Vértigo francés

Mundo · José Luis Restán
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8 febrero 2017
La última encuesta publicada sobre las presidenciales francesas ofrece unos resultados de vértigo. Según ese estudio, realizado entre los días 31 de enero y 1 de febrero, la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, obtendría en la primera vuelta un 25% de los sufragios; le seguiría el independiente Emmanuel Macron (que se define como social-liberal) con un 20,5%; descendería a la tercera posición el candidato del centro-derecha François Fillon, con un 18,5%, mientras que el socialista Benoit Hamon quedaría relegado a la cuarta plaza con un 16,5%. Siempre según esta foto, en la segunda vuelta Macron se alzaría con la victoria con un 63% frente al 37% de Le Pen. Lo cierto es que la situación es tremendamente volátil, pero en los cuarteles generales de socialistas y republicanos cunde el pánico, y no sólo allí.

La última encuesta publicada sobre las presidenciales francesas ofrece unos resultados de vértigo. Según ese estudio, realizado entre los días 31 de enero y 1 de febrero, la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, obtendría en la primera vuelta un 25% de los sufragios; le seguiría el independiente Emmanuel Macron (que se define como social-liberal) con un 20,5%; descendería a la tercera posición el candidato del centro-derecha François Fillon, con un 18,5%, mientras que el socialista Benoit Hamon quedaría relegado a la cuarta plaza con un 16,5%. Siempre según esta foto, en la segunda vuelta Macron se alzaría con la victoria con un 63% frente al 37% de Le Pen. Lo cierto es que la situación es tremendamente volátil, pero en los cuarteles generales de socialistas y republicanos cunde el pánico, y no sólo allí.

Le Pen ha lanzado su campaña en Lyon con un discurso incendiario, consciente de que es la única capaz de explotar el malhumor de los franceses, su hastío por la debilidad de los partidos centrales y su miedo al futuro: miedo a la globalización, al terrorismo, a la pérdida de la propia identidad. Miedos legítimos con una base real, aunque después alimenten figuras grotescas y reclamen salidas disparatadas. Miedos que no habrían debido ser menospreciados, tampoco cortejados (como hace Le Pen) sino tenidos en cuenta para mantener un verdadero diálogo social, una conversación nacional viva. La respuesta de Le Pen es brutalmente sencilla: nacionalismo, proteccionismo, desvinculación de la Unión Europea, rechazo a los inmigrantes. Y todo ello envuelto en un discurso grandilocuente con muy escasa densidad pero enorme eficacia movilizadora. Un discurso, por cierto, que aunque invoque tramposamente a la tradición, nada tiene que ver con la raíz cristiana de Francia

No es extraño que aquella inquietante y desconocida “prima”, la prima de riesgo, haya vuelto a presentar su tarjeta de visita en los mercados europeos. La victoria final de Le Pen significaría el acta de defunción de la Unión Europea, cuyo germen está en el abrazo de hierro franco-alemán para garantizar paz, libertad y estabilidad al continente. Seguramente Le Pen no se sentará esta vez en El Elíseo, pero el mero hecho de que sea la más votada en la primera vuelta colocaría a la Unión en una situación de tremenda inquietud y abriría un periodo de debilidad difícilmente previsible.

Lo cierto es que Sarkozy dejó su trabajo reformista a medio camino, mientras Hollande ha decepcionado a propios y extraños. En economía ha navegado patéticamente entre dos aguas, mientras que en las cuestiones culturales y de proyecto nacional ha profundizado en el viejo sectarismo de una parte de la izquierda. Con todo ello ha achicharrado a la joven promesa de Emmanuel Valls.

El PSF está abierto en canal, roto por el eje, con dos almas irreconciliables. Pero se alzado con la victoria más arcaica, la que representa Benoit Hamon, relegado a una humillante cuarta plaza en las encuestas. Hamon representa una suerte de autismo político, como si nada de lo que ha sucedido en el mundo los últimos diez años fuese con él. Sigue aferrado al estatalismo y al laicismo, y sueña con soluciones que no hacen cuentas con la disciplina que implica la moneda común. Por desgracia para él, sus cantos de sirena no reverdecen las esperanzas de la izquierda. Aquellos a los que querría dirigirse prefieren comprar su producto a la señora Le Pen, amarga paradoja que ya experimentó hace años el comunismo francés.

No es extraño que el joven Macron haya preferido saltar de ese barco y navegar sin partido, en las aguas de un supuesto reformismo a caballo entre los polos liberal y socialdemócrata. Y lo que parecía una aventura sin norte, ahora les parece a algunos una tabla de salvación. La pregunta es: si al final Macron coagula todos los apoyos de la institucionalidad republicana para cerrar el paso a Le Pen, ¿sobre qué sustento parlamentario gobernará, qué precio le impondrán socialistas y conservadores? En el fondo, ¿hacia dónde encaminaría a Francia?

En realidad Macron no habría ascendido sin el descalabro sufrido estos días por el candidato Fillon, que había suscitado el apoyo de cuatro millones de electores en las primarias del centro-derecha. El escándalo provocado por las revelaciones sobre los empleos disfrutados por su mujer y sus hijos han estado a punto de sacarlo de la carrera, pero Fillon ha resistido el huracán y pretende resurgir. Veremos. Ha sostenido la legalidad de los empleos de sus familiares pero ha pedido perdón por la falta de ética que implica esta costumbre (extendida y aceptada en todo el arco parlamentario), y ha denunciado una conjura de oscuros poderes del Estado contra su candidatura. Los electores tienen ahora la palabra. Habían confiado en Fillon como líder de un proyecto reformista atento a la tradición francesa, capaz de hacer descarrilar al populismo y de sacar al país de la pereza y la inercia en que le ha sumido la presidencia de Hollande. Un interlocutor adecuado para los sectores más vivos de la cultura y de la sociedad civil. La decepción, por tanto, ha sido tremenda, pero ya es imposible que la derecha republicana cambie de piloto. Extraña carrera, con un prometedor Valls en la cuneta, con Fillon al borde del abismo y el inesperado Macron blandiendo las enseñas de la V República frente al maremoto del FN.

Francia se juega su futuro, pero Europa entera se lo juega con ella. El Brexit ha supuesto un golpe duro pero no definitivo. Pero una Francia que basculara fuera del espacio común arruinaría por generaciones el sueño de Schuman y de Adenauer. No es sólo cuestión de los políticos, sino que concierne a todas las fibras del tejido vital de Europa. Dos meses y medio son poco tiempo, pero la profundidad de este desafío debería convocar sus mejores energías. Y no nos engañemos: no es sólo cuestión de aritmética, aunque ésta pesa y de qué manera. Se trata de quiénes somos los europeos, de qué ruta queremos recorrer. El vértigo y la gravedad de los inicios se reproducen ahora, y no admiten ya dilación.

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