el rescate del FMI a Argentina y la enésima devaluación del peso en 2018, las últimas y apuradas elecciones de Evo, la ruptura entre Lenín Moreno y Correa, las políticas estatalitas de AMLO, el suicidio de Alan García, el chascarrillo continuo de los panameños al recordar a los paracaidistas americanos enredados en los manglares de la ciudad durante la invasión contra Noriega, etc. En algunos casos incluso he asistido a discursos de Macri y Santos, he anulado un viaje a Bolivia por una de sus virulentas huelgas generales, salí entre (lejanos) disparos y (cercanas) columnas de fuego y humo de Puerto Príncipe en unas de esas sangrientas y habituales revueltas de Haití que pasan desapercibidas para el resto del mundo a pesar de que mueran asesinadas decenas de personas, etc. Y en este ir y volver de recuerdos entre viajes y libros me resulta particularmente relevante la idea de MVLL de que la intervención de la CIA en Guatemala para subir al poder a Castillo de Armas en 1954 es la acción que mayor desequilibrio provocó en el continente durante el siglo pasado y la raíz del retraso en el desarrollo de aquellos países.
¿Guatemala? ¿La intervención en ese pequeño país de Centroamérica consiguió afectar de manera tan negativa a gigantes como Méjico, Perú o Chile? Estados Unidos sospechaba de una posible deriva comunista del gobierno de Árbenz –cuya acción presenta el Premio Nobel orientada a la modernización y socialización del país, hacia una democracia capitalista– poniendo en peligro no sólo el equilibrio de la región en favor de la geoestrategia soviética, sino también los intereses de la estadounidense United Fruit dedicada a la exportación de las bananas guatemaltecas. Para remediar estos supuestos peligros, se orquesta la llegada de Castillo de Armas, quien aparece en Tiempos recios como un hombre inseguro de quien los norteamericanos desconfían incluso antes de darle el poder para así derrocarlo, si es que se supiera quién lo asesinó, tan solo tres años después.
Estos pasos en falso disparan la siguiente aritmética en MVLL: “Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina”. En estos recios tiempos de polarización global y disputas locales, resuenan claras las palabras que critican los populismos y los excesos que ayudaron a generarlos.